Capítulo 32-b
—¡Cómo te atreves! —gritó Alecto, dirigiendo sus garras hacia el cuello de la mortal, pero deteniéndose a una pulgada de distancia cuando el brillo dorado le quemó la punta de los dedos—. No necesito tocarte para enviarte directo hacia Hades —se regodeó, tratando de sonreír mas solo logrando una mueca horrible en su lugar.
Con movimientos rápidos, casi gráciles, una espada se materializó en sus manos y la clavó dentro del abdomen de Nergal. El íncubo se había teletransportado frente a la princesa en el último segundo, protegiéndola de cualquier daño.
La diosa gritó con indignación, hundiendo aún más la hoja.
Burlándose de ella con una leve sonrisa, el demonio agarró la espada mientras su sangre negra goteaba sobre la tierra al ser cortada por los bordes, y comenzó a empujarla fuera de su cuerpo.
—¿Pensaste que no arriesgaríamos nuestras vidas por ella? —preguntó el demonio mientras su gemelo apareció detrás de la Furia, cortó su ala izquierda y hundió una daga en su espalda, deteniéndose a centímetros del corazón—. La Elegida es una princesa del Infierno, no hay nada que no hagamos para protegerla.
—Mátala —ordenó Mina desde la espalda de Nergal—. No la tocaré.
Las llamas de Alecto comenzaron a crecer, sin embargo, la daga fue empujada más hondo y su cabeza cayó rodando hacia el suelo; el resto de la diosa no tardó mucho en seguirla. La daga de Nockrish y la punta de la cola de Nergal, la cual lucía como un Katar, estaban cubiertas de brillante sangre dorada.
—¿Ustedes dos están bien? —preguntó la pelicastaña, haciendo una mueca al ver la herida del más musculoso de los íncubos.
—Nos curaremos —respondieron al unísono un momento antes de que la tierra comenzara a temblar e innumerables voces susurrantes llenaron el aire. Parecían estar cantando en el mismo lenguaje arcaico que Mina escuchó usar a Uriel; uno que provocó alboroto entre los demonios ya que ambos Irdu Lili le gruñían al cielo sin importarle el terremoto que sacudía Badwater Basin como un niño pequeño con su primera bola de nieve.
Incluso Tánatos detuvo sus ataques y bajó la capucha para mirar la cúpula azul mientras levitaba en el aire.
—¿Qué está pasando?
Vergil flotó junto al Coleccionista de Almas, observándolo por el rabillo del ojo antes de que el horizonte se volviera blanco y una bola de luz del mismo color cruzara los cielos hasta estrellarse en el este.
—¿Alguna vez has escuchado a los cristianos predicar sobre el famoso Fin de los Días?
—Vagamente.
—Ha comenzado.
Las velas bailaban con la brisa mientras sus gemidos y gruñidos resonaban en las paredes de roca del dormitorio. Finalmente habían encontrado tiempo para pasar juntos y sus impulsos más básicos los habían dominado. No era la primera vez ni sería la última.
Ella se aferró a su hombro, clavando sus garras en piel blanca como papel mientras él se movía dentro y fuera de ella. Cerrando los ojos, inhaló el aroma almizclado de su amante y gimió cuando él la embistió más hondo que antes. Todavía sintiendo los efectos del éxtasis que atormentaba su cuerpo, fue atacada con una antigua energía extranjera que la hizo arquear la espalda. Sus oídos se llenaron con los rugidos de los truenos antes de que todo el ruido se desvaneciera y solo pudiera escuchar el susurro de voces distantes. Las cuales clamaron por ella en tres idiomas diferentes, su nativo Diavol'eshmir fue uno de ellos.
Eres la indicada.
Sí tú. No tengas miedo.
Eres poderosa. Eres la primera. Ama del semental blanco.
Levántate, jinete, estás siendo convocada.
—He sido convocada —susurró ella, desapareciendo de debajo de su compañero y reapareciendo al lado de la cama.
—¿Qué sucede? —preguntó Baphomet con cautela. Había algo raro en su apasionada diabla.
Ella levantó el brazo, queriendo tocarlo, pero un repentino dolor explotó en su vientre y se inclinó, haciendo una mueca. Su cuerpo comenzó a cambiar, transformándose en algo diferente a una velocidad increíble; y cuando el proceso terminó no era la misma que antes.
Sus ojos, una vez dorados, se habían convertido en pozos de luz blanca y su piel cremosa tenía un tono perlado muy parecido al de un ángel. Incluso su color de pelo cambió de rubio-fresa a un blanco nieve que recordó al de su padre.
—¿Beleth?
Ella lo miró con esos nuevos y extraños ojos suyos mientras una pulida armadura plateada cubría sus pechos, caderas, piernas y antebrazos.
—Ese ya no es mi nombre —anunció con voz delicada, pero vibrante y extendió su brazo derecho para invocar un largo arco plateado blancuzco—. Llámame Conquista, pues fui llamada a conquistar y oprimir al reino de nuestro padre hasta su llegada —Sus rasgos tomaron una expresión más suave—. Lo siento, hermano —susurró la diabla, ahuecando una mano sobre la mejilla de él a la vez que dejaba un beso tentador en sus labios y desaparecía de la habitación.
Baphomet, primogénito de los regentes y heredero del Infierno, se acercó a su ventana y miró hacia el horizonte. Las gigantescas puertas estaban abiertas y dejaban que el dulce aroma de los pecadores terrenales lo tentara a cruzar y darse un festín con carne humana.
La confusión se convirtió en shock, el shock se convirtió en claridad y la claridad se convirtió en ira.
Beleth es la primera jinete...
Volviendo sus ojos negros, rugió y golpeó la pared, rompiendo la piedra. Su querida hermanita estaría fuera de su alcance por un tiempo indefinido. Volvió a rugir y se dirigió a la sala del trono de Lucifer. Su padre tendría que darle una explicación seria sobre el destino de Beleth, una que lo convenciera de perder a su primer teniente y amante.
—¿Así que tu padrastro finalmente sumergirá este mundo en la oscuridad? —Tánatos mantuvo la pequeña charla mientras fijaba sus ojos en el objetivo. Si el Apocalipsis había comenzado de verdad, Hades y Zeus de seguro intervendrían y la guerra devastaría la Tierra. Para el bienestar del Rey de las Sombras y el de todos los griegos, la señorita Mina Larsa tenía que morir antes de que el conflicto comenzara o su panteón estaría en serios problemas.
—No podría importarle menos el destino de la humanidad, lo que sí es importante para él es su guerra contra los Cielos. Torturar a los mortales es solo un pasatiempo —respondió Vergil a su antiguo mentor, vigilando al ser con atención. Cuando su sed de sangre se disparó, el príncipe rápidamente emitió una orden telepática a sus íncubos para llevaran a la princesa directo a Lilith.
Pero en el mismo instante en que los gemelos agarraron a Mina, se abrió un agujero bajo sus pies y cadáveres podridos se aferraron a la pelicastaña.
Al ver el cielo oscurecerse alrededor de ellos, el príncipe demoníaco gruñó y su espada de fuego chocó con la guadaña negra del dios, retomando su lucha; pero esta vez tenía un reloj que daba energía a sus golpes pues cuando sonara la alarma, los muertos agregarían una nueva alma al Inframundo.
—¡Paralo!
Tánatos se rió cuando paró otro ataque y blandió su arma, formando medias lunas de energía que se dispararon contra su estudiante.
—Tendrás que salvarla antes de que, tanto ella como sus guardias, sean abrumados por los cadáveres.
Vergil rugió, sus ojos se tornaron de color rojo anaranjado y aparecieron venas azules alrededor de ellos mientras esquivaba cada una de las semilunas explosivas y contraatacaba con una esfera de fuego de su espada.
El Dios de la Muerte se alejó de la bola, pero no pudo reaccionar a tiempo, cuando de la nada apareció un rayo azul seguido por el mestizo demoníaco.
Un rayo le golpeó el hombro al mismo tiempo que la espada de fuego era empalada en su esternón hasta que salió por su espalda. El griego gritó, sintiéndose arder de adentro hacia afuera. Su fuerza comenzó a fallarle, mientras que la ilusión que ocultaba la cicatriz en su rostro desapareció, mostrando la desagradable herida que corría sobre su ojo izquierdo, se curvaba sobre su mejilla y terminaba en la esquina de su boca.
—¡Haz que los muertos se vayan! —gritó el demonio después de agarrarlo por el cuello de su túnica.
—¿Quieres que los cadáveres se vayan? Échalos tú mismo.
—¡Maldito seas! —gritó Vergil un momento antes de sacar la espada del bastardo y darle un puñetazo tan fuerte que lo hizo estrellarse en el desierto. Sin siquiera una segunda mirada, ignoró al dios mayor y se teletransportó al agujero.
Despedazando a los no muertos, el príncipe despejó un camino hasta que agarró la mano de Mina por un segundo antes de que el ejército de cadáveres la halara con mayor fuerza. El intentó teletransportarlos, pero el portal inter-dimensional le negaba esa habilidad.
—Agárrate fuerte, paloma, no te soltaré.
Ella continuaba luchando contra el ejército de muertos vivientes, pero estaba resultando inútil. Por cada uno que la soltaba, dos más la sujetaban. Era algo de pesadilla.
Los dedos de ella comenzaron a deslizarse y los esqueletos la halaron con más fuerza. La mano del príncipe se apretó alrededor de la de ella mientras hundía su espada en el borde del agujero, tratando de anclarse para ganar más tiempo.
La mente de Vergil se aceleró. Había estado tratando de encontrar una solución a su problema zombi sin el uso de su nigromancia, pero parecía ser la única carta que tenía para jugar. El problema era que sus poderes necrománticos eran, en el mejor de los casos, mediocres y patéticos el resto.
Podía hablar con los muertos y había traído a un recién fallecido a la vida ordenando al alma que volviera al cuerpo...
Pero cerrar un portal al Inframundo estaba en un nivel completamente diferente. Ese tipo de poder no estaba en su interior.
Los gemelos vinieron a ayudarlos. Sus cuerpos estaban cubiertos de cortes y magulladuras recientes que mostraban signos de una curación lenta.
Dos dedos más se deslizaron más allá de su agarre.
Lágrimas anegaron sus ojos mientras miraba en los asustados orbes grises de su consorte.
—Sujétate a mí, querida. No me sueltes.
—Lo estoy intentando.
Otro dedo se deslizó.
—¡Vergil!
El tiempo pareció ralentizarse en el momento en que la mano de su esposa se le resbaló. Un increíble dolor y furia corrieron por sus venas, haciendo que el fuego del Infierno se sintiera como el frío viento de invierno en comparación.
Sus ojos brillaron más rojos que nunca y gritó:
—¡PAREN!
Un silencio mortal cayó sobre el desierto cuando el ejército de cadáveres se detuvo al instante, solo se podía escuchar el batir de las alas de los gemelos.
Nergal se acercó y tomó a la mujer, que casi hiperventilaba, en sus brazos, sin embargo, los no-muertos se negaban a liberarla.
—Almas de los condenados, le ordeno que suelten a mi consorte y se arrastren devuelta al agujero del que vinieron —gruñó el demonio príncipe, agarrando el cadáver podrido más cercano y aplastando su cráneo—. ¡AHORA!
Las manos secas sobre el cuerpo de Mina desaparecieron de inmediato junto con el resto de los muertos. En cuestión de segundos, todo volvió a la normalidad como si un portal a un reino infernal nunca hubiera sido abierto en medio de la Badwater Basin.
Después de asegurarse de que Tánatos no estuviera a la vista y de que no hubiera más peligros acechando en las sombras, el Irdu Lili aterrizó, liberando a la princesa en los brazos de su maestro.
—Gracias a los Dioses Antiguos que estás bien —susurró el demonio de cabello blanco mientras abrazaba a su preciosa paloma—. Te amo, my darling.
Ella se acurrucó más cerca de él sin importarle su dura armadura o la sangre que cubría su cuerpo. Su corazón pareció con aquellas palabras.
—I love you too, my dark prince.
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