Capítulo 33-a
Dos días después,
Nueva York
Uriel volvió su mirada hacia ella.
—Sí, niña, debes abrir las puertas ahora mismo.
Mina miró la Llave en sus manos y acarició el corazón de rubí en su centro antes de dejar escapar un largo suspiro. Será mejor que no te me desaparezcas, bonito medallón. Te necesito.
Con una mala sensación en la boca del estómago y un sabor amargo en la boca, la joven profesora se paró frente a las puertas negras llenas de agónicos rostros. Respirando hondo, puso la Llave del Infierno en la depresión tallada y esperó, consciente de los ojos que la observaban.
—Ahora empújalo y gíralo noventa grados hacia la izquierda.
Cuando ella siguió sus instrucciones, la reliquia emitió una pura luz blanca, formando venas brillantes sobre las dos puertas y haciéndola protegerse los ojos. Entonces comenzó a suceder una cadena de acontecimientos.
La luz disminuyó antes de que la tierra temblara, haciéndola perder el equilibrio y lanzándola al suelo. La Llave del Infierno se desintegró, convirtiéndose en nada más que una pila de polvo metálico. El chasquido de unas cadenas llenó el aire antes de que se abrieran las puertas, dejando que escaparan llamas calientes junto con el fétido hedor del azufre.
Todavía en el suelo, la pelicastaña miró hacia la entrada demoníaca, la cual se envolvió en más llamas y desapareció sin dejar rastro.
—El primer sello se ha roto —La voz de Uriel vino a perseguirla—. Felicitaciones, Quinta Elegida. Has comenzado el Apocalipsis.
—No. ¡NOOO! —Mina se despertó gritando y temblando. El recuerdo de lo que ocurrió dentro de la Badwater Basin parecía haberse unido a ella. Cada vez que cerraba los ojos, incluso durante una hora, soñaba con la Llave y su fracaso.
—Shh, es solo una pesadilla, paloma —le susurró al oído Vergil cuando la envolvió en sus brazos—. No hay nada que pudieras haber hecho.
Ella se aferró a él y hundió la cara en su hombro.
—Jugué con el destino del mundo y perdí —Cerró los ojos con fuerza para evitar que se acumularan más lágrimas—. Duele. Me duele mucho más porque no obtuve mi recompensa; porque los maté a todos por nada.
Vergil la abrazó con más fuerza y susurró:
—Mir’gashir qe r’gashir —Cuando ella frunció el ceño ante él, deseando una traducción, él sonrió y brevemente rozó sus labios—. Tu culpa es mi culpa. Sé de primera mano lo pesado que puede llegar a ser para nuestros corazones a veces; así que debes saber que estoy aquí para ayudarte a llevar esa carga, mi amor —dijo el príncipe, tomándole el rostro entre sus manos y besándole la frente—. Mi consorte —susurró de nuevo, moviéndose para besarle los labios—. Deja que te ayude.
Con los ojos llorosos, Mina le rodeó el cuello con los brazos y le devolvió el beso. Saboreando los labios de su consorte con una necesidad casi desesperada, lo mordió demasiado fuerte, haciendo que un sonido torturado saliera de su boca. La candente mezcla de gemidos y gruñidos le dio más acceso a su demonio y comenzó a calentar su cuerpo.
Otro gemido seguido de un gruñido llegó a sus oídos una vez que ella chupó su lengua. Los placenteros sonidos de su hombre la pusieron caliente, no queriendo nada más que frotar su centro contra el excitado miembro. Un suave gemido escapó de su boca. La sola idea de seguir adelante con su plan la dejó mojada y necesitada.
—Oh, Vergil —dijo ella en un suspiro antes de sentarse a horcajadas sobre él y levantar el borde de su camiseta—. Te necesito tanto, bebé.
Él le detuvo las manos cuando su camisa llegó a la mitad del pecho y su mirada, roja como la sangre, se cruzó con los orbes tormentosos de ella.
—No me tientes —dijo con voz ronca.
—Por favor. Aleja mi mente de todo excepto de ti —suplicó la pelicastaña, rodando sus caderas contra las de él y sintiendo que la cabeza rozaba sus labios incluso a través de las capas de tela suave.
Vergil gruñó, agarrándole las caderas para frotarla al ritmo que él deseaba.
—Joder —exclamó mientras su pene palpitaba de necesidad.
No habían tenido intimidad desde su unión oscura en Kirash’ershiff, por lo que ya estaba deseando una o dos sesiones de sexo, pero le había sido impuesta una tarea mientras Lilith estaba en el Infierno: asistir a una exhibición de arte. Y la maldita cosa empezaría pronto.
No queriendo nada más que desnudarla y empalarse dentro de ella, el demonio de cabello blanco gruñó antes de deslizarla fuera de su regazo. Ella gimió en protesta, tratando de montarlo una vez más, pero él la detuvo y negó con la cabeza.
—No podemos, paloma. ¿Recuerdas la fiesta que le prometimos a mamá que iríamos en su lugar? Está empezando en menos de una hora y todavía no te has bañado.
Mina gruñó y se tiró de nuevo a la cama.
—¿Por qué no puede ir ella? —Lo miró desde debajo de sus pestañas mientras se lamía los labios—. Quiero quedarme en la cama y hacer cosas malas contigo.
Por el amor de los Dioses Antiguos, la mujer sabía cómo darle una mayor erección, pero tenía que concentrarse. Mente lejos de tirarse a su consorte y en modo de exhibición de arte.
—Mamá está de vuelta en el Infierno asistiendo a una reunión entre Lucifer y los otros cuatro reyes.
Eso pareció empujar a la tentadora al fondo de su mente y a la profesora de mitología al frente.
—Es porque rompí el primer sello, ¿verdad?
Vergil asintió, la arrojó sobre su hombro mientras ella gritaba de alegría y los llevó al baño.
—Menos conversación y más baño —dijo, sentándola.
Siempre la tentadora, jugaba con el borde de su camisilla.
—¿Por qué no me bañas entonces?
Él cerró los ojos y respiró hondo para luego soltarlo poco a poco.
—No —respondió el príncipe con toda la autoridad que pudo reunir, pero su voz se suavizó una vez que dejó que sus ojos vagaran por el cuerpo delicioso de su paloma—. Pero podría ayudarte a vestirte.
Los orbes grises de ella brillaron y una sonrisa pícara curvó sus suaves labios antes de que comenzara a desnudarse en un acuerdo silencioso a su oferta. Él inhaló profundo cuando sus pechos fueron descubiertos, se dio la vuelta y salió del baño, cerrando la puerta detrás de él. Apoyándose en lo que él esperaba que fuera una barrera impenetrable, miró el bulto dentro de sus pantalones de ejercicio azul marino.
—Tú y yo tenemos una ducha fría esperándonos, amigo —susurró antes de teletransportarse a la habitación de su madre.
Con una toalla limpia sobre los hombros, estaba a punto de pasar el diván por la ventana cuando un libro con un papel doblado sobresaliendo llamó su atención. La curiosidad jugó su papel y sacó la hoja, examinando su contenido. Resultó ser una nota en la caligrafía de su madre dirigida a él.
Ten cuidado esta noche, hijo mío. La vida de Mina todavía está en peligro, así que, por favor, evita callejones o calles oscuras. Regresaré tan pronto como pueda.
Su mano apretó la sábana, arrugándola.
—Tendrán que matarme para poner sus manos sobre ella —murmuró él mientras su iris se ponía rojo anaranjado.
****
Vergil observó a su consorte mientras hablaba con el nuevo artista-mascota de Lilith. A un par de metros de distancia de él, el hombre estaba tratando de convencer a Mina de que se convirtiera en su nueva modelo. Ella lo había embobado con su belleza y ahora el mortal solo deseaba inmortalizar su imagen en lienzos.
Continuó observando el intercambio hasta que su paloma estuvo de acuerdo con la condición de no desnudos. El ánimo del pintor decayó, pero era lo suficientemente inteligente como para aceptar.
Era su oportunidad; el momento para hacerle saber al hombre a quién pertenecía aquella mujer mientras le colgaba su fantasía frente a él.
—¿No crees que el cuerpo de mi esposa es la perfección encarnada? —preguntó en una voz baja y profunda mientras dejaba caer una pesada mano sobre el hombro del chico y apretaba.
El artista gimoteó entre dientes, pero asintió. Vergil Larsa le provocaba aún más miedo que su madre.
—Sí. —Su voz tembló un poco—. Es digna de hacerle una exposición completa en su honor —susurró, mirando a la dama en cuestión palidecer y negar con la cabeza.
—Ni siquiera lo pienses porque la respuesta será no.
—¿Y qué tal si le encargo una pieza desnuda para decorar nuestra habitación, paloma? —Vergil escuchó el corazón del hombre desbocarse y sonrió internamente. Si el hombre supiera que estaba jugando; usándolo como una herramienta para su diversión privada.
—No —Ella le clavó dagas con la mirada a ambos y se retiró al jardín del edificio.
—Su esposa y yo ya habíamos acordado no hacer desnudos, señor —susurró el artista mientras trataba de ocultar su decepción.
No tuvo tanta suerte, ya que el demonio pudo sentir el entusiasmo y la excitación que el pintar un desnudo de Mina le traía al chico. Se permitió reír antes de apretar el hombro del artista una vez más.
—Déjame eso a mí. Solo necesitas recordar esto —Vergil se detuvo y se inclinó para susurrar en su oído—: Mina Larsa es mía y solo podrás mirar su forma desnuda en mi presencia. De lo contrario no la pintarás. ¿Entendiste?
El hombre asintió, el miedo cerró su garganta y empañó su aura.
—Bien. Te llamaré más tarde —dijo Vergil con una sonrisa mientras palmeaba al artista en la espalda antes de alejarse. Se dirigió a la puerta trasera de cristal que conducía al jardín exterior y entró en el pequeño camino empedrado, disfrutando de la brisa fresca de la noche sobre su piel.
Cerrando los ojos, dejó que sus sentidos se expandieran, buscando el aura característica de su paloma dentro del jardín y la encontró sentada en un banco junto a una ornamentada puerta de hierro forjado que llevaba a la calle. Levantó su mirada tormentosa cuando lo escuchó acercarse a él encontrándose con el fuego en sus ojos que un borde de su boca se curvó hacia arriba.
—Nos estabas molestando, ¿verdad? —preguntó ella, entrecerrando sus orbes grises sobre él.
El príncipe no respondió, pero le ofreció una mano. Su paloma se veía como una princesa de cuento de hadas con un vestido beige sin tirantes que abrazaba su cintura y luego caía amorosamente sobre rodillas.
Ella frunció sus labios dorado-rosado, sopesando sus opciones antes de poner su mano sobre la de él. En el momento en que lo hizo, él la haló contra su duro pecho y le acarició el contorno de la mejilla con el dorso de los dedos; sus pantallas de oro en forma de espiral tintinearon con el movimiento.
—Entonces, ¿de verdad quieres que otro hombre me vea desnuda? —susurró ella mientras sus brazos se alzaban para rodearle el cuello.
—Sabes que disfruto jugando con los humanos. Es una de esas pequeñas alegrías en una existencia por otra parte aburrida.
Ella arqueó una ceja oscura y sonrió ante sus excentricidades cuando un escalofrío le recorrió la espalda anunciando la llegada de un poderoso peligro.
El príncipe demonio se puso rígido al percibir que un portal de energía se abría detrás de ellos y sostuvo la asustada mirada de su consorte.
—Corre.
—¡No! No me iré sin ti.
La mística energía violeta comenzó a girar cada vez más fuerte, azotando su ropa y cabello.
—Vete, Mina —gruñó, volviendo sus irises de color rojo anaranjado y sellando el jardín contra miradas indiscretas—. Llama a los gemelos y ordénales que te lleven al Infierno. Estarás a salvo allí.
Aquellos ojos grises le suplicaron que la dejara quedarse, pero él negó con la cabeza, sus propios orbes se suavizaron.
—No puedo concentrarme en el enemigo contigo a mi lado. Por favor.
Con lágrimas arremolinándose en sus ojos grises, ella rozó sus labios con los de él en un ligero beso.
—Debes volver conmigo, mi amor —Ella besó sus labios una última vez antes de correr hacia la verja de hierro forjado y desaparecer en la calle oscura.
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