Capítulo 23-b
—¿Quién estropeó tu rostro, hermana? —Una mujer rubia con ojos azules eléctricos apareció de la oscuridad, agarrando la barbilla de Alecto y forzando su cabeza hacia un lado para examinar más de cerca su herida.
La furia de pelo negro gruñó y retiró la mano de la rubia de su cara con brusquedad.
—Deja de preocuparte por mí, Megara. ¡Tú no eres mi madre!
—Atacar a una de las Furias es un crimen que se castiga con la muerte —Una mujer más joven con los mismos ojos, pero el cabello castaño y largo hasta los hombros apareció desde el interior de la oscuridad, con una sonrisa malvada en sus labios—. Dime el nombre para que pueda cazar y matar al tonto —exigió la diosa más joven. Su túnica roja, sostenida en su lugar por dos broches de narcisos sobre sus hombros, se balanceó con el aire cuando su dueña se movió detrás de Alecto.
—¡No las busqué a las dos para aplastar un insecto, Tisífone! Es hora de deshacernos de Vergil para siempre. Podemos usar el asesinato de la Elegida como una excusa ya que él es quien la custodia.
Megara inclinó la cabeza y una red plateada, casi transparente, cayó sobre Alecto, atrapándola entre sus filamentos pegajosos. Su hermana comenzó a sacudirse y gritar, pero la rubia la ignoró y humo salió de su mano extendida. El gas fue tomando forma sobre su palma hasta que una serpiente blanca, con ojos negros y brillantes, se enroscó alrededor del brazo de la Furia.
Los ojos de Alecto se ensancharon mientras se sacudía de nuevo, tratando de escapar del agarre de su hermana mayor.
—¡Aléjate de mi cabeza!
—Si no quieres decirme quién te quemó la cara, entonces te quitaré la respuesta de tu mismo cerebro — Sus ojos brillaron un momento antes de que el reptil serpenteara en el aire como un fantasma brillante y se metiera dentro de la oreja de Furia atrapada.
Alecto gritó mientras la serpiente se movía hacia adentro y alcanzaba su cerebro. Otro grito desgarrador hizo eco alrededor de la caverna cuando el animal hundió sus colmillos en el tejido blando, succionando la información que Megara deseaba. Después de un pequeño alivio del dolor, la tortura comenzó de nuevo una vez que la criatura se deslizó desde cerebro a la cavidad del ojo izquierdo, la nariz y finalmente salió por la boca.
La pelinegra se quejó y jadeó mientras el pequeño reptil se deslizaba hacia la palma de la rubia. Su forma sólida volvió a ser humo, remontando el aire hasta que Megara lo tragó; sus ojos azules volviéndose blancos en un instante.
—Fue nuestra cuñada la que quemó su cara —dijo la diosa rubia con voz fantasmal mientras los recuerdos de Alecto pasaban ante sus ojos—. Ella tiene el poder de los ángeles, la capacidad de purificar la oscuridad, por eso nuestro padre la quiere muerta. Es una amenaza para todos aquellos que nacieron de Nyx y Erebus —Sus ojos volvieron a su azul eléctrico y liberó a su hermana de la telaraña plateada—. Dinos, ¿cuál es su plan de batalla? Nuestro mefio hermano híbrido no será derrotado fácilmente.
—¡Perra! —La pelinegra se puso de pie gruñendo, pero antes de que pudiera atacar a la mayor, Tisífone apareció frente a ella y la sujetó.
—Cálmate, Megara no es el enemigo, hermana —dijo mientras hacía que Alecto viera a la rubia como una versión muerta de Vergil; eso siempre calmaba su ira constante—. ¿Cómo podemos deshabilitar el poder de la mortal? Luchaste contra ella, la conoces mejor.
—Ella no podrá purificar a su víctima si alguien no mantiene sujetada a dicha víctima.
Megara se rió y sus ojos brillaron como zafiros en la oscuridad de la caverna.
—Necesitamos que la pareja se quede sola, sin que nadie les preste ayuda o busque refuerzos.
—¿Y qué hay de nuestro hermano? Él podría ayudarla a purificarnos —advirtió Tisífone, con un ligero temor arrastrándose en su voz infantil.
—No lo llames así. ¡El bastardo no es más que una mancha de barro para nosotros! —gritó Alecto y sus ojos se tornaron rojos sin irises—. ¡Debería estar muerto!
—Y lo estará, querida —dijo Megeara, sonriendo—. El mocoso tiene sangre divina en él y sabemos cómo capturar a los dioses. La próxima vez que nos encontremos será la última.
Vergil y Mina se sentaron a comer lasaña en la mesa del bar de la cocina mientras Aaron se sentaba frente al televisor con su plato. Se sentía como si el Lilu no mereciera compartir la mesa con ellos y eso no le sentaba bien.
Una mirada a su marido le dijo que la situación no le molestaban lo más mínimo. Debe ser normal para él, después de que la realeza no comparte las comidas con sus sirvientes. ¡Pero al infierno con eso! A mí sí me importa y esta es mi casa.
—¿Yaellan? —El rubio la miró de inmediato—. No comas tan lejos. Ven y únete a nosotros en la mesa — Ella le hizo un gesto para que viniera y dio unas palmaditas al taburete a su lado—. Aquí. Puedes sentarte a mi lado.
¿Llamándolo por su primer nombre? Pensé que no te gustaba tu stripper. Vergil sonrió frente su tenedor lleno de pasta mientras la molestaba telepáticamente.
Rojo oscuro coloreó su piel cuando el calor inundó su cuerpo. Gracias a Dios, estaba de espaldas al demonio en cuestión así que él no podía ver su reacción... bueno, ella esperaba que no pudiera o sería una cena muy incómoda.
El íncubo susurró un agradecimiento, se sentó a su lado y procedió a terminar el último trozo de su lasaña. Un silencio tenso se instaló alrededor del trío, la pesadez del aire la hizo retorcerse en su asiento.
—Veo que te gustó mi lasagna. La carne fue hecha con la receta de mi familia —dijo Mina, tratando de suavizar el ambiente con una pequeña charla.
Yaellan tragó el último bocado, se pasó la lengua por los dientes y tomó un sorbo de su refresco.
—Su cocina es deliciosa, princesa, pero prefiero mi pasta con ravennii.
Vergil se congeló a su lado y su aura se nubló de miedo al instante. ¿Qué quería decir ravennii que hizo que su marido demoníaco se viera tan agitado? Ella tenía que saber la respuesta.
—¿Raveni? Nunca he escuchado una palabra así, ¿qué significa? —preguntó Mina, tomando un sorbo de su Coca-cola.
—Lo está pronunciando mal, es reivennii, mi señora —la corrigió—. Y significa c-
—Cállate, Yaellan.
—¡Vergil! —exclamó la pelicastaña, golpeando ligeramente el brazo del príncipe y girándose hacia su guardaespaldas—. Siento mucho la rudeza de mi marido. ¿Qué estabas diciendo?
El íncubo bajó su mirada al plato vacío entre sus manos sin saber cómo responder. Su príncipe y maestro no quería que abriera la boca, pero la joven princesa merecía saber la verdad sobre la dieta de los demonios. ¿No era la cultura demoníaca una de igualdad entre los sexos? Entonces la amante mortal de su amo tenía todo el derecho de escuchar la respuesta a su pregunta.
Iba a abrir la boca cuando el príncipe lo golpeara.
—Antes de que te diga algo, prométeme que no te enojarás conmigo. Sabes muy bien que nuestra conversación se interrumpió esta mañana. Esta era una de las cosas de las que quería hablarte —Sus ojos azules se pusieron serios mientras sostenía su mirada tormentosa.
—Lo prometo —Ella asintió.
Vergil se pasó una mano por el cabello blanco, suspiró y volvió a encontrarse con la mirada de su paloma. Ese tema específico era incluso más sensible que el de su sexualidad, por lo que temía su reacción.
—Ravennii es la palabra demoníaca para carne humana. Necesitamos comerla de vez en cuando para mantenernos saludables.
Mina se congeló y apartó su plato mientras la bilis y el vómito subían por su garganta. Lo único que le vino a la mente fue un cuenco de espaguetis lleno de globos oculares en lugar de albóndigas. Los ojos la miraban, señalándola por confraternizar con el enemigo. ¡Cálmate chica! Ya sabías que comían humanos, tu investigación y más tarde su confesión sobre el destino de Suti confirmó sus hábitos alimenticios. ¿Por qué te estás volviendo locs ahora?
Los dos demonios la llamaron por su nombre, pero ella los ignoró, su voz mostraría miedo si hablaba y no quería herir sus sentimientos.
Vergil agarró sus manos y le pidió a Yaellan que le trajera un vaso de agua.
—¿Estás bien, paloma?
—Lo siento, princesa. No debería haber sacado el tema cuando estabas cenando —dijo Aaron con los hombros caídos mientras le daba el agua.
—No te preocupes por eso, mi mente reaccionó de forma exagerada —murmuró ella, forzando una sonrisa y bebiendo el agua fría—. Ya sabía que comían... gente.
El suave campaneo del timbre sonó y ella se levantó rápidamente para abrir la puerta. Pensarían que se estaba escapando de la situación, pero poco le importaba en aquel momento; todo lo que necesitaba era un poco de espacio.
Respirando hondo, la pelicastaña puso una sonrisa en su rostro y saludó al hombre en el umbral.
—Buenas noches, señora. ¿Es Mina Larsa? —Después de que ella asintió, él continuó—. Le traigo la aprobación para su investigación geológica. Felicidades.
Ahora que casi podía tocar su sueño, le venía el dilema: ¿debería entregar la Llave del Infierno a los demonios?
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N/A: ¿Qué harían ustedes? ¿Le darían la llave a Lilith o la esconderían como hizo Suti en el pasado?
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