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I

Bueno, pregunté y aquí está, una de las primeras historias vaseshipping que escribí. Probablemente necesite MUCHA edición, pero para empezar un par de datos de vital importancia: el 1ero, se calcula que el reinado de Atem sería del año 1000a.c más o menos, pero para esta historia lo estoy ubicando de cien a doscientos años antes y el 2do, esta historia también está un poco basada en Spirit: the Stallion of the Cimarron, por si quieren darle un vistazo.


Ahora sí, disfruten de esta reliquia.

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Las reuniones que solicitaba su padre siempre eran escasas. El Faraón Aknankanon siempre había sido un hombre ocupado, no había excepciones, ni siquiera tratándose de su hijo elegido como el próximo heredero.

Por eso, era muy raro que el mismo Faraón haya mandado a llamarlo y se hizo mucho más extraña la situación cuando, al ser abiertas las puertas del salón, descubrió que no solo estaba su padre ahí, sino también los sacerdotes más importantes del momento: los guardianes de los artículos del milenio.
Frunciendo el ceño, el joven príncipe cruzó lo que quedaba del espacio para llegar a su propio trono real.

Atem hizo una leve reverencia, por supuesto, antes de alzar una ceja hacia su padre.

—Raro de usted convocarme, ¿acaso olvidé alguna ocasión especial?
Su trono todavía era más pequeño que el del Faraón actual, pero no había distinciones entre la majestuosidad de cada uno.

Aknankanon asintió a su hijo, más como saludo que como confirmación a su pregunta, y observó a la corte. Los guardianes de los artículos del milenio se miraron entre sí, quizás buscando quién debía ser el indicado para hablar.

Y después de lo que parecieron muchas discusiones silenciosas, el afortunado elegido resultó ser Shimon, quien también era el tutor y el principal asistente del príncipe Atem.

—Ejem —se aclaró la garganta, como si nadie le estuviera prestando atención, lo cual era totalmente incierto —. Príncipe Atem, después de platicar mucho entre nosotros y de consultarlo con su Majestad, creemos que es el momento preciso para que tome como esposa a una de sus concubinas.

Atem hubiera mentido si dijera que no lo tomaron desprevenido y miró a su padre.

—¿Es eso cierto, padre? ¿Considera que es el momento perfecto para que me case?

Aknankanon asintió.

—Hijo mío, mi tiempo en esta vida no será eterno y tu coronación está próxima. Los demás imperios y reinos no nos han molestado en mucho tiempo y dudo que lo hagan ahora, ¿qué mejor momento habría, si no ahora?

—Pero una esposa no es vital para gobernar, ¿o sí? —Atem replicó y volvió la mirada a la corte, con los ojos fruncidos en sospecha —. No es cualquier ocasión, ¿a quién tienen en sus mentes como para decirme todo esto tan repentinamente? ¿Quién los ha convencido para tomar tal decisión?

—Absolutamente nadie, Príncipe —fue Isis quien tomó la palabra —. Pero como ha dicho su Majestad, incluso ni con el poder de mi collar puedo ver desastres cercanos. De hecho, me atrevo a decir que el futuro en estos momentos es completamente incierto. No hay mejor tiempo que los días previos a su coronación.

—Aunque, si me permite hablar, su Majestad —pidió Seto, quien continuó después de que el Faraón asintió —. Considero que la joven Teana es la mejor opción para el matrimonio.

Un silencio sepulcral envolvió la sala. Los ojos de Atem se abrieron de par en par. Teana era, de hecho, una de sus concubinas, pero no sentía más que amistad por ella. Incluso menos que eso.
Sabía que el matrimonio no siempre era bendecido con amor, como había sido el caso de su padre, pero hacerle eso a ella...

—Me niego —rechazó con voz firme.
Seto no cambió la inexpresividad de su rostro, solo la dirigió al Príncipe en vez de al Faraón.

—Mis disculpas, mi Príncipe, ¿pero podría saber la razón de su rechazo? —pidió.

Atem apretó los labios en una fina línea consciente de que su padre lo estaba observando —o quizás probando— y asintió.

—Teana, sin duda, es perspicaz, valiente y ha sido bendecida con belleza, pero sigue siendo nativa del reino Hitita. Tomarla como esposa supondría una humillación tanto a ella como a su país y, por ende, podría provocar una guerra tan catastrófica que ni siquiera el collar del milenio es capaz de ver —declaró.

—Sin embargo, mi Príncipe, ¿no es eso mejor? —Shada tomó la palabra —. La joven Teana, según he escuchado, es hija de uno de los consejeros más cercanos del rey de Hitita. Ellos no atacarían mientras ella esté aquí.

—O podrían desentenderse completamente y tomarlo como excusa para el ataque —opinó Mahad, quizás intentando ayudar a Atem de alguna forma.

Seto miró a Mahad con severidad. Ellos podían ser similares en muchos aspectos y creencias, pero era por esa misma razón que a veces se repelían.

Shimon se volvió a aclarar la garganta.

—Debo tomar una posición neutral respecto a la concubina Teana —mencionó y miró al Faraón —. ¿Y usted, su alteza?

Atem también miró a su padre, tratando de transmitirle sus no-sentimientos por Teana.

Pero una cosa eran sus sentimientos y otra muy diferente los deberes del reino y lo que lo favorecía.

Atem estaba consciente de ese pensamiento.

—Atem, deberás comprometerte, al menos, antes de que seas el Faraón —ordenó Aknankanon, pero no dio tiempo a que Seto disfrutara de su victoria —. Tienes hasta el día antes de tu coronación para decidir quién será tu futura reina, ¿entendido?

Sabiendo que no podía ir en contra de la decisión de su padre, a Atem no le quedó más opción que aceptar en silencio.

Hacía mucho que había asumido que ese día llegaría sí o sí, pero nunca había estado realmente preparado. ¿De verdad sería capaz de encontrar a alguien dentro de las próximas semanas? ¿Y tenía que ser necesariamente una de sus concubinas? No es que se haya fijado mucho en ese tema, aparte de Teana, ni siquiera podía decir que conocía realmente a las mujeres con las que había disfrutado en algún momento.

En un grito interno, se preguntó qué hacer.

—Cambiando de tema, ¿cómo van los magos en entrenamiento? —preguntó su padre sacándolo de su espacio mental.

—La mayoría va bien, su Majestad, aunque debo admitir que hay unos más talentosos que otros, ¿no es así, Mahad? —comentó Isis con una expresión serena.

Mahad asintió y sonriendo, tratando de mostrarse tranquilo, contestó:

—Así es, Isis ha sabido guiarlos por un buen camino. No me sorprendería que muy pronto nos superasen en algún ámbito.

Hubo una pausa. Quizás todos sabían a qué punto estaba intentando llegar el Faraón Aknankanon. Atem apretó los dientes por la frustración, él no podía interrumpir a su padre aun cuando era lo que quería hacer.

No podía ir en contra de sus órdenes.

No podía decirle lo que en verdad pensaba cuando estaban en público.

No podía no ser el príncipe en presencia del Faraón.

Ese era el poder del Faraón.

—¿Y tú, Mahad? ¿Has guiado a uno en particular? —quiso saber el Faraón.

La mirada de la mayoría de los presentes —por no decir todos —cayó en algún punto invisible sobre el suelo, la pared o la mesa.

Inclusive Seto se abstuvo de mencionar o comentar algo indebido, y eso era algo grande que decir.

—Me temo que no, su majestad —respondió con un tono monótono y una expresión impasible.

El Faraón lo observó por unos cuantos segundos antes de suspirar.

—Ya ha pasado un tiempo considerable, ¿no lo creen así, mis demás sacerdotes? —cuestionó en un tono severo y luego, probablemente consciente de lo que estaba por hacer, volvió hacia Atem —. ¿No lo crees así, Atem?

Esperó su respuesta con paciencia.

Un momento, Atem frunció el ceño, ¿realmente estaba esperando a que contestara?

Atem le devolvió la mirada, tratando de mostrarse imperturbable. De todas las cosas que podría haber hecho o dicho su padre, sin duda en ese momento había tocado un nervio muy sensible dentro de él y de Mahad. ¿Los estaba castigando por algo?

—No tengo palabras que puedan expresar correctamente lo que creo, padre —lo retó.

Una sonrisa cruzó por su mente, pero se ocultó en su mirada. Aun ausente, ella causaba mucho alboroto.

—Hermano, pienso que es un tema irrelevante el que estamos tratando —opinó Aknadin, quizás el único aparte del Faraón que no había tenido alguna reacción especial frente al cambio de tema —. ¿Qué tienen que ver los magos aprendices con el matrimonio del joven príncipe?

Segundos de silencio, otra vez.

—Eso me gustaría saber —contestó Aknankanon en un suspiro y relajó los hombros, sin importarle explicar su comentario —. Solo me parece una desgracia que mi mejor mago no tenga un aprendiz en la actualidad.

La mayoría asintió, quizá solo en automático, pues el ambiente se mantuvo tan tenso como en un inicio.

—Bien, entonces, esta sesión está terminada. Todos pueden retirarse —declaró el Faraón golpeando su palma contra el brazo de su trono, ocasionando un ruido seco y sin eco.

Los sacerdotes procedieron a irse, cada uno detrás de otro, no dignándose a cruzar miradas con el Faraón.

Atem suspiró.

—¿Ahora me puedes explicar a qué se debió realmente todo esto, padre? —pidió.

Aknankanon no lo miró.

—Solo quiero que mi hijo pueda tener a alguien en quien apoyarse cuando yo no esté —dijo, levantándose del trono como si de pronto todo le pesara —. Cuando el Faraón anterior a mí, tu abuelo y mi padre, falleció; fue tu madre quien me dio fuerzas para continuar y, cuando ella dejó esta vida, fuiste tú quien me impulsó a seguir. Atem, quiero que puedas tener un apoyo emocional como los que yo tuve y tengo.

—¿En serio? —cuestionó, sin perder un segundo —. ¿Y a qué vino el tema del aprendiz de Mahad?

—Pienso que no te has abierto realmente a ninguna otra joven, Atem. Deberías pensar en ello, tienes que hacerlo, el futuro de todo Egipto cae sobre tus hombros, pero al mismo tiempo no. Pueden decir todo lo que quieran sobre los faraones, pero al final no solo somos nosotros quienes gobernamos, sino que requerimos muchas veces de la ayuda de gente en la que confiamos —Aknankanon comenzó a caminar, dándole la espalda a su hijo —. Tú, y también Mahad, ambos deben superarlo para poder seguir adelante.

Y con ello, dejó la sala Real.

Atem apretó los puños fuertemente y presionó sus propios dientes.

¿Cómo podía pedirle un cierre a ese tema, si él mismo había impedido la solución del asunto?

Quería a su padre. Lo amaba, pero no podía hacerse el ciego frente a lo que hacía.

Lo amaba, pero no buscaba ser como él.

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La noche cayó sobre Egipto y con ello la luna llena se levantó, iluminando débilmente todo el reino que Atem lograba ver desde la comodidad de su balcón.

El viento cálido agitaba su cabello y levantaba ligeramente su capa. Algunos insectos nocturnos interrumpían la paz de la noche con sus zumbidos y de vez en cuando se podían oir pasos y voces fuera de sus aposentos.

Atem suspiró.

Estratégicamente, Teana era una muy buena opción como esposa y reina, pero no era la única. Su padre había previsto su rechazo a la propuesta y por eso le había dejado escoger.

Le había dado opciones y ambos sabían que debía escoger la mejor para el reino.
Qué desafortunado, se dijo a sí mismo.
Atem no había conocido a nadie que se robara su corazón tal y como lo había hecho su madre con su padre, mucho menos alguien dentro de la realeza.

Aunque no sabía si era tan raro.

Apreció la noche por un tiempo más. Tenía sueño, pero no era capaz de dormir todavía, así que pensó que quizás dar un paseo nocturno dentro de los terrenos del palacio no sería mala idea.
Salió de sus aposentos e impidió que los guardias lo acompañaran. No quería su innecesaria presencia por el momento.

Caminó tranquilamente por los pasillos hasta llegar a los jardines e, incapaz de quedarse ahí, continuó hacia los establos. Normalmente todo estaría silencioso a esas horas, pero un relincho enérgico llamó su atención.

Su bello caballo blanco lo saludó como si fuera la primera vez que lo veía en días y Atem sonrió, agraciado, mientras le colocaba una mano sobre la frente.

—Al menos tú no me presionas a nada —le dijo, a lo que el caballo resopló como respuesta, juntando su hocico con su palma. Atem rió —. Bueno, quizás a darte comida.

Atem tomó uno de los cepillos que descansaba sobre el borde de la pared y comenzó a peinar la crin de su caballo. Se suponía que aquello era parte del trabajo de los sirvientes, pero a él no le molestaba hacerlo de vez en cuando.

Después de todo era su caballo.

Pero el momento de paz terminó abruptamente cuando ambos oyeron algo.

¡KLAG!

Su cuerpo se paralizó por unos segundos y su caballo relinchó con ansiedad.
Lo calmó con unas cuantas palabras y caricias, y entonces miró hacia fuera del establo. ¿Sería algún guardia?

Atem agitó la cabeza y dejó el cepillo a un lado, antes de volver a dirigirse hacia la entrada. Ni siquiera podía estar solo cuando quería estarlo.

Sin embargo, no encontró ni aún alma cuando salió.

Atem frunció el ceño y avanzó otro poco, primero hacia la derecha con dirección al palacio y luego hacia el lado contrario, hasta llegar a la esquina del establo.

Nada.

¿Habría sido su imaginación?

Empezó a dar media vuelta de nuevo, pero...

¡PLAP!

Esta vez no dudó del sonido, sobre todo porque fue su cabeza la que lo provocó al mismo tiempo que un agudo dolor se esparcía por el resto de su cuerpo.

Atem se tambaleó e intentó sostenerse del lateral del establo, pero su mirada lo engañó y cayó de frente al suelo antes de poder hacer algo más.

Su visión estaba borrosa y sus ojos somnolientos, pero sus oídos siguieron funcionando por un rato más.

Hacer esto fue más fácil de lo que pensé —dijo alguien. Por un momento pensó que el golpe le había afectado la capacidad de entender palabras, pero pronto se dió cuenta que no era así.

No era que él estuviera escuchando mal, era que ellos tenían un acento distinto al de la capital.

Desaparecer a su hijo será una angustia totalmente desesperante. Suficiente para vengarnos del Faraón. Ahora sabrá lo que muchas personas sintieron cuando destruyó Kul Elna —contestó otro, ira aumentando con cada una de sus palabras.

¿Kul Elna?, se preguntó Atem. Conocía ese nombre, lo había escuchado en algún momento.

Sin embargo no pudo pensarlo mucho, el golpe había sido demasiado certero para su bien.

Me pregunto cuánto nos pagará el reino Hitita por el Príncipe enemigo...

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