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Capítulo 34 | Desenlace

DESENLACE

Mis ojos se dirigieron desde su reflejo hasta el florero que decoraba la esquina de los lavamanos. Estaba dentro de mi alcance. Podía usarlo para defenderme si intentaba agredirme.

—Te equivocaste si creíste que me quedaría callada —dije esforzándome por mantener mi voz estable. No debía temerle. No podía darle ese poder. Tenía que ser un poco como Ximena.

Juan dio un paso hacia mí. Agarré el florero y me di vuelta para encararlo teniéndolo como escudo. Lo que hice fue que sonriera.

—Y haré que te arrepientas —contestó.

Intentó sujetarme el brazo. Pude escabullirme y en medio del susto lo golpeé en la sien con el florero. La decoración acabó en el suelo hecha pedazos. Aproveché el haberlo dejado aturdido para rodearlo e ir hacia la salida.

El grito no abandonaba mi boca. Solo podía pensar en escapar para que no me lastimara. Correr lejos y no volver a tentar mi suerte. Mi valentía había sido efímera.

Pudo detenerme agarrándome del cabello. Tiró de él con fuerza y tuve que retroceder porque el dolor de querer desprenderlo fue demasiado. Sin embargo, fue el desencadenante de mis gritos de auxilio. Me haló hacia él y me pegó a su costado. Busqué su mano y su brazo para hundir las uñas, pero no causó ninguna diferencia.

—Cállate, puta.

Me arrojó al suelo. Trozos de cristal se clavaron en parte de mi piel expuesta y todo dio vueltas por unos instantes. Todavía un poco aturdida e ignorando cómo los pedazos se hundían más en mis codos, me arrastré hacia atrás al ver su silueta viniendo por mí. Intenté patearlo sin éxito y luego inmovilizó mis piernas descubiertas con sus manos.

Había sangre en su rostro. Me estiré para golpearlo y hacer que me soltara, pero él me abofeteó primero. Se puso encima mí. Hizo que me colocara otra vez por completo sobre mi espalda. Su peso estaba en mis muslos. No tenía ángulo para patearlo. Sostenía una de mis manos a la altura de mi cabeza, mientras que buscaba introducir sus dedos libres dentro de mi vestido. Con mi mano olvidada tanteé al suelo en busca de algún trozo grande de vidrio que pudiera usar como arma.

Rozó mi ropa interior. Dejé de moverme por unos segundos, a medida que descendía y el pánico aumentaba su presión en mi pecho. Nadie venía. Iba a violarme.

Apretó mi vulva emitiendo un asqueroso sonido de gusto. Alzó de nuevo su rostro hacia mí, complacido con lo que hacía. Reaccioné y le escupí, para después sacudirme con más ímpetu y gritar.

En algún punto entre el siguiente golpe que me dio y sus dedos yendo más allá del borde de mis pantys, la puerta del baño se abrió. Las manos de Juan dejaron de tocar mi cuerpo y unos pantalones entraron en campo visual. Luego, Juan estaba poniéndose de pie y recibiendo un golpe que lo hizo tambalearse hacia atrás.

Sin detenerme a ver quién era mi salvador, me bajé la falda y me arrastré un poco hacia atrás para tratar de levantarme apoyándome de la esquina del último cubículo de los inodoros. No obstante, no tardé en tener unas manos impulsándome hacia arriba. Sabía que me hablaba, pero no podía procesar qué decía. Solo era capaz de concentrarme en cómo Juan se reincorporaba, respiraba con pesadez debido a la rabia y limpiaba lo que brotó de su labio roto.

Cuando pretendió acercarse —o escapar—, las manos que me sostenían me soltaron y una figura masculina se interpuso entre Juan y yo. Reconocí el color de su chaqueta, el cuello de su camisa, y su corte de cabello. Christian había venido por mí.

—Muévete y te arranco la verga, cobarde —dijo Christian. Sacó su celular y realizó una llamada que no tardó en ser respondida—. Baño de mujeres. Trae testigos.

Al colgar, Juan entendió lo que planeaba hacer. Otros vendrían a ver lo que hizo. A verme a mí agredida. Me abracé a mí misma, sintiendo una vergüenza que carecía de sentido. Por otro lado, Juan intentó escabullirse. Christian lo sujetó de la camisa y lo encajonó contra los lavamanos.

—Laura, ven conmigo —pidieron con suavidad detrás de mí.

Ximena estaba en la puerta. Un chal guindaba en su brazo. Como no me moví, dio unos pasos más dentro del baño y me tendió su mano.

—Vamos —continuó.

Tras ella se asomaron caras familiares. Tomé su mano, porque lo que más quería era salir de allí y borrar los rastros de lo que acababa de suceder. Puso el chal sobre mis hombros y caminó junto a mí sin soltarme hacia el exterior. Bajo su agarre firme fue que noté que yo temblaba y el frío en mis mejillas me hizo consciente de las lágrimas.

En el pasillo amplio, no pude detallar a los que me rodeaban. Solo veía mis pies dando un paso y luego el otro. Hasta que Ximena me sentó en un sillón. Se agachó y levantó mi rostro con delicadeza para que la observara.

—Ya viene la policía. Hay que esperar un poco —indicó—. Te harán unas preguntas y luego irás al hospital para que te atiendan.

—Juan no... Él no...

La palabra se atascó en mi garganta. Si Christian no hubiera llegado, la historia sería otra.

Ximena apartó el cabello de mi cara.

—Está bien. Menos mal. De todas formas, tienen que revisar tus heridas.

Asentí, aunque todavía no me dolía nada. Entumecimiento era lo que cubría todo.

Ximena me dejó con Magnolia después de asegurarme que Juan pagaría con cárcel lo que había hecho. La espera transcurrió de forma extraña, lenta en momentos y veloz en otros. Margarita se acercó. Azucena también. E incluso oí a lo lejos una disculpa de Beth. Luego, con la policía me costó hallar claridad en mis ideas. Ya en el hospital fue que se manifestó el dolor en mi rostro y en los lugares que las pinzas extraían el cristal.

—Listo, corazón —dijo la enfermera—. Ya te traigo el récipe para los analgésicos, la crema y tus días de reposo. Mientras tanto, haré que pase tu familiar.

Creí que se trataba de Christian haciéndose pasar de nuevo por mi prometido. Le pedí a Ximena que no le avisara a mis padres. No obstante, cuando la cortina fue corrida, el que ingresó fue Roberto.

—¿Qué haces aquí? —pregunté. No había sabido nada de él desde nuestra pelea.

—Azucena me llamó —contestó manteniendo todavía su distancia—. ¿Por qué no me dijiste que ese degenerado te estaba acosando? Pase lo que pase, cuentas conmigo. No importa el daño que nos hayamos hecho.

Verlo allí, preocupado y dispuesto a apoyarme, pese a la traición, me brindó cierto alivio. No me odiaba.

—Olvida la pregunta —suspiró—. No hemos estado muy receptivos últimamente, ¿cierto? Gracias a Dios estás bien y ya todo acabó.

—Mañana tengo que ir a hablar con la policía de nuevo y creo que habrá un juicio y tendré que ir y...

—Y si necesitas que esté contigo para lo que sea, ahí estaré —replicó.

—Gracias.

La enfermera regresó, le dijo a Roberto que me cuidara y pudimos marcharnos. Yo fui quien acortó la distancia entre ambos y él lo tomó como permiso para quitarse la sudadera y ponerla sobre mis hombros. El chal se lo había de vuelto a Margarita con algunas manchas de sangre.

—Pensé en traerte un cambio de ropa, pero después iba a tardarme más en llegar.

—Tranquilo. ¿Puedes llevarme a casa, por favor?

No me sentía en condiciones de conducir y seguramente mi auto se había quedado en las oficinas de la revista. Sabía que Ximena debía estar con los Villarroel en la Sala de Espera, pero ya habían sido muy atentos conmigo. Christian no le quitó la vista de encima a Juan hasta que se lo llevaron detenido.

—Claro que sí.

Llegamos al ascensor y efectivamente ellos seguían allí. Le pedí a Roberto que me esperara un momento y fui a agradecerles y despedirme.

—No te preocupes, querida. Edmund se fue hace poco y seguirá de cerca el caso. Vas a poder tomarte todos los días que necesites —dijo Margarita—. Y yo también estaré pendiente. Mucho ánimo.

—Ve a descansar. Mañana en la mañana te llamo y paso por ti —habló Ximena.

—Trata de comer algo ligero y de tomarte una taza de té relajante —recomendó Magnolia—. Cualquier cosa que necesites, nos avisas.

Asentí—. Muchas gracias.

Miré a Christian, esperando que también dijera algo, pero no lo hizo. Sin embargo, lo que vi en sus ojos fue suficiente. No quería que me fuera con Roberto. Y eso era justo lo que necesitaba hacer.

Les deseé feliz noche y me di la vuelta para retirarme. Luego de haber dado unos pasos, Christian me detuvo sujetándome la mano. Lo observé con los ojos bien abiertos, sorprendiéndome que se atreviera a ese gesto frente a su familia, Ximena y Roberto.

—Cuídate y avísame que estás bien cada vez que puedas, por favor.

Antes de que pudiera decirle que sí, tuve sus brazos a mi alrededor. Careciendo de energía para reprimir mis impulsos, quedé envuelta unos instantes en ese abrazo, colocando las manos en su espalda e inhalando su aroma. Todo podía dolerme, pero su cercanía calmaba lo que un analgésico no aliviaría.

—Lo haré —murmuré—. Haz lo mismo durante tu viaje.

Él se apartó primero y depositó un beso en mi frente antes de dar un paso hacia atrás. Su atención se posó detrás de mí y al girar recordé que Roberto estaba entre los espectadores. Roberto se dio la vuelta y presionó el botón para llamar al ascensor. Fui a reunirme con él, sin poder enfocarme en la reacción del resto. Solo podía ojear hacia Christian, con la duda de si sería la última vez que lo vería y la seguridad de que jamás olvidaría lo que hizo por mí.

Roberto no comentó al respecto. Me llevó al apartamento y, luego de hacerme la cena mientras me di una ducha, se ofreció a quedarse. Yo no quería quedarme sola, ni despertar a mis padres a esa hora, así que acepté. Me dio mi espacio y se esforzó por hacer que me distrajera, pero de todas formas no pude evitar llorar de repente un par de veces al recordar lo sucedido. Todavía podía sentir las manos de Juan sobre mí.

Me quedé dormida en el sofá, pero desperté en mi cama en la madrugada. Me asomé a la sala para ver si Roberto se había ido, mas lo encontré dormido. Se quedó e hizo lo mismo durante los próximos días. Estuvo pendiente de mi alimentación y permitió que le sostuviera la mano cuando requerí de esa fuerza extra. Sin embargo, no había un trasfondo romántico. La sensación era distinta.

No hablamos de nosotros, pese a que conforme transcurrían los días, más cerca estaba la fecha de la boda. Todo giró en torno a entender el proceso judicial, cumplir con las instrucciones de Ximena y buscar espacios para lidiar con las secuelas. No iba a terminar pronto y quizá se extendería un par de meses. Me escribí con Christian, pero no lo vi de nuevo en persona.

Un poco más de una semana pasó y la conmemoración de la muerte de la madre de Roberto llegó. Ese domingo mis padres y yo estuvimos con él en la misa que agendó. Su hermano Gabriel no viajó para asistir. Como la iglesia quedaba junto al cementerio, acompañé a Roberto a llevar unas flores a la tumba de su mamá.

—La tienen bien cuidada —comenté al no detectar ninguna maleza a su alrededor, ni suciedad sobre la lápida. Con el tiempo habíamos dejado de venir tan seguido.

—Gabriel no viene, pero le paga un adicional al encargado del cementerio para que la mantenga así —respondió.

Se agachó para colocar el ramo en uno de los floreros de cemento en los extremos. Acarició la inscripción tallada en el granito y permaneció en esa posición por unos minutos. Había sido un proceso difícil y era un vacío que quedaría por los momentos que faltaron por vivir. Recordé lo destrozado que estuvo y que fue el motivo por el que no pude terminar con él cuando regresé de mi intercambio. Fui su apoyo, así como él lo había sido durante los últimos días. Sin embargo, no era necesaria la parte amorosa para serlo. Eso no lo pensé tres años atrás.

Roberto se reincorporó. Pasó las manos por su rostro antes de girar a verme.

—¿Nos sentamos un rato? —preguntó refiriéndose a la banca que estaba en el camino de piedras que nos llevó hasta allí.

—Claro.

Lo seguí y ocupé el espacio a su lado. Al principio no dijo nada y tal vez solamente necesitaba mi presencia. Paseé la mirada por la extensión del terreno frente a nosotros, con hilera tras hilera de tumbas y una que otra escultura de adorno. Los árboles y arbustos florales segregados brindaban una imagen menos tétrica, incluso pacífica.

—Renuncié a mi trabajo —soltó Roberto de un momento a otro.

Lo observé, creyendo haberlo imaginado, pero su expresión esperaba una respuesta.

—¿Por qué?

El tiempo que se mantuvo conmigo faltó al trabajo, pero supuse que había pedido un permiso. No había sido así. ¿Era por Micaela? ¿Pretendía arreglar lo nuestro de esa manera?

—Han cometido delitos ambientales y querían que me lo callara. En cualquier momento explota el escándalo.

—Roberto, ¿y te preocupa que te incriminen en algo? ¿Cuándo renunciaste?

—Lo que harán será "cerrarme las puertas", como aseguraron que harían. No me importa —contestó—. Está bien. El tiempo libre no me caerá mal. Quizá vaya a visitar a mi hermano unos meses, mientras decido qué rumbo tomar.

Era su carrera y sabía que ese puesto le gustaba. Sin embargo, de verdad no parecía afectado. Me llamó la atención lo de su ida y lo que significaba entre líneas.

—¿Te... irás?

Tomó mi mano, la que tenía el anillo símbolo de nuestro compromiso, y la llevó a la altura de su rostro para depositar un beso en ella. Después, me miró a los ojos. No había ningún rastro de reproche, sino la calma que aparecía al terminar la tormenta.

—Sí. ¿Entiendes lo que trato de decir?

Y lo hacía. Como yo, trataba de formular la frase para ponerle un punto final a nuestra historia compartida.

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