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42. Propósito

Parpadeé, sin asimilar del todo lo que había oído, todavía sin cómo responder a ello. Pero no parecía que él esperase una respuesta, por lo que solo bajé la vista.

—No digas estupideces. No iba a morir allí adentro...

—Ah, sí —rodó los ojos con exasperación—. Olvidaba que tú luchas contra dragones.

Levanté alarmado la mirada obra de sus palabras.

—¿Quién te dijo eso? —Fue un reflejo. Hablé sin pararme a determinar si mis palabras eran riesgosas... y desde luego sin percatarme de que contenían una clara presuposición.

Bastó ver la expresión en su rostro para darme cuenta de que le había dado más información de la necesaria, solo por la admisión implícita que acarreaba mi pregunta. Él hablaba del dragón de Helgen... Solo me estaba molestando, y yo me había delatado.

—Yo... nunca dije que hubiera luchado con él. —Intenté arreglarlo, pero si Onmund era lo bastante inteligente como para percatarse de lo mucho que titubeaba, entonces no iría a servir de nada intentar retractarme y vería por encima de mi mentira. Haría más preguntas, seguramente...

—Te estoy tomando el pelo —reconoció, todavía con gesto confuso, y sin inferir en nada más. ¿Onmund era realmente tan atolondrado o solo fingía serlo? A veces sospechaba que se trataba de lo segundo—. En fin, ya tienes el libro.

Acaricié la portada del consabido libro en mi regazo:

—Al menos... el que pude salvar. Ni siquiera sé si sirva de algo.

—Tendrá que bastar. Si no... habremos de encontrar otra alternativa. No hay nada más que hacer.

El que continuara usando el "nosotros" me transmitió un sentimiento agridulce. Incluso luego de nuestras rencillas...

—Ahora solo queda regresar al colegio —resolvió.

Torcí una mueca. Volver al frío despiadado de Hibernalia no era que me entusiasmara demasiado. Pero por otro lado, estaba impaciente por resolver de una vez todo el asunto de Saarthal y ser libre por fin de esa carga. Empecé a hojear el libro, pero los ojos me ardieron y me lagrimearon en cuanto intenté leer las primeras líneas. Pude por medio de eso darme cuenta de lo exhausto que estaba en realidad.

—Estoy cansado —reconocí—. Mañana pongámonos en marcha. Déjame descansar por esta noche...

Empezaba a notar que cada vez que usaba el grito quedaba muy debilitado. Pero más ahora sumado al tiempo que habíamos pasado perdidos en el bastión.

—Aszel —me detuvo Onmund, en el momento en que hice por levantarme para ir a la tienda.

—¿Ahora qué? Quiero dormir; no me molestes.

—¿Qué tipo de hechizo usaste para disipar las llamas?

Me quedé frío en mi sitio. Cuando me volví para observarlo lo hallé escrutándome con una mirada ceñuda. Moví las pupilas de un lado al otro intentando dar con una respuesta.

—No usé ninguno.

—Creí haber visto que... —Él mismo no parecía convencido de lo que creía, y aquello me calmó en parte. No podía hacer conjeturas sobre algo de lo que él mismo no estaba seguro—. Me pareció que habías usado alguna especie de ventisca, o...

—Debió ser tu imaginación; solo conozco hechizos de fuego. Debió ser el aire que se colaba por la puerta abierta.

Dudé de que me hubiese creído, pues su expresión no se suavizó.

Así que, sin darle tiempo a que siguiera haciéndome preguntas, me deslicé bajo la lona de la tienda y me recosté en mi lecho de cara a la misma para no tener que verlo cuando me siguió y se recostó en la otra estera para dormir.


****


A la mañana siguiente me despertó el trinar de los pájaros, un sonido que ya casi creía olvidado, y la luz suave de la mañana traspirando a través de la tela de la tienda.

Onmund dormía todavía, pero en cuanto me erguí sobre mi lecho y empecé a moverme con cuidado para salir a ver si no me equivocaba, se revolvió en el suyo y viró para mirarme.

—Has madrugado. Buenos días —sonrió, estirando los brazos.

Me detuve sentado sobre mi saco de dormir y me froté los ojos con pereza.

—¿Siempre estás tan de buen humor por las mañanas?

—Tú estás de mal humor siempre.

—Eso no es verdad —aduje, fijándole la vista—. La gente me pone de mal humor.

—¿Eso me incluye?

—A ti en especial.

Movió la cabeza con benevolencia y una sonrisa paciente, y se acomodó sobre su lecho con una mano detrás de la cabeza. Se había librado para dormir de la pieza superior ennegrecida y sucia de la túnica y estaba vestido solo con una camisa holgada y blanca.

—¿Descansaste? —preguntó.

La verdad era que no; había soñado toda la noche con fuego por todos lados, y una desesperante sensación de sofoco. ¿Desde cuando mi elemento había empezado a provocarme pavor?

Onmund se irguió por su parte sobre su propio saco de dormir, y se puso a mi altura para contemplarme consternado.

Bajo la holgura de las ropas anchas del colegio y a través de la delgada tela se adivinaban las formas fuertes de un cuerpo musculoso que desentonaba de la constitución delgada de la mayoría de los magos y hechiceros, dada su poca afinidad con el combate y las tareas físicas.

—No hay prisa en volver, podemos descansar por hoy y mañana... De hecho, Carrera Blanca queda a medio día de camino. —Sentí un escalofrío de solo oírle mencionarla—. Quizá podríamos visitarla y...

—Ni hablar. Tenemos que regresar cuanto antes. Tengo que... ir con el Augur.

Salí de la tienda sin ánimos de seguir compartiendo un espacio tan estrecho con Onmund, sometido a más escrutinio de su parte, y me encontré afuera con la luz clara de la mañana; pero no solo eso.

La nieve se había disipado del todo durante la noche, dejando desnuda la hierba húmeda en el piso, y el cielo se abría sobre el bosque, despejado, tan azul como apenas recordaba haberlo visto en mucho tiempo. Me quedé de pie, boquiabierto al contemplarlo en su esplendor, coronado por el halo verde de los árboles.

Ver el cielo de ese modo nuevamente, o sentir el céfiro fresco contra mi rostro entibiado por el sol que se alzaba al este, apenas asomando por entre los árboles y fragmentado a través de sus ramas.... fue como ninguna otra sensación que hubiese vivido durante mi largo retiro en los confines helados de Skyrim, junto al mar acerbo y gris del norte.

Me alejé para ir hasta donde la luz pudiera alcanzarme por completo, y caminé al centro del claro, donde pude recibir los rayos directamente.

Una vez allí me libré de la mitad superior de la túnica rápidamente, arrojándola a un lado, y me quedé solo con la camisa interior, permitiendo que el calor besara mis brazos y mi pecho a través de la delgada tela. Allí me nutrí del bendecido sol por largo rato, con los ojos cerrados y el rostro alzado al cielo para recibirlo.

Otra brisa fresca me sacudió el pelo, despejándome el rostro y yo la recibí con los brazos ligeramente alzados a mis costados y un estremecimiento lleno de gusto, aspirándola hondo, de maner que los aromas a tierra y hierba penetrasen hasta lo más profundo de mi ser.

Debí empezar a sonreír sin percatarme de ello, pues no supe que lo hacía sino hasta después de darme cuenta de que Onmund estaba a mi lado y que me observaba fijamente con el amago de otra sonrisa en los labios.

—Parece que... después de todo sí hay algo capaz de ponerte de buen humor.

Bufé suave, procurando ignorarlo, y volví a cerrar los ojos con el rostro puesto al frente, hacia la luz.

—No sé cuándo vaya a poder disfrutar del calor del sol otra vez —me defendí, con algo menos de hostilidad que la acostumbrada—. Pronto estaremos de vuelta en ese pedazo frío de roca...

Onmund guardó silencio por un instante, aunque podía percibir que aun me contemplaba, al punto en que consiguió inquietarme y le devolví la vista. Me lo encontré observándome ahora co cierto punto de inquisición perturbando su sonrisa.

—Dime, Aszel... —Inició, al verse objeto de mi atención. Me puse en alerta apenas implicó que estaba a punto de preguntarme algo—.  ¿Por qué viniste aquí? —Era la misma pregunta que Brelyna me había hecho.

Me alivió que se tratara de una pregunta simple, así que la obvié y volví a buscar la luz con el rostro.

—A buscar esos malditos libros.

—Sabes que no me refiero a eso.

Torcí una mueca. Si él podía jugar a hacerse el tonto, yo también podía hacerlo.

—Tendrás que ser más específico —contesté para ganar tiempo, en lo que pensaba en una respuesta para cada pregunta que pudiera hacerme a partir de allí.

—Si odias tanto el frío... ¿Por qué viniste hasta el Colegio de Magos en Skyrim?

—No para aprender a hornear bollos dulces, precisamente.

—¿Estás intentando ser gracioso? —Ahora era él quien se estaba exasperando. Y no sabía si por mi buen humor a causa del calor o porque ya tenía entre manos una pista sobre Saarthal después de mucho tiempo sin hallar nada, pero encontré algo de gracia al asunto. Normalmente era todo lo contrario. Esta vez, fue Onmund quien perdió su inagotable paciencia—. Me dijiste que te iniciaste en la magia porque un mago te tomó como su aprendiz —recordó. Asentí, sin querer mirarlo. Una vez más no me agradaba el rumbo que tomaba aquello—. Pero nunca has dicho que fuera eso lo que tú realmente querías hacer.

Me volví de piedra con su aseveración.

Hubiese querido tener una respuesta entre todas las que había pensado para las diferentes preguntas que podría haberme hecho, pero no la tenía para aquella en particular. Me tensé, aunque lo último que hubiese querido hacer hubiese sido mostrarle cuánto había conseguido desconcertarme.

Me di cuenta de que no tenía una respuesta. Hubiese sido fácil mentirle si no hubiese estado demasiado abrumado por el hecho de que para empezar tampoco tenía una respuesta sincera a esa interrogante. Nunca lo había pensado.

Porque en ese momento mi vida no era mía. Había hecho lo que otros me habían encomendado hacer. Primero por obediencia, luego por miedo, y después por resignación. ¿Hubiese deseado aprender magia de haber podido elegir mi propio camino? ¿Una magia tan destructora como la elemental, y más aún la orientada a la rama del fuego?

Retrocedí para mirarlo, sintiendo deseos de incinerarlo. ¿Con qué derecho se atrevía a cuestionarme de esa manera?

—Eso no te incumbe —le espeté—. ¿Qué sabes tú de lo que quiero o no quiero? Si estoy aquí, es porque esto fue lo que decidí.

—Sí, pero, ¿con qué propósito?

Ser fuerte. La respuesta a ello fue inmediata en mi mente, pero no pude ponerlo en palabras. ¿Por qué deseaba ser fuerte? Para poder ser libre. ¿Libre dónde? Si retornaba a Roca Alta sería cazado por mis crímenes y habría de luchar por siempre para mantener esa libertad; nunca viviría allí una vida tranquila. Tendría que ir a otro sitio si no quería permanecer en Skyrim, pero... ¿qué haría después?

Aún si adquiría los poderes que tanto ambicionaba, no era nadie; nada... Solo un chiquillo sin hogar y sin familia; forastero por siempre. Huyendo de la justicia y ahora de un destino que no deseaba. Alguien como yo, sin un pasado y sin un futuro, jamás podría convertirse en alguien respetable en base a la admiración. Por todo lo que podría ser reconocido era por mis fechorías y por consiguiente temido. Y aún así... ¿qué haría con esa libertad? ¿A qué podía aspirar alguien como yo en la vida?

Sacudí la cabeza, abrumado por aquella vorágine de dudas; dudas que nunca antes me había planteado sino hasta la intromisión de Onmund.

—¿Cuál es tu propósito? —contraataqué, a punto de perder los estribos de mi temple—. ¿Qué grandes planes tiene alguien tan poco ambicioso como tú para los conocimientos que adquiera en el Colegio de Magos?

—Quiero ser un maestro —contestó él simplemente. No como si ya se esperase mi pregunta, sino como si aquella fuera su verdad absoluta.

Parpadeé un par de veces, descolocado por su poca hostilidad ante el tono agresivo de mi interpelación:

—... ¿Un maestro?

—Sí; del mismo colegio. —Esta vez fue él quien aparto el rostro a la luz solar para recibir sus rayos, Observó al horizonte iluminado con una confianza plena en sus palabras—. No solo quiero enseñar a los jóvenes magos que vengan el control sobre sus poderes, sino que quiero encaminarlos hacia una buena causa, y mostrarles que pueden usar su magia para el bien. Para erradicar el mal, para proteger a las personas...

Parecía tan ilusionado al hablar de ese modo que no pude interrumpirlo. En el fondo, casi pude sentir curiosidad por su devoción; devoción de la que yo carecía por completo y en lo cual nunca me había parado a pensar.

—Quiero devolver algún día a Skyrim la buena reputación de los hechiceros. Poder andar por ahí sin recibir miradas desconfiadas y murmullos, demostrarle a mi familia que nuestros mundos no están en conflicto... y de hecho servir al fin de devolver la tranquilidad a la región.

De pronto mi enojo se había sofocado. Desde luego que el propósito de Onmund iría por esa dirección. Así era él...

Pese a ello, no podía mostrarle lo mucho que lo admiré en ese instante. No por la intención detrás de sus aspiraciones... sino por su plena certeza en sí mismo y la claridad con la que veía su propio futuro.

—Es un motivo estúpido. No importa qué hagas —rebatí—, el mal existirá siempre.

—Bueno, siempre que pueda pararme en su camino, habré cumplido mi propósito. —Se encogió de hombros, omiso a mi comentario despectivo—. ¿Qué hay de ti? Todavía no has respondido a mi pregunta.

Su último dicho terminó de enardecerme. Al final, todo se resumía a ello. Era lo que desde el principio, desde nuestro primer encuentro, nos había separado y diferenciado. Y así sería algún día también, en un futuro no muy distante. Creí comprender entonces que ese era nuestro destino. Era lo que Onmund había estado haciendo desde el momento de conocerme... y lo que yo había significado desde el comienzo en su vida, aunque no lo supiera. El bien contra el mal; la bondad y la maldad...

Avancé un paso para enfrentarlo y me empiné hacia él en ademán desafiante.

—¿Quieres saber cuál es mi propósito? —lo reté—. Yo aspiro a hacer todo lo contrario. —Su sonrisa se convirtió en una mueca tensa—. Quiero mostrarle a la gente mi poder y reducir a cenizas a toda persona en una posición de autoridad que se atreva a oponerse a mí. Formarme una reputación tan terrible que haga a cualquiera desistir de suponer que puede encadenarme a sus propios ideales otra vez. Que sepan que han de temerme y por qué. Imagino... que eso me convierte a mí en el "mal".

El gesto decepcionado de Onmund casi consiguió desalentarme, pero no paré de hablar. Ultimé mi respuesta, que él había buscado con tanto afán, con aquello que sabía que resumía nuestros destinos dispares... pero también lo que adivinaba que sería más efectivo a la hora de consternarlo...

... De lastimarlo. 

—E imagino... que eso significa que algún día, cuando los dos hayamos cumplido nuestra meta, yo estaré en tu camino... y tú en el mío.

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