Capítulo 21-b
Mina yacía en su sofá con una novela de bolsillo en sus manos y la televisión mostrando una película para un público que no le prestaba atención. Incluso la novela bajo su nariz solo atraía la mitad de su atención, el resto estaba concentrada en su mirón.
Su vigilancia constante y la historia romántica entre sus dedos hacían que su cuerpo ardiera de anhelo y necesidad. Quería tocarlo como lo hizo durante la noche, pero esta vez asegurándose de que él no fuera un invento de su imaginación.
La pelinegra suspiró y puso el libro sobre la mesa de café, oyendo cómo la lluvia golpeaba la puerta corredera que daba al balcón; uno que iba desde la sala a su dormitorio.
Se giró en su asiento, mirando a través de la puerta el paisaje urbano exterior. Miles de luces brillaban bajo la fuerte lluvia que caía sobre la ciudad. Amarillo, rojo, blanco, azul, todas parecían bailar ante sus ojos, pero solo el azul sobresalía del oscuro manto de la noche.
Azul como el cielo de la mañana. Azul como el océano. Azul como sus ojos.
¡Maldita sea! ¡Soy tan jodidamente débil! Mi corazón, mi cuerpo, incluso mi alma anhela estar a su lado... ¿Ya le he perdonado todo el dolor que me ha causado? Soy tan estúpida...
Mina podía enojarse consigo misma todo lo que quisiera, pero en el fondo sabía que no importaba lo que hiciera para olvidarlo, Vergil nunca abandonaría su corazón. Había encontrado un lugar acogedor en su interior, uno que no planeaba abandonar.
Cerró los ojos mientras la tristeza los llenó de lágrimas que secó apresuradamente y miró hacia afuera por segunda vez.
La lluvia continuaba cayendo cuando una figura oscura apareció en su balcón y sintió una inconfundible presencia. ¡Era él! Su esposo estaba parado afuera de su puerta, bajo la lluvia fría.
Mina corrió hacia la puerta corredera y la abrió, dejando que la brisa fría y el rocío de lluvia la golpearan. Se quedó paralizada, sus pies descalzos mojándose mientras miraba a su príncipe demoníaco, incapaz de decir una palabra.
Su demonio estaba completamente empapado. Su corto cabello blanco se hallaba pegado a su cuero cabelludo y goteaba agua en sus ojos; sus largas pestañas brillaban con más gotas. Los azules eléctricos que tanto amaba se veían más oscuros, casi azul marino, mostrándole una tristeza que trajo lágrimas brillantes a sus propios ojos.
Vergil apretó su mandíbula al ver lágrimas en los hermosos orbes grises de su paloma. Él no debería haber venido cuando cada vez que lo hacía ella se rompía un poco más. No era justo.
¡Incluso con los ojos llorosos ella es tan jodidamente perfecta!
Su melena de color marrón oscuro estaba suelta, cayendo sobre su hombro izquierdo en ondas que mostraban sus mechones rojos y rubios. Sus labios llenos estaban ligeramente separados como si quisiera decir algo, pero las palabras no salían.
Él bajó los ojos, incapaz de mantener su mirada por más tiempo y se dio la vuelta con la intención de dejarla, esta vez para siempre.
—No me dejes.
Fue como si ella hubiera leído su mente.
Aquellas palabras llenas de dolor perforaron su corazón como una daga afilada, deteniéndolo en seco. Miró por encima del hombro y maldijo entre dientes. Ella le estaba ofreciendo una mano, sus ojos grises llenos de lágrimas sin derramar.
Su corazón se retorció de dolor. Los papeles se habían invertido y ahora era su paloma la que le rogaba que se quedara. Él podía alejarse, darle un poco de su propia medicina, pero... ¿Realmente podría ser semejante monstruo con ella?
Ella se lo merece.
No. Su preciosa esposa merecía ser apreciada. Amada.
Murmurando una maldición en la lengua de los demonios, Vergil se dio la vuelta y tomó su mano. Todo podría arder en el Infierno por todo lo que le importaba. Solo deseaba pasar la eternidad entre sus brazos.
Mina lo guió al interior, cerró la puerta de cristal y las cortinas y caminó lentamente hacia su demonio. El latido de su corazón era lo suficientemente fuerte como para ser escuchado en China y sus manos temblaban, pero ella las deslizó hacia arriba por su empapado traje negro de él hasta que sus dedos tocaron aquellos labios que anhelaba. Una risita se le escapó antes de que le sostuviera la mirada.
—Realmente estás aquí. I'm not going crazy.
—Mina... Probablemente te lastimaré de...
—Shh —Ella puso un dedo sobre sus labios—. No hay más digas.
Él cerró los ojos cuando ella acarició sus frías mejillas y besó brevemente sus labios. La boca de ella le dejó un sabor agridulce en la suya que le hizo desear más.
Ella le desabotonó la chaqueta con lentitud y se la quitó de los hombros, dejándola caer con un "splat" al suelo. La mojada camisa roja de manga larga, estaba pegada al cuerpo del príncipe, mostrando cada músculo bien definido bajo la tela. La cara de Mina se puso caliente, pero repitió el proceso como si nada hubiera pasado.
Su esposo se rió entre dientes, robándole un beso que le quemó los labios. El fuego corrió por sus venas mientras ella acariciaba su torso, una mano subiendo a su tatuaje y la otra deslizándose cada vez más. Jadeó mientras sus dedos seguían un camino desde la cintura hasta la entrepierna del príncipe infernal y le dio un ligero apretón. Ella sonrió, trazando su tatuaje de dragón y frotándolo sobre sus pantalones mojados cuando sus ojos cambiaron a un rojo sangriento.
Vergil dejó escapar un gruñido torturado, sacudió la cabeza tratando de recuperar algo de control sobre su cuerpo, pero, perdiendo la batalla contra sus emociones, terminó disolviendo toda su ropa.
Se quedaron mirándose el uno al otro en completo silencio, mostrando sus almas solo con los muebles como testigos.
Mina podía ver su pesar en las sombras de sus ojos escarlatas y sentir el dolor en su aura. Él también había sufrido durante la última insoportable semana, sus poderes no mentían.
—Lo siento —Su voz ronca la hizo temblar antes de que la aplastara contra su cuerpo duro como una roca y le diera otro beso candente.
—Yo también —susurró la pelicastaña mientras él le recorría su espalda con las manos, quemando un camino sobre su piel.
Ella jadeó con suavidad antes de ponerse de puntillas para aplastar sus labios contra los de él. Sus manos volaron hacia el cuello masculino, agarrando la parte de atrás de su cabello mientras ella lo forzaba a que abriera su boca. Sus lenguas se tocaron con timidez al principio, pero se enredaron en una feroz batalla una vez que la temperatura de sus cuerpos comenzó a subir.
Vergil gimió cuando su esposa tiró con fuerza de su corto cabello y él respondió meciendo sus caderas varias veces contra las de ella antes de conducirla hacia el sofá.
Solo cuando Mina sintió que el reposabrazos del sofá golpeaba el dorso de sus piernas, se dio cuenta de lo que él pretendía. Aclarando un poco su mente, lo detuvo con una mano sobre su rígido pecho y negó con la cabeza. Ella se lamió los labios mientras miraba sus lujuriosos ojos rojos sangre antes de susurrarle en su oído.
—Tómame por detrás mas solo con tu piel real.
La respiración del demonio vaciló y cerró los ojos mientras largos dedos se clavaban en las caderas de ella.
—Si me transformo, te tomaré duro y brusco —le advirtió con voz ronca contra la suave piel de su cuello.
Ella gimió y lo miró desde debajo de sus largas pestañas, tentándolo con una promesa sensual.
—Sí, lo sé.
Vergil gruñó, girándola un poco brusco y tirándola sobre el apoyabrazos. Mina soltó un gritito de sorpresa sin embargo, antes de que pudiera reaccionar otra vez, pequeñas chispas eléctricas golpearon su trasero y sintió que la totalidad del aura oscura de su esposo la envolvía. El aliento de él estaba repentinamente junto a su oído cuando la cabeza de su rígido miembro separó sus húmedos labios inferiores.
—¿Feliz ahora? —susurró él en un medio gruñido y, enderezándose, se empaló en lo profundo de su tentadora, ambos gimiendo de placer.
Estaba tan resbaladiza dentro de su estrecho pasaje que la lujuria lo cegó y su lado demonio tomó el control de la situación. Sus manos le agarraron las nalgas, sus largas garras grises rasparon la suave piel bajo éstas cuando comenzó a mecerse contra ella; cada uno de sus golpes fuertes y profundos.
Sus gemidos se hicieron constantes, acompasados por cada uno de sus estocadas y avivando las llamas que ardían dentro de él. Ella comenzó a moverse, igualando golpe por golpe y haciéndole llegar más profundo en su pasaje. Sus manos la agarraron con fuerza, las puntas de sus garras perforando su piel, haciéndola gruñir de dolor cuando unos hilillos de sangre se deslizaron por sus nalgas.
Vergil gruñó de nuevo mientras el olor de la sangre de ella lo alcanzaba y sus ojos se tornaron un poco más oscuros antes de inclinarse sobre la espalda de Mina, mordiendo la curva de su cuello. Él gimió, tomando unos pocos tragos antes de soltarla y aumentando la velocidad de sus empujes.
Su pequeña paloma jadeó, tensó su cuerpo y se vino, gimiendo muy alto mientras lo apretaba tan deliciosamente que su visión se volvió borrosa. La sangre hirvió dentro de sus venas mientras aquel centro divino estrangulaba a su miembro; el placer lo lanzó, al fin, por el abismo. Con el puño cerrándose alrededor del largo cabello de su paloma, el orgasmo lo golpeó, vaciándose muy profundo en una serie de espasmos que amenazaban con robarle su fuerza. Cuando éstos disminuyeron y sus cuerpos se relajaron, la pelicastaña se apoyó contra su pecho. Suspiró, casi ronroneando de satisfacción, y sus párpados comenzaron a caer. Vergil sonrió, alzó en sus brazos a su medio dormida esposa y la llevó a su dormitorio.
Con los ojos pesados, ella le acarició el rostro cuando sus miradas se encontraron.
—Te perdono, Vergil —murmuró Mina antes de que el agotamiento la venciera y sus párpados finalmente se cerraran.
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