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43. La Noche de las Lágrimas

El camino de regreso al Colegio de Hibernalia resultó tan largo y difícil como el de ida; sobre todo después de que abandonamos el calor de la comarca de Carrera Blanca para regresar a los fríos acerbos de Hibernalia, donde hubimos de saturarnos de pieles, capuchas y cubiertas otra vez y empezar a hacer paradas más frecuentes para afrontar las tormentas de hielo y nieve.

Y también fue especialmente silencioso...

Luego de nuestras diferencias y de todas las cosas que había dicho a Onmund dudaba que quisiera continuar ayudándome, por lo que a partir de ahora estaría solo. Y era la primera vez que esa idea me intimidaba. ¿Quizás estaba acostumbrándome demasiado a su ayuda? Y aquello no podía ser. No si pretendía seguir conservando aquella independencia que tanto me había costado conseguir.

El Colegio de Hibernalia apareció al frente, entre la bruma invernal, cuando el sol —el cual en ese sitio abandonado de la mano de toda luz o calor no era sino un orbe luminoso tras el espeso velo de nubes— estaba a punto de tocar el mar en dirección del oeste.

Onmund y yo apresuramos el paso para no tener que detenernos a pasar fuera otra noche. Aquel sería tiempo que yo ya no me podía permitir perder. Estaba empecinado en seguir aún si él insistía en parar y hacerlo solo si debía hacerlo, pero el mago de la tormenta me acompañó dócilmente y apresuró la marcha cuando yo lo hice.

Llegamos de esa manera, cuando ya todo estaba en penumbras, al inicio del puente del Colegio de Hibernalia, en donde nos detuvimos a recobrar el aliento antes de continuar el último trayecto.

—¿Irás directo a ver a Urag para darle los libros?

—No —dije al tiempo de subir el primer peldaño para empezar a cruzar el puente—. Primero los leeré yo.

Apenas cruzar el puente y pasar por el umbral de las puertas del colegio, Brelyna y J'zargo, quienes estaban en ese momento reunidos en el patio, nos recibieron con bienvenidas más cálidas de las que me hubiese esperado. Como nunca me había recibido nadie en la vida.

—¡Me alegro tanto de que estén de vuelta sanos y salvos! ¡¿Cómo pudieron irse así, sin decirnos nada?! —se quejó la dunmer, al tiempo en que envolvía a Onmund en un efusivo abrazo.

Aparté la mirada, incómodo con sus muestras de afecto, empezando a temer que considerase necesario hacer lo mismo conmigo. En especial... viendo la calidez y la entrega con que Onmund recibió el abrazo y respondió a él.

Brelyna no hizo lo mismo conmigo, pero tampoco pude escapar a la mano afectuosa que situó sobre mi hombro.

—¡¿Están bien los dos?!

Onmund asintió y respondió por ambos:

—Lo sentimos. Sabíamos que insistirían en acompañarnos si les decíamos que viajaríamos y a dónde íbamos.

—J'zargo cree que lo que más bien quierían era quedarse con todo el mérito —comentó el Khajiita, pero no advertí el tono de voz competitivo que usaba generalmente. Parecía cálido...

Me aparté del grupo a la primera oportunidad que tuve y me encaminé directamente hacia el salón de la conquista, dejando a Onmund atrás, contando a sus compañeros sobre los pormenores del viaje.

Aunque intenté ser discreto, no tardé en notar que dejaban de hablar y en sentir su mirada clavada en mi nuca, pero nadie dijo nada, y agradecí que no lo hicieran. Después reanudaron su charla desde donde se había quedado.

En cuanto a mí, tenía cosas mucho más importantes de qué ocuparme.

Esa noche, después de asearme y comer un rollo de canela que tomé de la mesa a la hora de la cena sin pararme a sentarme con los demás ni por un minuto, me encerré en mi cuarto listo para empezar a hacer indagaciones.

Me aseguré de poner el seguro a la puerta y saqué el libro de entre las cosas de mi equipaje. Sus páginas estaban ennegrecidas en las orillas y tenía impregnado el aroma a hollín y tierra. No estaba en las condiciones más presentables pero al menos aún era leíble.

Tuve que sacudir la cubierta minuciosamente para conseguir atisbar lo que decía, y me encontré con el más desalentador de los títulos:

"La noche de las lágrimas"

El libro empezaba con lo que parecía ser el mapa de una ciudad grande y esplendorosa. Me dediqué un momento a contemplarla y a recorrer las líneas que representaban sus calles sin poder determinar a qué ciudad de Skyrim pertenecía. No fue sino hasta que mi vista se deslizó hacia una esquina de la página, en que caí en cuenta de lo que estaba viendo, cuando pude leer, en letras que casi habían sido consumidas por el fuego la palabra "Saarthal".

¿Aquella era Saarthal? La ciudad en ruinas sepultada en la nieve, ¿así se había visto alguna vez?

Repasé una vez más sus calles, intentando hallar alguna pista; algo que se pareciera a lo que el resto de los estudiantes y yo habíamos visto en las excavaciones. Pero no había nada.

De esa ciudad majestuosa en la primera página del libro "La noche de las lágrimas", no quedaba nada sino una ruina oscura, terrosa y húmeda. De pronto, el título del libro empezaba a cobrar sentido. El final de Saarthal, lo que sea que hubiera sucedido para convertir la ciudad en eso, debía haber sido precisamente ese: una noche llena de lágrimas.

Comencé a pasar páginas, ansioso por llegar a la historia, la cual encontré no menos de dos páginas adelante, después de un índice y una dedicatoria.

Relataba como Saarthal no solo había sido una magnifica ciudad en su tiempo, sino que se había asentado donde actualmente no yacían sino sus restos, como nada menos que la capital de Skyrim y el primer asentamiento de hombres de la región.

Aquel esperanzador primer párrafo se vio opacado rápidamente por una siniestra afirmación. Saarthal había sido también, por encima de una gloriosa capital, un lecho sanguinario donde una de las batallas más brutales de la región se había llevado a cabo. Había sido originalmente tierra de nórdicos, pero una serie de sucesos había llevado a los elfos a intentar echarlos y ocupar la ciudad, lo cual había acabado con esta arrasada y toda su gente masacrada durante una noche que más tarde había sido denominada como el título del libro. Solo para, años más tarde, ser los únicos supervivientes de aquel baño de sangre, erradicados por el propio Ysgramor, quien había regresado más tarde a reclamar venganza junto a "Los Quinientos Compañeros", un ejército a su servicio, con el cual había conseguido erradicar definitivamente a los elfos de Skyrim, estableciéndola como el hogar de los nórdicos, y asentándose él mismo como su primer monarca.

El libro continuaba con un par de incógnitas. "¿Por qué habían conducido los elfos un ataque tan deliberado y abrupto a Saarthal?".

Proseguía con una breve explicación acerca de los profundos conocimientos de los elfos de la era Merética, para después pasar a la primera de sus hipótesis, y aquello que intuí que era lo que Toldfir y Savos Aren buscaban en los libros.

Los nórdicos habían hallado algo sepultado en las profundidades de Saarthal. No había especificaciones, ni referencias. El libro solo sugería que se trataba de un objeto sin precedentes, dueño de un inmenso poder y de inestimable valor.

—El Ojo de Magnus... —susurré, pasando ávidamente la página para seguir leyendo.

Este hecho había llegado rápidamente a oídos de los elfos. Y a pesar de que los nórdicos habían procurado mantenerlo enterrado y contenido donde lo habían hallado, había sido la ambición de los elfos por este objeto poderoso lo que los había llevado a perseguir a los nórdicos asentados en Saarthal y acometer su masacre, como una excusa para despejarse la vía y hacerse con lo que fuera que hubieran encontrado allí.

Para concluir, el libro relataba como, tras recuperar Skyrim, los nórdicos, inseguros sobre qué hacer con dicho objeto y no del todo confiados de ser capaces de manejarlo, lo habían mantenido sepultado bajo la ciudad de Saarthal en ruinas para nunca más volver a inferir en su procedencia o sus alcances.

Y allí había permanecido... hasta ahora.

Hasta que yo había irrumpido en el que podría haber sido eternamente su lecho de descanso, y desenterrado de las profundidades de su tumba aquello por lo que, producto de la ambición, una ciudad entera había sido arrasada. Aquello por lo que hombres, mujeres, ancianos y niños inocentes habían sido masacrados durante su búsqueda, en aquella funesta noche llena de lágrimas.

Y aquel objeto descansaba ahora en el salón de los elementos.

No podía ser otro que el misterioso Ojo de Magnus; una más de las manifestaciones dejadas en el plano mortal como evidencia del paso del dios Magnus. Todo comenzaba a cobrar sentido... y a la vez nada lo tenía.

Si bien el libro no tenía mucha más información que aquella al respecto, ni despejaba muchas más dudas, ahora al menos sabía que había una razón poderosa para que el orbe hubiera permanecido oculto del mundo durante todo ese tiempo. Era porque debía estar escondido; porque el mundo no estaba preparado para él; porque su primera aparición ante los ojos de los mortales no había traído sino muerte, desgracia y destrucción.. y porque aquello bien podría repetirse.

La visita de la Orden Psijic era prueba clara de ello; de que siempre habría alguien vigilando, a la espera de la aparición de cualquier riqueza que pudiese suponer el poder de la raza que consiguiese reclamarla para sí.

De pronto la presencia de Ancano, un Altmer, como supuesto consejero, ya no parecía una coincidencia. ¿En qué momento había aparecido en el colegio? ¿Era posible que fuera justo después de enterarse los elfos de las reiterativas expediciones de los estudiantes del Colegio de Hibernalia en las profundidades de Saarthal, el cual hasta ahora se presumía el sepulcro de un objeto de cualidades tan misteriosas como poderosas?

De una cosa estaba seguro ahora al menos. El Ojo de Magnus no era seguro, y cada momento que pasaba desenterrado suponía una tentación con el potencial de desencadenar más muerte y desastre. Todavía no tenía claras cuales eran las implicancias de algo con ese poder en sí mismo, y las posibles consecuencias de que este cayese en las manos equivocadas, pero lo que sí era seguro, es que el Colegio de Hibernalia estaba ahora en peligro de sufrir el mismo destino de Saarthal.

Debía encontrar respuestas lo más pronto posible, y reparar el error de haberlo traído de regreso a la luz. O no solo el colegio peligraba, sino todos sus residentes. Savos Aren y Mirabelle Ervine. Faralda y el maestro Tolfdir. Brelyna, J'Zargo... y también Onmund.

No podía aplazar la investigación ni siquiera una noche más: debía visitar ya al Augur de Dunlain.


****


Esa misma noche, entrada la madrugada, una vez me hube asegurado de que todos dormían, y tras haber dormido yo mismo cerca de dos horas para prepararme, salí de mi cuarto armado solo de un par de pociones, mi capa y escasas provisiones; agua y algo de fruta y queso.

Gracias a Onmund, ahora conocía el posible paradero del Augur, y si bien estaba seguro de que más tarde me reprocharía no haber esperado por él, esto era algo que debía hacer por mi cuenta. No solo porque presentía que el camino no sería del todo seguro y ya no podía continuar cargando con el riesgo de comprometer la vida de un compañero, como había ocurrido en el Bastión de Brillo Tenue, sino porque Onmund ya me había ayudado lo suficiente, y era tiempo de romper mi dependencia de él de una vez por todas, y continuar mi camino como hasta ahora lo había transitado.

En soledad.

Con eso en mente, me interné en la oscuridad de la torre, directamente hacia la trampilla que me conduciría al podridero bajo el colegio, en busca de la que parecía ser ahora mi última y única fuente para encontrar respuestas.

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