32. Amigo
Ancano y yo volteamos al mismo tiempo. Onmund tenía en el rostro una expresión pétrea que transmitía una curiosa ferocidad, aunque su temple lucía calmado. Noté que las chispas provenientes de sus poderes de tormenta empezaban a manar en forma de visos cada vez más luminosos desde las yemas de sus dedos a medida que se arremolinaban subiendo por sus puños para envolverlos de estática en un aura azulina. Me sorprendió sobremanera verle actuando de ese modo; dispuesto a utilizar sus poderes de shock en alguien; más aún, uno de nuestros superiores.
Ancano me soltó al instante, no supe si llevado por el miedo al haber sido descubierto en tal arranque de furia, o si intimidado por Onmund.
El vistazo torvo que me arrojó el altmer después de eso no se extendió por demasiado tiempo antes de que el cuerpo de Onmund ocupara el sitio entre ambos, interponiéndose entre su mirada y la mía, escudándome tras su espalda. Me di cuenta de que Onmund era casi tan alto como Ancano.
—¿Hay algún problema? —interpeló al altmer.
Este tensó todos los rasgos del rostro. Bajó la vista para verme e hizo una mueca desdeñosa.
—Para nada. Sólo sosteníamos una conversación.
—Una conversación bastante agresiva, me parece.
—La cual no veo cómo pueda incumbirte, mago de la tormenta.
La creciente fricción entre ámbos me hizo creer que en cualquier momento la tensión estallaría. Onmund aferró el mismo brazo por el que Ancano me tenía asido antes y me impelió a alejarme todavía más, al mismo tiempo en que él lo hizo.
—Tal vez no a mí, pero posiblemente a Savos Aren le incumba que se agreda a sus estudiantes al interior de las murallas de su colegio; más aún ante las puertas de sus propias dependencias. Por lo que más te vale largarte de aquí pacíficamente, si no quieres que el archimago se entere de lo que has estado a punto de hacer —le advirtió, controlando el volumen de su voz.
El alto elfo pareció debatirse intensamente entre marcharse por las buenas o quedarse para continuar increpando. Y luego de algunos instantes, se decantó por lo primero, empezando a caminar, no sin antes dirigirme una última amenaza, repitiendo sus palabras de antes:
—Llegaré al fondo de esto.
La puerta del salón de los elementos se cerró tras su espalda, dejándonos solos a Onmund y a mí. Aquel se giró para darme la cara. Su expresión todavía lucía disgustada, pero toda su fiereza había sido remplazada por un gesto entremezclado de preocupación y confusión:
—Aszel... ¿Estás bien? ¿Por qué ese sujeto te atacó de ese modo?
Le hurté la mirada, intentando calmar mi propia ira. Las manos en puños habían comenzado a temblarme y se sentían calientes al punto de humear ligeramente.
—No tenías para qué intervenir —le reproché.
Había estado esperando este momento por meses; una provocación de parte del elfo lo bastante razonable como para que justificase el carbonizarlo en el mismo sitio en que se encontrara de pie. Y Onmund lo había arruinado.
Me aparté de él para salir del salón hacia los jardines, al frío del exterior. No había rastro de Ancano por ninguna parte, sólo el jardín nevado bañado de la luz azulina de la fuente de luz a los pies de la estatua del mago, sumido en el frío y la soledad de la madrugada.
Respiré, agobiado. Tenía demasiadas cosas mucho más importantes en la cabeza, que planear cómo desquitarme del elfo. Y por si fuera poco, ahora tenía a Onmund, quien me había seguido al patio, justo a las espaldas, haciendo preguntas:
—¿No piensas decirme qué pasó allí dentro? ¿Qué hacían en las dependencias del archimago?
Onmund sabía una buena parte de lo que concernía a Saarthal y al enigma que envolvía todo lo referente a las ruinas. En primera, porque había estado allí el día en que Tolfdir y yo habíamos encontrado el orbe; el 'Ojo de Magnus'. Y en segunda porque yo le había relatado gran parte de lo sucedido durante el tiempo que había pasado conmigo, ayudándome a buscar información. Lo único de lo que Onmund todavía no estaba al tanto era de la aparición del monje de la Órden Psijic ante mí en la excavación; y el que esta era la razón de que hubiese decidido empezar a investigar a su Órden. Savos Aren había considerado que era mejor que ese detalle se guardara como un secreto entre ambos y Tolfdir, de momento. Pero ahora que seguramente sería del conocimiento de todos que un Psijic se había presentado en el colegio ¿qué más daba cuanto más supiera? Aun así, seguía siendo información con la que no estaría cómodo si Ancano Manejase también.
—No es seguro hablar aquí —le susurré, mirando otra vez por los alrededores. El Thalmor era impredecible. Y tenía una visión demasiado buena y un oído demasiado agudo para mi gusto—. Mañana —le dije, tan bajo como pude, para lo cual tuve que empinarme hacia él y ponerme cerca de manera que pudiera escucharme. No le miré a los ojos, pero sentía los suyos penetrándome—. Te contaré todo mañana. Reúnete conmigo al amanecer, al pie de los cimientos del colegio. Procura que nadie te siga o te vea.
Tal y como había esperado, la mañana estaba congelada. Los vientos agitaban violentamente la escasa vegetación que se había abierto paso a través de la nieve a lo largo y ancho de los campos helados de los alrededores de la ciudad de Hibernalia; principalmente arbustos de sinforicarpos. El fruto, tan rojo como gotas de sangre en la nieve, contrastaba con su blancura. Eran prácticamente todo el color que había en la ciudad de Hibernalia. La única cosa allí que no era gris o blanca.
Desde mi posición, al pie de la base rocosa sobre la que se erigían las murallas del colegio, eché un vistazo a la ciudad en ruinas. Casas derruidas y caminos de piedra que se habían perdido en la nieve y el mar hacía mucho tiempo, azotados por las olas durante el gran hundimiento.
Todavía no había gente en las calles, aparte de uno que otro guardia paseándose con antorcha en mano, cubierta la armadura de una gruesa película de hielo gracias a la despiadada helada que la mañana desataba sobre la ciudad. Se movían cuales almas en pena; encogidos y con andar de pasos rígidos. Un coro de pasos en las proximidades me hizo levantar la mirada. Los ojos azul helado de Onmund se detuvieron en los míos un instante antes de que aquel salvara el último trecho que nos separaba, para venir a situarse frente a mí. Le indiqué con una seña seguirme, señalándole el camino; pero me rezagué, dejándole pasar primero y coloqué una runa explosiva a mis espaldas, que se activaría en el caso de que a cualquier intruso se le ocurriera venir a inmiscuirse en la conversación que teníamos pendiente. Nos desplazamos hasta rodear el colegio, quedando de cara a la infinitud del mar. Onmund se sentó sobre las rocas cuando yo lo hice e inspiré el aire antes de hablar.
—El día que descubrimos el orbe en las ruinas, un monje de la Órden Psijic se apareció ante mí en una visión —le revelé, hablando en voz baja, todavía sospechando la posibilidad de que Ancano estuviera por los alrededores, escuchando la conversación—. Y anoche, se presentó en persona en el colegio, ante Savos Aren, solicitando mi presencia. En ambas ocasiones, con el mismo mensaje.
Onmund dio una cabeceada paulatina sin dejar de observarme, atento a cada una de mis palabras.
—Nadie ha oído de la Órden Psijic en mucho tiempo —comentó, confuso—. Es difícil de imaginar que uno de ellos se presentaría aquí de esa forma. ¿Qué quería contigo?
—Advertirme sobre un gran peligro.
Mi abrupta revelación pareció tomarle por sorpresa, pues sus ojos se abrieron de par en par:
—¿Peligro?... ¿qué clase de peligro?
Le relaté los hechos, de principio a fin sin omitir detalle alguno. Desde la visión en las ruinas, las catástrofes que la Órden presagiaban y mi participación accidental en los hechos, hasta el mensaje de los Psijic y el papel que se suponía que debía jugar yo ahora en cualesquiera que fueran las consecuencias que se desatasen a partir de ella. Onmund lucía cavilante cuando terminé de hablar.
—Llamó al orbe "Ojos de Magnus".
—¿El dios bretón de la magia?
—Correcto.
No me sorprendía que lo supiese, había constituído parte de una de las lecciones de Toldfir sobre historia de la magia, como el principal precursor del potencial mágico en los mortales. Una lección a la que yo no me había molestado en atender, precisamente porque intuía que Tolfdir me haría partícipe de ella, y no me había equivocado, pues Onmund había bromeado esa noche diciendo que la presencia de "cierto estudiante" hubiese resultado sumamente ilustrativa para la lección del viejo mago.
—Entiendo... Por esa razón Savos Aren te encomendó a ti investigar. Por eso estabas tan obsesionado con la tarea.
Afirmé a sus conjeturas con un solo asentimiento.
—No me parece justo. ¿Por qué tú? Tolfdir fue quien insistió en revisar los sepulcros. Por causa suya irrumpieron en la tumba de Jyrik Gauldurson. Además, él es un maestro y tú...
—Un simple estudiante. Un aprendiz —repetí las palabras que Ancano se había esmerado en que memorizara desde que había puesto un pie en el colegio—. Pero Tolfdir es un anciano sin casi fuerzas ya que dar de sí. Y como sea, fui yo quien desencadenó esto; no importan las circunstancias.
Onmund cerró los labios, sin tener cómo objetar a ello.
—¿Qué harás entonces? —quiso saber.
Me puse de pie sin mirarlo, perdiendo la vista en las rocas, allí donde rompía el oleaje. No tenía yo mismo la respuesta a ello. De momento, sólo había una cosa que podía hacer:
—Seguir investigando. Si no puedo escapar a lo que sea que venga producto de lo que provoqué, al menos puedo intentar estar preparado para cuando suceda —declaré—. Estoy seguro de que Urag gro-Shub sabe algo al respecto. Evade el tema cada vez que intento que me lo diga, pero ahora sé, gracias a Tolfdir, que Savos Aren busca la misma información que yo. Urag podrá negarme a mí el conocimiento que pueda poseer; pero no al archimago. Usaré eso y haré que me lo diga.
—Voy contigo —determinó Onmund, lleno de decisión.
—No. Necesito que hagas otra cosa por mí —admití, con cierto encogimiento.
Nunca acostumbré a pedir la ayuda de las personas, pero en este caso era algo que no podía hacer yo. La razón era sencilla: Ancano me estaba vigilando. Pero no vigilaba a Onmund. Y era más seguro confiarle a alguien más la tarea, de manera que no levantase sospechas en el consejero Thalmor.
—¿Sabes algo sobre el Augur de Dunlain?
Onmund perdió la mirada en el océano unos instantes, antes de volver a mí y negar con la cabeza:
—Lo siento, nunca he oído nada similar.
Me armé de valor. Onmund permaneció expectante en espera de qué era lo que le pediría:
—Todo lo que sé es que está aquí en el colegio; pero no en dónde exactamente. Y debo encontrarlo. ¿Crees... que puedas averiguarlo por mí?
Gire la cabeza en la dirección opuesta a aquella desde la que el mago de la tormenta me observaba. No quería que viera mi decepción si acaso me daba una negativa; aunque estaba preparado para oírla. De modo que me sorprendió sentir su mano sobre el hombro. Onmund se había levantado de su sitio para situarse junto a mí. Su mano se sintió cálida a través de la tela delgada de la túnica sobre mi piel helada y cuando viré para verlo, sin escapatoria, sus intensos ojos azules estaban sobre los míos, contrarrestando el color helado de estos con una indescriptible calidez:
—Cuenta con ello, amigo.
Volvimos juntos hasta las puertas del colegio en donde nos saludó el jardín frontal de aquel ya por completo iluminado por la luz del sol. La nieve resplandecía como nunca, aunque todavía ningún estudiante o maestro había aparecido. Ya no hacía tanto frío como hace un par de horas; tenía que admitir que, de hecho, el clima estaba agradable.
—Haré todo lo que pueda —me aseguró Onmund en voz baja—. Estoy seguro de que Tolfdir puede saber algo. Ha estado aquí por un largo tiempo; parece como si lo supiera todo sobre el colegio.
Asentí. La palabra 'gracias' me revoloteó en los labios, pero ni aún entonces me hallé capaz de pronunciarla. Nunca lo había hecho; no que lo recordase. Además, no era seguro aún su éxito.
Nos separamos allí y fui directo hacia El Arcano para hablar con el viejo orco. Si manejaba alguna pista que pudiese llevarme en la dirección correcta, hoy la obtendría.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro