31. El Ojo de Magnus
Cuando entramos en las dependencias del archimago, la mirada de Savos Aren fue la de un raudo disparo de flecha. Me dejó clavado en mi sitio por una fracción de segundo entre un paso y otro. Pero la segunda visión que ocupó la imagen en mis ojos fue una impresión aún mayor.
Hasta ese momento hubiese estado perfectamente bien creyendo que la visión que se había aparecido ante mí en las ruinas se trataba de un fantasma. Pero allí estaba, en carne y hueso, el mismo monje de la Órden Psijic que me había advertido, escrutándome ahora con ojos que brillaban como ámbares bajo la densa sombra que la capucha le proyectaba sobre el rostro. Un elfo Altmer.
—Por favor, no te alarmes —me reconfortó; adiviné que habiendo percibido la decoloración que yo sabía que colmaba mi rostro ya de por sí pálido—. No tengo malas intenciones.
Antes de que pudiese responder, una imagen familiar se desplegó ante mis ojos. Todo el lugar se colmó de una potente luz azulina que tornó difusas las siluetas de los objetos a nuestro alrededor y difuminó las formas de Ancano y Savos Aren hasta hacerles desaparecer, dejándonos solos al monje y a mí, rodeados de destellos luminosos que flotaban junto a nosotros como estrellas en un cielo claro. Igual como aquel día al interior de las ruinas de Saarthal. Comprendí entonces que esto no era ninguna visión como la de antes. Era producto de una magia poderosa, capaz de transportarnos a un plano diferente. Ahora ya no me cabían dudas de los alcances del poder de la Órden Psijic.
—Es bueno verte en persona —saludó el monje, con tono solemne—. Mi nombre es Quaranir. Y simplemente me gustaría hablar contigo. Me he tomado la libertad de brindarnos algo de privacidad para los fines de esta conversación. Pero no puedo utilizar este tipo de magia por mucho tiempo, de manera que hemos de ser breves.
Aguardé, en espera de lo que tenía para decirme antes de acorralarlo con todas las preguntas que tenía, las cuales hormigueaban en mi interior, volviéndome rápidamente ansioso de que acabase.
—La situación en el colegio es de suma importancia. Y nuestros intentos de contactarte por otros medios han sido fallidos. Me temo que esto puede deberse a la fuente misma de nuestras preocupaciones —declaró, haciéndome entornar los ojos sin entender—. Es decir, de este... objeto. El "Ojo de Magnus", como lo llama tu gente.
Fruncí aún más el entrecejo. ¿El ojo de Magnus? Debía estar hablando del orbe, sin duda. Lo evidente de su semejanza a un globo ocular saltaba a la vista; pero aun así, nunca había oído que nadie aludiese al orbe con esa denominación. Me pregunté a cuantas eras atrás nos estaba refiriendo.
Por otro lado, ¿se referían al dios Magnus? Nunca había sido particularmente espiritual, pero como bretón conocía bien ese nombre. Era uno de los dioses del panteón de mi raza. No solo eso, sino que uno de los más predominantes, pues era el dios de la magia; un aspecto fundamental de la cultura bretona, dada su afinidad con la cual; y acorde al mito, el arquitecto de la creación de Mundus; el plano mortal, sus planetas y lunas.
—La energía que mana de él nos ha impedido llegar a ti en la forma de las visiones que has experimentado antes —explicó el hombre—. Cuanto más tiempo permanece aquí, más riesgosa es la situación. Por esa razón he venido personalmente a comunicarte que es preciso lidiar con ello.
Cerré los ojos con una cabeceada lenta, intentando procesar todo con lentitud a la vez que procuraba no dejarme abrumar por la marejada de información que se me estaba siendo entregada. Había demasiados detalles que debía recordar; pero había otro asunto más importante para mí:
—¿Esto qué tiene que ver conmigo? —exigí saber.
El tono del monje fue acusador por un momento:
—Tú fuiste quien desencadenó esta serie de acontecimientos en Saarthal, al perturbar la cripta en cuyo interior el orbe anidaba, junto con el sueño de su guardián.
Quise protestar, pero estaba completamente inerme. Aún si había sido un accidente, no había escapatoria a la realidad de las cosas: era mi responsabilidad. Exhalé el aire por la nariz, asimilando la idea lo mejor que podía. Esto era distinto de ser el Sangre de Dragón. Esto yo lo había provocado.
—Debes entender —añadió el monje, con un tono ligeramente más gentil— que la Órden Psijic no suele... 'intervenir' en eventos directamente. Mi presencia aquí será interpretada como una afronta por algunos miembros de la Órden. De manera que, tan pronto como hayamos terminado, habré de marcharme de aquí. También soy consciente de que mi presencia ha levantado sospechas; sobre todo en Ancano; su asociado Thalmor.
Torcí la comisura con desdén ante la mera insinuación de que yo estaba de alguna manera relacionado a alguien como Ancano. La idea me repugnaba.
—Sea como sea, mi Órden, como ya he dicho, no actuará directamente. De manera que será tu deber hacerlo.
Tensé los labios en una línea. Investigar sobre Saarthal era una cosa... Actuar para contrarrestar las catástrofes que se presagiaban como consecuencias de haber liberado al Ojo de Magnus accidentalmente, era completamente distinto. No tenía idea de por dónde o como debía empezar siquiera.
—¿Qué se supone que debo hacer yo? ¿Cómo sé que puedo confiar en tu Órden? —quise saber.
—Intuyo que tus suspicacias se deben al expreso disgusto de Ancano por la Órden Psijic. Verás... —explicó antes de que pudiese refutar aquello—. Los Thalmor consideran a nuestra Órden una amenaza porque tenemos gran poder; pero no estamos dispuestos a permitirles controlarlo. Te aseguro que nuestras intenciones están lejos de que tú sufras algún daño.
Asentí, intentando creerle, aunque la duda estaba allí, palpitando en algún lugar de mi suspicacia.
—Dime cuál es el problema, exactamente.
—Como seguro ya sabrás, el 'Ojo' es inmensamente poderoso. El mundo no está listo para manejarlo. Si prevalece aquí, su poder será mal utilizado por otros. Muchos entre los miembros de la Órden sospechan que ya ha ocurrido y que algo terrible se aproxima. Algo que será inevitable.
—Pero ¿que esperan de mí? —me impacienté, hablando con aspereza— No sabía de la existencia de nada similar. Ni siquiera Savos Aren ha podido dar con información acerca del orbe... de este... 'Ojo'. ¿Cómo esperan que yo resuelva lo que sea que he provocado?
El monje se rascó la barbilla antes de proceder:
—Creemos que deberías prepararte más bien para lidiar con las consecuencias; aunque la magnitud de estas no puede ser predichas aún. Me temo que ya he sobrepasado los límites de la Órden al venir aquí. Pero puedo ofrecerte una última pista: busca al Augur de Dunlain. Su percepción de los hechos podría ser más clara que la nuestra.
—¿El Augur de Dunlain? —repetí, sin comprender— ¿Quién es? ¿en dónde lo encuentro?
—Solía ser un estudiante de este colegio, hace muchos años. Ahora... es algo diferente.
No comprendí del todo a qué se refería. ¿Había muerto? ¿era un fantasma?... ¿Un Draugr?
—No estoy seguro de su ubicación exacta, pero reside aquí en el colegio; es todo cuanto sé. Alguno de tus maestros sabrá decirte su ubicación —cuando terminó de hablar, tuve el terrible presentimiento de que nuestra conversación se daba por acabada. Y aún sentía que tenía miles de dudas más que en un principio. No me permitió hablar antes de proseguir—. Lamento no poder ayudarte más, pero mantener esta conversación requiere un gran esfuerzo de mi parte. Me temo que debo dejarte ahora. Pero te puedo prometer esto: estaremos cuidándote, y continuaremos guiándote lo mejor que podamos. Pero está en ti el triunfar sobre esta adversidad; no lo olvides.
Antes de que pudiera abrir la boca otra vez, la luz se disipó a nuestro alrededor. Ancano y Savos Aren volvían a estar presentes y nos arrojaban miradas inquietas y ansiosas; pero tal cuales lo eran al comienzo... Estaban expectantes. Todo este tiempo... ¿Acaso no había transcurrido para ellos?
—Mis disculpas —habló Savos, refiriéndose a Quaranir, el monje—. ¿Estaba usted por decir algo?
—¿Y bien? ¿Qué significa esto? —terció Ancano, haciendo gala de su perpetua hosquedad, situándose a mi lado. Su cercanía me provocó escalofríos—. Pediste ver a Aszel en específico. Y aquí está. Ahora ¿nos dirás qué quieres?
Escucharle pronunciar mi nombre me transmitió un escalofrío.
—Creo que ha habido un malentendido —respondió Quaranir, tranquilamente, sin responder en lo más mínimo a la provocación de Ancano, lo cual estaba irritándole a una velocidad que me resultaba divertida de ver—. No conozco a este jovencito. Imagino que le he confundido con alguien más. Me iré ahora; claramente la persona que busco no está aquí.
—¿Qué?... —ladró el Thalmor— ¿Qué clase de truco es este? No irás a ningún lado hasta que averigüemos qué estás tramando.
El monje pasó por su lado, haciendo caso omiso a su tono desafiante:
—No estoy tramando nada. Ofrezco mis disculpas si le he ofendido de alguna manera.
Savos Aren y yo permanecimos todo el tiempo en silencio. Cuando levanté la vista hacia él, sin embargo, capté que llevaba unos minutos observándome y me sostuvo la mirada antes de apartarla. Creí percibir cierta confidencialidad en aquel gesto. Como si supiera algo que Ancano no.
—Ya lo veremos —finalizó el elfo Altmer, de forma amenazadora, haciéndose a un lado a regañadientes para permitirle a Quaranir marcharse por la puerta.
Savos Aren permaneció callado por otro instante antes de soltar el aire por la nariz:
—Presumo que este asunto ha sido zanjado. Ahora, si pudiesen retirarse y permitirme continuar con mis ocupaciones, les estaría agradecido —solicitó cortésmente al despedirnos; pero en el momento en que pasó por mi lado, capté otra vez un cierto tinte cómplice en su mirada. Me estaba advirtiendo sobre algo. Y era evidente sobre el qué. Asentí discretamente en su dirección para darle la tranquilidad de que sabía perfectamente a qué se refería: Ancano.
Cuando la puerta de Savos Aren se cerró a nuestras espaldas, bajé rápidamente las escalinatas hasta el final de estas, buscando escabullirme de allí lo antes posible, para evitar otro interrogatorio. Sin embargo, no llegué mucho más allá de unos pasos tras cruzar la puerta hacia el salón de los elementos antes de verme detenido con brusquedad por el cuello de la túnica, y arrojado contra la fría pared de piedra, golpeándome en ella la cabeza y la espalda.
Los ojos amarillos de Ancano estaban sobre los míos en un pestañeo. Por mucho que sólo se tratase de un estirado y por lo demás flacucho consejero Thalmor, seguía siendo un altmer. Y la furia provocó que se desplegara de súbito en él toda la fuerza que caracterizaba a la poderosa raza de los altos elfos, cuando el afán de sus puños atenazando mi ropa contra mi cuello comenzó a estrangularme sin permitirme escapatoria.
—No tengo la menor idea de lo que acaba de suceder aquí, pero te aseguro... —me advirtió, tan de cerca, que me llegó el golpe caliente de su aliento en el rostro— que llegaré al fondo de esto.
La ira bulló en mi interior de forma casi instantánea. Pero en el momento en que me preparé para responder al ataque, atenazando sus brazos con la intención de usar mis poderes incendiarios en él para obligarle a soltarme, me distrajo una voz familiar, llamando la atención de ambos cuando, en un tono amenazador como el que nunca le había escuchado utilizar con nadie, ordenó:
—Quítale las manos de encima.
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