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Capítulo 28-a

Después de algunos minutos de caminar hacia lo que estaba brillando sobre el suelo cubierto de sal, Mina notó que una canción provenía de esa misma dirección. La hermosa música no estaba compuesta de letras, sino una suave melodía que, por extraño que pareciera, ahogaba los demás sonidos. Incluso el supuesto crujido de sus pasos sobre el blanco mineral cristalizado no tenía sonido.

Arrugó la nariz y se detuvo.

—¿Qué demonios está pasando aquí? —Sus labios se movieron, pero ningún otro sonido más que la canción llegó a sus oídos. Ella estaba claramente soñando, todavía en la cama de la habitación del hotel. Porque no había ninguna maldita manera en la que su pequeña situación fuera posible.

Gabriel frunció el ceño, sus labios se movieron, pero ella lo cortó, sacudiendo la cabeza.

—No puedo escucharte.

El chico se acercó y lo intentó de nuevo, mas el resultado siguió siendo el mismo. Mina sacudió la cabeza por segunda vez y agitó las manos como si pudiera hacer a un lado la situación. No tenía sentido intentar encontrar una explicación lógica cuando tenía cosas más importantes en las que centrarse, como averiguar qué era la luz parpadeante. Esperaba que esa fuera la fuente de la extraña canción también.

La profesora continuó caminando hacia la pequeña luz, escuchando como la suave melodía se hacía más fuerte poco a poco. Con cada paso, sus latidos aumentaban en velocidad a la vez que su estómago era invadido por mil mariposas. Sentía una emoción febril que desbordaba su cuerpo con energía y le daba confianza.

Estaba cerca.

Su larga búsqueda finalmente terminaría. Podía sentirlo en sus huesos.

Cuando llegó a la fuente de toda su curiosidad, su mandíbula casi cayó al suelo. Frente de ella descansaba un prístino diamante del tamaño de una uva que reflejaba los rayos del sol en un hermoso patrón. La pelicastaña lo recogió y lo observó sobre su palma. No pudo evitar sentir partes iguales de decepción y emoción inundar todo su cuerpo. ¿Esto es todo? ¿No hay una puerta o pasaje secreto? Debe haber más...

Agarrando la piedra preciosa dentro de su puño, examinó el suelo salado mientras la melodía seguía perforando sus oídos, el volumen se hacía más de lo que podía soportar. Ella protegió sus ojos con su mano libre al ver la sombra de Gabriel acercarse, pero antes de que pudiera pedirle que la ayudara a escapar, el suelo debajo de ella se volvió blando y comenzó a tragarse sus pies.

Mina trató de alejarse en vano. Ya estaba atascada hasta sus tobillos y cada movimiento solo la hundía más profundamente. ¡Arena movediza!

—¡Aléjate, Gabe!

—¿Ahora ves el por qué te advertí que no hicieras algo estúpido contra mi antiguo alumno? Se ha vuelto cuidadoso desde tu ataque y no ha traicionado su ubicación ni una sola vez —Tánatos observaba desde un sillón la escena que se desarrollaría ante él.

—El bastardo no se ha transformado, así que tendremos que derramar sangre mortal para encontrarlo —dijo Alecto mientras pasaba su daga por el pecho de la víctima. La joven sobre quien estaba sentada a horcajadas la Furia gimió detrás de su mordaza y gruesas lágrimas escaparon del rabillo de sus ojos—. ¡Oh, cállate! —exclamó la diosa demoníaca antes de hundir la hoja en el corazón de la mujer, rociando sangre sobre su rostro.

Lamió las gotas escarlatas de sus labios rosados y una cuenca dorada apareció en el piso de madera pulida junto a su pierna izquierda. Con los ojos azules eléctricos anclados a la herida mortal, ella hizo que la sangre la obedeciera. Lentamente, el líquido se alzó como una fuente e hizo un arco que cayó, sin ningún tipo de salpicadura, en el recipiente.

La atención de Tánatos cambió en el momento en que el fantasma de la mujer apareció en la habitación. Observó su suave rostro redondeado y su expresión asustada, lo que trajo una sonrisa torcida a sus finos labios mientras se levantaba del sillón. Sería una adición perfecta a su hogar pues incluso cuando solo era un cuarto de griega, no había sido bautizada por una sola religión por lo que él pudiera reclamarla sin ninguna controversia de sus otros seis colegas internacionales.

—Sí, es tu cuerpo —Estaba tan conmocionada por la imagen de su cadáver que no lo escuchó venir. Los ojos de él se volvieron brillantes amatistas que la hipnotizaron y calmaron en el momento en que se volvió para mirarlo—. Puedo ayudarte a encontrar tu camino, cariño —dijo, ofreciéndole una mano.

La forma brillante y translúcida de la fantasma se sacudió cuando sus ojos blanquecinos lo miraron fijamente. Su participación en su secuestro y asesinato había desaparecido de su mente dejando solo adoración por el ser parado delante de ella.

—Llévame lejos de aquí, por favor. No deseo verme más.

Pero tan pronto como ella tomó su mano, su forma incorpórea tembló y cambió, la luz estalló hasta que una pequeña esfera azul quedó flotando en el aire. Lo que parecía ser una jaula de pájaros de medio pie de altura de hierro forjado se materializó en la palma del Dios de la muerte y la bolita no perdió ni un segundo en unirse a las otras almas dentro de la hermosa prisión.

Alecto sofocó una carcajada mientras vaciaba la cuenca sobre un antiguo mapa del mundo extendido sobre una mesa en el centro de la habitación.

—No pudiste dejarlo pasar, ¿verdad?

—Sería un desperdicio permitir que Azrael o Manannán la recojieran —respondió él, desapareciendo la jaula de hierro y reacomodando su abrigo hecho a la medida antes de ver la sangre llegar a todas las esquinas del mapa. Luego, el líquido escarlata fue absorbido por el papel sin dejar un solo rastro. Durante uno, dos, tres segundos, nada sucedió, pero justo cuando la Furia estaba a punto de perder la paciencia, una gota que se transformó en un pequeño tornado apareció sobre el estado de California.

Con un toque, el sangriento torbellino se detuvo y tomó la forma de un espejo que mostraba al príncipe demonio, entre otros, en el desierto; todo en tonos rojos.

Los ojos de Tánatos se volvieron vidriosos mientras buscaba la información que necesitaba en la inmensidad del universo.

—Qué apropiado —susurró con una leve sonrisa—, escogiste el Valle de la Muerte como tu tumba. —Volviéndose hacia la diosa oscura le ordenó—: Elige algunos guerreros para que nos acompañen. Esta debe ser nuestra última batalla.

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