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Capítulo 12-b

Las lágrimas corrían por su rostro al ella escapar, dejando atrás a ese perro infernal destrozando el fantasma de su madre. Se sentía como si un agujero creciera dentro de su pecho. ¿Por qué? ¿Por qué todas las personas que amaba le decían que los dejara atrás? ¡Su vida no valía su sacrificio! De hecho, ella no valía la vida de nadie.

Jadeando por aire, se desplomó en el suelo de la acera y agarró la pequeña espada que colgaba de su cuello, susurrando el nombre de su ángel.

—Eaiel, por favor ayúdame a encontrar mi camino de regreso al hotel —Debería tomar un taxi, pero pondría la vida del conductor en peligro y no podría vivir con la muerte de un inocente en su conciencia. Así que todo lo que le quedaba era caminar o ser teletransportada a su habitación de hotel. ¿Tal vez su Ángel Guardián podría ayudarla con eso?

Tu alma es tan pura... No puedo ayudarte con la teletransportación, pero puedo orientarte en la dirección correcta, mi niña.

Su voz sonó suave y calmante dentro de su cabeza. Era tan relajante... Entonces el significado de sus palabras le golpeó en la cara. ¿Por qué?

Porque como ya rompí las reglas salvándote una vez, ahora me están observando. Si las vuelvo a romper, seré castigado.

¿Quién te está vigilando?, ella preguntó mentalmente cuando una urgencia de pararse y caminar por la calle la invadió.

Los Arcángeles. Los más feroces y fuertes de nosotros.

Aquellas palabras hicieron que sus esperanzas se desvanecieran. Ella nunca dejaría que Eaiel se metiera en problemas por su culpa. Además, ya sabía que los ángeles no podían alterar el libre albedrío o el destino de un mortal, entonces, ¿por qué se hizo ilusiones? Dejó escapar un suspiro de frustración y dobló en una esquina antes de detenerse bruscamente.

Su mano fue a su collar por puro instinto.

—¿Eaiel?

No puedo, niña. Su voz estaba llena de arrepentimiento y dolor. No puedo...

¿Era enserio? ¿Cuál era el punto de tener un Ángel Guardián si él no podía protegerte? ¡El maldito Cerberus estaba frente a ella, enseñándole los tres juegos de dientes y goteando un tipo de líquido azul brillante, pero translúcido de dos de sus bocas y, sin embargo, su ángel no movería un dedo para ayudarla! Espera... Si esta maldita bestia está aquí, entonces eso significa... ¡Mamá!

Rabia. Una rabia pura y enardecida corría por sus venas como un río de fuego. El dolor, el arrepentimiento, la culpa, todo fue destruido dejando solo un creciente deseo en su corazón. Venganza. Mina quería ver a ese monstruo sufrir igual que él había hecho sufrir a su madre.

¡Mina! ¡Cálmate, niña! La frenética voz del ángel trató de alcanzarla, pero todo fue en vano.

La chica recordó la cara serena de su madre la última vez que fue a visitarla al hospital. Las lágrimas picaron sus ojos ante la imagen mental, pero ella las limpió y volvió su mirada al enemigo.

¡El fantasma de tu madre se reformará con el tiempo!

No. Tenía que pagar. La furia ardiente se calmó, dejando solo una fría calma dentro de su corazón. El fuego anterior estaba ahora en sus manos, con ganas de quemar todo a su alrededor.

No dejes que la oscuridad corrompa tu alma de esta manera. ¡Mina! ¡La venganza no es el camino!

No había vuelta atrás. Tenía que vengar a su madre de quien la asesinó sin piedad. No había nadie a quien culpar, excepto la bestia que ahora gruñía y abría las mandíbulas, tratando de asustarla de nuevo. No más. Ya no tendría miedo porque había un monstruo culpable de que su madre muriera sola... y estaba de pie frente a ella.

—¡Vas a pagar por lo que le hiciste, motherfucking dog! —gritó Mina mientras corría hacia Cerberus.

¡Para, mi niña! No lo hagas.

El can infernal saltó hacia ella, pero antes de que cualquiera de ellos pudiera poner un rasguño sobre el otro, una barrera dorada y reluciente apareció entre ellos, deteniendo su avance, y luego unos fuertes brazos la atrajeron a un pecho masculino. Su captor olía a rocío mañanero y todo lo que podía ver era la parte superior de una túnica negra con ojos dorados bordados por toda la suave y sedosa tela.

—¿A quién estás culpando realmente? ¿Al perro guardián de Hades o a ti misma? —La voz de Eaiel sonaba triste mientras él la sostenía contra su pecho.

Deseándolo o no, fue lanzada a aquella horrible noche en la que murió su madre.

Era invierno y esperaban que llegara la primera nevada en cualquier momento. El día había sido gris y turbio, por lo que Mina decidió quedarse en casa estudiando para un examen muy importante que tenía al día siguiente y visitar a su madre más tarde en la noche. Pero las horas pasaron sin que ella se diera cuenta hasta que recibió una llamada que la hizo saltar de su asiento.

Corrió a su bolso y sacó su celular.

—Hola, daddy. ¿Qué pasa?

—Estaba visitando a tu madre. Hoy lucía diferente... —Esperó a que David elaborara más, pero él simplemente cambió el tema—. ¿Por qué no fuiste a verla? ¡Estaba esperando ansiosamente por ti! —Su tono se volvió un poco áspero.

—¡Lo siento, pero estaba estudiando para el gran examen que tengo mañana! ¡No estaba malgastando mi tiempo! —Ella respiró hondo antes de que dijera algo irrespetuoso y miró el reloj de la pared—. ¿Ya es tan tarde? Shit!

—Solo te quedan quince minutos. Te sugiero que corras.

Ella le gritó un adiós y colgó la llamada antes de agarrar su bolso y salir corriendo de la casa.

Cuando llegó al piso del hospital donde estaba su madre, la señora Nevares, la enfermera de turno, le dijo que las horas de visita habían terminado y que era mejor venir a la mañana siguiente. Mina rogó, pero la mujer se mantuvo firme y negó sus súplicas.

Suspirando, Mina se dio la vuelta para irse cuando el chirrido de una máquina que venía de la habitación de su madre inundó todo el lugar. La señora Nevares palideció y varios miembros del personal, incluido un médico, corrieron dentro de la habitación de Marina.

—Señorita Argeneaux, necesito que se quede aquí mientras voy a ver qué pasó.

La chica sintió su corazón ser estrangulado por el dolor. Ella sabía lo que estaba pasando. Su madre había muerto. Podía sentirlo en el aire y en la boca del estómago. Su madre había muerto sola sin que alguien la tomara de la mano o le dijera cuánto la querían... sin que su hija le diera un beso de despedida.

Forgive me, mommy!

La imagen del cadáver de Marina sobre aquella estéril cama blanca vino a atormentarla de nuevo.

—¡Fue mi culpa! ¡Siempre fue mi culpa! —Mina apretó sus manos alrededor de la túnica de Eaiel y comenzó a llorar—. Si no hubiera estado estudiando hasta tan tarde ese día, ¡habría llegado a tiempo para la visita nocturna! En cambio, mommy murió sola. ¡Todo por mi culpa! —Ella se desplomó en el piso  Cerberus seguía atacando la barrera, queriendo derribarla—. Debería morir. Debería morir.

—No. Debes vivir o el sacrificio de esas dos personas que te aman será en vano.

Ella levantó su mirada borrosa para encontrarse con la de él. Esos ojos heterocromáticos de su guardián brillaban más con cada uno de los golpes de sus enemigos contra la barrera, una que estaba empezando a resquebrajarse con la fuerza de los impactos.

—¿Quieres el poder para proteger a los demás? —le preguntó Eaiel mientras le ofrecía su mano.

Su madre y las caras de Vergil vinieron a su mente. Ya no dejaría atrás a sus seres queridos, de ahora en adelante quería ser ella la que los protegiera.

—Sí. Lo quiero —Su voz era firme cuando tomó la mano del ángel.

Él la abrazó, cubriéndola con alas blancas como la nieve al mismo tiempo que la barrera se rompió en un millón de pedazos, y, entonces, susurró en su oído.

Orer Oriwohém.

El tiempo pareció detenerse a su alrededor. El fuego ardía dentro de ella, fluía por sus venas y llegaba a cada célula de su cuerpo. Se sentía cálida, tranquila y llena de energía; una que quería explotar fuera de su cuerpo. El fuego que corría dentro de ella era similar y diferente al anterior. Ahora, en lugar de querer quemar todo hasta los cimientos, deseaba iluminarlo y ahuyentar la oscuridad.

Sus manos se calentaron y se escabulleron entre las plumas del ángel para agarrar a Cerberus cuando éste saltó hacia ellos. En el instante en que ella tocó su carne, su guardián se dio la vuelta, dibujando en el suelo un círculo lleno de elegantes símbolos, que muy bien podrían ser letras en un idioma desconocido, y paralizó a la bestia.

—Él no podrá hacerte daño mientras esté bajo mi hechizo, así que no rompas el contacto. Deja que tu luz lo purifique.

El perro del infierno seguía gruñendo y aullando de dolor e ira mientras la luz que emanaba de los dedos de ella se extendía por todo su cuerpo hasta que las llamas doradas lo envolvieron. Mina saltó hacia atrás y sus ojos se dirigieron al guardián celestial, pero él sólo asintió antes de ir a su lado.

Cerberus siguió agitándose en agonía hasta que las llamas crecieron y luego se apagaron por completo, sin dejar ni un pequeño rastro del monstruo griego.

Mina se apoyó contra el pecho de Eaiel un momento antes de que sus rodillas cedieran y su cuerpo perdiera toda su energía. Él la agarró con fuerza y ​​la llevó entre sus brazos, plantando un casto beso en su frente.

—Lo hiciste bien, mi niña.

—Gracias —murmuró ella en voz baja antes de cerrar los ojos.

Finalmente estaba a salvo, pero ¿podría su príncipe demoníaco volver a sus brazos?

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