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CAPITULO UNICO


Dentro de las temperaturas más bajas se encontraban hojas de diversos tonos cobre, ocre, cual colores del atardecer. Los recuerdos del pasado representaban la melancolía de lo que nunca podrían mostrar ser. Existía el reino de Atem; aquellos que Vivian dentro, sabían reconocer el verdadero significado del otoño.

Un reino de sabios, de seres pacientes y felices de vivir en un ambiente tan sosiégado como Atem. Pero un reino tan lleno de templanza y serenidad, carecía de vida, juventud. Su natalidad era muy baja; ganándose un pueblo de gente añeja o de edad madura, por cada diez adultos había un niño y por veinte ancianos nacía un bebé.

Los astros le concedieron a los reyes de Atem que su heredero naciera el mismo día que los primogénitos de Peret; imperio invernal, Shemu; palacio marino y de tierras calientes, y Cleiros; pasaje de los cerezos. Juntos compartirían la dicha de celebrar el nacimiento de su hijo bendecido por las estrellas.

Hasta ahora solo se conocía una profecía dictada por los majestuosos astros. Y Atem tendría entre sus manos a un ser a quien muchos amaran, pero que tendrá a un enemigo mortal, ese que con su muerte podría tener tranquilidad. Las estrellas habían profetizado que una vez que el heredero del otoño descubriera su destino, se anunciaría la próxima predicción. Por ahora solo contaban con una.

Haciendo su último baile guiado por el viento invernal, la última hoja besará el fresco suelo. Sellará así la llegada de la salvación reencarnada en persona, cuya presencia inspirará la calma. Su mirada despertará la melancolía, anhelando la verde primavera que nunca verán en su vida.

El hijo dotado con la bendición de los cielos, será puesto a prueba. Poseerá su inteligencia sobre la fuerza. Ha de tener cuidado porque de entre las sombra surgirá su más feroz enemigo; que con su doble careta la intentará influenciar, y voltear su destino para hacerle caer en el paisaje más sombrío, el pasado irrecuperable y la muerte.

Del reverso al nacimiento de su ser; iluminará y en sus instintos nunca jamás dudar. Su cabeza por sobre todas las cosas nunca ha de bajar, ni si quiera cuando la oscuridad en su alma quiera devorar. Esté guerrero estelar si flaquea morirá.

—Noa—susurró su madre el día que dio a luz, rogó y exigió cargar al fruto de su amor—. Mi bebé. 

 Wilhelmina, no escuchaba nada a su alrededor, el único sonido que repiqueteaba en sus tímpanos era la potente y aguerrida voz de su pequeño retoño. Una vez que la pequeña criatura estuvo entre los brazos, la calma y el silencio dominaron el lugar. Solo bastó ver a su madre para acallar su llanto, deleitándose con su presencia.


                                                                                           ****

A lo largo de los años se fue formando el carácter de Noa, destacando sobre todos su valía, perseverancia, serenidad, control sobre su vida y la de cada miembro de Atem. Tenía una gran responsabilidad sobre sus jóvenes y afables hombros. Su corto cabello cobrizo cubría de manera parcial la mitad del rostro, poseía una mirada de un verde salvaje y gruesos labios.

Quizás Noa, no era la persona más corpulenta, fuerte o alta de Atem, pero eso nunca pondría en duda su liderazgo. Aunque Alastor guardaba sus opiniones de entregar en un futuro el reino a alguien tan enclenque, no podía negar que era la persona adecuada para entregar la ofrenda a la hija menor del rey de Cleiros, quien se casaba en menos de un mes. Lo chistoso es que no sabía con quien. Alguna extraña tradición del reino vecino. 

Noa había partido hacia su némesis, el único lugar en todo Edgo que lograba perturbar y hacerle sentir que era alguien malo, dañino para la armoniosa y colorida vida dentro de Cleiros. Todavía recordaba la primera vez que había ido a ese lugar y el desastre que causó sin siquiera darse cuenta, pero sobre todo; nunca olvidaría las burlas hacia su gente y sus creencias.

—No lo pienses tanto. —Le aconsejó el joven a su lado—. Solo debemos entregar la calabaza y desearle felicidades a la futura novia.

—Es un viaje sin sentido.

—Boberías...

—Exactamente. ¡Boberías! Hace tres días partimos de casa y uno que cruzamos la frontera entre Atem y Peret —protestó Noa. No le causaba gracia hacer un viaje tan largo para entregar una estupida calabaza con menjunje de fuego.

—Si pusieras de tu parte... Llegaríamos más rápido. —Le riñó—. Estamos a seis horas de camino para llegar a Cleiros. Ya después podemos tomar otro descanso.

—Bien —gruñó—, pero te advierto, Rick. Dentro de cinco minutos tú llevarás la calabaza, ya no soporto el olor a menjunje. Es repugnante. 

—Todo por complacer a su majestad —bromeó Rick, quien se encontraba distraído con el paisaje a su alrededor. Su cabello corto rojizo, con unos pocos rulos rebeldes surcaba su frente y nuca. Era un joven muy robusto, a lo lejos se le podía confundir fácilmente con un ogro. Aparentaba tener treinta pero hacia unos pocos días que había cumplido su mayoría de edad, a diferencia de Noa, quera dos años mayor que él. 

El blanco impoluto cubría el suelo como la más majestuosa alfombra natural, los arboles que bordeaban habían sido despojados de su vestido otoñal para mostrarse algo lúgubres y decrépitos. A cada paso que daban le otorgaba una mejor vista de un bosque repleto de pinos altos, frondosos y cargados de copos de nieves como un adorno invernal.

—Noa, prométeme que cuando llegues a Cleiros, no te sentirás mal por quién eres y de dónde eres —exclamó Rick, muy serio—, prométemelo.

—Lo prometo. Soy más fuerte que el odio, ¿recuerdas?

—Noa.

— ¿Qué? —Rick no le contestó, solo la abrazó o eso creía. Su amigo solo había sido un escudo humano, para que las flechas de las personas que al parecer los seguían, no alcanzaran su cuerpo— ¿Rick?

—Corre —dijo en un susurro ahogado—. Emboscada. —Empujó sus hombros para que corriera—. ¡Vete! ¡Por un demonio, vete!

Noa se volteó por inercia hacia su amigo y lo que sus ojos le mostraban causó que el alma se le cayera a los pies, ni siquiera fue capaz de pronunciar alguna palabra por la impresión. Tres flechas de hielo incrustadas en la espalda. La magia de estas, actuaban veloz en el cuerpo de su mejor amigo, el cual se fue congelando a una velocidad alarmante.

Cleiros —graznó—. Ve a Cle-erios. —Fueron las últimas palabras de Rick, antes de que una cuarta flecha se hundiera cerca de la nuca, causando que su cuerpo se volviera pequeñas partículas de nieve en el aire. Más flechas fueron lanzadas, pero Noa ya se encontraba corriendo hacia el bosque, de lo contrario correría la misma suerte que su compañero.

Noa se desplazaba por la nieve a gran velocidad. Sus persecutores estaban sorprendidos por cómo sus pies se manejaban perfectamente sobre la nieve, no se hundían como a muchos, a ellos mismos les costaba seguirle el paso. Molestos y apurados por continuar su cometido lanzaron una ráfaga de nuevas flechas.

— ¡Demonios! —repetía una y otra vez que lograba esquivar las flechas por los pelos, en otras circunstancias habría llorado por Rick, pero en ese momento no se podía permitir ni siquiera eso. Algunas lagrimas se escapaban, pero debía correr por su vida. Ya después lloraría, pero no allí con ellos, tan cerca de arrebatarle lograr su cometido. El sacrificio de su amigo no podría ser en vano.

Cinco de las nueve flechas que fueron lanzadas, las esquivó sin problema alguno, pero las últimas cuatros rozaron y cortaron parte de su piel, congelando algunas zonas de su rosada piel. Aun así no se detuvo hasta entrar en bosque. Noa sentía sus fuerzas fallecer, creía que si soltaba la calabaza podría tener mejor flexibilidad de movimiento, pero su instinto le decía que debía aguardar.

Su corazón martillaba a toda prisa, temía que una flecha alcanzara y perforara algún órgano. Serpenteando y deslazándose sobre y entre los árboles, logró salir del bosque. Por poco y pierde el equilibrio cuando llegó a una pendiente, era saltar y morir o no hacer nada y acabar igual; sin vida.

No tuvo mucho tiempo para pensarlo, una flecha impactó en su hombro causando que cayera al precipicio. Tres figuras salieron del bosque, tres hombres con vestimenta gris. Una sonrisa morbosa surcaba sus perversos y macabros rostros.

El blanco perpetuo de la nieve, se veía perturbado por un rojo carmesí que provenía del cuerpo de su pequeña e inocente víctima. Era una lástima no conseguir tomarla con vida. Una presa así valía la pena disfrutar antes de siquiera liquidarla, pero las órdenes eran claras. La princesa Noa debía morir.

—Está acabada —celebró uno de los mercenarios.

—Veinte años esperando este momento y al fin ha llegado.

—Vamos, demos avisarle a Cobra que el lacayo y la chiquilla están muertos —anunció el más grande de los tres.

Desde el primer momento en que nació fue un obstáculo. Atem no podía ser pasado a manos de una mujer. Un hombre debería ser el rey y señor del otoño y ese debía ser su líder: Cobra, quien se merecía la corona por sus años de servicios. Claro, todo se vino abajo cuando las estrellas metieron sus manos en donde no debía.

Los viejos no debían concebir nunca, pero lo hicieron, dañando así sus planes de doblegar a los demás reinos. Aunque con la mocosa fuera, sus planes irían viento en popa, regresarían a Atem y anunciarían que había sufrido una emboscada cuando lograron alcanzar a la princesa.

Nadie sospecharía de ellos, habían atacado con armas de Peret, robadas un par de años atrás para sus movimientos turbios. Satisfechos con su cometido se alejaron del pequeño peñasco. Sin ni siquiera tomarse la molestia de ver si de verdad estaba muerta.

«¿Se habrían ido? ¿Me dan por muerta? Mejor así» pensó Noa, antes de dejarse llevar por la inconciencia. 

                                                                                         ****

Las rotas alas de la noche sucumbieron ante la partida del sol, el frío se colaba de forma infernal en el frágil y magullado cuerpo de la pelirroja. Pronto nevaría y si no lograba ponerse en pie quedaría tapizada por una posible cellisca o en el peor de los casos; una avalancha.

Llevaba las últimas dos horas tratando de alzarse sobre sus pies, pero el dolor en su hombro frustraba los planes de no chillar cada vez que lo intentaba, sentía que su piel se desprendía en ese punto. Ya no lloraba, porque si lo hacía sus ojos se irritaban por el frío del invierno. Solo cerró sus ojos esperando encontrar paz lejos de ese lugar.

—Oh por Dios —susurró alguien cerca—. ¡Jean Pier, ven rápido y ayúdame! —Un joven de cabellos blancos se acercó a ella corriendo para quitar de encima una gran cantidad de nieve que cubría su cuerpo—. Debemos llevarlo al iglú o entrará en hipotermia.

—Aguarda —lo censuró el tal Jean Pier—, tiene algo clavado en su hombro. —Tocó de manera superficial la punta de la pequeña estaca de hielo y como acto reflejo retiró su mano— ¿Pero qué demonios? —Asustado se quitó el guante y vio cómo este se iba congelando como por arte de magia— ¿Brock?

—Es una flecha de hielo —respondió el peliblanco—. Parecen estacas, pero son flechas. Se dejaron de usar hace un par de años.

—Pues alguien lo ha usado en él.

—Solo yo se la puede extraer, de lo contrario tu mano entera se convertiría en hielo.  —Jean Pier iba a hablar, pero Brock lo interrumpió—. Sí, debe detener media espalda congelada, sus órganos están trabajando el doble. —Se agachó—. Vamos, debemos curar esa herida cuanto antes—. Retiró la capucha descubriendo el rostro de Noa—. Santa mierda.

—Es una chica —graznó un anonadado Jean—. Cúbrela con mi abrigo. —El joven se quitó su estrambótico y peludo abrigo para calentarla.

—¿Estás loco? Te enfermarás si no estás bien abrigado. No estas acostumbrado a estas temperaturas. 

—No estamos lejos. Puedo aguantar y estamos perdiendo valioso tiempo en discusiones, cuando lo más seguro es que ella se esté muriendo. —no esperó la siguiente réplica de su amigo, cubrió a la chica con su abrigo y empezó a correr en sentido contrario mientras gritaba—, prenderé la chimenea.

Brock vio cómo su amigo corría como alma que lleva al diablo. A paso rápido le siguió. Ese bastardo siempre anteponía el bienestar de una mujer antes que él. Ver lo veloz que se desplazaba le hizo reír y preguntarse dos cosas; ¿corrió así para que la joven entrara en calor? O, ¿para calentar su propio cuerpo? 

Le tomó unos cinco minutos llegar a un gigantesco iglú, el cual cubría novecientos metros a la redoma, perteneciente a la embajada de Cleiros, dentro de los terrenos de Peret. Tendrían el lugar para ellos, ya que todos habían partido a sus casas un par de horas atrás. Cuando logró entrar con la chica en su brazos, lo primero que hizo fue acostarla boca abajo, al frente de la gran chimenea que se encontraba en la sala principal del lugar.

—Das asco —bromeó al ver a su amigo temblando del frío, acurrucado peligrosamente cercad de la chimenea—. Sabrá Dios cuánto tiempo lleva esta chica allá afuera y tú en menos de cinco minutos ya tiemblas como cola de cascabel.

—Imbé-cil —tartamudeó sin una pizca de gracia—. ¿Cómo le qui-quitarás esa co-co-sa?

—Así. —Brock se acercó a un gabinete y sacó un botiquín para casos de emergencia. Vertió todo el contenido en una mesita que se encontraba cerca de ellos y las arrimó para dejarla más cerca de la joven mujer—. Primero debemos quitarle esa ropa toda mojada.

—Espera, ¿qué?

—Cállate y busca una cobija para cubrirla mientras voy cortando su ropa. —De la mesa tomó una tijera con la que empezó a cortar con cuidado varias cantidades de tela para no hacer que el cristal de hielo congelara más de lo debido—. Malditos infelices, ¿cómo le pueden hacer esto a una mujer?

—¿Quizás pensaron que era hombre? —respondió Jean desde una mejor posición cerca de la joven, detallando lo alta y la gran cantidad de rompa que la hacían ver más masculina, y su cabello rojizo era incluso más corto que el de ellos dos—. Buscaré más cobertores y veré si consigo algo de ropa del almacén.

                                                                               ****

Cuando Jean Pier regresó con lo propuesto, ya Brock le había quitado el calzado y descubierto la espalda de Noa, quien se encontraba desnuda de la cintura para arriba. Colocó el cobertor para cubrir la parte inferior y se dispuso a quitarle los pantalones. De esta forma no vería nada que hiciera sentir incómoda a la joven cuando despertara.

—Viejo, necesito que la agarres, no quiero que se mueva y se lastime más cuando saque la flecha.

—Bien —concedió dubitativo Jean Pier.

Brock posicionó, su palma izquierda sobre la piel congelada y la derecha en la flecha. Con una mano retenía el efecto de congelar mientras que con la otra usaba sus poderes sobre el hielo para sacar el proyectil. Una vez que pudo sacarlo, poco a poco descongeló la piel, dejando solo una tez rojiza y una pequeña abertura que saturar.

Una vez que hicieron el curetaje de la herida, cubrieron su cuerpo con todas las mantas que Jean había traído. Dejaron ropa abrigada cerca de ella para cuando despertara. Brock se sentía un poco desilusionado porque hubiera preferido calentarla cuerpo a cuerpo. Era la opción más rápida y recomendable, pero el señor caballerosidad se negaba a traumatizar más a la pobre chica. Suficiente tendría con despertar desnuda en un lugar desconocido.

—Salgamos de aquí —propusó Brock—. Esperemos afuera.

—Esperen —solicitó Noa. Ambos hombres giraron sorprendidos hacia la mujer que acababa de hablarles—. Gracias —soltó con un hilo de voz, sin abrir sus ojos.

—No te muevas. —Le ordenó Jean Pier—. No sientes ahora dolor por un brebaje que te pusimos, pero solo debes dormir una hora o dos antes de que haga efecto y la herida se cierre. Ya después te puedes vestir.

—Debo... —Respirar se le hacía difícil, hablar era una tortura en ese momento para la ella—...ir a Cleiros.

—No te preocupes. Jean,  te llevará en su espalda si quieres, pero duerme un poco. Yo iré a inspeccionar la zona mientras el rubio aquí se queda contigo. —Le sonrió al susodicho y se encaminó a la puerta de hielo—. Aquí estarás a salvo. Nosotros nos encargaremos ahora, pero duerme.

Y así lo hizo. Durmió a pesar que se encontraba en alguna lugar  muy lejos de sus terrenos, con dos hombres y ella desnuda bajo los cobertores. Cualquiera pudo entrar en crisis, pero Noa, no. Sus instintos decía que debía confiar en ellos. Además estuvo despierta todo el tiempo desde que la rescataron, pero por más que intentó no pudo hablar o abrir sus ojos, y todavía se le hacía una odisea separar sus párpados.

Dos horas después despertó con más energía. Se dispuso a vestirse bajo los cobertores con la ropa que le habían facilitado; eran de tonos azules y blancos, nada que ver con los tonos tierras que son tan distintivos de Atem. Los pantalones le quedaban un poco cortos, pero del resto todo perfecto. Si hasta le dejaron a su disposición guantes y una bufanda. No se podía quejar. Se lavó la cara y los brazos para quitarse los restos de menjunje de fuego, era muy fácil confundirlo con la sangre.

—¿Hola? —medio gritó, para comprobar si los hombres seguían dentro de la hermosa casa de hielo. Noa leyó libros sobre los iglúes de Peret, pero nunca en su vida había visto algo así. Las paredes eran escharchadas, los muebles elegantes, con un acabado perfecto, delicado y sutil. Todo era de un blanco impoluto. Majestuoso—. Hola, ¿hay alguien? —Siguió caminando hasta situarse frente una enorme puerta, trató de abrirla pero ésta no cedía—. Rayos.

—La puerta no abre así. —Jean Pier rió cuando la vio saltar en su sitio—. Tiene un código a prueba de intrusos.

—Qué bueno. —Quiso reír, mas todavía su corazón se recuperaba del pequeño susto. Se volteó para mirarlo a la cara—. No quiero sonar como una malagradecida pero necesito llegar a Cleiros —demandó, impaciente—. Si no llego puede haber grandes conflictos entre los dos reinos.

—Debemos esperar que llegue Brock. No podemos salir de aquí hasta tener noticias suyas.

—¿Podemos?

—Claro —afirmó—. Yo te escoltaré hasta Cleiros. El mismo Brock te lo ha dicho antes.

—No necesito un escolta yo puedo...

— ¿Sola? —continuó por ella—. Lo dudo, si sola casi mueres.

—No estaba sola. —No desvió la mirada, no soportaba que la vieran como él la veía; débil—. Nos embostaron y mataron a mi amigo —rugió llena de rabia—. Además ,—lo miró de arriba abajo—  esos hombres te harían puré con sus manos —dijo con sorna. Si tenía el descaro de subestimarla, ella también lo haría.

Era solo verlo y darse cuenta lo delicado que era ese sujeto, cabello rubio ondulado hasta los hombros, piel blanca como la porcelana, sus ojos color topacio centellantes como las llamas del crepúsculo. Solo era medio palmo más alto que ella y eso que ella, poseía una estatura normal para las mujeres de Atem, por lo visto ese rubio sin lugar a dudas era un ciudadano de Cleiros.

«¡Un momento! Si él era de Cleiros ¿qué hacía en Peret?» Fueron unos de los tantos pensamientos de Noa. Fue realmente extraño.

—Yo no estaría tan seguro —interrumpió Brock la posible réplica de Jean, había entrado sin que ninguno de ellos dos se dieran cuanta, a la vez causándole un segundo posible ataque cardiaco a Noa.

¿Es que la querían matar del susto?

—Ahí donde lo ves —lo señaló—, puede hacer tragar sus palabras a hombres más grandes que yo, pero no a mí.

— ¿Por qué?

—Soy un príncipe, preciosa. Me pone una mano encima y adiós paz entre Peret y Cleiros.

A Noa se le inundó la cabeza de imágenes de las últimas horas, de sujetos enmascarados disparándoles proyectiles de hielos. Atacada con armas de Peret, ella también era una princesa y ese ataque traicionero era suficiente razón para iniciar una guerra entre los dos reinos hermanos.

—Pues yo soy una princesa y tu gente me ha atacado. —Noa miró fijamente los ojos ambarinos del peliblanco. Este hombre era mucho más robusto y ridículamente más grande que ella, pero eso no la intimidó—. Eso no solo dañaría el tratado de paz, sino que la hermandad de nuestros reinos quedará en el olvido.

— ¿Princesa? —dijeron Broc y Alan al unísono.

Noa los observó con el ceño fruncido sin mediar palabra.

—Tengo entendido que en Atem hay un solo heredero y lo es el príncipe Noa —intervino el rubio.

—Princesa Noa —aclaró enfurruñada. 

—Soy el príncipe Brock de Peret, princesa. —Hizo una reverencia todavía algo aturdido con la nueva imagen que tenía sobre el heredero de Atem, antes de proseguir con la noticia que iba a compartir con ellos minutos antes—. Dudo que mis hombres la atacaran y dejaran esto en la nieve. —Mostró un frasco de escharcha azulada—. Lo encontré a unos kilómetros de donde estabas. —Caminó hacia unos de los rústicos escritorios de madera y lo depositó en uno de ellos—. Tardé en llegar porque debía reunir todos y cada uno de estos —señaló la escarcha—. Si hubieran sido unos de los míos, ellos harían lo que acabo de hacer para no dejar rastro del ataque.

—Eso es... Es... —Noa se cubrió la boca.

—Una persona —completó Jean Pier, un tanto pálido.

—Fueron atacados con armas de caza, no de guerra —aclaró Brock.

Noa se dejó caer en unos de los planos, y nada cómodos muebles, que se encontraban en la estancia. Hasta el suelo era mucho más placentero que esa cosas que sentía que le congelaba el trasero. Pateando las ganas de llorar miró al tal Brock y se aventuró a decir:

— ¿Y eso significa?

—Que tu amigo no está muerto. El arma no mata, solo hace que la víctima se haga polvo para que sea más fácil de transportar. —Sonrió para tranquilizarla—. Pero la única persona que puede hacerlo volver en su forma normal está a dos días de camino. Volando. —Tomó asiento frente a ella—. Puedo ir hasta ahí y luego alcanzarlos a ustedes.

—Pero...

—Nada de peros —la censuró—. Si no llegas a Cleiros habrá problemas, tú misma lo has dicho. De todas formas antes de partir me encargaré de que algunos de mis especialistas en nieve recreen el ataque y ver el camino que tomaron los atacantes, aun si las huellas se hayan desaparecido por la ventisca. —Mirándola serio prometió—, yo personalmente te entregaré la cápsula con la información que necesitas y traeré a tu amigo contigo. Solo espero que me des tiempo.

—Brock, y si de verdad lo hicieron unos de tus hombres —interrumpió un preocupado Jean.

—Tomarán la responsabilidad —recalcó Noa.

—Exactamente, princesa. Aceptaremos las represarías. —Se alzó y caminó hasta una repisa—.Viajarán en mi lechuza. —Tomó un frasco de color cian—. Debes echarte esto en tu cabello.

                                                                                      ****

Noa aplicó la escarcha tal cual como le había sugerido el príncipe. Según él era para que las hebras se tornaran blanco. El efecto duraría unas pocas horas ya que ella no era nacida de Peret. Debía hacerlo para no llamar la atención, por más que usara ropa alusiva a esa parte de Edgo, las cabelleras rojizas, era una referencia iconica de Atem y si los atacantes estaban entre los suyos, era mejor hacerla pasar por una más. Total, si se daban cuenta de que no había muerto, buscarían a una mujer de cabello rojo y no blanquecino.

Brock consiguió un poco de pan y vino para que Noa comiera y ganara un poco de energía. Al llegar a la puerta Jean pier con su mano izquierda siguió unos patrones para abrirla.

Caminaron hacia la parte trasera del iglú donde llamarían a la lechuza del príncipe. Éste realizó una serie de silbidos. Desde los cielos un majestuoso animal desplegó las alas sobre el susurro del viento helado, demostrando que solo él dominaba el aire y no al contrario. Sus plumas bajo la luz de la luna le daban un aspecto celestial. El ave era de tres metros de altura aproximadamente.

— ¿Hacia qué rumbo debo dirigir la lechuza? —preguntó Noa.

—Debes dirigirla hacia el norte—señaló encantado. Le parecía divertido que la mujer no quisiera para nada la ayuda de Jean Pier. Le gustaba que aun en desventaja se mostrara segura y apta para la tarea—. Espero que este mal entendido se pueda solucionar.

—Yo también lo espero —sonrió amable—. No me gustaría que fuéramos enemigos. —Se acercó al ave y le realizó suaves caricias para que el animal se sintiera seguro con ella—. Es realmente hermoso.

—Es una hembra, su majestad —señaló un incómodo Jean. No entendía por qué la mujer lo ignoraba tanto—. No me he presentado, soy Jean pier Alliet. Embajador de Cleirios.

—Ya había pensado que sufrías de alguna enfermedad de la cabeza o algo por el estilo. —Lo miró con cejas alzadas—. Sin ofender, pero eres un poco lento.

—No me ofende —mintió—. Permítame ayudarla. —Ofreció su mano para facilitarle la subida.

Noa ignoró el ofrecimiento subiéndose sobre la espalda del majestuoso animal. Volar una lechuza no sería complicado, por lo menos ya tenía experiencia en volar sobre Dali, su cuervo corax. Estaba familiarizada con las aves y esperaba que ésta preciosura no le diera mucho trabajo en el viaje.

Refunfuñando, Jean se sentó detrás de Noa. No entendía cómo alguien se atrevía a tratarlo de esa manera, aun si fuera una princesa. No cabía duda alguna; era otra niña mimada de mami y papi. Decidió pasar por alto tan patético comportamiento y esperó deseoso de verla caer por los aires. Rea, la lechuza no se dejaba dominar por desconocidos.

Para la desgracia del rubio, el ave no hizo nada de lo que esperaba. Calmada y con una paciencia infinita, Noa guió al ave hacia su destino, surcando los cielos y dejando atrás el suelo de hielo escarchado y los pinos arboleados. El señor Alliet se veía muy sorprendido, pero también decepcionado. Hubiera pagado por verla caer.

—Lástima.

— ¿Decías? —preguntó la princesa.

—Que es una lástima que lleguemos casi al amanecer. —Mintió el muy descarado—. Las luces en Cleiros son un espectáculo.

—No sabía que ustedes tuvieran ese tipo de cosas —respondió mientras alzaba más el vuelo, no creía que volar bajo fuera prudente.

Durante el viaje revoloteando sobre las nubes, Jean Pier se percató que la princesa Noa, era muy curiosa y tomando hincapié en la curiosidad de la pelirroja inició una agradable conversación sobre tradiciones de Cleiros, que no se encontraban en las enciclopedias. Aprovechando del buen humor en ella, para comentarle sobre su trabajo como embajador.

Ella no entendía por qué en su reino no había ningún embajador como le comentaba Jean Pier, según él; Atem era el único reino que no contaba con embajadas de tierras vecinas. Hablaría con su padre, se suponía que el canciller Hank se encargaba por ella de esas burocracias. Quizás era hora de encargarse personalmente.

Tres horas después, cansada y con un poco más de confianza con Jean Pier. Noa se permitió dormir el resto del viaje, le causaba gracia lo exagerado que podía llegar a ser. La había amarrado a su espalda, para que ella pudiera dormir detrás de él, mientras el guiaba a Rea. A pesar de que no gozaba ser vista como alguien débil, era inevitable negar que su sobreprotección la hacía sentir diferente de cómo la trataban en casa y eso le gustaba, muy en el fondo lo disfrutaba.

—Princesa —la llamó. Noa hizo una mueca antes de verlo con mala cara— Hemos llegado y necesito que me suelte para ayudarla a bajar.

—Oh. — A la princesa el rostro se le tiñó de rojo, no sabía en qué momento se había aferrado tanto al cuerpo de Jean Pier—. Lo siento. —Abochornada se bajó del ave y con la confianza renovada le ordenó—No me digas princesa, por favor dime Noa. Todos me dicen Noa y me siento rara cuando me dicen de otra forma.

—De acuerdo. —Sonrió, para luego despedir a Rea, la cual había desplegados sus alas para alzar el vuelo a casa—. Ahora debe agregar más del polvo, su cabello se está tornando rosa. Puede hacerlo mientras caminamos hacia los túneles.

—¿Túneles? —Casi gritó Noa. Sus ojos verdes brillan por descubrir lo desconocido—. Nunca me dijeron que debía entrar en túneles.

—Noa. —Saboreó el nombre antes de seguir—. Los túneles son solo para la familia real, por lo cual no saldrá en ningún libro —cuando vio que iba a replicar, la interrumpió—. Soy el sobrino del rey y aparte de embajador,  duque —con una mano ayudo a cerrar la boca de Noa, por poco y su quijada llegaba al suelo—Ahora calla y sígueme.

La princesa se empezaba arrepentir de darle tanta confianza. Se guardó el comentario sobre a quién podría callarle la boca. Siguió al rubio, dejando atrás el impoluto blanco del invierno, adentrándose en un prado lleno de vida y color. Una gran alfombra de pasto verde cubría el suelo bajo sus pies.

—Usted primero. —Noa, no se había percatado hacia donde la llevaba Jean Pier, hasta que vio un enorme sauce—. Debemos saltar dentro del árbol.

—Oye Rubius Maximus ¿Qué hierva te has metido?—exclamó Noa, dándole la espalda al árbol— Hasta donde sé, no soy ningún fantasma para estar traspasando arboles.

—Tienes razón, solo jugaba—viendo que Noa bajó la guardia la empujó hacia el árbol, para luego lanzarse él al vacio.

Noa todavía no salía del asombro, mientras caía despaldas al vacio visualizo la figura de Jean, bajo los rayos del sol que poco a poco se iban alejando para darle la bienvenida a una absoluta oscuridad. No gastó saliva en gritar o insultar, esperaría tenerlo cerca para darle su merecido.

De un momento a otro dejó de sentir que caía, la oscuridad fue interrumpida por un centenar de luces verdes, iluminando el túnel. Dando la sensación de estar bailando con las estrellas. El arrullo de las aves llenó de paz a Noa, sonriendo se dejó llevar por el momento abrió los brazos como si estuviera volando.

                                                                      

—¡Noa, toma mi mano y aguanta la respiración! —Justo cuando la princesa cumplió con la solicitud de Jean Pier, sintió como su cuerpo impactó con el agua.

El rubio instándola a nadar hacia la superficie, no le soltó la mano hasta que sus cabezas estuvieron fuera del agua.

—¡Wow! —Gritó Noa llena de júbilo—. Eso hay que repetirlo —dijo divertida mientras se percataba que su cabello había regresado a su color rojizo, pero esta vez llegaban más allá de sus hombros. — ¿De dónde salió tanto? ¿Y cómo creció tan rápido?

—El agua tiene un encantamiento. —Braceó despaldas mientras contaba la historia corta de tan tedioso relato—. La usamos para hacer crecer la plantas o para sanar heridas. Tu cabello ha crecido por ella y si no sales, lo tendrás por las rodillas.

Llegaron a la orilla entre risas y chapoteos, sin darse cuenta que ya esperaban por ellos. Cuando Noa se percató que tenían espectadores, su cuerpo se llenó de tensión.

¿Qué hacia Hank en Cleiros?


                                                                               ****

Fue una de las tantas preguntas que se formaron en su mente. La mano derecha de su padre se encontraba acompañado, por cuatro hombres que la dejaba a ella y a Jean Pier como simples hormigas. Detrás de ellos se hallaban una joven con melena rubia y reflejos lilas junto a dos hombres igual de rubios con los mismos rasgos delicados y piel de porcelana.

—Apresen a ese hombre. —Rugió Hank—. Se le culpa de traición, secuestro e intento de asesinato a un miembro real.

—¿De qué hablas Hank? —Cuestionó la princesa, posicionándose al frente de Jean Pier, de forma que nadie pudiera acercarse a él, no sin antes pasar sobre ella—. Este hombre se ha tomado la molestia de traerme...

—Eso le hizo creer. —La interrumpió hablando con marcado desprecio —. Él y el príncipe Brock planearon matarla. Al no dar resultado la primera vez, decidieron que era mejor pedir recompensa, a fin de cuenta su única intención era sublevar al reino de Atem, rompiendo el pacto de hermandad. —A medida que hablaba se acercaba a Noa, una vez frente a ella posó su mano sobre el pequeño hombro de la joven—, así no tendrían que compartir sus minerales con nosotros. El mismo príncipe lo ha confesado.

—¡Eso es falso! —Gritó un escandalizado Jean Pier—. Noa, Celine tienen que creerme cuando les digo que lo que dice ese hombre no es cierto. —Rogó desesperado— ¿Qué ganaría yo? ¿Qué tengo que ver yo en todo ese plan tan absurdo que dice este lunático? Brock dio su palabra,  y él no sería capaz de hacer algo así —la princesa Noa, desvió la mirada. La angustia y ansiedad que el rubio  transmitía la hacían sentir como suya propia— ¿Noa? ¿Celine?

—Aprénsenlo. —Ordeno Hank, restándole importancia con un ademan de manos—. Princesa, le pido disculpas por no llegar mucho antes. —Tomó a Noa de los hombros para alejarla del rubio, dirigiéndola hacia donde se encontraba la otra mujer—. Mark, presenció cuando la atacaron y al estar en desventaja, fue directamente a pedir ayuda. No te encontramos, pero si conseguimos seguir al príncipe.

— ¿Y cuando lo hicieron? ¿Por qué no me rescataron? —Noa, se encontraba analizando toda la información, deseaba con todas sus fuerzas estar equivocada, pero todo señalaba que no había ningún error, ella rara vez se equivocaba en ese tipo de cosas—. Pudieron sacarme de allí ¿Cómo pudieron dejarme con esos hombres si sabían que me habían causado daño? —reclamó muy indignada, importándole poco o nada la mirada herida de Jean Pier.

—Ese par juntos son un peligro, debíamos agarrarlos por separados. —Pararon al frente de los otros tres miembros de Cleiros, que hasta ahora solo eran unos espectadores más—. Si no fuera por la princesa Céline y estos caballeros. — Señaló al rubio de ojos cafés—. Aitor. —Para luego hacer lo mismo con su mellizo de ojos grises—. Y Asier, no abríamos coincidido con ustedes.

Noa escrutó el rostro de Céline que a pesar que se mostraba sereno, notó que sus ojos ardían con un fuego abrazador. La pelirroja podía sentir la molestia, incomodidad y el miedo de la rubia. Cada vez las cosas tenían menos sentido, pero lo mejor en ese momento era callar y analizar. De la misma forma en que lo hacia el tal Aitor que se mostraba con una postura de defensa, preparado para el ataque.

Poco a poco las piezas encajaron entre sí. Maquinando el siguiente movimiento, Noa tomó la mano a Hank y lo apartó de los extraños. Hank entendió la indirecta y satisfecho con la confianza que la princesa depositaba en él, se alejaron.

—Hank, éste lugar me pone mal. ¿Nos podemos ir?—Suplicó cansada—, pero antes déjame entregarle algo a la princesa.

—De acuerdo, partiremos ahora —respondió sin mucho interés absorto en sus pensamientos.

—Gracias, Hank. —Noa debía ser rápida para lo que tenía pensado hacer. Caminó hacia la princesa que se encontraba en una calurosa pero silenciosa conversación con uno de los gemelos—. Disculpe, princesa. Se suponía que debía entregarle una ofrenda de parte de Atem; como obsequio de boda, pero dada las circunstancias tendré que darle algo hecho por mi persona.

Céline, desconcertada asintió dando su consentimiento a lo que sea que la otra joven tuviera planeado para ella. Sonriendo a todos menos a Jean Pier se dirigió hacia una arboleda de cerezos.

Los pétalos danzaban en el aire, Noa deposito su mano en la coraza de un cerezo, respiró suavemente antes de que una ventisca azotara los arboles, tiñendo lo que antes era rosa a un rojo carmesí. Su cabello ahora largo, se azotó salvajemente como las llamas del mismísimo inferno.

—¿Qué tan idiota me crees? —Rugió entre dientes. Al no escuchar ninguna contestación miró llena de ira contenida a Hank— ¿Estas sordo o solo te haces cuando te conviene?

—No comprendo de que habla. —Respondió el aludido, fingiendo inocencia— ¿Se encuentra usted bien?

—Para tu desgracia. —Escupió con hastió—. Tantos años de amistad y ¿así le pagas?— Noa se acercaba a él con paso decidido. La ramas de los arboles empezaron a cubrir su cuerpo como una coraza y los pétalos rojos volaban alrededor de su cuerpo—Traidor. No solo traicionas a tu reino, sino que eres un ingrato de tu propio mundo, nuestro mundo.

—¡Tu padre es el que me traicionó! —El rostro de Hank por fin revelaba su verdadera careta—. El me prometió su trono. Yo debía gobernar, era a a quien quería como un hijo. — Para la decepción de Noa, vio en sus ojos el reflejo de las hojas secas de otoño que marchitaban su alma, el rencor ya lo había consumido— Tú, y tu padre son los culpables de mi desgracia...

—No estaba en mi, nacer. —Lo interrumpió en medio de su discurso sin sentido—, y el que te sientas desgraciado es culpa tuya. —Estuvo lo más cerca que podía estar de robusto hombre y apuntándolo con su mano lo sentenció—. Ser codicioso y envidioso. Cavaste tu tumba por dejarte cegar por el poder. — Lo miró de arriba abajo—. Este mundo no merece a nadie que es capaz de traicionar sus propios principios. Y yo me ocuparé de que se cumpla.

—No tienes las agallas, ni la fuerza para imponer sobre mí. —Se burló mientras sacaba su gruesa espada.

—Me subestimas.

Hank deslizó su espada con toda la intención de dañar a Noa, pero ella mucho más joven y ágil lo esquivo sin problemas. Quiso blandir el filoso metal nuevamente pero la princesa había aprensado a él y a su arma con las fuertes y embravecidas raíces, las mismas que rodeaban el delicado cuerpo de la princesa.

—Dije que pagarías—Hank viéndose rodeado por las ramas y raigones que dominaba Noa, quiso pedir ayuda a sus secuaces, pero al darse la vuelta pudo notas que todos y cada unos de ellos estaban igual que él. Privados de su libertad por jaulas hechas de las raíces de los arboles. El poder de la heredera de Atem era de temer.

—No, no, no. —Negaba una y otra vez—. Noa, piensa en tu padre.

—Eso hago. —Sin una gota de remordimiento, la pelirroja arrastró a los traidores hacia los arboles, haciendo que sus cuerpos se fundieran con ellos. O más bien que ellos devoraran los cuerpos sin piedad. No importaron las suplicas, de nada servían los gritos, a ella le bastó un minuto para que sus cuerpos quedaran como monumentos tallados en la coraza de los cerezos. Siendo ellos la representación del equinoccio perdido. De la traición dentro de su reino.

—Un poco más y te pude haber odiado Noa. —Se acercaba Jean Pier. Que por el producto del agua el cabello ya le llegaba más allá de las nalgas.

—Te tenía que hacer pagar. —Dijo divertida Noa para romper el pesado ambiente. El rubio alzó una ceja sin entender, así que ella se tuvo que explicar—. Por darme dos sustos de muerte en las últimas cuarenta y ocho horas.

—Que rencorosa. —Jean pier se postró ante ella—, aunque no puedo negar que estuviste espectacular. —señaló las raíces que todavía se movían alrededor de ella.

—Lo sé, lo sé.

—Debo reconocer que parecías una mariposa monarca en llamas. Simplemente hermosa— Tanto Noa como Jean Pier se descolocaron al escuchar la suave voz de la princesa Céline— Temía por ti, pero esos hombres nos tenían amenazados y por eso no te puede ayudar. Discúlpanos.

—¿Hablas? Uy, por poco y pensé que eras muda. —Noa bromeó para aligerar el ambiente—. No hay problema. Te salve, los salve y me salve, todo perfecto ¿no? — redundando hizo señas al entorno.

—Noa, no sé si recuerdas, pero hace unos años yo fui muy cruel contigo.

—No comprendo. —Interrumpió Noa sintiéndose verdaderamente incomoda— ¿Te podrías explicar?

—Hace más de diez años yo te dije cosas muy feas—Noa, al comprender cambio su expresión de confusión a indignación. La rubia se encogió en su lugar— Veo que si recuerdas. —Suspiró—. Era una niña muy malcriada en ese entonces, me gustaba ser el centro de atención. —Los gemelos se miraron no estando muy de acuerdo con eso—. La cuestión es que tu sola presencia en mi reino, me eclipsó...

—¿Te eclipsé?

—¡Claro! —Sonrió Céline—. En un reino lleno de rubios, como no va a sobresalir una niña de ojos verdes y cabellos llameantes.

—Dijiste que mi cabello te recordaba a la sangre y que todo lo que tocaba moría por mi culpa.

Los tres hombres no entendían de qué hablaban.

—Estaba celosa, llamabas mucha la atención. —Miró hacia los gemelos disimuladamente—. Y mentí. El otoño es protección, Atem en nuestro mundo son nuestros guardianes. Son ustedes los que nos avisan cuando se acerca el frío invernal. —La princesa llena de vergüenza se mordió los labios antes de continuar—. Ustedes nos protegen de la muerte que viene del invierno. Y lo que hiciste hace poco lo demuestra, eres una guerrera. Vuestro reino son los guardianes de Edgo.

Noa no sabía si abrazarla o golpearla, por su culpa vivió creyendo en una mentira de sí misma, que ella por ser de Atem era sinónimo de muerte y enfermedad.

—Correcto. Ella es una hermosa protectora de Atem, tu reino no pudo haber tenido mejor heredera que tú. —dijo Jean Pier, sonriendo coqueto.

—Hum. Bueno, disculpas aceptadas— No estaba acostumbrada a eso, Le incomodaba tantos halagos, así que empezó a caminar hacia su amigo. Haciendo una mueca con su nariz agregó— Dejando al pasado atrás. Y si no les molestan me gustaría comer y dormir ¿Tiene una suave cama? ¿Una en donde esta humilde princesa pueda dormir? ¿Deliciosa comida de Cleiros? Tengo mucha hambre y sueño.

—Por supuesto. — Sonrió Céline, más relajada y sin remordimientos encima— ¿Qué haremos con eso? —señaló los cinco cerezos con las caras y manos de los hombres que sobresalían como si fueran ramas y cortezas de los arboles.

—Son tu regalo de bodas. — sonrió de manera macabra, mientras tomaba el hombro de Jean Pier, que gustoso la llevaba al palacio de Cleiros—. Disfrútalo y no te quejes.

Noa cumplió con las misión de su padre, entregó una ofrenda única, demostró que ella como mujer no era indigna de su derecho como heredera, mostró que no era débil y que todos entendieran de una vez que hasta los rosales tiemblan bajo el otoño.

Fin.

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