Capítulo 25-a
Lilith estaba acostada en su cama de matrimonio empapada de sudor y terriblemente mareada. Todo su cuerpo se sentía como si estuviera fuera de control. Lo peor, tenía la sensación de caerse de la cama cada vez que se atrevía a mover un músculo. Esta vez los síntomas que acompañaban a sus visiones habían hecho un gran número en ella. Al menos su hijo no estaba cerca de verla en un estado tan patético y el que podría, nunca respiraría una palabra sin su consentimiento.
La ansiedad y la desesperación se habían apoderado de su corazón desde la mañana, advirtiéndole que experimentaría la peor premonición de su vida.
—¡Nergal! —gritó, extendiendo la mano hacia él mientras su vista se volvía borrosa—. No me dejes sola.
Su amante tomó su mano y se sentó a su lado en el borde de la cama.
—Todavía estoy aquí, mi reina. Nunca podría dejarte sola —Los ojos ámbar del íncubo se suavizaron y besó los nudillos de su ama antes de apartarle un empapado mechón rojizo golpe de su cara sudorosa.
Los ojos color miel de ella se volvieron vidriosos, su cuerpo se tensó y su conciencia fue lanzada hacia adelante en el tiempo.
La oscuridad y el silencio la rodeaban, pero entonces emergieron del vacío miles de pequeñas estrellas coloridas. El ruido de ataques energéticos hizo eco en sus oídos sin embargo, ninguna imagen, a parte de las diminutas luces, le fue presentada a la reina infernal.
Ella maldijo y se dio la vuelta buscando algo más que el cielo estrellado.
—Vamos, debe haber más que unos pocos sonidos —susurró Lilith entre dientes. No pudo haber sufrido tanto durante toda la mañana solo para ver un espectáculo de luces.
El ruido de los ataques energéticos se hizo más fuerte, seguido por un rayo azul que la cegó brevemente. Reconoció el patrón eléctrico al instante pues no era otro que el de su hijo. El miedo se apoderó de su cuerpo al darse cuenta de lo que estaba ocurriendo. La visión involucraba a su pequeño niño; ¡él tenía que estar en algún tipo de batalla!
Gruñidos, pasos, el choque de metal y luego un doloroso gemido hizo eco a su alrededor. Las rodillas de la reina cedieron y ella aterrizó en la insustancial oscuridad mientras lágrimas rodaban por sus ojos color miel. El gemido había provenido de su hijo.
Lilith arañó su pecho mientras más lágrimas caían por sus mejillas.
—Por favor, por favor no me quiten a mi hijo. Pueden tener TODOS los demás, pero no mi pequeño trueno azul... ¡NO EL! —gritó mientras sus puños golpeaban el vacío debajo de sus rodillas.
Otro grito ahogó el suyo, también femenino, pero fue seguido rápidamente por uno de su hijo.
—¡Minaaaa!
Vergil apareció frente a ella sosteniendo a la pelicastaña entre sus brazos y sollozando a la vez que apoyaba su mejilla contra la cabeza de la Elegida. Continuó llamando a la mortal una y otra vez, pero no sirvió de nada, la joven estaba muerta.
La diabla miró detrás de la pareja, tratando de identificar su ubicación, pero todo lo que obtuvo fue la imagen borrosa de una carretera. Las perras que gobernaban el destino estaban jugando con ella otra vez. ¡Pero un día obtendrían lo que venía a ellos! Un día destruiría todo el panteón griego, las Parcas y todo. Ella sonrió al mismo tiempo que todo se oscurecía y era devuelta a su cuerpo.
—Envía a Andras a buscar a Vergil de inmediato —ordenó, parpadeando varias veces mientras sus ojos volvían a la normalidad—. Mi hijo debe saber que la Elegida va a morir.
Mina caminó junto a Vergil por un sendero flanqueado por frondosos árboles verdes que cubrían el cielo de la vista. Era como mirar el techo de un arco esmeralda moviéndose al ritmo de la brisa de la tarde. Las cercas bajas y negras se alineaban a lo largo del ancho camino que parecía más una avenida que un verdadero camino. Paralelamente, bancos de hierro aparecían cada pocos metros junto a simples, pero elegantes postes de luz. El gorgeo de las palomas y otros tipos de aves le daban vida al lugar casi vacío. Solo otra pareja, un corredor y una anciana que se alimentaban de palomas podían verse alrededor. Las vibras pacíficas que emanaban de todo y de todos a su alrededor eran suficientes para hacerle olvidar todas sus preocupaciones.
Ahora entendía por qué su príncipe demoníaco se había vestido tan casual por la mañana; él planeó una visita al aire libre desde el principio. Incluso con vaqueros desgastados, camisa de manga corta y chaqueta de cuero negra, se veía deslumbrante. Su cabello claro estaba un poco despeinado por su breve juego de amor en la limusina, agregando más atractivo sexual al guapo dios griego. Controlarse las ganas de comérselo en público era todo lo que podía hacer en ese momento.
Vergil la miró por el rabillo del ojo, sonriéndole maliciosamente, como si hubiera escuchado sus pensamientos, y le tomó la mano, guiándola hacia la cerca de hierro junto a ellos. Con la fluidez de un gato, saltó sobre la barandilla de metal y le ofreció una mano.
—¿Qué estás haciendo? El camino está justo aquí —Mina señaló la dirección en la que habían estado caminando hasta hacía un minuto—. ¡Se supone que no debes pisar la hierba!
Él se rió entre dientes, todavía tendiéndole la mano y consciente de que la otra pareja se estaba riendo de su pequeña escena.
—¿Por dónde vas a caminar si te llevo de excursión o pretendes levitar? ¡Ven! A la hierba no le importará que la pisen.
Ella puso los ojos en blanco, pero dejó que la ayudara a cruzar la cerca y para adentrarse en el bosque. Mina podía oír pájaros revoloteando sin embargo, alrededor de ellos solo divisaba verde por todas partes.
—¿A dónde me llevas?
—Responder a esa pregunta arruinará la sorpresa.
—Vergil, crecí en Nueva York, he visitado este parque y todos los destinos turísticos en él más veces de las que puedo contar —Se detuvo cuando un cuervo voló sobre ellos y se sentó en una rama cercana para mirarlos con curiosidad—. No estás siguiendo ningún sendero. ¡Podríamos perdernos fácilmente en estos bosques!
—Deja de quejarte como una niña mimada, confía en mí y mientras lo haces, disfruta de la vista.
—¡Por supuesto que fui mimada, soy hija única! —respondió Mina, tomando la mano de su demonio y continuando su caminata de nuevo—. Pero sabes dónde estamos, ¿verdad?
—No estamos perdidos, querida.
Las palabras del príncipe llegaron a los oídos de las Furias mientras seguían a la pareja y esperaban la llegada de su hermana para atacar. Ellas también estaban usando máska para que ni el demonio ni su amante humana pudieran sentirlos cerca.
—¡Que Tartarus nos lleve! ¿Dónde está Tisífone? Este es el momento perfecto para atacar.
—Todavía no, Alecto —dijo Megara a su hermana de cabello negro mientras miraba al cuervo siguiendo sus objetivos. Esa ave no era un animal normal. Podía sentir los restos de magia negra en toda la plaga enplumada—. Alguien los está mirando a través de ese cuervo —La rubia señaló al animal para que su impaciente hermana la viera—. Debemos esperar. Que el mago crea que el príncipe demonio y la princesa están a salvo y abandone la escena antes de que hagamos nuestro movimiento.
****
Después de algunos minutos de caminar entre varios tipos de árboles y helechos, finalmente llegaron a su destino secreto.
The Pond, como los neoyorquinos lo habían llamado con tanta elocuencia, era exactamente lo que su nombre indicaba: un estanque. El pequeño cuerpo de agua se veía muy claro, reflejando el paisaje que lo rodeaba junto con el cielo azul claro. Dos parejas de cisnes, una blanca y la otra negra, nadaban sobre las tranquilas aguas arreglándose sus plumas. La brisa de la tarde hizo que los árboles cantaran mientras el viento acariciaba sus hojas.
Todo era hermoso y perfecto al igual que su paloma.
Mina sonrió cuando vio las aguas cristalinas y el puente Gapstow un par de metros a la izquierda. La reliquia del siglo diecinueve era una simple estructura de piedra que se curvaba sobre el estanque. Desde el pequeño claro en el que se encontraban, uno solo podía ver musgo adornando las viejas piedras, pero si rodeaba el puente, encontraría a la hiedra conquistando lentamente la superficie rocosa.
—Así que aquí es donde querías llevarme... qué coincidencia, me encanta este puente.
—Es bueno saberlo porque es mi lugar favorito de toda la ciudad.
—Yeah, right! Solo estás diciendo que te gusta porque yo lo dije primero —respondió ella con una ceja arqueada mientras lo empujaba con un dedo en el hombro.
—¿No me crees? —preguntó él en un susurro, haciendo su mejor expresión de tristeza, pero sonriendo en su mente—. ¿Por qué no lees mi mente?
—Sabes que no puedo.
—¡Entonces mis verdaderas intenciones serán un misterio para ti! —exclamó Vergil, sonriendo con suficiencia antes de tomarla en sus brazos al estilo de novia y arrojarla al estanque.
Mina gritó cuando el agua fría tocó su piel. La risa llegó a sus oídos desde lo alto del puente Gapstow tan pronto como ella se paró con el agua hasta el pecho en el estanque, haciendo que se sonrojara furiosamente.
—You're a bastard, Vergil Larsa! ¡Ven aquí para que pueda hacerte la comida de pescado! —Luego, la cola viscosa y fría de un pez rozó sus sandalias, arrancándole un fuerte grito al mismo tiempo que la bestia escamosa en cuestión se alejaba con rapidez.
—¡No asustes a los peces, querida! ¿Qué van a comer los pájaros entonces? —se burló él antes de quitarse su chaqueta de cuero para colgarla en una rama de árbol cercana y saltar en las frías aguas.
Alguien sobre el puente gritó "cásate con ella", pero Vergil respondió rápidamente "ya lo hice", levantando su brazo izquierdo para que la audiencia pudiera ver la elegante banda de oro alrededor de su dedo. Saludos, felicitaciones y algunos silbidos sonaron a su alrededor antes de que la pequeña multitud decidiera darles algo de espacio y finalmente se dispersara.
Ella enrojeció aún más con todo el ruido y trató de esconder su rostro en la mojada camisa de su marido, pero a medida que el grupo disminuía, el color volvió a sus rasgos. ¿Cómo era posible que su pequeño espectáculo pudiera reunir a una multitud de locos vitoreando? Ella pensó que estaban solos con solo los animales como compañía, pero aparentemente las personas brotaban como malezas en el parque.
—Espero que nadie decida venir por aquí antes de irnos o moriré de vergüenza.
—Eso es fácil de arreglar —susurró su marido antes de cerrar los ojos y murmurar en voz baja en su exótico lenguaje demoníaco. Un minuto más tarde, sus ojos se abrieron revelando irises escarlata que brillaba con magia de otro mundo antes de regresar a su azul eléctrico—. Está hecho. Todo ser humano que se acerque a mi barrera decidirá irse a otro lugar y los que ya estaban dentro se están yendo ahora mismo.
Los ojos grises de Mina se ensancharon.
—Tus poderes me impresionan cada día.
—Tú eres quien me impresiona todos los días —Se tomó su tiempo acariciando la mejilla húmeda de ella mientras se miraban fijamente. Viendo aquellas preciosas orbes grises, un deseo loco floreció dentro de su corazón y no pudo detenerse antes de que su boca lo soltara todo—. Sé mi consorte, Mina. Cásate conmigo como lo hacen los demonios para que nadie pueda cuestionar nuestro lazo... para que nadie pueda separarnos.
Se congeló cuando el verdadero significado de esas palabras lo golpeó. Vergil se convertiría en el objetivo del odio de su gente si se enlazaba con una humana. No es que no lo fuera ya, pero por lo menos los demonios siempre fueron educados con él, incluso cuando podía escuchar cada maldición e insulto mental dirigido a su persona, en un esfuerzo por complacer a su padrastro; uno que se pondría furioso si se apareaba con Mina y la dejaba embarazada. Por la ley de Lucifer, ningún demonio masculino, aparte de él, podía reproducirse con una mujer humana. Todo para evitar el nacimiento de un anticristo que pudiera rivalizar el poder del que él engendraría en el futuro.
Y sin embargo... si su paloma lo pedía, el príncipe le daría todos los hijos que deseara sin pensarlo dos veces. Al infierno con la ley del gran rey demoníaco.
—Pero...
La voz de Mina interrumpió sus pensamientos y vio sus ojos tormentosos llenos de lágrimas. ¿Qué pasa ahora?
Estaba a punto de entrar en su mente cuando ella habló de nuevo.
—¿De veras m-me q-quieres como tu consorte?
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