25. Lejos de Casa
El negro que colmaba mi cabeza todavía no se había disipado, pero ya no sentía frío. Muy por el contrario, percibía contra el rostro un agradable calor en forma de oleadas intensas. Podía sentir como cada músculo de mi cuerpo rígido y congelado se destensaba de a poco gracias a él. El sentido de la audición fue lo siguiente que regresó a mí. Escuchaba un incesante crujido. Un sonido que conocía bien y que siempre me traía calma y seguridad. El crepitar de un coro de llamas.
No sabía de donde provenía, pero me arrullaba; el murmullo del fuego era como una nana. Sentía que podría dormirme allí mismo; dejar que mis sentidos volvieran a desvanecerse y encontrar el descanso en el calor. Pero algo me apremiaba a desechar esa idea y despertar.
Sabía que no podía dormirme en este sitio, aunque no tenía una idea clara de qué sitio era este. Todo lo que sabía en ese instante era que no estaba en donde debería estar.
Había caído presa del frío impiadoso en algún punto. Para este momento ya debería estar muerto...
Sin embargo, en algún recóndito lugar de mi cabeza todavía restaba esa misteriosa urgencia del afán de supervivencia que me indicaba que algo no estaba bien y que era preciso volver en mí.
Cuando abrí los ojos, todo era rojo, naranja y ámbar. Los colores bailaban frente a mi rostro sacudidos por un incesante bisbiseo que tras algunos segundos reconocí como el soplido del viento. Los colores cobraron frente a mis ojos la forma de espirales ondulantes, proyectándose al cielo gris entre crujidos y un susurro grave. No supe de dónde venía hasta que distinguí las brasas que ardían en su base y entendí que me encontraba junto a una fogata. No dormía ya sobre la nieve; descansaba sobre una superficie lisa y cálida, hecha de cuero de animal cosido en secciones.
El fuego desapareció frente a mis ojos cuando se le antepuso una figura que no reconocí al principio, pero que se removió después la capucha para revelarme un rostro duro y grisáceo, ornado de dos grandes ojos rubí que sí me resultaron familiares: Brelyna.
Aquella distendió un amago de sonrisa en su rostro curtido. Sus ojos lucían ahora llenos de alivio.
—Pensaba que ya no despertarías.
Empezando a recobrar de a poco las fuerzas, me erguí sobre mi sitio con dificultad para mirarla. Ella parecía en perfecto estado. A nuestro alrededor se hallaba armado una especie de campamento pequeño que constaba sólo de la fogata, la bolsa de dormir sobre la que me hallaba ahora mismo, y una bolsa de piel que si bien era grande, una sola persona la podía cargar perfectamente. Junto a ella, estaba la mía, mucho más pequeña. Definitivamente, aún a las prisas, Brelyna se había preparado mucho mejor que yo. Porque conocía este clima mucho mejor, y sabía qué esperar de él.
A su lado, resplandecía otro tipo de fuego; un fuego fatuo purpureo que envolvía las formas de un animal cuya cabeza Brelyna acariciaba mientras me contemplaba. Tenía el aspecto de un lobo de gran tamaño que me observaba al igual que la Dunmer sobre cuyo regazo reposaba. Me transmitió un ligero escalofrío.
Cuando miré a mi alrededor me fijé en que descansábamos al pie de un risco, que nos protegía del azote de los vientos.
—¿Cómo es que...?
—¿... te encontré? —me interrumpió ella, adivinando mis pensamientos—. Tomé el camino equivocado y tuve que volver sobre mis pasos. Cuando te vi a lo lejos, pensé que eras un bandido; pero entonces te desmayaste. No tuve corazón para dejarte morir, aún si lo fueras. Bien podrías haber sido tan solo un viajero herido o exhausto. Nunca imaginé que serias tú.
Asentí. Aquello lo explicaba todo. Si Brelyna no se hubiese perdido y tenido que regresar... sólo hubiese habido un destino para mí. Otra vez, había tenido demasiada suerte.
—Te especializas en el elemento fuego, ¿por qué no lo usaste?
Guardé silencio. No sabía a ciencia cierta qué encontraría en el camino. Nunca me había aventurado hasta aquel punto. Guardaba energías para defenderme de ser necesario; pero al final, mi peor enemigo y el cual casi me había costado la vida, había terminado ser el propio mal tiempo. No quise responder; estaba demasiado contrariado conmigo mismo para hacerlo.
—¿En qué pensabas, Aszel? —dijo Brelyna, en el tono de reproche de alguien mayor—, ¿qué esperabas cuando te internaste en la tormenta? Ni siquiera equipado apropiadamente. No llevas madera, antorchas, pieles de reserva... ¿Sabes que hubieses muerto de no haberte encontrado?
Mantuve la mirada sobre el piso. Claro que lo sabía.
—¿Por qué viniste? —me interrogó por segunda vez. La mirada acusadora que le hinqué pareció decírselo todo. Brelyna asintió, bajando la vista—. No tenías que hacerlo.
—No —le di la razón, moviéndome más cerca del fuego. El calor casi estaba consiguiendo provocarme un dejo de dolor sobre la piel, pero lo necesitaba. Necesitaba el abrazo de las llamas para poder reponerme del todo—. Y no lo hago por ti o por Onmund. Creí habértelo dicho; si algo te sucede, el no haberte detenido me hará responsable. No he llegado hasta aquí para que un idiota con mal ojo para los negocios, un elfo estafador y una mocosa suicida provoquen que me expulsen.
—"Estaba preocupado por ti, Brelyna" hubiese bastado; aunque no fuera verdad. —bufó ella con expresión adusta—. Y para ser honestos, eres tú quien podría haberme supuesto la expulsión a mí, si se te ocurría morir en mitad del camino por venir a buscarme. Como sea, si estás aquí para disuadirme, lamento decirte que...
—¿Y haber venido hasta aquí por nada? —la corté, acomodándome con dificultad—. No me gusta hacer las cosas sin un propósito. No voy a caminar de regreso con las manos vacías cuando ya me he tomado la molestia de venir tan lejos. Mucho menos si implica llevarte a las rastras por la fuerza.
—Aszel...
—Silencio. Cállate ya.
La dunmer vació los pulmones en un largo suspiro, observándome ceñudamente. Alcanzó mi bolsa junto a la suya y de ella sacó una de mis pociones de jugo de sinforicarpos:
—Al menos esto hiciste bien —comentó cuando me lo entregó, antes de proceder a tomar su propia bolsa y entregarme una especie de tira larga y gruesa. La observé en mi mano sin saber qué hacer con ella hasta que Brelyna se hizo con otra, se la llevó a la boca y le arrancó un mordisco, tarea que pareció suponerle cierta dificultad; pues tuvo que valerse más bien de tirar de ella con un extremo entre los dientes para poder seccionarla—. Come algo, te ayudará con el frío.
Volví a observar el alimento en mi mano con cierta desconfianza. De no haber visto a alguien propinarle un mordisco, jamás hubiese adivinado que era comestible. Era dura y estaba fría. Odiaba la comida fría; con toda mi alma... Pero en Hibernalia todo lo era. El clima, la comida, la gente...
—Es carne seca de horker —me informó la dunmer, percibiendo la duda en mi expresión—. Es algo difícil de comer, pero es sabrosa. Y muy buena para el frío.
—No, gracias. —la rechacé.
—Te arrepentirás después —canturreó la chiquilla, dándole otro mordisco a la suya.
Tuve el presentimiento de que debía confiar en ella. Ya sabía por hecho que tenía mucha más experiencia que yo en lo que respectaba a este clima, por lo que decidí que debía escucharla.
Situé un extremo de la carne entre mis dientes y mordí con fuerza. Me costó arrancarle un trozo y cuando percibí la textura correosa, no disimulé la expresión de repugnancia que me torció el rostro. Contuve a duras penas los deseos de vomitar.
Brelyna contuvo a su vez una risa y yo la fulminé con la mirada, a lo que ella me quitó la suya y levantó las manos a los costado de su rostro en afán pacificador, rodando los ojos, sin dejar de sonreír.
La tarea de masticar no fue mucho más fácil. Tuve que hacerlo al menos el triple de veces que con la comida regular para sentir que podría tragarlo. Su sabor era fuerte y salado; tenía un potente regusto a pescado que se correspondía con el fétido olor de la carne. Pero la sensación de saciedad me vino antes siquiera de que me hubiese acabado la pieza. Mi estómago lo agradeció.
—Guarda el resto para después —me recomendó la elfa.
Terminando de comer, apuré la poción de sinforicarpos para ver si conseguía quitarme el mal sabor de la boca. El efecto picante del líquido bajando por mi garganta y asentándose en mi interior me llenó de calor y nuevas fuerzas, y terminó de paliar el frío. Cuando lo vacié, Brelyna lo recibió y la dejó a un lado ofreciéndome en cambio una botella de aguamiel, con aire pensativo. La recibí sin pensarlo mucho y le di un largo trago para acabar de quitarme el mal sabor de boca de la carne de horker. Me quedé observando sin percatarme, al compañero lobuno de Brelyna. Ella le acarició detrás de las orejas cuando percibió la insistencia de mi mirada.
—¿Te gusta? Es mi familiar. Me ayudó a traerte hasta aquí. Lo conjuré cuando pensaba que eras un bandido; pero a veces lo invoco sólo para que me acompañe.
Sus palabras me hicieron sentir por ella una curiosa simpatía. Yo hacía lo mismo con mi Atronach.
El lobo se desvaneció evaporándose en una nube cuando nos pusimos de pie, lo cual me djeó algo más tranquilo. Y empacándolo todo, nos pusimos otra vez en marcha. Antes de apagar el fuego, nos hicimos cada uno con una antorcha que acarreamos cerca del rostro por todo lo que restaba de camino.
Brelyna tenía razón; si bien el fuego de la antorcha era mitigado a ratos debido al golpe de las corrientes, la llama luchaba con todas sus fuerzas por mantenerse activa y servía efectivamente para mitigar el frío. Cuando la tempestad del viento era lo bastante fuerte para apagarlas, bastaba con emplear mis poderes en una minúscula cantidad para encenderlas otra vez, y gracias a ellas pudimos avanzar el resto del camino sin congelarnos. A nuestro paso encontramos criaturas comunes de las regiones heladas como horkers, y zorros polares; pero también a unas curiosas criaturas que tenían el aspecto de serpientes de hielo con cabezas coronadas y que se desplazaban en el viento en una danza hipnótica. Nunca había visto nada similar; pero Brelyna parecía conocerlos bien y se refirió a ellos como Espectros del hielo. Derrotarlos no fue difícil; al menos para mí. Eran sumamente débiles al fuego. En contrapartida eran increíblemente rápidos y se mimetizaban tan bien con el paisaje nevado, que era difícil detectarlos. Pero no nos dieron demasiados problemas.
—Estás muy lejos de casa, ¿verdad? —preguntó Brelyna mientras caminábamos.
Levanté a ella una rauda mirada. No tuve que pedir explicaciones para que decidiera dármelas:
—No soportas la comida de aquí, no conoces a la mayoría de las criaturas que rondan esta zona... Además, odias el frío y la nieve. Siempre estás temblando y maldiciendo a media voz cuando el clima es ligeramente peor de lo usual. Sin mencionar que no tienes idea de cómo prepararte apropiadamente para viajar con mal tiempo.
Allí estaba. Otra persona que sabía que venía de un sitio muy distinto a este, sólo a juzgar por lo mal que me manejaba en él.
—El clima es lo de menos. Vine aquí con un propósito y un poco de nieve y frío no me detendrán.
La Dunmer guardó silencio y no hizo más preguntas.
Y tras lo que pareció casi un día completo de un camino demasiado largo, llegamos a nuestro destino.
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