30. Una Visita Inesperada
Dos semanas transcurrieron sin mayores novedades. El humor de Brelyna mejoró de a poco y cada día se le notaba menos alicaída y actuaba más como ella misma. Por mi parte, guardé celosamente la gema de alma negra que había robado del clan exterminado de nigromantes. Y tal y como habíamos acordado, ninguno volvió a hablar de lo ocurrido en la Cueva de Hob.
Con Faralda como mentora, mi magia había progresado lo suficiente como para ser capaz de producir esferas de fuego mucho más poderosas desde las manos, y dispararlas como proyectiles que estallaban contra su objetivo. De manejar un par de hechizos débiles, había comenzado a experimentar con magia realmente destructiva, y si bien aún se sentía inestable entre mis manos, el solo hecho de haber conseguido alcanzado tales mejorías me llenaba de nuevas fuerzas. El frío todavía me resultaba tedioso y horrible; pero con el pasar del tiempo encontraba que se hacía un poco más tolerable cada día y podía permanecer afuera periodos de tiempo más prolongados.
Desde que le había devuelto su amuleto, empezaba a notar también que Onmund y yo pasábamos más tiempo juntos que antes; ya fuera charlando hasta donde mi poca inclinación por la conversación alcanzaba, practicando hechizos; para lo cual siempre tenía más energías o sencillamente en la compañía del otro. Bajábamos a veces a la taberna "El Hogar helado" a beber aguamiel (o algo un poco más fuerte cuando la ocasión se daba) o paseábamos por la ciudad o los alrededores reuniendo a nuestro paso ingredientes para alquimia, que más tarde usábamos para fabricar pociones que luego vendíamos. Aquello se convirtió en otro muy bienvenido ingreso de dinero. Para mi sorpresa, la alquimia no se me daba tan mal; empezaba a sentir una gran fascinación por la creación de venenos. Pulverizar ingredientes en un mortero, destilar esencias en los alambiques, probar cientos de combinaciones y comprobar sus efectos resultaba absorbente. Y de ese modo, el misterio de Saarthal quedó rezagado a la menor de mis preocupaciones por un tiempo. Necesitaba descansar de ello y nada significativo había ocurrido aún, de entre todos los males que el monje de la Órden Psijic que me había contactado había presagiado con tal urgencia. No volví a poner mi cabeza en ello hasta una noche en particular de entre tantas en las que el maestro Tolfdir se quedaba por horas contemplando el orbe que levitaba en el centro del salón de los elementos.
No había ninguna otra persona en el salón, lo cual me otorgó la oportunidad de acercarme a él en silencio y acompañarle en cualesquiera que fueran sus cavilaciones respecto a la misteriosa esfera de energía que habíamos descubierto juntos en Saarthal. La luz azulina que normalmente colmaba el salón estaba teñida ahora de un ligero tono esmeralda gracias al resplandor que emanaba de él.
—Parece que sencillamente no puedo dejarlo —me confió, como si fuera un secreto—. Sea lo que sea, su belleza no es como nada que haya visto en mi vida. Y has de saber que he vivido una larga vida —dijo en todo el afán bromista que le podía permitir su tono siempre afable y conciliador.
No respondí; tan sólo me limite a observar el orbe, buscando en él la belleza que mi maestro parecía encontrar hipnotizante al punto de absorberle cada noche por tan largos periodos de tiempo.
Era impresionante, sí. Nunca había visto nada igual. Pero tampoco había visto antes a ningún dragón, ni a muertos caminando en vida. Había muchas cosas que había visto hasta ahora que me habían quitado el aliento; de manera que sentía que pocas cosas restarían que pudieran llegar a lograrlo.
—Si me permites un momento, me gustaría compartir contigo un par de observaciones. —solicitó en un tono al que sencillamente no pude decir que no.
Tolfdir se alejó de mi para empezar a caminar en círculos alrededor del orbe.
Le seguí sin esperar que lo sugiriese; en parte interesado por cuál sería su opinión o qué conclusiones había sacado después de haber pasado tantas horas sin apartar la vista del misterioso objeto.
—Estoy seguro de que has notado las marcas —señaló los surcos que ornaban toda la superficie esférica del orbe—. No se parecen a nada que hayamos visto antes.
Sólo entonces me percaté de algo en lo cual hasta entonces no había reparado pese al tiempo que el orbe había permanecido flotando en el salón. El maestro no se refería a las marcas ondulantes que formaban espirales sobre el orbe, sino a una serie de extraños escritos grabados en él, los cuales brillaban y se desvanecían conforme la luz que emanaba de este fluctuaba en intensidad.
—Ayleid, Dwemer, Daedra... —recitó Tolfdir, citando distintos dialectos, refiriéndose al cual ornaba el orbe— No. Ni siquiera Falmer. Ninguno coincide. Es bastante curioso, sin duda.
La fascinación con la que el maestro analizaba el orbe resultaba hasta cierto punto contagiosa. Lo seguí con más interés todavía cuando dio otra vuelta alrededor de él.
—Ahora, no estoy seguro de que estés tan avezado a la magia como yo, dados mis extensos años de experiencia, pero ¿puedes sentir aquello? —me instó—. Este objeto maravilloso... prácticamente irradia energía mágica, y sin embargo, no es como nada que haya sentido antes.
Cerré los ojos en el afán de bloquear mi sentido de la visión para enfocarme en lo que pudiera captar sin ayuda de ella. Tolfdir tenía razón. El orbe expelía una fuerza mágica potente. Esta emitía un leve zumbido y vibraba contra los sentidos si se ponía la suficiente atención en la energía que exudaba.
—El archimago ya está trabajando duro en la investigación. Ojalá pronto tengamos más información al respecto —me informó Tolfdir, haciéndome abrir los ojos abruptamente.
Aquella noticia me dejó perplejo. Hasta el momento había creído que era el único batallando para conseguir información; que el archimago me había encomendado tal misión porque le ocupaban otros asuntos y no podía permitirse derrochar tiempo en una búsqueda infructuosa.
—¿Savos Aren también está investigando?
—Desde luego —confirmó Tolfdir—. ¿Creías que iba a dejarte llevar sólo todo ese peso sobre los hombros? No te sientas mal si no has conseguido averiguar demasiado. Si Savos Aren no ha podido indagar mucho más allá, dudo mucho que un simple estudiante pueda.
Su comentario sirvió en cierta medida de consuelo a mi frustración por no haber podido encontrar nada, pero no pude evitar sino sentirme también algo menoscabado por él. Era consciente de que sería arrogante y presuntuoso de mi parte pretender ocupar una posición más ventajosa que el archimago del colegio en cualquier asunto que respectara a la magia; pero la realización de cuán lejos estaba de obtener respuestas fue un duro golpe en mi ego después de haberme dado a la tarea de resolver el enigma de Saarthal al punto de convertirlo casi en un reto personal.
—Me temo que debo interferir —espetó de pronto y con tono acerbo e impaciente, una voz que conocía bien.
Me hizo virar en redondo sólo para encontrar el rostro alargado y oliváceo de Ancano, el consejero Thalmor, increpando a Tolfdir; apostándose sobre la pequeña silueta encorvada del anciano con todo su intimidante porte élfico de una manera casi aplastante. Instintivamente me posicioné junto a mi maestro. Yo no era mucho más alto que él, pero tenía peor carácter, y si lo que Ancano buscaba eran problemas, los tendría conmigo antes que con un anciano.
—He de hablar con tu alumno con urgencia —explicó, arrojándome una mirada displicente de pies a cabeza. Torcí el gesto de forma refleja.
—Esto es más que inapropiado —protestó Tolfdir, elevando el tono hasta donde su voz ajada y consumida por la edad le permitía—. De momento estamos ocupados en una investigación seria.
—Sí, no me cabe duda de su importancia —ironizó el Altmer, con tal sorna que el enfado me hizo palpitar las sienes—. Esto, sin embargo, es un asunto que no se puede hacer esperar.
Tolfdir parecía más contrariado a cada segundo. Juraría que no le había visto nunca tan enfadado:
—Estoy seguro de nunca haber sido interrumpido de esta forma, ¡la audacia...! —farfulló.
Di un paso al frente, dando por agotada mi paciencia, encarando al altmer:
—Habla de una vez ¿qué es lo que quieres?
Ancano me fulminó tras la irrupción con su intensa mirada de penetrantes ojos amarillos.
—Necesito que vengas conmigo de inmediato. Así que andando.
La oportuna interrupción de Tolfdir cuando me puso sobre el hombro una mano temblorosa y colmada de pliegues de piel, amainó en cierta medida mi ira y permitió que consiguiera tranquilizarme cuando me dijo en su acostumbrado tono gentil y suave:
—Me temo que tendremos que continuar esta conversación en otro momento, querido muchacho, cuando no haya más interrupciones.
En el momento en que se retiró del salón de los elementos, no tuve más opción que escuchar a Ancano, aunque desde luego, no de la mejor gana:
—Aun no entiendo qué demonios está pasando.
—¿De verdad? Bien, permíteme aclarar la situación para ti. —contestó el Thalmor con una mofa que pretendía esconder una rabia terrible—. Me encantaría saber por qué alguien que afirma pertenecer a la Órden Psijic está ahora mismo aquí en el colegio.
La sola mención de aquella misteriosa Órden hizo que se me erizara el pelo de la nuca. ¿Aquí? ¿En persona? ¿se había presentado a alguien más aparte de mí? Deseé internamente que Tolfdir no se hubiese marchado y hubiese sido testigo de esto; lo cual hubiese disipado las dudas que albergaba respecto a la veracidad de mi relato, allá en las ruinas. Pero supuse que tarde o temprano terminaría por saberlo. Los secretos corrían aquí en el colegio como agua de lluvia por los cristales.
—Pero aún más importante —añadió Ancano, cortando el hilo de mis pensamientos—, me encantaría saber por qué pide verte a ti, en específico —aquello me dejó aún más perplejo. Torcí el ángulo de la cabeza de forma involuntaria—. Tendremos una pequeña charla con él para averiguar exactamente qué es lo que quiere. Andando. —repitió.
Y por más deseos que albergara de mandarle a la mierda y pasar de largo, en algo tenía razón: el asunto debía de ser urgente. No tuve más remedio que seguirle. Pero antes, no perdí la oportunidad de acorralarlo, inquiriendo en su actitud tan agitada, sólo para darme el gusto de provocarlo:
—Me parece que esto te concierne más de lo que debería ¿No eres un simple consejero aquí?
Ancano me dio la vista de su capa cuando me volteó la espalda y empezó a caminar:
—Aun así, mi deber es reportar al dominio Altmer, y no puedo ignorar esta situación. No te preocupes; puedes regresar a tus 'investigaciones' sin sentido tan pronto como esto se resuelva.
Exhalé, procurando mantener mi temple. Me resultaba una tarea en extremo difícil tratándose de aquel elfo insoportable. Aun cuando todo lo que podía ver camino a las dependencias del archimago era el cabello blanco cayendo sobre la elegante capa de su uniforme Thalmor, podía sentir la hostilidad de Ancano hacia mí como si le emanara por los poros. Desde el comienzo había existido una extraña tensión entre ambos. Y esta se magnificaba conforme más nos acercábamos, aún si era a escala microscópica, a la verdad sobre el orbe. Nos detuvimos en la puerta antes de entrar y Ancano me enfrentó una última vez antes de abrir:
—Ahora, hablarás con este... 'monje'... y averiguarás por qué está aquí. Después, tu distinguido invitado será arrastrado fuera del área del colegio.
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