45. El Augur de Dunlain
No era una persona; hombre o mujer. Tampoco una criatura. No estaba seguro de qué esperaba encontrarme en realidad cuando Tolfdir me había contado que se trataba de "algo más". Sencillamente asumí que no era humano, pero eso no tenía nada de extravagante; en mi larga travesía me había enfrentado a muchas cosas que no eran humanas, a cual más descabellada e inverosímil que la anterior. Mas nunca di al Augur una forma en mi cabeza.
Y aún si lo hubiera hecho, ahora estaba por completo seguro de que aquello que tenía delante hubiese sobrepasado todas mis expectativas.
Para empezar, no tenía una forma; no poseía un cuerpo físico. Estaba allí, frente a mis ojos, pero no existiendo como algo material; sencillamente existiendo sin más.
Levitaba ligero sobre un brasero de piedra circular. Emitía una luz helada; azul, radiante, cegadora..., la cual no parecía provenir de ningún lugar concreto. Los rayos inquietos, centelleantes, se disparaban en todas direcciones desde un punto en común, lo que asumí que sería el centro; el origen.
Lo contemplé por largo rato, boquiabierto, experimentando serias dudas sobre mi propio estado de consciencia. ¿Habría sucumbido al frío en algún momento durante mi viaje por los caminos serpenteantes del podridero?
Pero, sin importar cómo había llegado allí, mi misión seguía en pie.
Avancé, no del todo seguro de si era prudente avanzar; si acaso los rayos helados de luz como mortíferas estalactitas que desprendía el Augur me apuñalarían.
Me sentí observado; como si la criatura —ente; espíritu; ser—, me estuviese mirando; pero no podía sentir su mirada viniendo de un punto concreto. Al igual que lo era todo su ser, su propia mirada -o lo que fuera que en su condición se tradujese como una mirada- venía de todas partes; de cada rincón. De cada sitio y de ningún sitio a la vez.
Tragué saliva y me armé de valor:
—Así que... ¿tú eres el Augur de Dunlain?
No esperaba que su voz fuera humana, aunque al principio me lo había parecido. Ahora que le tenía en frente no me lo podía imaginar.
Y, sin embargo, esta se abrió paso en el silencio. Y fue que supe que la voz que había oído antes no provenía de un lugar en el podridero, sino en algún lugar de mi cabeza:
—Soy aquel a quién has estado buscando.
Su intrusión en mis pensamientos me transmitió un escalofrío. ¿Podía también leer mi mente? Debía hacerlo, ¿cómo había adivinado mis intenciones de no ser el caso, antes, cuando me había advertido?
—Tus esfuerzos son en vano —prosiguió con su voz susurrante y ajada—. Ya ha comenzado.
Su advertencia me heló la sangre, desde la coronilla hasta las puntas de los pies.
—¿Qué quieres decir?
—Aquellos que te han enviado no te han dicho lo que buscan. Lo que tú buscas.
Su presunción me resultó prepotente. Mi temperamento empezó a calentarse, pese al frío.
—¿Y qué es lo que busco? —siseé.
Su tono se torno condescendiente en aquel punto:
—Buscas lo mismo que todos aquellos quienes esgrimen la magia: conocimiento. Pero has de saber esto: el conocimiento te corromperá. Te destruirá. Te consumirá.
Sin querer hacer caso de sus amenazas, avancé otro paso. Mas antes de que abriera los labios para protestar, me acalló con otra advertencia.
—Buscas significado; cobijo en el conocimiento; pero no lo encontrarás.
De pronto ya no parecía que se estuviese refiriendo al asunto del ojo de Magnus. Parecía que estaba emitiendo un juicio que respectaba a mí; a todo lo que me había llevado hasta ese punto. A mi escape de Salto de la Daga y mi llegada a Skyrim. Todo en busca de conocimiento. ¿Por qué?
En otra cosa tenía razón. Porque había creído que eso me daría sentido; significado... Que me cobijaría de todo aquello a lo que temía.
Me quedé en silencio, considerando sus palabras. Me enojó que tuviera razón. Hubiese podido emplear mis poderes para escaldarlo, pero dudaba que eso rindiera algún resultado. Hube de contenerme y aguardar por lo que tuviera para decirme.
—Es claro que sabes por qué he venido. Dime lo que tienes para decir, y yo decidiré qué hacer con ello.
—Eres obstinado —me reconvino—. El Thalmor lo era también. Vino aquí buscando lo mismo que tú. Será su final, así como lo ha sido el de muchos.
Pestañeé confuso. ¿El Thalmor? ¿Qué Thalmor?
Elegí mis próximas palabras con cuidado.
—¿No soy la primera persona en venir aquí?
—No, aunque quizá seas la última. Aquel que se hace llamar Ancano también ha venido en busca de conocimiento; aunque a través de preguntas muy diferentes.
Sentí la ira bullir en las yemas de mis dedos y transcurrir por mis brazos, hasta mi pecho y hasta mi cabeza. El maldito elfo se me había adelantado... Debí saber que estaba tras las mismas pistas que yo.
—¿Qué le has dicho? —demandé saber, temiendo que se negase a darme las respuestas que había dado a Ancano; como si fueran un obsequio que solo podía ser entregado una sola vez.
—Buscaba información sobre El Ojo. Pero tu camino difiere del suyo. Te está guiando. Te empuja hacia algo. Es un buen camino; uno que no muchos se atreven a recorrer. Eres digno, joven mago. Por lo cual el conocimiento será tuyo.
Aquellas palabras se clavaron en lo más recóndito de mi ser. Me dejaron frío y perplejo. Lo hicieron... porque ya las había oído antes. "No eres alguien malvado".
Pero Onmund no me conocía en lo absoluto. No había visto jamás en mi cabeza; no sabía las cosas terribles que había hecho, y de las que era capaz. ¿El Augur podía saberlas y aun así afirmaba con certeza que yo transitaba un buen camino?
—Te diré lo que necesitas saber —determinó entonces, y me envaré expectante—. Tú y quienes te ayudan deseáis saber más sobre el Ojo de Magnus; deseáis evitar el desastre del que no sois aun conscientes. Pero necesitas más que tu determinación y tu deseo de hacer lo correcto.
—¿Qué es lo que necesito?
—Para ver a través del Ojo de Magnus sin quedarte ciego necesitas un objeto, el cual reposa ahora en uno de los confines de tu mundo. Lo llaman "El bastón de Magnus".
Retuve ese nombre; aunque era fácil de recordar.
—¿En dónde lo consigo?
—Me temo que ya no puedo interferir mucho más en los asuntos de los mortales. Tu instinto te dirá en quienes confiar para que te guíen. Lleva esta información a tu archimago, y sabrá encaminarte. Es todo cuanto puedo hacer por ti. Ahora los acontecimientos se dispararán hacia su destino inevitable. Es preciso que actúes deprisa.
Solté un profundo suspiro, intuyendo que no serviría de nada demandar esa información.
—Te deseo éxito, joven bretón, mago del fuego.
—Mi nombre es Aszel.
—Aszel —susurró la voz, y fue casi un suspiro—. Aszel...
La luz comenzó a extinguirse entonces; se apagó lentamente hasta que los rayos que emitía no fueron sino destellos apenas visibles, hasta desvanecerse en la nada; dejando como vestigio de su existencia nada más que orbes luminosos que flotaron por largo rato a mi alrededor antes de extinguirse también, dejándome a oscuras.
Finalmente, el conocimiento no era sino una vaga pista, pero ya era un punto de partido. Y, además, ahora sabía otra cosa: Ancano iba un paso por delante de mí hasta hacía muy poco.
Y si bien, gracias al Augur, ahora yo le sacaba ventaja, estaba seguro de que no tardaría demasiado en igualarme. ¿Quién llegaría antes a aquella meta que ninguno de los dos conocía?
Salí de allí rápidamente, determinado a llevar aquella información a Savos Aren, aún si debía irrumpir en su recámara en mitad de la madrugada, con tal de apresurar las cosas.
De hecho, era más factible ahora, cuando Ancano no andaba por allí merodeando a su alrededor como una maldita mosca a la mierda.
Salí de allí a toda prisa y busqué la salida que me había llevado hasta allí, pero de pronto estaba en blanco; demasiado abrumado con toda esa información nueva como para determinar exactamente por donde había venido, pues en cierto punto había avanzado solo siguiendo lo que parecía ser su voz, sin fijarme en el camino.
Todos se parecían; helados, pedregosos, oscuros.
Acabé internándome en una grieta en el hielo, la cual sí recordaba porque era la que me había llevado hasta allí, solo para encontrarme con la más nefasta de las circunstancias.
Conforme avanzaba por la grieta, creí ver luz del otro lado, pero no imaginé que se tratase de la luz del exterior, primero porque era de noche cuando entré allí, y en segundo lugar porque no había imaginado que existiera otra manera de entrar; o más bien... de salir.
No lo supe sino hasta que me balanceé al borde de un precipicio, en donde la luz del sol naciente me cegó y me llevó a dar un paso en falso por la nieve que tapizaba el suelo de la salida, lo cual hizo que se desprendiese y me llevase a caer hacia el exterior sin que pudiese asirme a nada.
Mi aterradora caída me llevó a aterrizar en la nieve, en donde quedé sepultado.
La suavidad de la nieve amortiguó mi caída, pero fue un gesto fugaz de amabilidad, pues en cuanto conseguí salir hacia la superficie, toda la hostilidad del clima cayó sobre mí en la forma de una tormenta de hielo y nieve que me azotó desde todas partes.
Me hallé de pronto en un lugar que no era sino hielo, nieve y roca. Al frente, el mar del norte se expandía hasta perderse en los nubarrones negros que saturaban cada horizonte visible.
Empecé a caminar sin saber exactamente a dónde dirigirme.
Era evidente que solo podía haber surgido por uno de los laterales de la formación rocosa que sostenía al colegio, pero ¿cómo exactamente podría volver?
Al buscar la entrada con la mirada supe que era imposible. Estaba demasiado alto, y demasiado resbaladizo. Me mataría en el proceso, o me tomaría horas. Ni siquiera podía avistar el colegio desde allí; todo lo que pude ver fue un techo de rocas. La cima no estaba por ninguna parte.
No tuve más opción que empezar a rodear la estructura, en busca de otra manera de subir.
Pero no estaba preparado para un viaje así; mis ropas no eran abrigadoras, no tenía pociones conmigo. Todo lo que sabía era que me encontraba del lado contrario a la entrada del colegio.
Determiné que de nada serviría buscar una forma de subir por donde había venido, y que mi apuesta más segura era localizar la ciudad de Hibernalia y después el puente para regresar por allí.
Anduve por la nieve sin saber exactamente por cuanto tiempo. Todo lo que sabía era que me estaba congelando, pues el viento azotando mis oídos y el frío congelando mi cabeza no me estaban dejando pensar en mucho más.
Trastabillé por el hielo, tropecé por las rocas que surgían de entre la nieve como fauces afiladas y caí varias veces por las interminables pendientes de nieve movediza que se arremolinaban en torno a la base pedregosa donde se instalaba el Colegio de Hibernalia.
Pensé que había sido estúpido al no memorizar bien el camino. ¿Qué pasaría con la misión si se me ocurría morir allí abajo?
Como mi último recurso, invoqué a mi Ysyn, y esta apareció frente a mí.
Apenas pude verla a través de la nieve y el hielo cayendo frente a mi rostro y mi pelo agolpado sobre mis ojos obra de las ventiscas.
Pero sentí de inmediato su calor, y agradecí su compañía:
Su fuego flameó debilitado e inquieto, azuzado por el viento. Ysyn miró por los alrededores sin comprender nada, y después a mí, al momento de inclinarse para mirarme.
Intenté ponerme de pie, pero mis miembros estaban congelados y me tambaleé. Mi Atronach levantó sus manos al frente como en el afán de atraparme, pero se detuvo en el acto, sabiendo lo que pasaría. Vi la impotencia en su rostro. ¿Cómo ayudarme sin dañarme con sus llamas?
—Guíame. T-tenemos q-que... ap-apresurarnos.
Mi dama ígnea consintió con un movimiento de su cabeza y anduvo delante de mí. Bajo sus pies, la nieve se iba derritiendo, dejando roca desnuda donde pude pisar sin resbalar.
Por el camino enfrentamos no solo las inclemencias del tiempo, sino también algunos lobos, de los cuales Ysyn me protegió fieramente.
Así, después de lo que pareció un eterno camino, empecé a avistar finalmente las primeras casas de Hibernalia, al final de una larga pendiente en ascenso por la que tuve que escalar valiéndome de manos, uñas y por poco de dientes para poder llegar a la cima.
Para ese momento ya no sentía los dedos, y respirar se me estaba dificultando.
—F-falta... p-poco —dije a Ysin, y esta me hizo señas para que siguiera adelante detrás de ella.
Al momento de llegar arriba, cubierto de nieve, temblando frenéticamente, con el pelo y las pestañas compactas por el hielo y gateando por la roca, mis fuerzas mágicas para mantener el lazo con Ysyn se terminaron, y mi Atronach desapareció de mi vista.
A partir de allí todo fue una carrera. Apenas me paré a mirar la ciudad; estaba corriendo a toda velocidad en dirección al puente y luego cruzándolo a toda prisa para llegar pronto. Sentí que desfallecía apenas por la mitad, pero continué. Necesitaba hablar pronto con Savos Aren.
Una vez estuve cerca de la entrada al colegio, me encontré con la más inesperada de las visiones. Afuera, en medio del patio, Onmund, Brelyna y J'zargo estaban reunidos en torno a Mirabelle Ervine, hablando con ella en un tono agitado y nervioso.
Onmund había empezado a farfullar algo que no pude oír sino hasta que llegué a las compuertas.
—...por la noche. Llegamos juntos, y nos fuimos a dormir como siempre.
—Esta situación es inaceptable; no puede simplemente haber desaparecido un estudiante.
Aquello me dio una pista de qué estaba ocurriendo.
Me moví arrastrando los pies hasta llegar al portón, en donde me así de los barrotes congelados para poder seguir sosteniéndome en pie.
Arniel Gane apareció por allí solo para verse interceptado por Onmund, quien atenazó sus brazos:
—¡¿Has visto a Aszel?! —Toda su respuesta fue una cabeceada.
Me detuve, perplejo. ¿Por qué me estaría buscando? ¿Por qué con tanto ahínco? ¿Algo más había pasado en mi ausencia?
—¡¿Alguien lo visto?! —exclamó de pronto, dando vueltas sobre sí mismo, buscando por los alrededores a quien pudiese oírlo.
Cerré más los dedos en torno a los barrotes. Estaban tan helados que los sentí escaldarme las palmas.
Quise hablar, pero mi debilidad no me lo permitió. No pude emitir más que susurros.
—On... mund...
Mis energías no serían suficiente ni siquiera para abrir la puerta.
Alcé la mano al frente y disparé una corta llamarada; solo lo suficientemente fuerte como para llamar la atención de los demás. En ella se terminó de ir toda mi energía.
El mago de la tormenta se giró al acto. No pude ver su rostro en cuanto clamó mi nombre, pues mi visión ya había comenzado a tornarse borrosa y después solo pude oír gritos amortiguados.
No obstante, un sentimiento extraño me invadió al ver, aunque fuera su silueta a lo lejos, aproximándose a toda velocidad en mi auxilio. Algo que nunca había sentido antes, en todo lo que llevaba de vida, con otra persona.
Me sentí a salvo...
Creí, por el más fugaz de los instantes, aún pese a nuestras diferencias en el último trayecto de camino de vuelta al colegio, y a la incertidumbre que había dejado en mí el Augur de Dunlain, que todo estaría bien.
Y entonces, todo el cansancio, toda mi debilidad, todas las emociones vividas solo en el transcurso de los últimos días me pasaron la cuenta, y, sin poder tenerme en pie durante mucho más tiempo, me desplomé en las puertas del Colegio, asido a los barrotes del portón.
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