Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 19 | Viaje


VIAJE

Durante el viaje de avión no pude sacarme a Roberto de la cabeza. Su ánimo apagado, con esa sonrisa que no le iluminaba los ojos, me preocupó. Estuvo más pensativo de lo normal y noté que esos días buscó con menos frecuencia mis labios. Casi no tocaba su celular y cometí el pecado de revisárselo un par de veces sin hallar nada sospechoso. Había dejado a Micaela en visto.

Estuve a punto de no irme. No obstante, cuando el viernes llegó, tuve encima la presión de mi jefa de aprovechar de entrevistar a la señora García, y el entusiasmo de Azucena al recogerme en mi apartamento.

Como Roberto se había dio a trabajar unas horas antes, le dejé sobre la mesa de la sala una foto que Beth nos tomó durante la degustación, habiendo añadido unas palabras afectivas en el reverso. Sabía que esa separación sería una prueba y me asustaba decepcionar a todos, especialmente a Roberto y a mí misma.

Azucena no paraba de hablarme y de intentar sacarme una sonrisa. Me contaba de sus citas de ensueño con Braulio, recordándome lo bonita que era esa primera etapa de empezar a conocerse. También tocaba por encima temas del trabajo, situaciones chistosas y trataba de sacar con paciencia comentarios de mi parte.

Fue grato que lo hiciera. Hundirme en mis angustias no era la mejor forma de comenzar ese viaje. Sin embargo, era consciente de que otro de sus motivos fue el ignorar lo más posible la presencia de Ximena, la exnovia de Christian. Ambos también iban a la casa de Margarita García y solo obtuve un verdadero respiro de ellos en el avión, porque nos tocó puestos separados.

—¿Crees que también se quede en la casa de mi tía con nosotros? —me preguntó Azucena en un susurro mientras esperábamos nuestro equipaje.

La maleta de Ximena acababa de salir y Christian fue con ella hacia la cinta transportadora para ayudarla. Era tonto que lo notara, pero el color de su ropa combinaba.

—¿No sería raro? Ellos tienen su historia, así que no creo que... Bueno, no sé —repliqué.

Al fin y al cabo, yo no era nadie para opinar. Además, pensándolo bien, quizás interactuar con ambos me ayudaría a volver a sacar a Christian de mi sistema.

—No me sorprendería. Sé que mi tía le sigue teniendo mucho cariño.

Preferí encoger los hombros. Tampoco iba a enfrascarme en especular sobre alguno de ellos dos.

Justo vi mi maleta salir y fui por ella. La de Azucena la siguió, así que oí a mi amiga caminar detrás de mí. Christian se dio cuenta y vino a ayudarme a mí primero.

—Agarra la de Azucena. Yo puedo sola.

Mi equipaje no era tan pesado. De hecho, era más pequeño que el de Azucena y era solo una maleta; a diferencia de las dos que traía Ximena. Eran cinco días de estadía y yo me consideraba bastante práctica a la hora de empacar.

Me apoyé bien sobre mis tacones y sujeté la maleta de sus dos agarraderas para halarla hacia mí. A mitad del proceso, yendo en contra de lo que dije, Christian puso sus manos sobre las mías y aportó su fuerza. Me puse tensa durante esos escasos segundos en los que su cuerpo estuvo rozando el mío.

—Listo. Solo tenías que esperar un poco —dijo ya con la maleta en el suelo.

—Gracias.

—No olvides que aquí estoy para lo que necesites.

Azucena hablaba por celular, ajena a lo que acababa de decirme. Su mirada me hacía querer olvidarme del mundo y perderme en el oasis que me ofrecía. Haber ido a esa ciudad, en la que forjé tantos recuerdos con él, podía terminar siendo un grave error.

—Chris, Mag pregunta si ya vamos en camino —indicó Ximena acercándose y haciéndome retroceder—. Nos están esperando para almorzar.

Mag fue cómo se refirió a la hermana de Christian, en vez de llamarla por su nombre completo, el cual era Magnolia. Por encima de eso, el Chris retumbó en mi cabeza.

—Bueno, dile la verdad —señaló él encogiendo los hombros.

Se adelantó para ir por su maleta y lo seguimos hacia el último control antes de salir de la zona de llegada de pasajeros. En el área abierta al público del aeropuerto, destacaba entre las personas que esperaban por sus familiares y amigos, un señor de cabello blanco vestido de traje. Christian fue directamente hacia él, así que nosotras hicimos lo mismo.

—Buenas tardes, Homero —saludó Christian.

—Un gusto verlo, señor Villarroel. Y a ustedes también, señoritas —dijo con un ligero movimiento de cabeza hacia abajo dedicado a nosotras—. Permítanme ayudarlas con eso.

Junto a él había un carrito para equipaje. Fue tomando nuestras pertenencias y amontonándolas en él.

—Homero es el chófer personal de la señora Margarita —explicó Ximena demostrando estar encantada por el recibimiento.

—Te las encargo —le dijo Christian a Homero dándole unas palmadas en la espalda.

—¿No irá con nosotros, señor?

—No —respondió—. Ya sabes cómo es. Nos vemos allá.

—¿En serio, Chris? ¿Incluso hoy? —reprochó Ximena.

—Sobre todo hoy —replicó antes de alejarse también llevándose su maleta.

No entendía qué ocurría hasta que lo vi deteniéndose en el mostrador de una empresa de alquiler de autos. En verdad hacía lo posible por no depender de su madre. La reacción de Ximena me dio más indicios de por qué lo suyo no funcionó. A ella sí le gustaban las atenciones ostentosas.

Pudimos haber pedido también un taxi, por ejemplo. Pero, claro, yo era invitada y sí me fui con el chófer y las demás.

Me senté en el asiento trasero de la camioneta de lujo con Azucena. No pude evitar mirar a través de la ventana las calles. Reconocí varias, al igual que algunos locales que frecuenté durante mi período de intercambio. Incluso pasamos frente al bar en el que conocí a Christian.

La vivienda de Margarita García se encontraba en la zona alta, donde las personas adineradas preferían tener sus propiedades por la vista y seguridad. Vi enormes mansiones y supuse que la suya también sería así. Sin embargo, me sorprendió ver una casa más modesta. De terreno amplio, sí, pero sin ser una estructura tan llamativa.

Los límites estaban trazados por una alta cerca de rejas dividida en arcos y con adornos. Permitía que se visualizara el extenso jardín frontal y el camino de ladrillos grisáceos que lo atravesaba para llegar a la entrada.

Era una vivienda con columnas externas, abundante cantidad de ventanas rectangulares verticales y geometría recta y redondeada. El blanco le brindaba ese aire sofisticado y elegante, así como la textura de los tablones de madera le proporcionaban modestia.

Homero abrió las rejas automatizadas a un costado e ingresó por el camino asfaltado. Estacionó bajo la sombra de uno del par de grandes árboles, al lado de un automóvil que lucía igual de costoso.

—Pueden ir enseguida al comedor. Yo me encargaré de bajar el equipaje —dijo.

Ximena, siendo obvia la comodidad que sentía en ese lugar, como si fuera suyo, avanzó hacia la casa. Azucena y yo fuimos tras ella. Antes de tocar el timbre, una señora en uniforme nos recibió.

—Bienvenidas. La señora Margarita y Magnolia las esperan en el comedor. Por aquí, por favor.

—Gracias, Betty —contestó Ximena—. Chris llegará en unos minutos más.

El interior del hogar sí era más modernizado, pero no tan al extremo, y se sintió más grande de lo que transmitía por fuera. Era como una mezcla entre el pasado y el presente, con esos muebles tapizados y las mesas de cristal. Noté una variedad de esculturas, cuadros y espacios para libros y revistas. De igual forma, las flores y las velas abundaban. De hecho, había una exquisita combinación de aromas que no recordaba haber percibido antes. Daban ganas que no salir de allí.

Betty abrió unas puertas dobles, anunció nuestra llegada y luego se apartó para cedernos el paso. Sentadas en una alargada mesa de comedor de diez puestos, estaban dos mujeres de edades distintas, pero con rasgos muy similares.

Margarita, en el extremo más lejano de la mesa, se puso de pie al vernos. Tenía el cabello teñido de color castaño con reflejos, dándole un aspecto más jovial. Llevaba puesto un vestido azul de tela texturizada rústica y encima un sobretodo tejido blanco.

—Es un gusto tenerlas aquí —dijo. Abrazó a su sobrina y después a Ximena. Entonces, se enfocó en mí—. Por fin te conozco, Laura.

—Es un honor —sonreí.

Tomó mi mano en las suyas y me devolvió la sonrisa. Fue agradable la energía cálida que emitía, la misma que se veía en cada una de las prendas de su marca. Además, luego de conocer más a fondo su historia, mis ganas de conocerla habían aumentado. No importaba que fuera la madre de Christian. Era alguien para admirar.

—¿Y mi hijo? —preguntó—. ¿Xime?

—Se quedó alquilando un auto. Debe estar por llegar.

La alegría en el rostro de Margarita tambaleó.

—No entiendo cuál es su manía de...

—Oh, Dios. El color de tu piel es magnífico. El vestido te quedará incluso más espectacular —la interrumpió Magnolia, quien también había abandonado su puesto para recibirnos. Tenía un vestido holgado y pantuflas—. Y el color de tus ojos... Sí, sí, ya quiero que te lo pongas.

En vez de darme un apretón de manos, me abrazó. Y, aunque fuera difícil de creer, su chillido al abrazar a Azucena fue más embriagador que el de ella. Al parecer tenían eso en común. No hizo ningún contacto con Ximena.

—Bueno, sentémonos a comer. Nunca se sabe cuánto tardará Christian y tengo una reunión dentro de un rato, así que no hay tiempo que perder.

Ocupamos asientos en la mesa. Betty ingresó y fue colocando un plato de pasta en salsa blanca frente a cada una. Antes de comer, ellas tres se tomaron de manos y Azucena y yo nos unidos cuando explicaron que había que agradecer por los alimentos. Ese fue otro recordatorio del esfuerzo que había detrás de todo lo que veía.

A penas habíamos comenzado a degustar la pasta, cuando Christian entró. Ofreció una disculpa y pasó depositando un beso en la cabeza de su hermana y otro en la de su madre. Luego, se sentó en la silla apartada para él, frente a su hermana y entre Ximena y Margarita. Yo estaba diagonal a él, en el costado donde estaba Magnolia y junto a Azucena.

—¿Y mi sobrino? —preguntó.

—Visitando a los abuelos con su papá. Ellos no podrán venir a la fiesta de cumpleaños, así que hoy salió por primera vez solo con Ricardo.

—Y eso está muy bien, hija. No le pasará nada —comentó la madre de ambos.

Seguro estaba siendo difícil para ella despegarse por primera vez de su hijo. Por el tono empleado por Margarita, debió costarle aceptarlo. Dudaba que pudiera ir pronto a encargarse de los negocios de MG con la revista en la que yo trabajaba.

—¿Quién cumple años? —cuestionó Azucena, desconociendo tanto del tema como yo.

—Mi esposo, prima. También por eso se escogió esta fecha para que vinieran, así celebramos en familia.

—Permiso. Este... —Busqué el rostro más agradable para observar y expresar lo que no paraba de rondarme por la cabeza. Me decidí por el de la hermana de Christian—. En ese caso, yo puedo quedarme con mi abuela. Ella vive a unos minutos de aquí y me gustaría aprovechar de compartir con ella. Luego me dicen cómo nos programamos para probarme el vestido.

Comprendía que se trataba de un evento familiar. Por más amables que quisieran ser conmigo, el hecho de que Christian formara parte de la ecuación lo volvía insano. Y, el querer darles intimidad era mi excusa para poner algo de distancia y no dormir bajo el mismo techo que él. Cumpliría con mi sueño, con mi trabajo, y a la vez cuidaría de mi tranquilidad.

—Claro que puedes ir a verla si quieres, pero insisto en que te quedes con nosotros —respondió Margarita—. Mariela me propuso que me entrevistaras y creo que viendo mi rutina diaria y estando en mi ambiente, todo resultará mejor. Además, si eres tan buena amiga de Azucena, también eres familia.

No se me ocurrió una manera de negarme. No todos los días se podía acceder a la privacidad de una de las empresarias más nombradas y en auge del país. Beth hubiera hecho lo que fuera por estar en mi posición. No podía desperdiciarla. No podía darle tanta importancia a Christian.

Me limité a sonreír en agradecimiento por la oportunidad.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro