Capítulo 3-b ✔
Un tirón en sus piernas la sacó de sus pensamientos.
—Abre tus piernas para mí, mi amor. — Su ángel casi ronroneó la última parte. La intensidad con la que dijo "mi amor" rompió algo en su interior y obedeció.
El éxtasis fue instantáneo cuando la lengua húmeda de él se deslizó más allá de los necesitados pliegues de su centro, haciendo lentos círculos alrededor de su clítoris y luego dándole largas y pecaminosas lamidas. Se sentía increíble. Le temblaron las piernas, amenazando con ceder a la debilidad, pero Vergil la agarró por las nalgas y la sentó sobre el lavamanos. Él le ordenó que pusiera los pies sobre sus hombros y le abrió las piernas. Mientras la miraba con hambre en sus ojos azules, una sensación de fragilidad la invadió por un instante, pero Mina la ignoró. Ya había decidido que no trataría a su ángel como a un extraño; no obstante, era un sentimiento incómodo para su persona.
Sus pensamientos se dispersaron una vez más cuando una lengua se introdujo en su interior, borrando las dudas de su mente y avivando su deseo. Jadeando por aire, Mina se agarró a la tapa del lavamanos mientras Vergil hacía su magia, entrando y saliendo de ella.
Los gemidos se le escaparon mientras echaba la cabeza hacia atrás, sintiendo la pasión crecer en su interior hasta que no quiso nada más que gritar a todo pulmón. Oliendo el nivel de su excitación, las fuertes manos de Vergil sujetaron sus muslos y su lengua incrementó sus caricias. Más rápido, más profundo que antes hasta que ella se tensó y agarró el cabello de é, sintiendo oleada tras oleada de un deslumbrante y delicioso orgasmo. Pero él no esperó a que su mente se aclarara por completo cuando lo encontró acomodado entre sus piernas y listo para entrar en ella de un solo empujón.
—Te llevaré a las estrellas —anunció él con voz ronca.
Mina tembló de expectación y ansiedad mientras rodeaba la cintura de él con sus piernas en un esfuerzo por acercarlo a su cuerpo. Su respiración se aceleró cuando sus ojos se posaron en el miembro mientras él se preparaba para entrar en ella.
—Por favor, date prisa, ángel mío.
—¿Ángel?
—Eso es lo que me pareces con esa piel y cabello pálidos.
La risa de Vergil llenó sus oídos un momento antes de que se deslizara dentro de ella, murmurando algo en un idioma extraño.
—¿Qué significa?
—No te haré el amor como a un ángel sino como a un demonio.
Sus palabras le hirvieron la sangre y tomó su rostro en un beso desesperado que profundizó sus embestidas, casi volviéndola loca. No era suficiente. Quería sentirlo sobre ella con todos esos duros músculos apretados contra su suave cuerpo mientras él los complacía a ambos.
—Por favor, llévame a la cama. Necesito sentirte... —comenzó Mina con un ligero sonrojo en sus mejillas.
—Sus deseos son órdenes, mi señora —respondió su ángel. Sus ojos azul eléctrico brillaron con picardía mientras la tomaba por las nalgas y la llevaba al amplio dormitorio que miraba a los rascacielos de la ciudad.
Vergil la recostó con suavidad sobre la cama tamaño king y se subió a ésta como un león hambriento en busca de su presa. Sus ojos volvieron a brillar cuando la tomó por los tobillos y la deslizó debajo de él. Compartieron un súbito beso antes de que él le atrapara las manos sobre la cabeza.
—Eres mía, todo en ti ahora es mío —afirmó, entrando en ella de nuevo con una brusca embestida que arrancó gemidos de placer en ambos.
Sus movimientos comenzaron lentos, como sucedió en el baño, pero luego la pasión, la lujuria y las sensaciones jugaron su papel, acelerando todo hasta el punto de que ella ya no podía soportarlo. Su segundo orgasmo no duró mucho, pero fue tan poderoso como el primero.
—Detenme o tomaré tu sangre —suplicó Vergil en un susurro mientras lamía y besaba febrilmente su cuello.
—¿Qué?
De repente sintió que algo le perforaba el cuello y un líquido cálido que le bajaba por el pecho. «¡Dientes!» Los pinchazos fueron hechos por afilados dientes. ¡La estaba mordiendo!
La alarma y el miedo se extendieron por su cuerpo y se puso rígida mientras él entraba muy profundo en su interior, gimiendo contra la curva de su cuello de puro placer. «¡Por favor, no dejes que sea uno de esos psicópatas que se creen vampiros!»
—Relájate, paloma. Prometo no matarte. Es sólo que tu sangre es tan condenadamente dulce... —gimió él y la mordió de nuevo. Sólo que esta vez fue diferente. Esta vez sintió una ola de calor extendiéndose por su cuerpo y el deseo creciendo de nuevo.
Olvidando su miedo, Mina abrazó a Vergil mientras él bebía y la embestía con fuerza. La necesidad anuló la razón, obligándola a hacer un sacrificio de sangre sólo para sentir más placer. Ola tras ola de éxtasis la recorrió, incrementando la presión dentro de su cuerpo por tercera vez. Cada una de sus embestidas la llevó a nuevas alturas. Más. Más. Más. Hundió las uñas en la espalda de su marido lo suficiente como para sacarle sangre y le mordió el hombro mientras gritaba con la fuerza de su clímax. Él gimió y aceleró sus movimientos. Los colmillos de él abandonaron su cuello y le sonrió. Era una sonrisa socarrona que goteaba sangre de la comisura izquierda de su boca, el color combinaba con sus vibrantes ojos rojo sangre.
«¿Qué?»
Su mente estaba perezosa debido a la pérdida de sangre, pero de alguna manera logró concentrarse y lanzar una mirada furtiva a Vergil. Los iris rojo sangre jugaron al escondite con ella mientras su dueño dejaba que la pasión recorriera su cuerpo. Su marido estaba terriblemente cerca del clímax, sus embestidas y retiradas eran casi dolorosas ahora que la pasión la había abandonado. Pero lo que más la asustó fue el hecho de que con cada segundo que pasaba, sus ojos adquirían un tono rojo más brillante.
«¡No!»
Un miedo primitivo tomó control de su cuerpo y le dió la fuerza para empujarlo lejos de ella. Al principio no se movió, pero luego un siseo salió de su garganta y saltó de la cama, maldiciendo en el mismo idioma que antes. Una mano estaba quemada en su bíceps, exactamente donde ella lo empujó. ¡Era su mano! ¿Pero cómo?
Sus pensamientos se dispersaron cuando la quemadura comenzó a curarse ante sus propios ojos.
—¿Qué eres? —Ella se arrastró lejos de él, golpeando la cabecera de la cama con la espalda. «¿Podría ser un demonio?»
Vergil miró hacia donde estaba fija la mirada de ella y suspiró. Había visto la quemadura, la que ella le había infligido, sanar por sí sola.
—¿Qué quieres decir? Soy tu marido, ¿recuerdas? No hay nada que temer.
—¡Tonterías! Vi tu quemadura. ¿Por qué se quemó tu piel cuando te toqué? Y tus ojos... ¡brillaban rojos!
—¡Mierda! —La ira creció en sus venas por su descuido, pero la reprimió con rapidez. Era muy imprudente asustarla más de lo que ya estaba—. Todo va a estar bien. No te voy a lastimar.
—¡Por supuesto que no! Voy a estar bien porque me largaré de aquí. —Mina casi llegó a la puerta—. Eres una especie de de-
Su monstruoso marido apareció frente a ella, bloqueando la puerta y atrapándola con éxito dentro de la habitación. Levantó la mano y dos dedos tocaron su frente antes de pronunciar una palabra—: Olvida.
Mina no pudo reaccionar mientras la oscuridad comenzaba a nublar su vista. Su cuerpo perdió la fuerza y empezó a caer, pero unos brazos se extendieron y la envolvieron en un férreo abrazo.
«Un demonio. ¿Por qué?» Entonces todo se perdió en la oscuridad.
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