Capítulo 17-b
ADVERTENCIA: Este capítulo tiene una escena de canibalismo. Si eres sensible a tales temas, por favor salta a la próxima escena, la cual comienza luego del separador.
Yaellan palideció, tratando de levantarse del suelo y fallando miserablemente. Desplomándose contra un mostrador de madera oscura, cerró los ojos, grabando los rasgos crueles de su ama en sus recuerdos, mientras se resignaba a un espantoso destino.
Si le daban la opción, elegiría los puños de Vergil en vez del toque tierno de la reina siempre que pudiera. Pero el destino no está siendo misericordioso hoy.
—No debería haberme metido con la princesa —dijo, su voz apenas por encima de un susurro.
—Deberías haberlo pensado antes. No me gusta que me desobedezcan —dijo Lilith con una ceja arqueada, murmurando un hechizo en la lengua demoníaca para ocultar la habitación de miradas indiscretas. Sólo cuando sintió que su magia comenzaba a funcionar, convocó a sus guardaespaldas.
Los gemelos aparecieron a su lado un instante después, vestidos con caros trajes negros y gafas oscuras. Con solo una mirada de su reina, se acercaron al Lilu y lo obligaron a ponerse de pie.
Yaellan gruñó de ira, intentando morder a uno de los pelirrojos, pero el Irdu Lili en cuestión gruñó para atrás y le dio un puñetazo en el estómago, exactamente donde Vergil había hundido sus garras.
—Basta, muchachos —ordenó Lilith en tono aburrido, silenciando a los tres demonios de inmediato. Nergal, querido, desviste al Lilu. Lo quiero desnudo ante mí, exigió telepáticamente.
Con facilidad y rapidez, su guardaespaldas y amante, rasgó las ropas de su víctima hasta que el rubio se quedó desnudo ante su reina, tal como ella lo solicitó.
—Tu cuerpo se ve tan delicioso que podría comerte ahora mismo —Ella se teletransportó tan cerca de él que sus alientos se mezclaban entre sí. Agarrando la barbilla del íncubo, la reina demoníaca le susurró contra su oreja—. Pero la única parte del cuerpo que disfruto cruda es aquella que te trae dolor y placer en partes iguales —Lamiendo sus labios, ella raspó sus uñas sobre el torso masculino, dejando un sendero de sangre negra a su paso.
La sensación de las uñas de su reina rasgando su piel era una gran experiencia erótica para Yaellan. El dolor hecho por los varones nunca lo había afectado, pero el hecho por las féminas le era extremadamente excitante. Había un ligero problema con tales tendencias; cuando se trataba con una mujer bastante sádica, como su ama, sus costumbres masoquistas podrían significar la muerte.
Y él no quería morir todavía.
Contrólate, Yaellan. Sólo tienes que controlarte.
La mano de Lilith continuó bajando por su ombligo hasta que le arañó el miembro ligeramente duro, arrancándole un gemido de la garganta cuando sus uñas alcanzaron la parte superior del pene.
—¿Estás disfrutando esto? —La voz de su reina se oía más suave, apasionada—. Yo también, pero tú no deberías —Sus ojos cambiaron del ámbar al rojo brillante con irises amarillos y ella agarró sus bolas un tanto demasiado fuerte.
Tuvo que morderse la lengua para evitar gemir de placer, pero su traidor pene no siguió su ejemplo sino que le mostró a la reina una erección más grande. ¡Maldito seas! Maldijo mentalmente mientras miraba a su miembro.
La diabla sonrió mientras la luz jugaba con las sombras de su rostro, haciéndola parecer aún más intimidante. Ella apretó sus bolas una vez más; esa vez el placer casi fue ahogado por el dolor.
¡Control, maldita sea! Control...
Él nunca terminó su tren de pensamientos. Su mente se volvió un pozo de agonía cuando Lilith tiró de sus testículos.
Piel rasgándose. El grito agonizante del Lilu. Sangre de ónix brotando al suelo y goteando de la masa de aspecto delicioso que ella tenía en la mano. El olor a semen y sangre a su alrededor.
La boca de Lilith se hizo agua ante la vista ante ella. La sangre brotó de la ingle del íncubo como un río de tinta corriendo por sus fuertes, pero bronceadas piernas. Aunque todavía estaba consciente, su cabeza se inclinó hacia adelante y sus rodillas cedieron, haciendo que los gemelos soportaran todo su peso. Los numerosos moretones y cortes que Vergil le había dado estaban casi completamente curados, mas ahora el progreso de aquellos se detendría en favor de uno más grave.
La reina del Infierno pasó sus dedos por el cabello rubio antes de agarrarlo y tirar su cabeza hacia atrás. Los ojos verdes del varón estaban medio cerrados, sin atreverse a devolverle la mirada.
—¿Te gusta cómo hueles? —preguntó ella, empujando sus testículos frente a su cara—. Personalmente, me encanta el aroma de tu carne —Inhalando el olor a carne fresca en su mano, Lilith levitó uno de los órganos redondos y le dio un mordisco—. Mmm. Sabes tan exquisito como luces, querido. Toma, pruebalo tú mismo —Sin darle la oportunidad de prepararse, ella forzó el resto de su premio dentro de la boca del demonio hasta que él no tuvo más remedio que tragar su propio órgano—. ¿Ves lo que te dije? Sabes divino —exclamó, comiendo el testículo restante como si fuera una suculenta cereza y lamiendo la sangre ónix de su mano. Lilith sonrió perversamente una vez más y detuvo sus labios a milimetros de la oreja de Lilu—. La próxima vez lo pensarás dos veces antes de desobedecer mis órdenes —Sus ojos volvieron a su coloración miel y retornó su atención a los guardias—. Llévenlo a su habitación para que pueda recuperarse.
Sin otra palabra o mirada a los tres íncubos, giró sobre sus talones y salió de la cocina en busca de su precioso hijo.
Vergil estaba bebiendo tranquilamente una copa de ron Angostura en la tranquilidad de su oficina mientras disfrutaba de los gritos del Lilu. Sus trabajadores humanos no podían escuchar ninguno de los molestos sonidos provenientes de la cocina, pero los demonios sí podían. El señor Dittrich se había convertido en un ejemplo para cualquier alma condenada que se atreviera a desobedecer o desatender sus deberes.
Todavía estaba sonriendo cuando su madre entró en la habitación en un remolino de colores rojo y blanco.
Ella aplaudió felizmente cuando sus ojos se posaron sobre él.
—¡Mi adorable hijo es un sádico! Estoy tan orgullosa de ti.
—Si escuchar los gritos llenos de dolor del Lilu y encontrarlos satisfactorios me convierte en un sádico, entonces debo serlo —respondió, apoyándose en el sofá de caoba en el que estaba sentado y mirando la mano que estuvo ensangrentada de su madre. Incluso si la sangre había desaparecido, su olor persistía—. ¿Lo dejaste vivo?
—Por supuesto que sí, no soy una novata en el departamento de tortura —El silencio se instaló durante unos minutos mientras Lilith se sentaba junto a su hijo—. Ahora tienes que encontrar a tu esposa.
—Ella no quiere verme.
—¿Y desde cuándo te importan los deseos de un ser humano? — preguntó ella, encontrándose con su mirada azul durante unos largos segundos antes de respirar hondo en burla—. ¿Te estás enamorando de nuestra pequeña Elegida?
—Madre por favor, no seas ridícula.
—Entonces hazlo. Arrástrala de vuelta a casa si es necesario, pero hazlo antes de que tu padre la encuentre. La necesitamos viva y entera —El tono de Lilith se hizo más autoritario mientras sus ojos brillaron con molestia.
—No tienes que recordarme que la escoria griega está relacionada conmigo, sé lo que tengo que hacer —Vergil se puso de pie y el aire a su alrededor gimió con electricidad—. Y discúlpame, pero hay cosas que esperan mi atención inmediata —gruñó entre dientes y se teletransportó fuera de su oficina antes de que su madre tuviera oportunidad de responder.
Al regresar a su edificio abandonado en el corazón de Queens, los largos pasos de Vergil resonaron dentro del pasillo en ruinas mientras se dirigía a la habitación donde esperaba su próxima víctima.
El dinosaurio de ladrillo de cinco pisos se usaba casi exclusivamente cuando la familia necesitaba lidiar con problemas difíciles. Los varios bares, el club nocturno y el club de stripper que rodeaban el lugar ayudaban a ahogar cualquier sonido inconveniente, pero siempre habían transeuntes que escuchaban gritos ocasionales. Afortunadamente, la gente había creado una especie de leyenda urbana que afirmaba que almas errantes estaban atrapadas dentro y, por lo tanto, casi nunca se aventuraban cerca del antiguo edificio rojo. Los que sí lo hacían pensaban que escuchaban los lamentos de fantasmas inquietos.
En el interior, el empapelado se desprendía de las paredes húmedas y los pisos de madera crujían con cada paso de Vergil. El olor a sangre humana mezclada con el aire húmedo impregnaba todo el lugar, haciéndole mover la nariz con disgusto.
Estaba a punto de abrir la puerta de la sala de tortura cuando Marcus salió con el teléfono en mano.
—¡Está aquí, jefe! Bien, eso me ahorrará el problema de encontrarte —dijo su amigo, haciéndose a un lado para dejarlo entrar.
—¿Ya ha aflojado la lengua? —preguntó el príncipe demonio, barriendo la maloliente habitación con una mirada gélida y parándose frente a su presa humana más reciente.
El hombre de corto cabello negro estaba atado a la silla por las muñecas y los tobillos con cuerdas. Su magullado torso superior estaba desnudo, revelando el mismo tatuaje en ambos brazos; un dragón chino azul verdoso que se enroscaba alrededor de sus hombros hasta llegar a sus bíceps y respiraba fuego en su pecho.
—No —Marcus respondió.
Su otro subordinado, un rubio con rayitos azules, agarró el cabello de su prisionero y tiró su cabeza hacia atrás.
—Sólo ha estado murmurando algún tipo de incoherencias.
—Está bien. Déjame solo con nuestro invitado —ordenó Vergil, mirando con desdén los oscuros ojos rasgados de su prisionero.
Los hombres se congelaron por unos minutos, debatiendo con miradas silenciosas si su jefe había tomado una sabia decisión. Pero los dos salieron rápidamente de la sala en ruinas tan pronto como recibieron una mirada asesina. Con los testigos fuera del camino, el príncipe demonio sacó su chaqueta gris a medida, la colgó de un gancho detrás de él y se subió las mangas de la camisa hasta los codos.
—¿Quién ordenó los ataques? ¿Por qué los Yamaguchi-gumi repentinamente anhelarían nuestros territorios después de tanto tiempo? —Cuando el japones solo lo miró sin responder, Vergil gruñó y tornó sus ojos rojos—. Respóndeme, ahora.
El hombre escupió en el suelo cerca del demonio y una sonrisa burlona se formó en sus labios.
—Mi padre y yo sabemos lo que eres y no tenemos miedo de ninguno de ustedes —Se rió entre dientes cuando los ojos de su captor se abrieron con ligera sorpresa—. Ellos nos protegen.
—¿Quienes son ellos?
El Yakuza sonrió, mostrando colmillos de oro.
—Nunca los detendrás. Antes de que te des cuenta, tu reino será cenizas y nosotros lo gobernaremos como seres inmortales.
Vergil gruñó y se acercó al heredero de Yamaguchi iradeando ira por todos los poros.
—Veamos cuánto ellos te protegerán ahora —Sus garras se hicieron largas y, con un movimiento rápido como un rayo, cortó la garganta del japonés; los ojos se volvieron blancos y la sangre escarlata brotó, cubriendo todo de color rojo.
¡Genial! Otra guerra que librar.
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