III
El sol le llegaba directamente a la cara. El calor que hacía ese año era mucho más fuerte que todos los que había vivido hasta el momento. El sudor caía gota a gota por su frente cada vez que movía la espada de madera que usaba para su práctica. El hombre frente a él, en cambio, no parecía agotado en lo absoluto.
—¡Hya! —exclamó cuando su espada salió volando para clavarse de punta en la tierra que los rodeaba. El pequeño Atem, de no más de doce años, cayó al suelo también, sobre su trasero y con un ruido sordo.
—Has mejorado, Príncipe —halagó su maestro tendiéndole una mano para ayudarlo a levantarse —. Pero todavía hay mucho por hacer.
—Ni que lo digas — asintió Atem con una sonrisa divertida —. Hoy hace más calor que nunca, ¿podemos tomar un descanso, por favor? —pidió, poniendo la mejor cara de cachorro que tenía. Teóricamente, su posición era mucho más alta que la de su profesor; sin embargo, el hombre servía directamente bajo su padre, por lo que Atem no tenía mucha opción.
No le fastidiaba, aunque.
Su maestro soltó una grave risa y asintió.
—Como usted ordene —dijo solemne y luego señaló hacia más allá del príncipe con el mentón —. Creo que alguien más se está tomando uno.
Confundido, Atem giró para ver de quién estaba hablando y al instante una sonrisa cruzó su rostro cuando vio a la persona acercarse.
—¡Príncipe, Mahad me dio un descanso! —exclamó la niña con una sonrisa y un brazo levantado.
Su cabello castaño y desordenado se movía al ritmo de su enérgico cuerpo, la joya roja de su collar reflejaba la luz del sol al mismo tiempo que su vara desaparecía de su otra mano.
Con tantas cosas a la vez, Atem siempre se preguntaba cómo hacía para no tropezar.
Su maestro le puso una mano en la espalda, suavemente, instándolo a avanzar y con un asentimiento como agradecimiento, corrió hacia la niña al otro lado del campo de entrenamiento.
—¡Mana! —saludó —. ¿Escapando de clases?
Ella hizo un mohín con el ceño fruncido y colocó ambas manos en sus caderas.
—¡Qué cruel! ¡Le acabo de decir que Mahad me dio un descanso! —replicó, inflando los cachetes y frunciendo el ceño, a punto de sacarle la lengua en indignación.
Atem sonrió.
—Y yo siempre te he dicho que puedes tutearme, Mana, no me molesta en lo absoluto.
Los ojos de Mana se abrieron mucho y negó pronta y repetidamente con la cabeza.
—¡I-Imposible! ¡Me condenarían! ¡Es una falta de respeto muy grande, nunca podría hablarte tan confiadamente! —exclamó.
Esta vez, Atem rió y relajó los hombros.
—Por si no te has dado cuenta, lo acabas de hacer —dijo.
Mana inclinó la cabeza.
—¿Eh? ¿Hacer qué? —preguntó ella, confundida.
—Tutearme, Mana. Me has tuteado.
—¡¿Huh?! ¡Oh, por Ra! ¿No hay ningún sacerdote cerca, o sí? —miró a todos lados desesperada y eso hizo que Atem soltara otra carcajada, lo suficientemente fuerte, sincera y relajada como para doblarse sobre su estómago.
Mana frunció el ceño.
—¡No es gracioso!
Pero claro que lo era, al menos para él. Mas al verla hacer un mohín y poner las manos en las caderas, se obligó a sí mismo a calmarse, antes de ponerle una mano en la cabeza y revolver su cabello.
—Nadie te condenaría, Mana. Todos saben cómo eres y te quieren por igual. Incluso Aknadin lo hace.
—¿Aknadin? —su expresión pasó de enojada a escéptica en un parpadeo solo para sonreír, y pronto sacudió la cabeza, moviendo la mano como si espantara una mosca —. Imposible. Y condenarme no es el único castigo que pueden darme.
Tristemente, era cierto. Condenarla era poco, si lo decían de alguna manera. Podían obligarla a hacer trabajos forzados, o decapitarla, incluso ser desterrada era una opción; pero…
—Sabes que yo no permitiría eso, ¿no? —preguntó Atem. Un tono casi desesperado adornando cada palabra.
Mana lo honró con una dulce sonrisa.
—¡Lo sé! —asintió —. ¡Por algo somos mejores amigos, príncipe!
—Mana… —Atem sonrió.
Su visión de ella comenzó a hacerse cada vez más borrosa y pronto se vio a sí mismo corriendo a través de los pasillos de su palacio. Se le hacía difícil respirar, no sabía cuánto tiempo había estado corriendo, pero sus pulmones aguantaron hasta que llegó al lado de su padre.
—¡Cierren las puertas! ¡No dejen que entren al palacio! —uno de los guardias de mayor rango ordenó. Un fuerte y en conjunto «¡SÍ!» se escuchó a lo lejos.
El corazón de Atem latía con miedo mientras abrazaba a su padre con fuerza.
La imagen se distorsionó otra vez, y ahora estaba rodeado de muchas personas heridas. Aknadin y Aknamkanon hablaban con expresiones realmente serias a un lado de todos. Algunos sirvientes atendían a los guardias y Atem no pudo evitar pensar que algo pasaba... Que alguien faltaba.
—¡Príncipe! —escuchó una voz y, aunque no era la que realmente esperaba, igual se alegró de oírla.
Giró sobre sus talones y corrió al encuentro con un joven Mahad. El mago parecía muy agitado y desesperado, mirando a todos lados como prueba de ello.
—¿Mahad? —lo llamó, y la emoción pronto fue reemplazada por una preocupación que ralentizó sus pasosal acercarse.
El mago alzó la mirada hacia él.
—Lamento molestarlo, Príncipe, pero ¿ha visto a Mana? No logro encontrarla.
Una vez más, el corazón de Atem tembló.
—¿Mana? —repitió.
Y así se rompió por primera vez.
—¡Oye, despierta! —oyó a lo lejos, se trataba de otro idioma, pero se las arregló para entenderlo. Un ligero dolor recorrió su cabeza, por lo que presionó sus ojos —. ¡Hey, tú, ¿me escuchas?!
¿Cuántas personas podían tutearlo de esa manera?
No muchas.
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Sus ojos se abrieron de par en par, aunque no vio bien en un principio, y sus labios pronunciaron un nombre antes de que su cerebro lo analizara.
—¡Mana!
Su visión se fue aclarando poco a poco y lo primero que vio fue una cabeza bastante peculiar.
El chico tenía el cabello similar al suyo propio. Si no supiera que su padre sólo había tenido un hijo, pensaría que se trataba de algún hermano perdido.
—¿Mana? —repitió y sonrió —. Conque un egipcio, huh... Lo siento, pero ese no es mi nombre, me llamo Yugi —se presentó al mismo tiempo que se echaba hacia atrás y le daba espacio a Atem para sentarse.
Lo cual hizo apenas tuvo la oportunidad, sintiendo el leve mareo por el cambio de posición. O quizás por la falta de comida y agua. No sabía cuánto tiempo había estado inconsciente después de todo.
Ya debería estar muerto, si lo pensaba bien…
—Aquí —el llamado Yugi le dijo y de algún lado, tal vez sobrante de alguna comida, sacó una manzana para ofrecérsela.
Normalmente Atem dudaría de ingerir comida dada por un desconocido. No, de hecho, dudaría de cualquier tipo de comida incluso dentro del palacio y siempre tendría a alguien que probara todo primero antes de él recién poder dar un bocado; sin embargo, siendo la primera vez que experimentaba un hambre y sed tan voraz, no pudo no aceptarla tan pronto su estómago gruñó ante el olor y aspecto de la fruta.
Yugi lo observó masticar por dos segundos antes de volver a hablar:
—¿Y cuál es tu nombre? ¿Por qué estás aquí?
Eso hizo que Atem frunciera el ceño y dejara de devorar la manzana para estudiar su rostro, esperando que fuera una broma o quizás algo diferente.
Pero Yugi esperaba tranquilamente una respuesta, con cejas alzadas en curiosidad.
¿Realmente no lo sabía? Eso era una primera vez.
—Soy el primogénito del rey Aknamkanon y heredero al trono de Kemet, Atem —se presentó y supuso que la pausa que hubo a continuación fue para digerir la información.
Pero luego Yugi rió.
—Sí, y yo soy el emperador de Mitanni —contestó con una sonrisa de oreja a oreja.
Atem abrió la boca para intentar explicar que sí era cierto que era el príncipe y que obviamente él no era el emperador de Mitanni, solo para darse por vencido y cerrarla un instante después.
No tenía mucho sentido.
—Está bien si no me crees —dijo, dando otro mordisco a la manzana. No estaba jugosa, de hecho estaba seca y arenosa, pero tenía demasiada hambre como para dejarla —. ¿Y tú por qué estás aquí? No pareces algún tipo de bandido.
Yugi suspiró.
—Estaba paseando con alguien por el lugar y hubo un robo, o algo así, una especie de escándalo. Por ser viajeros, la gente nos señaló a nosotros como sospechosos. Le dije a mi compañera que corriera mientras yo los distraía y ahora estoy aquí —terminó contando.
Atem lo observó.
—Hm… ¿Compañera? ¿Tu pareja?
Yugi casi se atragantó con su propia saliva.
—En realidad… —pareció que iba a decir algo más, pero para Atem no tenía mucha importancia si era sobre el estatus de su relación.
—No tengo tiempo para esto —lo interrumpió, entonces, Atem al levantarse del suelo con un salto. El corazón de la manzana rodó abandonado.
Sacudió sus ropas con una extraña gracia y se acercó a los barrotes de la celda. Eran gruesos, duros y un poco oxidados, probablemente hechos de un buen metal. Si lo intentaba con todas sus fuerzas, no podría ni moverlos. Los hititas definitivamente lo estaban poniendo a prueba.
Atem miró a un lado y luego al otro, o al menos trató de hacerlo con el ángulo de visión que tenía, y concluyó que no habían muchos presos en las otras celdas. No lo arriesgarían así.
Así que, inhaló profundamente.
—¡HEY, SÁQUENME DE AQUÍ! —gritó —. ¡OIGAN!
—Qué ruidoso.
—¿Deberíamos callarlo?
—No podemos tocarlo. Solo esperemos, no ha comido en varios días, se quedará sin energía antes de la cena.
—¡LOS ESTOY ESCUCHANDO! ¡AKNAMKANON NO PERDONARÁ ESTO!
No hubo mucha reacción a pesar de la amenaza, pero eso no impidió que continuara.
Por su lado, Yugi solo observó en silencio. La mueca aburrida que tenía expresaba claramente lo que pensaba, pero sabía que aunque le dijera que podría empeorar las cosas, el príncipe Atem no le haría caso.
Además… dirigió su mirada hacia la pequeña ventana rectangular de la celda, que dejaba entrar la luz del ocaso entre sus barrotes viejos y carcomidos por el óxido.
—Hey, Atem, ¿no? Deberías detenerte, no te harán más caso por gritar —sugirió después de un rato, cuando supuso que ya le dolía la garganta.
Pero eso no lo detuvo de responder:
—No me importa. No puedo esperar sentado y en silencio a que vuelvan a intentar humillarme —Atem dijo, con la voz un poco rasposa y ciertamente agotado —. No haré lo que quieren que haga.
Yugi suspiró.
—¿Y qué te pidieron que hagas? —quiso saber.
—Quieren que me case con una de las hijas del emperador para poder enviarme de regreso a Egipto. No puedo hacer eso.
Si Yugi hubiera tenido agua en la boca, definitivamente la hubiese escupido.
—¡¿Qué?! ¿Con las hijas del emperador? ¡¿En serio eres el Príncipe?!
—Ya lo había dicho, ¿o no? —cerró los ojos y se apoyó contra los barrotes con pereza, como si no hubiera estado inconsciente hasta hace solo unos momentos.
—Yo, uh…
Atem suspiró y alzó la mirada de nuevo.
—No te preocupes, no me molesta ser tratado como alguien normal —concedió —. Pero por eso debo volver a mi reino. No sé cómo está mi familia o amigos, no sé si lo que me han dicho es cierto. Tengo que volver definitivamente, pero no puedo aceptar las condiciones del emperador. ¿Tú no planeas salir de aquí? ¿Qué hay de la chica con la que paseabas?
Con tantas palabras que Yugi realmente no podía comprender en su totalidad, apenas tuvo tiempo de expresar su alivio con una sonrisa y un suspiro, y asentir.
—Oh, ella seguro está bien —aseguró y luego volvió a mirar por la ventana con barrotes —. Ya casi, supongo…
Eso picó la curiosidad de Atem.
—¿Hm?
Pero Yugi no se molestó en explicar. En cambio, volteó de nuevo hacia él
—Si salimos juntos de aquí, ¿me permites mostrarte algo? Después de todo, habrán muchas cosas que hacer para que puedas regresar al lejano Egipto.
Atem frunció los ojos, en un intento de volver a estudiar a este chico y sus intenciones. Podría traicionarlo al salir, pero entonces ¿por qué pasaría todo el alboroto de ayudarlo a salir para empezar? Podría querer una recompensa, pero ¿no es algo de lo que hablarían antes de proponerle escapar? Además, ¿qué quería mostrarle y por qué?
Se tomó sus muchos segundos en analizarlo, pero una cosa era segura: tenía que salir.
Así que asintió. Primero era lo primero, luego pensaría en lo demás.
Entonces, no tan lejos, el sonido de un animal se oyó. Atem no estaba seguro de cuál se trataba, quizá un depredador nocturno, pero no parecía uno que andara en grupo.
Luego, sin embargo, percibió un movimiento a su lado y regresó su atención a Yugi, quien a su vez le sonrió antes de acercarse a la ventana, colgándose de los barrotes para impulsarse.
Un momento después, Yugi emitió un sonido similar al del animal.
¿Hm?, se preguntó, con curiosidad.
El animal volvió a responder y Yugi sonrió antes de mirarlo.
—No lo olvides, príncipe Atem, si quieres volver a tu reino, debes venir primero con nosotros.
—Sí, sí —respondió con desinterés, otra vez estaba siendo condicionado, ¿es que acaso la gente de Hitita no reconocía su estatus?, pero luego reaccionó. Un momento, "¿nosotros?" repitió.
Yugi sonrió y se llevó el dedo índice a los labios para que haga silencio. Un guardia se acercaba, seguro el de turno nocturno que verificaba el estado de los prisioneros. El autodenominado viajero regresó a su posición original de un salto y cerró los ojos, fingiendo dormir. Atem siguió el ejemplo e hizo lo mismo recostándose en el lateral del cuadrilátero.
Oyó los pasos del guardia llegar hasta el frente de su celda y luego dar media vuelta y volver. Sus pasos alejándose cada vez más.
Y entonces, cuando abrió los ojos, Yugi estaba al lado de la ventana otra vez, emitiendo un sonido diferente al anterior, pero con el mismo tono.
—¿Yugi? —de pronto, escuchó una voz totalmente distinta y nueva, que también estaba en otro idioma —. ¿Estás ahí?
Yugi contestó:
—Sí, aquí estoy —dijo —. Ya se estaban tardando, Jono. Espero que no importe, pero voy a llevar a alguien más con nosotros.
Atem alzó una ceja. ¿Jono?
El otro lado pareció pensarlo por los segundos que se tardó en responder. Hasta el momento, Atem no veía al tal Jono con el que Yugi hablaba.
—Mientras no sea peligroso... Confío en tu juicio. Ahora mueve tu trasero que pronto alguien nos escuchará. Honda y los demás están distrayendo a los guardias.
—Entendido.
—Espera, Yugi, los barrotes… —Atem se acercó, confundido.
Él no había tocado esos barrotes, pero parecían ser bastante similares —si no iguales —a los de la celda.
Yugi le sonrió.
—Puede que no lo parezca, pero he estado aquí unos cuantos días. No creas que los desperdicié —volvió su mirada al invisible Jono y continuó —. Dame la soga y apúrate con el caballo.
—¡Sí!
En seguida, una soga de color crema se coló entre los hierros y Yugi la tomó para anudarla a uno de los barrotes. Luego otra y otra y otra, repitiendo el proceso con cada una hasta que todos los barrotes estuvieron atados a una soga en particular.
—Listo. Está bien atado, cuando quieras —dijo Yugi.
Y en seguida, el relincho de un caballo se oyó tan fuerte como un trueno en medio de la noche.
Escuchó a algunos guardias exteriores preguntar qué sucedía, pero no los vio llegar y, pronto, lo que pareció imposible en un primer momento, se volvió posible frente a sus ojos.
Cada barrote se partió a la mitad, los suficientes como para que ellos pasaran.
—¿Q-Qué sucedió? —quiso saber, maravillado e impactado. Juraría que eran de hierro sólido.
Yugi negó con la cabeza y señaló por la ventana.
—Lo explicaré luego, ¡ahora vamos!
Atem miró también por la ventana, dejando que la luz de las estrellas lo iluminaran por un momento. Contuvo una sonrisa que amenazó con formarse en sus labios. No sabía cuánto tiempo había pasado, pero por fin, por fin podía regresar a su reino.
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Con eso concluye el capítulo 3. Por fin fui capaz de editar y publicar. ¡No olviden dejar su estrellita y comentar, me motiva bastante!
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