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18. La Órden Psijic

Cuando el resplandor me abandonó y la silueta espectral se desvaneció frente a mí, mis rodillas flaquearon momentáneamente y sentí las manos de alguien frenando mi caída. Cuando abrí los ojos, el maestro Tolfdir me sostenía en brazos y me observaba con la preocupación de un padre. Me sentí extrañamente seguro.

—¿Estás bien, muchacho? juraría que he sentido algo extraño, hace tan sólo un momento. ¿Qué ha pasado?

—No lo sé —dije, poniéndome de pie lentamente con su ayuda—. Fue una especie de... visión —admití, aunque sonaba descabellado incluso para mí—. Ha dicho algo sobre peligro y sobre... —intenté recordar las palabras exactas de la visión— la Órden Psijic.

—La Órden Psijic? ¿estás seguro? —dijo el anciano. Estaba confuso y e incrédulo— ¿Peligro, dices? Eso no tiene sentido. Los Psijic no tienen ningún tipo de conexión con estas ruinas. Y ninguno de sus miembros ha sido visto por un largo tiempo.

—Es todo lo que dijo. —me defendí, empezando a exasperarme por el hecho de que cuestionara lo que le estaba confiando, cuando no había provenido de mí; sino de un hecho que ni yo podía explicar— ¿Qué es la Órden Psijic? ¿por qué se puso en contacto conmigo?

—No tengo idea, aunque es fascinante. Claro, dado el caso que sea cierto.

Después de su inicial preocupación por mí, su poca fe en mis palabras me dolió. Un sentimiento que no sabía que habitara en mí. Tolfdir calló, considerándolo un momento. Y entonces pareció darme el beneficio de la duda, sugiriendo, para mi desgracia, lo que desde ya más me temía: seguir adelante por el túnel, y revisar los sepulcros.

Al menos era prueba de que no me creía un completo embustero, de modo que decidí acompañarle pese a que me advirtió que no lo hiciera, sólo para averiguar yo también, por mi cuenta, qué era lo había delante que implicaba el peligro del que se me había advertido. Avancé decididamente. Pero no alcanzamos a dar un solo paso cuando la cubierta de piedra del primer sepulcro frente a nosotros cayó a nuestros pies con un sonido seco revelando una figura huesuda y gris. Se trataba de la misma criatura a la que había enfrentado en el túmulo de las cataratas lúgubres.

—¡Derrótale con fuego! —me indicó el maestro; aunque eso ya lo sabía y ya me estaba preparando.

Me defendí con dos largas llamaradas que emanaron de mis palmas. Otra criatura emergió detrás de mí sin que me diera cuenta; pero el maestro Tolfdir la repelió con un potente hechizo de tormenta, abatiéndola antes de que pudiera asestarme un mandoble por las espaldas.

Con ambas criaturas caídas a nuestros pies y fuera de peligro, al menos por ahora, el maestro Tolfdir se acercó a mí. No supe cómo agradecerle por lo que había hecho.

—Son Draugrs. Muertos vivientes que vigilan las tumbas nórdicas. Se cree que son un mito; un cuento hecho para asustar a los niños, pero... ya puedes ver la realidad. Debes estar preparado para defenderte, Aszel.

Asentí. Muchas cosas habían dejado de ser mitos para mi durante este largo camino...

Dispuesto a indagar más en las advertencias de esa extraña aparición, seguí a Tolfdir cuando se adentró aún más en los túneles.

—Los Draugrs adoraban antiguamente a los dragones. Se dice que fueron los primeros en hablar su dialecto; incluso antes que los Barbas Grises; quienes estudiaron y aprendieron la lengua por largo tiempo. Pero cuentan las leyendas que existe un héroe legendario, capaz de hacerlo sin ningún tipo de estudio o entrenamiento. Le llaman el Sangre de Dragón.

Sus palabras me dejaron helado. Un lenguaje que solo un sabio podría comprender... y un dragón. La cabeza me dolió. Llevaba mucho tiempo sin pensar en ello. Todavía no quería creerlo. No podía ser yo quien se creía. Yo, tan solo un aprendiz de hechicero de corte. Un extranjero en Skyrim. Nadie.

El camino fue extenso, peligroso y difícil. Plagado de Draugrs, trampas mortales y acertijos. Y este nos llevó finalmente a una extensa área cavernosa.

En el centro de ella, una mesa de piedra repleta de objetos variados; como pergaminos, urnas y tributos tan arcaicos que les cubría una densa película de polvo y parecía que se desharían con sólo tocarlos. Ya había estado antes en un sitio similar y tenía una noción muy clara de qué venía. Sentado a un imponente trono de acero, un cadáver momificado vistiendo una armadura con un casco dotado de cuernos parecía custodiar la estancia. Era parecido al que yo había enfrentado. Pero estaba inmóvil y lucía inofensivo.

No pude mirarlo por mucho tiempo antes de que otra visión más impactante reclamara mi mirada. Se trataba de un gigantesco orbe luminoso que levitaba, producto de una energía que no reconocí, encima de un círculo de luz que le circundaba en la forma de un potente campo de fuerza, que hacía imposible el acceso a él. Tolfdir observaba a mi lado, boquiabierto y sin dar crédito a sus ojos.

—¡Mira eso! —exclamó.

—¿Qué piensas, maestro? ¿qué es? —quise saber.

—¡No tengo idea! —admitió él— Esto es asombroso. Absolutamente asombroso. El archimago debe ser informado de inmediato.

Bajamos hasta el lugar para inspeccionar el orbe más de cerca. Pero conforme avanzábamos en dirección a la criatura que descansaba en el trono, comenzaba a ser presa de un funesto presentimiento. A estas alturas, tras enfrentar a tantos muertos vivientes, no podía confiar en nada que luciera aparentemente muerto, de modo que me preparé para contraatacar de ser necesario.

La criatura permaneció inmóvil hasta que Tolfdir y yo estuvimos frente al orbe flotante. Si de lejos era una visión impresionante, de cerca era difícil creer lo que se alzaba frente a nuestros ojos. El orbe tenía un color verde azuloso; era una esfera perfecta y estaba cubierta de patrones lineales parecidos a los que adornaban la puerta que nos había traído hasta aquí. Giraba sobre sí misma y emitía una potente energía que zumbaba y una luz enceguecedora.

—No me atrevo a dejar desatendido esto. Pero el archimago debe verlo por sí mismo ¿Crees que podrías regresar al colegio e informar a Savos Aren de este descubrimiento?

Por mi parte yo no me atrevía a dejar sólo a Tolfdir en este lugar; pero tenía razón. Era un descubrimiento de inestimable valía, y el archimago tenía que ser testigo. De manera que me despedí renuentemente de Tolfdir y emprendí la marcha para salir del túnel e ir con Savos Aren. Sin embargo, a mi paso seguí a la criatura sentada al trono con la mirada, casi por completo seguro de que podía verme. Y cuando empezaba a creer que todo era obra de mi imaginación, un gruñido gutural proveniente desde aquella me heló la sangre en las venas, y escuché el crujido del metal de su pesada armadura cuando la criatura se levantó y blandió su mandoble en dirección de Tolfdir.

—¡Maestro...! —le grité justo a tiempo para que este virase y se apartara del camino del sable, defendiéndose con un hechizo de tormenta que le quitó momentáneamente el balance. Me arrojé en su dirección en una desaforada carrera intentando llegar a tiempo para ayudarle, y atacando con mis llamas; pero la criatura me sorprendió con la guardia baja cuando exclamó un grito que restalló con una inmensa fuerza y que me expelió por los aires, llevándome a golpear un pilar de piedra. Conocía ese grito; conocía esa forma de atacar porque ya la había visto una vez... No; dos. Se trataba del Thu'um. La voz. Un grito de ataque en el lenguaje de los dragones. El dragón negro la había utilizado en nosotros cuando había atacado Helgen y después, el Draugr de las cataratas lúgubres lo había usado al atacarme. Y más tarde... yo había hecho uso del mismo poder. Intenté ponerme de pie rápidamente y atacar usando fuego; la criatura usaba hielo en sus ataques, de manera que me debilitaba rápidamente, cubriéndome las extremidades de una densa escarcha, impidiendo que me moviera con soltura. Ninguno de mis hechizos parecía funcionar contra él. Cuando me quedaba sin energía mágica, empezaba a correr. Estaba comenzando a agotarme al punto de que no me creía capaz de seguir escapando y de que pronto me atraparía. Tolfdir lo atacaba por su propia cuenta, atrayendo su atención a él y haciendo que me dejara en paz el tiempo suficiente para descansar un poco y recuperar las energías para volver a atacarlo.

—¡Nada parece funcionar! —gritó Tolfdir, para después añadir, titubeante— Espera... ¡Mantenlo ocupado, creo que sé cómo drenar su poder!

Intenté confiar en Tolfdir y me limité a escapar a los ataques del Draugr. Pero cada vez le tenía más cerca y estaba seguro de que, en el instante en que dejara de correr, sería mi fin; pues blandía un arma, y yo no tenía ninguna experiencia en el uso de las mismas. Tolfdir entonces atacó el orbe. No supe por qué lo hacía hasta que noté que la energía que emanaba del Draugr disminuía y este parecía debilitarse.

—¡Ahora! ¡atácalo! —me indicó el maestro, e hice como me dijo, envolviendo a la criatura en llamas y lanzando proyectiles ardientes. Sólo entonces, mis ataques parecieron hacer efecto, y el Draugr cayó sobre sus rodillas primero, y luego completamente laxo sobre el suelo, abatido. En ese instante, el campo de fuerza alrededor del orbe se desvaneció, dejándole a la vista. Todo acabó allí.

—Era el orbe. El orbe le estaba volviendo invencible. —dijo Tolfdir cuando se acercó a mí, aún jadeante—. ¿Recuerdas lo que te dije? Savos Aren debe ver esto. Apresúrate, muchacho.

Sin mediar más palabras, salí corriendo del túnel a toda prisa para volver al colegio de Hibernalia, recorriendo el mismo camino que nos había llevado allí.

A mi paso, tropecé con la última persona con la que hubiese querido tropezar. Chocamos con tanta fuerza, que nuestros pies abandonaron el suelo y nos desplomamos sobre el piso con dureza.

—¿Pero qué demo...? —exclamó Onmund cuando se movió incómodo y con dificultad debajo de mí.

Quise levantarme e irme de allí lo más rápido posible, pero había otro asunto pendiente:

—Sigan el camino por ese túnel, a través de un arco de piedra que lleva a un sarcófago. Encontrarán allí al maestro Tolfdir. Asegúrense de que no corra peligro.

—¿De qué estás hablando? —preguntó Onmund, perplejo.

—Tolfdir se los dirá.

Tras aquello, salí corriendo de las ruinas y me interné en la tormenta de nieve que caía fuera, en dirección al colegio, para alertar a Savos Aren.


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