27. El Clan de los Nigromantes
La estrecha relación entre los hechiceros nigromantes y la rama del hielo y la escarcha en la escuela de magia de destrucción era bien conocida. Era su predilecta, pues les ayudaba a mantener por más tiempo frescos los cadáveres que conseguían para poder usarlos en su beneficio. Ahora tenía sentido que de todos los rincones de Skyrim, este clan de hechiceros en particular hubiese optado por recluirse al rincón más frío de Hibernalia. Lo necesitaban. Y Enthir, desde luego que lo había sabido desde el principio, el muy infeliz. Y nos lo había ocultado.
El sorpresivo ataque de la nigromante me dejó con los pies adheridos al piso, producto del hielo que se había esparcido por el suelo y subido por mis piernas, inmovilizándome. Brelyna reaccionó por su cuenta mientras yo usaba el calor de mi propia magia para liberarme. Conjuró a su familiar, y al mismo tiempo yo conjuré a mi atronach. La dama ígnea y el lobo no perdieron tiempo antes de arremeter contra la hechicera, brindándonos el tiempo necesario para preparar nuestra defensa y alistarnos para lo que fuera que nos esperase al frente; seguramente ya alertados por el alboroto que habíamos provocado en el interior de los túneles.
Cuando pude librarme de la escarcha que me cubría el cuerpo, avancé con menos seguridad que antes. Brelyna no lo notó; pero por la forma inquisitiva en que volteó a verme antes de avanzar ella misma, imaginé que ya lo sospechaba. Si el frío inclemente de Hibernalia provocaba estragos en mis capacidades; era fácil suponer cuan desventajoso sería para mí el enfrentarme a hechiceros de la escarcha. Pero retroceder ya no era una opción. Mucho menos cuando prácticamente había arrastrado a Brelyna hasta aquí y que ahora ella parecía empeñada en algo más importante que el amuleto de Onmund; la vida de la chica cuyos gritos por auxilio habíamos oído al llegar.
Entre ambos, logramos abatir a la hechicera, quien se desplomó en llamas y sin vida sobre el mesón que tenía a las espaldas tras recibir uno de los proyectiles de fuego de mi atronach.
Exhalé, componiéndome de la agitación del corto combate y retomé la marcha, echando a andar.
Noté que Brelyna se detuvo por un instante junto al cadáver de la hechicera antes de acompasarse de nuevo a mis pasos en completo silencio. De viajar juntos como compañeros e incluso haber simpatizado en algún punto a lo largo del camino, habíamos acabado por enemistarnos; pero al menos nos unía ahora una especie de tregua a fuerza de la necesidad por supervivencia.
Siguiendo el único camino al frente encontramos otro par de esqueletos y a otro nigromante, esta vez un hombre. Mi atronach y el familiar de Brelyna todavía nos acompañaban y se hicieron cargo de la mayor parte del trabajo, exterminándoles también. El camino se interrumpía al frente por un largo vacío sobre el que colgaba un puente de madera que unía las dos secciones del túnel, pero que lucía demasiado endeble. Al otro lado, otro esqueleto se paseaba en compañía de su amo, un tercer hechicero nigromante que aún no había reparado en nuestra presencia. El ataque sorpresa de uno de mis proyectiles ígneos junto con un ataque de shock de parte de Brelyna fueron suficientes para abatirlo sobre sus rodillas y que sólo hiciera falta de la mordida letal del lobo que acompañaba a la dunmer para librarnos de él. Hasta el momento, gracias al factor sorpresa que teníamos de nuestro lado, no había sido necesario enfrentar directamente a ninguno de los hechiceros. Nuestros compañeros conjurados hacían un mejor equipo que nosotros.
Cruzamos el puente con cuidado, procurando no mirarnos ni una sola vez; y por un largo trecho sin más enemigos que abatir, sólo nos acompañó el eco de nuestros pasos y el murmullo del fuego fatuo que envolvía a nuestros respectivos compañeros. Advertí que Brelyna tenía en el rostro una expresión funesta; la de alguien que acababa de ser testigo de algo espantoso y lo cual todavía no terminaba de asimilar del todo. Me pregunté a qué se debería su extraña forma de actuar. A decir verdad, por la mirada en sus ojos fijos y la profunda línea entre sus cejas empezaba a cuestionarme el hecho de que siquiera siguiera enojada conmigo. Ahora parecía tratarse de algo mucho más serio; como si estuviese en estado de pánico. Me detuve de golpe y ella se detuvo casi por reflejo, observándome con el terror de la súbita alerta torciéndole las facciones.
—¿Qué te sucede? —le inquirí, escrutando sus duras facciones.
Brelyna bajó la mirada. Una mezcla de dos emociones diferentes se peleaba en su expresión por cual abarcaba la mayor parte de esta. Por un lado, el bochorno. Por el otro... un miedo terrible.
—Nada... —susurró, empezando a caminar otra vez, sin mirar al frente, ni a mí; sino al suelo.
Producto del aturdimiento por su modo de comportarse, me tardé algunos instantes en empezar a seguirla, pero cuando lo hice, Brelyna ya torcía por otra vuelta del túnel. Estuve a punto de llamarla para que me esperase cuando desapareció por la esquina de este; pero me interrumpió la repentina imagen de la muchacha apareciendo otra vez por el sitio por donde se había ido, esta vez en una carrera desaforada. Una torbellino helado de hielo y escarcha proveniente desde el mismo túnel la dejó clavada en su sitio, con las extremidades congeladas, sin permitirle moverse. El familiar lobo de Brelyna se consumió en una humareda de fuego fatuo en el instante en que otra hechicera nigromante surgió desde el pasadizo y le hendió una daga entre los ojos, arrancándole un gemido desgarrador. Mi atronach corrió la misma suerte al sucumbir bajos los efectos de una corriente de magia congeladora. Ya estaban ambos demasiado debilitados por las batallas anteriores. Solo quedábamos yo y Brelyna, y esta no estaba haciendo el menor intento por defenderse del ataque se le venía encima.
Me apresuré para ir en su ayuda, preparando mi próximo ataque en las palmas de las manos a la carrera. Mis pasos me llevaron a situarme en medio de la elfa dunmer y la hechicera nigromante justo en el instante en que la última hacía por descargar un ataque sobre la primera.
Frustré sus intenciones disparándole dos llamaradas desde las manos, haciéndola gritar y retorcerse de dolor, intentando protegerse inútilmente con su magia. Ya la había agotado sobre mi atronach y no pudo defenderse de mí por demasiado tiempo. A mi vez, sentí parte de las corrientes heladas que esta disparaba desde las manos, pero fueron soportables y no me costó mucho mitigarlas con mi fuego y derrotar a la hechicera, quemándola prácticamente en vida.
Todo quedó en silencio de un momento a otro. Cuando volteé para ver a Brelyna, prevalecía en su rostro la misma expresión de antes, solo que ahora la muchacha mantenía los ojos firmemente sellados, al igual que los labios, en líneas apretadas.
—¡Qué demonios pasa contigo! —le espeté en el momento en que viré para enfrentarla y la sacudí por los hombros con poca delicadeza, obligándola a abrir los ojos—. ¿Por qué no te defendiste?
La joven dunmer meneó la cabeza con fuerza.
—Yo nunca... —susurró, en jadeos—. Nunca había matado a una persona.
La ira ardiente que se había apoderado de mí por un instante se congeló entonces en mi interior cual llama sobre la que se ha vertido una cuba de agua; dejando nada más que brasas humeantes.
—... ¿Qué...?
—Soy Brelyna Maryon, de la Casa Telvanni, en Morrowind. Nunca dejé mi hogar antes de venir aquí; nunca había hecho nada como esto —sollozó cuando una lágrima le surcó la mejilla.
Contuve el aliento. La Casa Telvanni; la casa de los maestros hechiceros en Morrowind.
Explicaba el hecho de que la joven dunmer se quejara a menudo de la enorme presión a la que era sometida por parte de su familia por alcanzar la excelencia. Brelyna venía nada menos que del clan de magos más poderosos y ambiciosos de su tierra natal. Prácticamente de la alcurnia Dunmer.
En ningún momento me había parado a considerar aquello. Para mí, la muerte no era nada nuevo. Había asistido a mi maestro en incontables ocasiones a repeler ataques de bandidos y enemigos durante viajes, misiones o prácticas fuera de los recintos del palacio. Había estado presente durante muchas ejecuciones también, acompañando a los miembros de la familia real. Y desde luego, durante mi escape y a lo largo de mi camino desde Salto de la Daga en Roca Alta hasta Hibernalia, matar era algo que había debido hacer una y otra vez para garantizar mi supervivencia. Era lo que me había traído a salvo hasta aquí. Algo que había hecho siempre con la cabeza en frío y que no me hacía perder el sueño por las noches.
Brelyna se mordía los labios con demasiada fuerza, evitando a toda costa mirarme. Viajar con Lydia había sido una cosa; era una guerrera experimentada a cuyos pies mucha gente tendría que haber caído con el fin de ganarle dicha experiencia. Pero una muchachita de buena familia como Brelyna, con una vida cobijada y que se la pasaba entre libros, estudiando magia, protegida por la seguridad que le brindaban las paredes del colegio... claro que era algo muy diferente.
Me aparté de ella con dos pasos atrás sin estar seguro de qué decirle. Si no había matado antes a nadie ¿Cómo había pretendido recuperar el amuleto de Onmund? Sólo había una respuesta posible; lo que también explicaba el hecho de que hubiese titubeado tanto antes de entrar: no manejaba la misma información que yo. El maldito de Enthir jamás le había dicho qué encontraría en la cueva, probablemente a sabiendas de que si se lo revelaba, Brelyna rechazara la misión que antes yo ya había rechazado. Exhale todo el aire de los pulmones, llegando a la única resolución posible:
—Quédate aquí. Yo seguiré adelante.
No tener más el apoyo de Brelyna me dificultaría enormemente la tarea, no me cabían dudas de eso. Pero por otro lado, confiaba en mis habilidades y en que sabría sortear los obstáculos usando más ingenio que fuerza. No era la primera vez que me enfrentaba en desventaja con un número más grande de enemigos. Y sin duda que sería más fácil moverme sin tener que cuidar de una chiquilla asustada. No contaba sin embargo, con su terminante negativa cuando me encasquetó un:
—No.
Rodé los ojos, conteniendo unas enormes ganas de abofetearla.
—Si vas a paralizarte de esa forma otra vez, no me vas a ser de ninguna ayuda. No me estorbes y quédate aquí.
—No lo haré —dijo, empezando a dar pasos con fuerza, rompiendo las películas de hielo que le cubrían las piernas y que se precipitaron al piso en un coro de tintineos crujientes—. Si no voy contigo, probablemente abandones a esa pobre mujer aún si consigues encontrarla.
Sellé los labios sin poder negar aquello. Sí, probablemente lo hiciera... Pero ya tenía bastante lidiando con proteger mi propia vida en este sitio. Cuidar no solo a la joven dunmer, sino también a la muchacha en aprietos que clamaba por ayuda... Supondría el triple del trabajo. Ni siquiera teníamos claro si se trataba de una inocente en apuros. Bien podría acabar siendo una trampa; pero dudaba que la tozuda dunmer que me acompañaba estuviera dispuesta a aceptar esa posibilidad.
—Haz lo que quieras —le espeté a Brelyna, dándole la espalda y empezando a caminar para rehacer nuestro camino—. Pero a partir de ahora estás por tu cuenta.
—Me parece excelente —siseó ella con furor, adelantándose otra vez; sólo que en esta ocasión, con menos ahínco que antes.
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