Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

× Capítulo Único ×

Esa fría tarde de agosto a las diecisiete con cuarenta y dos, sus pies una vez más lo llevaron inconscientemente al mismo lugar. A veces recorriendo las mismas calles de la ciudad, otras cambiando el camino pero, terminando irremediablemente en el mismo destino.

Y para cuándo se daba cuenta, ya estaba allí parado en el mismo sitio que las veces anteriores. Al lado de un muro color blanco marfil y alto con terminaciones en punta pulida, en medio de una calle que por esas horas del día era muy poco transitada ya sea tanto por peatones como vehículos.

De hecho, cada vez que se veía en aquella calle la veía igual de solitaria e igual de silenciosa.

Casi que parecía que nadie vivía por allí. Es más, en algún momento pasado, no pudo evitar pensar que quizá era un sitio abandonado. Pensamiento absurdo, considerando que toda esa cuadra se veía pulcramente bien cuidada. Es decir, con eso era obvio que alguien, quien sea, debía vivir por ahí.

—¿Te has perdido otra vez, Chū-Chū? —pensamiento absurdo que perdió total sentido cuando reparó por primera vez en aquel chico de cabellos y ojos castaños, que lo miraba desde arriba. Trepado cual gato a un árbol, que por alguna razón, cada vez que se "perdía" en aquel lugar, éste yacía sentado en aquella frondosa rama con un desgastado diario reposando en su regazo mientras le sonreía abiertamente, mirándolo a la vez con un deje de diversión y un brillo de reconocimiento y aparente cariño en su mirada que para qué negarlo, a Chūya le incomodaba de sobremanera— ¿Chū-Chū?

—Te he dicho que no me llames así, mocoso —advirtió el pelirrojo luego de unos segundos, cruzándose de brazos para mirar al contrario con el entrecejo fruncido—. Y también deja de verme de esa manera tan rara. ¿Cuántas veces tengo que repetirte las cosas para que entiendas?

—Yo te he dicho que me llamo Dazai Osamu y tú insistes en decirme mocoso, así que me parece que estamos a mano, Chū-Chū —respondió el castaño de ropas blancas balanceando sus pies en el aire de forma juguetona en tanto soltaba una pequeña risilla divertida. Una que instantáneamente para Chūya, causó que se le saltará un latido en el pecho—. Además sino quieres oírme llamarte así, ni ver de qué manera rara te miro, ¿qué haces volviendo aquí, cada semana para verme y conversar conmigo? En serio eres un hombre enigmático, Nakahara Chūya.

Un hombre enigmático.

Sí, a decir verdad, Chūya debía admitir que ese mocoso llamado Dazai tenía algo de razón.

Últimamente no era él mismo, es decir, habían pequeñas cosas, detalles, que sentía no eran propios verdaderamente de su persona. Era extraño, confuso y preocupante. Y si él tuviese que determinar el momento exacto en donde creía haber experimentado por primera vez la disyuntiva de sus decisiones en adelante, sin duda alguna diría que ese fue el preciso instante en el que se encontró accidentalmente con la mirada color marrón de aquel escuálido chiquillo que ahora descansaba sobre el árbol. El mismo al que extrañamente no podía dejar de visitar cada semana desde su primer encuentro. El mismo que a la vez, su mente no podía dejar de reproducir cada noche antes de irse a dormir.

De ese suceso ya iban dos meses y medio mes para llegar al tercero, que justamente se cumplía ese día con su presencia en ese lugar. Lo que en conclusión significaba que había estado visitando a ese mocoso diez veces exactas.

Diez veces no era mucho. Diez días que se reducían a máximo una hora y dos cuartos de ésta por día no era a su juicio el tiempo suficiente para confiar plenamente en alguien, menos para encariñarse con ese alguien.

¿Entonces por qué el castaño parecía haber hecho ambas cosas con él? ¿Por qué sentía que Dazai lo conocía más de lo que él le había mostrado de sí mismo? ¿Por qué confiaba en él? ¿Por qué su brillante mirada castaña lo veía así?

Como si fuese importante. Como si fuese indispensable en la vida del otro. Como si lo quisiera. No, más bien, como si éste ya estuviese enamorado de él.

Era ilógico.

Y estúpido. Pero más estúpido era él, que seguía volviendo y alimentando aquel sentimiento extraño e impensado que crecía silenciosamente en su pecho por el menor.

Estúpido. Estúpido. Estúpido.

—¿Te has perdido otra vez en tus pensamientos, Chū-Chū? —soltó Dazai una vez más ese molesto apodo que le calentaba tenuemente sus mejillas hasta sonrojarlas con levedad. Ese apodo que lo ponía nervioso, ese que apenas era oído volvía a acelerar brevemente los latidos de su corazón— Porque si es así, déjame decirte que estás desperdiciando valiosísimo tiempo que podrías estar empleando para conversar conmigo, ¿sabes?

—¡Já! Ni quién quisiera hablar con un niñato como tú. Es más, no sé ni qué hago aquí para empezar, mejor me largo —informó el pelirrojo atropelladamente desviando su atención hacia la calle por la que había llegado, ignorando la presencia del otro para comenzar a dar apresurados pasos lejos del castaño.

—¡Nos vemos la próxima semana, Chū-Chū! —gritó entonces Dazai a su espalda acompañado de una risa floja, provocando que instantáneamente, una pequeña sonrisa se formase en sus labios.

—Tsk, no habrá una próxima vez —sonrisa que claramente desapareció luego de decirse a sí mismo esas palabras.

Ya que volver sería un error. De eso estaba seguro.

Pues regresar implicaba acrecentar aún más ese calor en su pecho que una sonrisa, mirada o palabra emitida por aquel mocoso de dieciséis generaba en él, un hombre adulto de veinticuatro años. Y eso no podía permitirlo.

Qué un adolescente le hiciese sentir emociones que ninguno de sus ex amantes había logrado sacar en él no estaba ni por asomo en su plan de vida. Porque él sabía lo que quería en una futura pareja, y creía saber perfectamente que un adolescente no podría dárselo.

Ni él ni nadie, posiblemente. Es más, ahora que lo pensaba, la idea de emparejarse ni siquiera debería estar rondando en su mente. Dado que las malas experiencias en sus relaciones pasadas sólo le enseñaron a que buscar un amor verdadero era una pérdida de tiempo y, una ganancia de problemas sin sentido.

Y tal vez por ello era que esa situación en la que veía envueltos sus sentimientos actuales le causaba tanta sorpresa, desconcierto y miedo. En especial éste último.

Miedo de lo que estaba sintiendo. Miedo de lo que esos ojos castaños provocaban en él. De su sonrisa, de la forma despreocupada en que se sentaba en el árbol. El cómo le hablaba, el cómo le miraba, el cómo le afectaba a tal grado de darse cuenta de que sólo con él podía sentirse pleno y comprendido.

El cómo lo hacía caer por él cada vez más profundo, sin siquiera estarlo intentando en serio.

Con una rapidez que se negaba aceptar era posible. ¡Eran diez días! Era muy poco tiempo para que sintiese cariño u amor verdadero por alguien, de hecho, a lo más pensaría que podría ser atracción. Considerarlo un capricho.

Pero sabía que no era así, ¿a quién quería engañar?

Estaba al borde de hundirse por aquel joven. Y lo peor, era que a pesar de saber que ese amor no era bueno, aún así deseaba formar parte de la vida de Dazai, aunque eso significase tener una significativa brecha de años que los separaba de por medio.

Por eso debía detenerse ahora. Debía dejarlo, alejarse, olvidarlo de a poco hasta ya no recordarlo. Tenía que hacerlo antes de que no hubiese vuelta atrás. Antes de que su corazón decidiera clamar por él y sólo por él. Antes de que su mente siguiese alimentándose de cada detalle de su rostro visto en sueños confusos y extraños que únicamente enardecían su cariño latente.

Antes de grabarlo a fuego en su piel.

Y eso sólo lo conseguiría si renunciaba a la necesidad insana que tenía por ir a visitarlo.

Así que lo hizo.

La próxima semana se negó a ir a su encuentro con el castaño pese a que deseaba hacerlo. La próxima semana a esa, también. Y así pudo seguir lamentablemente por un mes completo.

Treinta días difíciles para su mente, cabe mencionar. Treinta días llenos de preguntas sin respuestas, de distracciones y pensamientos que no hacían más que hacerlo flaquear en su decisión, de sueños confusos. Sueños que se sentían tan reales pero imposibles que no sabía si creer en ellos o no.

Sueños que involucraban a un Dazai mayor de edad con ropas y escenarios distintos a los conocidos. Primero en un campo, después en una calle poco concurrida con piso de tierra o arena, luego en una habitación oscura de cortinas cerradas y una cama, en la que podía verse a sí mismo con el contrario acostados uno junto al otro abrazados. O a veces paseando de la mano por una ciudad desconocida para él, otras hablándose como si se conocieran de toda una vida, mirándose con ternura, tocándose con cuidado.

Queriéndose.

Amándose libremente.

Y todo en sueños se sentía tan real. Como si de verdad aquellas imaginaciones suyas hubiesen sucedido. Como si las cálidas emociones que encendían su corazón en sueños hubiesen permanecido siempre adheridas a su pecho.

Esperando por despertar. Esperando por recordar.

Y entonces cuando creyó que ya no podía seguir empeorando, llegó el último sueño que le hizo despertar alarmado y con lágrimas cayendo por sus mejillas.

Uno con criaturas que creía haber visto alguna vez en libros de fantasía ilustrados. Criaturas grandes, extrañas y peligrosas. Unas que lo arrastraban a un profundo y ardiente vacío color naranja.

Lleno de fuego y cenizas, de gritos escandalizados y llantos desesperados. Un vacío al que sin duda alguna iba a ir a parar, sino hubiese sido por aquel hombre de cabellos castaños que se interpuso en medio, soltándole del fuerte agarre de la criatura para tomar su lugar. Cayendo al vacío. Dejándolo solo.

Otra vez solo.

Terminando todo en un grito a mitad de la tarde, devolviéndolo a esa realidad donde yacía sentado en su cama con lágrimas en los ojos, la respiración entrecortada y un dolor en el pecho que intentaba aplacar situando su mano en ese lugar donde se encontraba su corazón latiendo desbocado por el susto vivido.

Por haber visto a Dazai sacrificarse para salvarlo de algo que claramente no existía, pero que sin embargo, se había sentido tan real.

Demasiado.

Tanto como para hacerlo levantarse presuroso de la cama, arreglarse lo mejor que podía y salir disparado de su departamento con dirección a aquella calle que tan bien conocía ya. Dejando que sus pies lo guiarán a su destino mientras su mente se sumía en un torbellino de más incongruencias sin respuestas y preocupaciones injustificadas.

Porque había sido un sueño. No, una pesadilla. Era ficticio. Lo ocurrido lógicamente no podía pasar en la vida real, ¿verdad?

Dazai Osamu, ese mocoso de dieciséis años que le sonreía sobre el árbol cada vez que iba a verlo estaba sano y salvo resguardado detrás de aquel muro que los separaba, ¿cierto?

No podía estar muerto, era ilógico y estúpido siquiera pensar en ello, ¿no es así?

—Esta vez sí que has tardado en venir a verme, Chū-Chū —en todo eso y más pensaba cuando sin notarlo, había llegado al mismo lugar que las veces anteriores, oyendo el mismo apodo cariñoso llamar su atención, calmándolo súbitamente en tanto elevaba su mirada azulada para encontrarse con aquellas orbes marrones que le devolvían la mirada con alegría—. Y por lo que noto, ya no parec-

—¿Estás muerto? —interrumpió Chūya al menor con rostro serio, cambiando abruptamente su estado de preocupación a uno de molestia y frustración, causando que el castaño parpadease un momento confuso antes de hablar.

—Disculpa, creo que no oí bi-

—¿Estás muerto y eres un fantasma que busca venganza por algún daño que te hice en vida? —preguntó con el entrecejo fruncido y apretando sus puños en el proceso— Porque déjame decirte que no encuentro nada de divertido el hecho de que uses tus extraños poderes sobrenaturales para hacerme sentir atraído emocional y físicamente hacia ti, eso y que ya estoy harto de que después de alejarme aún así decidieras atormentarme en sueños con tu fastidiosa presencia hasta que oh, qué sorpresa, me hicieras volver a ti en contra de mi voluntad sólo para seguir burlándote de mí, Dazai. Si es que ese es tu verdadero nombre, señor fantasma.

Terminó soltando todo de sopetón antes de arrepentirse de lo que decía. Y es que si bien hallaba esa respuesta una ridiculez, no sabía qué otra cosa más pensar al respecto. De cierta forma sonaba lógico.

Al menos para él que siguió esperando una respuesta por parte del “mocoso” que lo miraba fijo desde su posición en el árbol. Una respuesta que no demoró en llegar manifestada como una escandalosa y divertida risa por parte de Dazai.

—¡No te rías, es una pregunta seria! —expuso el pelirrojo mientras sus mejillas se calentaban por la vergüenza y porqué no, también por la calidez que oír aquella risa le produjo— ¡Dazai!

—Ay Chū-Chū, sabía que tarde o temprano ibas a notar lo poco normal que era nuestra relación y hacer preguntas, ¿pero en serio? ¿de verdad lo único qué se te ocurrió fue que pudiese ser un fantasma?

—¡S-Siempre te veo vestido de blanco! Además usas la misma ropa todo el tiempo, igual que un fantasma —intentó justificarse frente al menor.

—Es ropa ligera de hospital, ¿qué esperabas?

—¿Hospital?

—No me cambies el tema. Mejor háblame de esos sueños pervertidos que tienes conmigo —cuestionó el castaño con una sonrisa burlona.

—¡En ningún momento dije que fuesen pervertidos! —gritó presuroso mientras pensaba en cómo sus preocupaciones y preguntas habían llegado a manifestarse de una manera tan tonta hasta desviar lo importante a una discusión estúpida.

—Pero ahora tampoco lo negaste —rebatió Dazai consiguiendo que Chūya soltase un suspiro frustrado que hizo sonreír al contrario por un breve instante, para luego borrarle lentamente su sonrisa—. Chū-Chū, ¿de verdad no me recuerdas?

Preguntó el adolescente de ropas blancas cambiando aquel ambiente juguetón que se había formado por uno serio y hasta nostálgico, mirando al otro fijamente en tanto el pelirrojo sólo se dedicaba a mantenerle la mirada curioso.

Recordarlo. Le había preguntado si lo recordaba.

Y pese a que en la punta de su lengua tuviese listo el no que iba a responderle, no sintió que esa respuesta fuese del todo cierta. Así como tampoco podía asegurar un sí.

—¿Recordarte? —por lo que sin una respuesta clara, tendió a soltar otra pregunta en su lugar mientras intentaba alejar la sensación de expectación que la pronta respuesta pudiese darle— ¿De qué estás hablando?

Terminó diciendo para luego de ello, sumir el momento en un silencio tácito entre ambos hombres presentes, siendo éste interrumpido únicamente por el sonido de las hojas moverse en dirección del viento.

—Ya veo —contestó Dazai pasados unos minutos con tono débil, desviando la mirada de Chūya para centrarla en el atardecer que se desarrollaba en ese momento—. Entonces así están las cosas, ¿eh?

Comentó a la nada por un instante soltando un suspiro cansino al final. Sin embargo, tan rápido como aquella acción fue realizada, fue consciente de que a unos pocos metros Chūya seguía viéndolo confundido y expectante con esos brillantes y profundos ojos color azul cobalto.

Aquellos que eran iguales a los de antaño. Esos que eran cálidos con él, los mismos que tanto había extrañado ver por años. Los que lo veían con un amor tal que no creía no pudiesen recordar todo lo visto que habían vivido juntos en sus vidas pasadas.

Y entonces, movido por los recuerdos, incentivado por sus sentimientos e ilusionado con poder recuperar egoístamente lo que alguna vez fue suyo, se puso de pie y dio sin dudar un paso adelante para dejarse caer una vez más.

Confiando en que si Chūya lo había atrapado incontables veces antes, ésta vez no sería diferente.

Sabía que no sería diferente. No podía serlo.

—¡Dazai! —y tal cual como lo había pensado al cerrar sus párpados y dejarse llevar en la caída, antes de que su frágil cuerpo pudiese impactar de lleno contra el pavimento, sintió unos firmes, cálidos y conocidos brazos sujetarlo con fuerza en tanto ágilmente el cuerpo del pelirrojo se daba la vuelta para amortiguar el golpe del menor, quien finalmente terminó cayendo sobre el pecho de Chūya mientras que la espalda de éste impactaba contra el frío y duro suelo— ¡Imbécil, ¿en qué mierda estabas pensando?!

—En que ibas a atraparme. Pero no creí que fueras a caer conmigo.

Respondió Dazai instantáneamente con los ojos bien abiertos en tanto veía fijamente la mirada molesta y preocupada del contrario. Dándose cuenta de que estaban tan cerca.

Tan cerca.

Tan cerca estaba de la cara ajena, que el castaño podía ver perfectamente como las pupilas de Chūya se expandían ante su cercanía. Tan cerca, que él fácilmente podría acortar la distancia y robarle un beso.

Tan cerca, que entonces lo hizo.

Antes de arrepentirse y pensarlo demasiado, Dazai rápidamente impactó sus labios sobre los del pelirrojo. Quién sorprendido por tal arrebato del adolescente, quiso alejarlo de inmediato. Pero entonces contrario a lo que deseaba hacer, sus brazos se enroscaron firmemente en el cuerpo ajeno atrayéndolo más hacia sí.

Sus manos subiendo por la espalda de Dazai hasta llegar a sus cabellos, donde enredó sus dedos mientras profundizaba aún más el intenso beso que ya se estaban dando. Ambos labios y lenguas acariciándose con desesperación, cariño y anhelo, como si hubiesen deseado aquel contacto desde hace muchísimo tiempo atrás. Como si de hecho, aquel beso y aquellos toques fuesen de lo más normal y recurrente en sus vidas, y no los primeros que Chūya se daba con Dazai según el pensamiento del primero.

El cual pasado un tiempo ya en su límite, tiró un poco de los cabellos castaños para terminar con aquel contacto húmedo y placentero. Provocando que ambos se separasen con la respiración entrecortada, los labios hinchados y sus corazones latiendo desbocados por el otro. Todo aquello mientras las miradas azul cobalto y castaño claro se encontraban más brillantes de lo usual, mirándose fijamente en silencio.

O al menos así fue, hasta que finalmente Dazai rompió éste con una alegre risa en tanto escondía su rostro en el cuello de Chūya, quién no pudo hacer más que sonreír ante aquella tierna acción.

Ni siquiera estaba molesto, ni arrepentido. Se sentía bien, pleno y hasta satisfecho.

—¿Crees recordarme siquiera un poco ahora, Chū-Chū? —preguntó el menor aferrándose a la chaqueta de Chūya creyendo que éste lo alejaría en cualquier segundo.

Pero la verdad era que Chūya no tenía intenciones de alejarlo ahora ni después. Lo cierto era que se sentía cómodo tal y como estaba pese a yacer en el suelo, es más, aquel detalle no importaba, porque para él estar así de cerca del cuerpo de Dazai era suficiente. Era cálido y confortable.

Se sentía demasiado bien. Y él ya no quería terminar con ello, porque su cuerpo y los latidos de su corazón no mentían: lo quería a su lado, lo necesitaba en su vida.

Casi podía asegurar que lo amaba.

Casi, sino fuera porque una parte de su mente aún intentaba mantenerse reacia a aceptar aquello por completo.

—¿Chū-Chū?

—Siento que te conozco. No sé cómo o por qué, pero puedo sentirlo —aclaró el pelirrojo finalmente ante la brillante mirada del castaño—. Aún así, no creo que sea capaz de recordarte como supongo tú quieres que lo haga.

Informó luego esperando ver algún atisbo de tristeza o decepción en el rostro ajeno, más sin embargo, Dazai sonrió en respuesta para luego inmediatamente ponerse de pie y extenderle una mano a Chūya, quién un poco confuso la agarró para impulsarse hacia arriba y terminar de frente al menor el cual sin detenerse a verlo por más de un par de segundos, flexionó sus rodillas para recoger del suelo el diario que solía llevar siempre en su regazo y así entregárselo al ojiazul que sólo se le quedó mirando extrañado.

—Tómalo, no te va a morder —soltó un divertido Dazai ante la expresión del otro, provocando que el mayor entonces hiciese lo que dijo sin pensar—. Si después de leer lo que tienes allí logras recordar, ven a visitarme más seguido. Y sino me recuerdas no importa, porque aún así te voy a esperar lo que haga falta, Chūya.

Terminó diciendo el adolescente dos segundos antes de darse la media vuelta con intención de resguardarse nuevamente detrás de aquellos muros blancos que los separaban desde un inicio. Pero entonces, tan rápido como Chūya logró reaccionar después de ver el cómo Dazai estaba por alejarse de él, instantáneamente alcanzó la muñeca del contrario y sin más lo volteó para apresarlo en un fuerte abrazo.

Sin saber exactamente el por qué de ello, tan sólo sintiendo que necesitaba hacerlo a como diera lugar.

—Volveré, te lo prometo —afirmó luego en voz alta, mirando fijamente a los brillantes ojos castaños que le devolvían la mirada con sorpresa y cariño—. ¿Oíste? Voy a volver a ti, con o sin recuerdos, voy a volver.

Soltó con una tonta sonrisa en sus labios, provocando que Dazai sonriera levemente de vuelta mientras acunaba el rostro de Chūya y juntaba sus frentes para así una vez más, robarle un último beso al pelirrojo.

—Sé que lo harás, Chū-Chū —susurró el menor sobre los labios del contrario—. Tú siempre volverás a mí, así como yo siempre esperaré por ti.

Declaró al final, soltándose repentinamente del mayor para echarse a correr de vuelta al interior de los muros blancos bajo la atenta y confundida mirada del pelirrojo, quién sin entender lo que había ocurrido de pronto, únicamente suspiró y decidió preguntarle a Dazai sobre ello la próxima vez que se vieran.

La próxima vez que se vieran, que bien le pareció aquel pensamiento a Chūya. Es más, qué ansioso se sentía ahora de querer verlo otra vez.

Por lo que esperando que los días de ahora en adelante pasasen rápido, se dispuso a ir emocionado y expectante de vuelta a su departamento para leer el diario que ahora yacía entre sus dedos. El cual sentía podría finalmente hacerle entender todo aquello que Dazai deseaba que recordase.

Y que por supuesto, él sabía recordaría tarde o temprano

Ya que después de todo, si no lo hacía en ésta vida, sería en la siguiente.

El adjetivo atemporal, que también puede mencionarse como intemporal, alude a aquello que está más allá del tiempo (la magnitud de la física que se emplea para instituir un orden en una serie de sucesos y que permite establecer la existencia de un presente, antecedido por un pasado y seguido por un futuro).

Lo atemporal, por lo tanto, es aquello que no está atado a las leyes del tiempo.

××××××

No sé si lo hice bien. Pero lo intenté. Y puede que éste sea el primer y último os de ésta pareja. Ni idea.

Gracias por leer. Y con cariño para Abril, a quien he dejado muy de lado. Te mereces mucho amor, y disculpa sino te hablo, ando re ñe y no tengo ganas de hablar con nadie ahora más que nunca djjsjs.

Cuídense, ojalá les haya gustado (?).

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro