Capítulo 28 | Café
CAFÉ
Después de mi charla con Azucena, pasé el siguiente día analizando los pros y los contras de dejar a Roberto e iniciar una relación con Christian. Pensé en lo que iba a arriesgar e intenté imaginarme cómo sería mi futuro con él. Por más que le diera vueltas en mi cabeza, no acababa por convencerme de ningún escenario hipotético. ¿Lastimaría tantos lazos cercanos, como mi amistad con Azucena y la visión de mis padres hacia mí, por un hombre?
Por otro lado, el estilo de vida escogido por Christian implicaba viajes constantes. Yo tenía un trabajo fijo y no me veía acoplándome a esa dinámica. Yo no iba a renunciar tampoco a mi independencia económica por él. Y, en unos años, ¿cómo se formaba una familia así? No era la estabilidad que necesitaba para sentirme bien. No podía engañarme. La pasión y nuestra conexión era increíble, pero solo eso no era suficiente.
No iba a dejar a Roberto por Christian. No sabía si las cosas mejorarían con mi prometido, pero si no lo hacían, Christian no podía ser una opción. Aunque quemara. Aunque me muriera de ganas. No podía insistir en algo que dudaba tendría futuro. Él no se merecía que lo mantuviera ilusionado de esa manera.
Por eso, ese día lo cité en una cafetería que quedaba en una zona apartada de la ciudad, la cual ni yo, ni mi círculo cercano, solía frecuentar. Se lo diría a la cara, en un lugar público y con café de por medio.
Yo llegué antes. Pedí un gran vaso de café frío con chocolate y crema batida, y ocupé una mesa junto a la ventana y cerca de la entrada. Fue una buena elección, porque Christian en cuanto ingresó posó su atención en mí. Conforme se acercaba, le mostré mi bebida y señalé hacia el mostrador para que aprovechara de ordenar algo antes de sentarse conmigo. Eso me dio unos minutos más para decidir cómo iniciar la conversación.
Lo detallé desde la distancia. Ese día no tuvo que asistir a la oficina, por lo que su vestimenta era casual. Pantalón de mezclilla, una franela unicolor roja y una chaqueta deportiva por el frío que había empezado a hacer por las tardes. Fue como un recordatorio más de lo contrastantes que éramos.
—Hoy sí te acompañaré con algo de café —dijo ocupando la silla frente a mí.
Le mostré una sonrisa sin dientes y bebí un poco más para adquirir ánimo adicional.
—Admito que me sorprendió tu invitación —agregó—. Que me citaras aquí puede tener tres significados distintos y solo uno de ellos me agrada.
Incluso siendo consciente de los desenlaces posibles, sus palabras me facilitaban el abordaje del tema.
—Eres un buen hombre, Christian, y mereces a alguien que sea como tú, es decir, no tan complicada como yo.
Soltó un suspiro y comenzó a remover el contenido de su vaso. No me miró. Ya presentía lo que se aproximaba.
—Ya veo. Entonces es lo menos agradable —replicó.
Humedecí mis labios. Me estaba costando más de lo que creía. No teníamos una relación, sin embargo, era como si estuviera en una realidad alterna a punto de terminarle.
—Gracias por todo lo bonito, pero ya no más —seguí—. Quiero concentrarme en la terapia y en Roberto. Si no funciona, bueno, terminaré la relación, pero me quedaré con la tranquilidad de haberlo intentado de verdad.
Dejé salir todo sin detenerme a respirar; tal cual lo acomodé en mi mente. Luego me quedé observándolo, en espera de alguna respuesta ingeniosa que cuestionara mi decisión, no obstante, por un prolongado instante lo único que recibí fue un asentimiento.
Tomó de su café, con los ojos fijos en la mesa.
—Christian...
—Está bien. Entiendo y lo respeto —me interrumpió. Arrastró la silla hacia atrás y se puso de pie—. Disculpa por no poder quedarme. No te molestaré más.
La imagen de él alejándose por alguna razón hizo que me levantara. Había un malestar que me dificultaba respirar. No quería que se fuera, a pesar de haber concluido que era lo mejor para todos.
—Christian —su nombre se escapó de mis labios.
Frenó casi en la puerta. Giró después de dudarlo por unos segundos. Había esperanza en su mirada. No podía seguir alimentando esa ilusión. Era tan distinto a cuando los despedimos años atrás en el parque cerca de la casa de mi abuela.
—Se te quedó tu café —añadí, ya arrepentida de haberlo detenido.
Soltó una breve risa cargada de incredulidad. Claro que lo que hice había sido tonto.
No obstante, regresó a la mesa. Sostuve la respiración conforme se acercó, sin saber si en serio volvía para buscar su café, o para agregar algo más a su respuesta. Y terminó siendo lo segundo que pensé, pero en lugar de palabras lo que hizo fue sujetar mi rostro y besarme.
Fue tan fugaz que no me dio tiempo para decidir si corresponderle, o rechazarlo. Al retirarse —yo todavía anonadada por su inesperada acción—, me miró a los ojos por unos instantes. Aunque todo pareciera parte de una novela romántica, lo que me transmitió en esas fracciones de segundo fue tan intenso que lágrimas se asomaron en mis ojos.
Después, respiró hondo y retrocedió. Todavía muda, lo vi agarrar su café y marcharse. Cuando cruzó la puerta, mis piernas perdieron su fuerza y tuve que sentarme otra vez. A través de la ventana, lo vi subiéndose en su auto. Sin embargo, no se fue de inmediato. Permaneció un rato en el estacionamiento.
***
Por primera vez, no me importó llegar tarde al trabajo.
Lo ocurrido con Christian me dejó un extraño malestar que tardó horas en disiparse. Dolor de cabeza, acidez y pesadez fue lo que perturbó a mi organismo. A pesar de no tener ganas de nada, tampoco pude dormir en cuanto llegué al apartamento. Por lo menos Roberto hizo a un lado su malhumor y se preocupó por mi estado. Fue comprensivo, me atendió como antes y, luego de mucho tiempo sin hacerlo, me abrazó mientras estuvimos acostados.
Me costó dormir y quizá por eso no me dijo nada cuando le indiqué que se fuera primero. La llamada de Azucena fue la que me hizo salir de la cama y arreglarme para salir. No toqué el desayuno que Roberto me dejó.
En mi escritorio, sin haber recibido ningún tipo de llamado de atención, ansiaba que acabara la jornada para volver a refugiarme entre mis sábanas. Ninguno de los temas que comenzaba a explorar me satisfacían y a cada momento revisaba la hora.
El almuerzo llegó luego de lo que se sintió una eternidad y el término del día de trabajo incluso más. Haciéndose la última hora más lenta que todas las anteriores, decidí ir por café.
Entrar al cuarto de la cafetera avivó los pensamientos sobre Christian. A medida que me servía una taza, recordé cómo insistió en que lo reemplazara por té, y sonreí. Sabía que no estaba bien sentir lo que sentía, pero también era consciente de lo reciente que era todavía.
—Aún no luces como una novia feliz.
Me tensé. Terminé de vaciar el sobre de azúcar en mi taza y giré para encarar a Juan. De todos los días, tenía que escoger precisamente ese para importunar.
—¿Qué quieres? —gruñí.
Cuando avanzó hacia mí, afiancé el agarre de mi taza. Si intentaba algo parecido a lo del ascensor, no dudaría en verterle el líquido caliente encima. No me importaba quien fuese él.
Sonrió de una forma que solo pudo provocarme asco. Paseó la vista por el lugar antes de escanearme de pies a cabeza. Se apoyó con una mano de la mesa más cercana a mí.
—O, ¿acaso estás así porque las cosas no resultaron con tu amante? —preguntó.
Me esforcé por mantener la calma. No había forma de que él pudiera saber algo de lo mío con Christian. Debían ser puras suposiciones para incomodarme.
—Mejor te vas con tu locura a otra parte, Juan. Hoy no es el día para poner a prueba mi paciencia.
Le sostuve la mirada mientras bebía mi café. No iba a demostrar debilidad. Eso era lo que quería.
—Entonces... —Dio un par de pasos y quedó frente a mí—. ¿El beso que vi en la cafetería fue una alucinación?
Con esa seguridad en su voz y especificación, sí pudo lograr que mi serenidad tambaleara. La mano con la que sostenía la taza tembló, por lo que tuve que sujetarla con ambas. Mi corazón comenzó a latir con más prisa.
—No sé de qué hablas. —Apenas fue un susurro.
Sonrió otra vez. Alzó su mano con la clara intención de tocar uno de los mechones de mi cabello, sin embargo, me eché hacia atrás con repulsión.
—Claro que lo sabes —contestó—. Tienes la culpa grabada en tu hermoso rostro.
—No tienes pruebas. Nadie te creerá.
Sabía que no había forma de convencerlo de que se equivocaba. Quizá sí había estado allí y presenciado todo. Me confié por lo alejado del lugar. No obstante, ¿no era demasiada coincidencia?
—¿Segura? Solo he estado haciendo algunas preguntas superficiales, ¿y sabes quién comentó lo cercanos que parecen Christian y tú? Beth. La conoces. Solo debo tirarle un poco más de leña al fuego y ella unirá los puntos. ¿No crees que sería un buen giro inesperado para su artículo? Estará encantada.
Me tenía acorralada. La intuición de Beth era buena y si le sembraba una idea a Azucena en la cabeza, ella quizá también notaría en sus recuerdos señales visibles desde otra perspectiva. ¿Y si Juan se acercaba a Roberto? De por sí mi prometido tenía esa sospecha.
—¿Qué quieres? ¿Dinero? —cuestioné.
Si su objetivo fuera arruinarme la vida, no hubiese tenido necesidad de afrontarme. Algo buscaba. El pánico de que hablara iba creciendo, sin embargo, no planeaba acceder a su chantaje. Si era necesario que yo misma le contara la verdad a Roberto, lo haría. Esa sí sería la prueba definitiva de nuestra relación.
—Que hagas conmigo lo que hiciste con Christian. Quiero que seas mía.
Era un desgraciado. ¿En serio estaba recurriendo a esa bajeza?
Pretendí rodearlo para dejar de estar atrapada entre el mostrador y él. No obstante, sujetó mi brazo para evitarlo.
—Suéltame —espeté.
—Solo una noche.
—No.
Forcejeé con él. En un descuido me agarró el rostro y juntó sus labios con los míos. Durante los primeros instantes quedé paralizada de la impresión. Me costó asimilar el hecho de encontrarme en esa situación.
Derramé el contenido de mi taza sobre él. El contacto con el líquido caliente generó que su agarre se aflojara, así que aproveché de zafarme y empujarlo lejos de mí. Escapé de la habitación.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro