11. Cuestión de Honor
Lydia caminaba de forma sigilosa y no hablaba a menos que le dirigiera la palabra; cualidad que apreciaba en un compañero de viaje y que nos hizo empezar con el pie derecho. No había hecho falta decirle que no iría a alto Hrothgar. Había bastado con mentirle diciendo que primero tenía que hacer otra parada, y Lydia nos había reunido en poco tiempo las provisiones suficientes para un largo viaje. Ahora nos dirigíamos a Hibernalia.
Había sido lo bastante cauta para procurarnos además de comida, agua y vendajes, ropa lo bastante abrigadora para afrontar las terribles temperaturas que nos esperaban en la comarca del mismo nombre. Decidí fiarme de su palabra, pues obviamente conocía Skyrim mejor que yo.
Recorrimos varios kilómetros en espacio de un par de días, intercambiando sólo el diálogo que era estrictamente necesario para entendernos.
Empecé a preguntarme en cierto punto si su tarea de obedecer a mis órdenes tendría algún tipo de limitación o línea que no debía cruzarse, y que tan seguro era eliminar a un bandido carbonizándole con mis poderes en su presencia. Pese a que era una compañera bastante callada, llevar a alguien conmigo todavía resultaba incómodo y me ponía increíblemente ansioso. Estaba seguro de que no podía confiar en alguien directamente vinculado al Jarl. Cualquier información que manejara respecto a mí, era información con peligro de caer en las manos equivocadas y condenarme.
La idea de ordenar que me indicara el camino más rápido y seguro para después indicarle marcharse y dejarme seguir por mi cuenta cobraba más fuerza entre más lo consideraba.
—¿Cuáles se supone que son tus deberes como edecán? —espeté con más aspereza de la que había pretendido; pero no me importaba. Si iba a seguirme a todas partes hasta nuestro destino, sería mejor entre más pronto se acostumbrase a mi poca paciencia.
—Como mi Thane, he jurado servirte. Te protegeré a ti y a los tuyos con mi vida.
Bufé, lo cual le arrancó una rauda mirada en mi dirección, en la cual creí percibir cierto atisbo de mal humor. Le devolví la mirada con cierta sorna. ¿De manera que aquella quien había jurado dedicar su vida a mis órdenes y protegerme a costa de la misma se podía tomar la libertad de mostrar a su Thane su mal temperamento?
—¿Algo de lo que he dicho te ha ofendido o parecido poco justo, mi Thane?
—Nadie es dueño de tu vida. Mucho menos porque lo decida alguien más. Ya te lo he dicho; te libero de tus responsabilidades. Eres libre de marcharte cuando lo estimes conveniente.
—He hecho un juramento. No se trata de lo que haya dicho el Jarl. Es una cuestión de honor.
Me detuve sobre mis pasos para mirarla y después atrapar su fino mentón entre los dedos:
—¿Lo es? ¿Aún si te ordenara hacer por mí algo poco honorable?
Lydia me escrutó con su aguda mirada, buscando descifrar el significado detrás de mis palabras. Pareció decantarse internamente por el que resultaba más obvio, pues bajó la mirada, avergonzada, y pareció debatirse sobre qué responder.
—Soy un edecán; no una... una... —murmuró entre los dientes. Ahora estaba seguro de que había conseguido enojarla y me puse como desafío personal el lograr sacarla eventualmente de sus casillas de manera que esa imagen tan cuidadosamente construida de devoción y lealtad se cayera en pedazos y me mostrara a la verdadera Lydia.
Solté su mentón, empezando a caminar otra vez:
—No te preocupes; no me interesas de ese modo. No me agradan los nórdicos con sus principios honorables. Es una fachada para esconder una naturaleza tan vil y brutal como la de cualquier otra raza de entre todas aquellas a las que desprecian.
—No todos los nórdicos son Capas de la Tormenta —rebatió. Noté por su voz compungida y temblorosa cómo se estaba conteniendo para no dejarse llevar por sus emociones y responderme como lo hubiese hecho cualquiera para este momento.
—La mayoría de los Capas de la Tormenta son nórdicos.
—Eso no quiere decir...
—Silencio. Esa fue una orden. —le espeté sin mirarla.
Percibí gracias al sonido de sus pasos en la hierba que se había detenido por una fracción de segundo antes de seguir avanzando normalmente, como si mis palabras la hubiesen desconcertado lo bastante para haberla hecho trastabillar.
Tras andar por otro par de kilómetros, todavía le daba vueltas en mi cabeza a lo ocurrido en Carrera Blanca. Ser un Thane era una cosa. Era un título sin importancia puesto sobre mis hombros nada más que para librarme de una eventual condena por mis crímenes del pasado, el cual había actuado más como una cláusula de un trato cerrado en secreto, que como una recompensa a mis servicios. Pero atribuirme el título de un guerrero legendario que aparecía una vez cada varios siglos, poseedor de nada menos que del alma de un dragón... Eran palabras grandes en las que sencillamente no podía creer. En Hibernalia me aguardaba el propósito que me había traído a Skyrim; pero también estaba bastante seguro de que allí encontraría respuestas en relación al dialecto que Balgruuf había mencionado, y posiblemente también una explicación a las criaturas no muertas que rondaban las ruinas de las Cataratas Lúgubres; y cómo se relacionaban estas a los dragones. Caí entonces en cuenta de que me había estado acompañando desde Carrera Blanca alguien que muy posiblemente pudiera contestar a eso último. ¿Quién mejor que una nórdica?
—Cuando llegué a Carrera Blanca con la noticia del ataque del dragón, Farengar, el hechicero de la corte me encomendó una misión —relaté a Lydia de la forma más concisa que pude. No tenía tiempo o ganas de incurrir en detalles—. Me envió al interior de unas ruinas nórdicas.
Supe por la intensa mirada de Lydia que tenía su completa atención.
—Allí me encontré con criaturas de cuya existencia no había oído hablar. Los sepulcros estaban repletos de ellas. No vivían; pero tampoco estaban muertas.
La muchacha me observaba ceñuda. No la hubiese culpado por creer que trataba con un demente:
—Han tenido que ser Draugrs. —dijo entonces, contra mis suposiciones.
Su rápida y segura respuesta me descolocó en principio. Ella procedió a explicarse tranquilamente:
—Las ruinas nórdicas son su sitio de descanso, a la vez que antiguos templos construidos y dedicados a sus amos, los dragones. Los Draugrs les adoraban como a deidades. Pocas personas con la cordura suficiente se han internado en dichas ruinas, pero quienes han salido con vida juran haberles visto moverse y merodear por estas.
Omití aludir al hecho de que pusiera en duda mi cordura... sólo porque últimamente yo también me la cuestionaba. Pero ahora todo estaba más claro. Tenía sentido que estas criaturas conocieran el lenguaje de los dragones si en algún punto habían llegado a adorarles. Otra razón para creer que el Thu'um podía ser aprendido por cualquiera con la voluntad suficiente y no solamente por alguien con el alma de un dragón. Aquello sirvió para apaciguarme.
Conforme enfilábamos en dirección al norte, noté que el viento se volvía más violento y helado a cada hora y que nuestra respiración comenzaba a hacerse visible frente a nuestro rostro como un vaho nebuloso en cada exhalación. Conforme recorríamos más kilómetros también empezaban a teñirse los suelos de parches blancos, y que caía la nieve de forma intermitente.
—Si me concede permiso para una observación, mi Thane... —dijo Lydia por primera vez en el día desde que habíamos acampado la noche anterior.
—Sé breve.
—No has nacido en Skyrim, ¿verdad?
—Eso no fue una observación; fue una pregunta.
Lydia se quedó en silencio. Tras suspirar gravemente, contesté de mala gana:
—Nací en Roca Alta.
—¿Por qué viniste aquí?
—Eso no te concierne.
—Mis disculpas, mi Thane —dijo ella, casi en un suspiro—. Fui atrevida.
No se dijo más palabra durante un largo trecho de camino después de eso. Cada tanto, podía sentir la mirada de la muchacha escrutándome. A ratos era lo bastante rápido como para sorprenderla en ello mirándola por el rabillo del ojo, haciéndole apartar rápidamente la vista, avergonzada.
Cuando el sol brillaba en lo alto, al mediodía, me detuve a un costado del camino, al abrigo de algunos árboles y me senté allí, dejando la bolsa a mi lado:
—Descansemos —le indiqué, a lo cual accedió. Sin embargo, no descansó. Se dedicó a reunir madera por los alrededores. Se perdió un instante entre los árboles y volvió después con un conejo joven asido por las orejas, el cual despellejó con experticia y dejó a un lado para empezar a encender una fogata. Todo lo hizo en silencio. Mientras frotaba dos varillas una contra la otra para generar calor a partir de la fricción y encender la fogata, el sonido de estas rechinando y haciendo crujir las hojas empezó a irritarme. Levanté la mano extendida y disparé en medio de su hoguera un proyectil débil de fuego que incendió las hojas, levantándose en una potente llamarada. Lydia me observó perpleja:
—Gracias —susurró entre los dientes tomando el conejo y ensartándolo en una rama alargada para ponerlo al fuego. Tras aquello se sentó cerca de mí y aguardó, girando la vara cada cierto rato.
El aroma de la carne asada de conejo que Lydia sazonó con sal y orejas de elfo que molió dentro de su mano resultaba delicioso. Una vez estuvo listo, cortó la parte más carnosa y me la dio ensartada en otra vara.
Acepté la comida sin protestas. La carne estaba tierna y jugosa. No quedaban sino huesos antes de que me diera cuenta de cuanta hambre en realidad tenía. Lydia comió más lentamente. Noté que cada cierto rato abría la boca, inhalando un breve aliento como si fuera a decir algo, pero finalmente callaba y seguía comiendo. El gesto se repitió las suficientes veces como para conseguir enojarme:
—Deja de boquear como un pescado. Dime de una vez qué es lo te está molestando.
La muchacha selló los labios antes de hablar. Había un curioso fuego en su mirada. Estaba enojada:
—¿Cuánto tiempo estaremos en Hibernalia? —preguntó, ceñuda.
—Tú volverás sola a Carrera Blanca en cuanto lleguemos.
—Pero, mi Thane, el camino de vuelta a alto Hrothgar es largo. Y el paso a la montaña es difícil de hallar. Para alguien que no conoce Skyrim...
—Creo que no lo has entendido —tragué el último bocado de lo que quedaba de mi comida antes de responder tranquilamente—. No tengo ninguna intención de ir a alto Hrothgar.
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