Parte única.
A la temprana edad de diez años, Jimin y Jungkook eran inseparables. Sus vidas no eran muy diferentes a la del otro. Vivían en un pequeño pueblo en algún insignificante lugar en Corea del Sur. Los centros comerciales eran escasos y tan pequeños como una tienda cualquiera. Realmente nadie los transcurría porque no había nada interesante que hacer ahí. Como dije, era un pueblo el cuál lo únicos que sabían de su existencia eran los propios habitantes.
Los días eran aburridos y monótonos para los mezquinos sesenta mil habitantes, para todos menos para Jimin y Jungkook.
Iban a a la escuela a recibir una educación mediocre mientras sus padres hacían cualquier cosa en las calles. Por parte de Jungkook su padre andaba de bar en bar acostándose con la primera vagina que se cruzara en su camino, nunca estaba en casa. Por otro lado, su madre tenia un trabajo de medio tiempo el cuál utilizaba el dinero para salir a bares con sus superficiales amigas mientras se emborrachaba y hablaba de lo desgraciada que era su vida, de lo desgraciada que ella era.
Los de Jimin, por otro lado, no eran tan diferentes a los de Jungkook. Su padre los abandonó cuándo los problemas empezaron a surgir y su madre, la cuál se encargaba de las compras del hogar, trabaja en un bar de strippers. Las pocas veces que las veía en el día siempre estaba drogada o borracha.
Cruzaron caminos cuándo Jimin, en medio de una tarde tormentosa, tropezó con una piedra ocasionando un aporte de agua de sus preciosos ojos al duro asfalto. Jungkook, el cual salia de su casa enojado por la borracha de su madre, lo divisó y vio algo en él que lo recordó a el mismo: la pena y la desgracia lo perseguía.
Ese fue el piloto de una maravillosa amistad. El mundo se desmoronaba a sus pies pero mientras tuvieran puesta la mirada en el otro nada importaba.
Dejaron de asistir a la escuela a temprana edad ya que ir o no era el mismo resultado. Los profesores eran ignorantes y la única razón por la cuál iban a trabajar día a día era por el mísero sueldo que el gobierno les proporcionaba cada tanto. Aprovechaban ese tiempo para hacer cosas que los hiciera sentirse por unos momentos como personas normales. Iban a los ya abandonados parques e imaginaban que era dos niños jugando mientras sus padres los esperaban felices en casa con comida caliente en la mesa y unos brazos cálidos que les proporcionaban palabras de cariño.
Sus días se basaban en eso: en realidades falsas para poder soportar la verdad.
A los diecisiete años esas cosas ya no funcionaban, los golpes en el cuerpo de Jimin y las ojeras en el rostro de Jungkook eran la marca permanente y latente de dónde estaban, de su vida. Aun así, le restaron importancia. En ese entonces tenían algo más importante que darle toda su atención: los recientes sentimientos que sentían por el otro.
Para Jimin, Jungkook era esa felicidad que le inundaba el existir como las veces que tomaban el carro del padre de Jungkook para conducir hacia ningún lugar y se topaban con vecindarios ricos y se daban cuenta que eran demasiados buenos para ellos. Lo mismo sucedía con el chico, Jungkook simplemente era demasiado bueno para él; demasiado gentil, demasiado amable, demasiado hermoso, demasiado cariñoso, demasiado perfecto. Jungkook lo era todo, era su oxígeno.
Y Jungkook veía a Jimin como el universo que siempre quiso ver de niño, como ese sueño que tuvo que pensó nunca se cumpliría. Jimin era su cielo, sus estrellas, los planetas aún no descubiertos, las galaxias infinitas. Llenaba su vida de luz como las estrellas lo hacían cada noche. Era su esperanza.
Un día como cualquier otro, cuando estaban en la habitación de Jimin imaginando que estaban en una aventura en busca de algún tesoro, se miraron a los ojos descifrando que era esa extraña sensación que se clavó en ambos pechos, porque a fin de cuentas, nunca habían conocido eso de lo que todos hablaban: amor. Nunca hasta ese momento cuando sus respiraciones se sincronizaron y sus rostros cada vez estaban más cerca del otro. Supieron que estaban hechos el uno para el otro en el momento exacto que sus bocas se juntaron en ese acto de amor. Porque si, lo que sentían por el otro no era ni más ni menos que ese amor que siempre añoraron.
Esa fue la secuela del primer piloto, sus vidas se juntaron más a partir de allí. Las sonrisas nunca faltaban en los rostros de los dos chicos enamorados. Al fin habían conocido la felicidad. Cuando sus bocas se juntaban era como estar un tour en el universo admirando lo hermoso que era, o al menos así se lo imaginaban. Todo era brillante y fascinante.
—Te amo por sobre todo —sinceró Jimin después de que el orgasmo lo atacara. Estaban abrazados con las respiraciones agitadas perdidos en su entorno de amor.
Jungkook sonrió a lo grande. Ojala sus labios le hubiera permitido sonreír más para poder expresar toda la alegría que esas dos palabras le regalaban. Con el rostro escondido en el cuello de Jimin daba pequeños besos y lamidas con una gran dosis de cariño y admiración.
—Eres el amor de mi vida —expresó con alegría.
Jimin no aguantó más y lo atacó con la mejor y única arma que el mundo debía tener. Sus labios eran aquella arma y los besos las balas. Con fuerza y devoción besaba esos labios del chico que tanto amaba.
Jungkook se encargaba de borrar los golpes del cuerpo de su novio con sus caricias inundadas de sinceridad, y Jimin siempre besaba las ojeras del contrario las cuales eran el resultado de cuándo su madre llegaba a altas horas de la noche incapaz de caminar por su cuenta y él se tenía que encargar de ella. En resumen, eran dos jóvenes cuyo futuro no era prometedor. Sin embargo, no perdían tiempo pensando en ello, no cuando estaba juntos.
A los veinte años con ayuda de uno de los vecinos de Jungkook, el cuál sentía cierta lástima por la pareja, consiguieron un pequeño trabajo en una tienda de calzado. No era el mejor sueldo ni el mejor trabajo, permanecían parados la mayoría del tiempo ya que su jefe alegaba que siempre tenían que estar preparados por si algún cliente entraba lo cual era casi nulo porque los habitantes del pueblo a penas si tenían para comer. Pero no se quejaban, lo poco que ganaban lo gastaban en comida y, en ocasiones especiales, pasaban por una heladería, compraban lo más barato y lo compartían juntos.
Era una vida simple pero ellos se encargaban de siempre estar para el otro y apoyarse en cualquier circunstancia que se presentara. Como aquella vez en que la madre de Jimin estuvo a poco de venderlo a un total desconocido por una suma misera de dinero, digo estuvo porque afortunadamente Jungkook llegó y canceló todo trato que la mujer hizo. Claro, eso trajo consecuencias para la pareja, específicamente para Jimin. La stripper lo golpeó hasta cansarse. A la mañana siguiente con algunos ahorros que entre los dos guardaban, Jungkook fue a la farmacia más cercana a comprar lo necesario para curar las heridas de su chico.
El dinero se había esfumando como polvo.
Luego de ese incidente los golpes en el débil cuerpo del de risos dorados eran cada vez más notorios. Sin embargo, la sonrisa de Jungkook era más que suficiente para dejar el dolor a un lado.
—Tengo algo para ti —lleno de alegría, Jimin escondía algo detrás de su espalda. Se movía de un lado a otro sin poder esperar más tiempo.
Jungkook sonrió por inercia, Jimin tenia esa inocencia tan característica de cualquier infante. Su rostro se iluminaba cuando esta emocionado y sus ojos derrochaban un brillo único.
—Amor, sabes que no me gusta que gastes...
Antes de poder decir una palabra más, Jimin sacó una de sus manos que estaban en su espalda y lo calló.
—Solo....disfrútalo —sonrió.
Jungkook, dejando de un lado sus pensamientos, tomó la envoltura que tenia delante de él. Se trataba de algo cuadrado envuelto con un papel que había visto en el trabajo. Algo simple pero lleno de significado.
—Me costó un poco reunir el dinero suficiente pero...
Jungkook dejó de escuchar cualquier sonido del exterior al ver la barra de chocolate delante de él. Era su favorito. Nunca lo había probado pero lo era. Pedazitos de cristal adornaban sus ya rosadas mejillas. No merecía al chico que tenia por novio.
—Ya, Jungkookie, no llores —Estaba muy feliz, a decir verdad le había robada dinero a su madre mientras dormía para poder comprarlo, lo más probable era que lo golpearía luego. Sin embargo, siempre lo hacia con motivo o sin el, que más daba. Los ojos brillos de Jungkook le daban la fuerza para soportar cualquier golpe.
De un momento a otro, Jungkook empezó a negar con la cabeza y lo observaba como si estuviera loco. Luego, procedió a devolverle el dulce a Jimin.
Este lo miró interrogativo.
—No puedo...no —negaba —Tu lo mereces más que yo. Has pasado por tanto. Ten, cómelo.
Jimin soltó una suave risa mientras detenía cualquier acción del chico.
—No seas tonto, ninguno merece más que el otro —acarició su rostro con devoción —Nunca has probado un chocolate en tu vida, Jungkook. No hay devoluciones.
La sonrisa de Jimin estaba llena de humildad y sinceridad. Jungkook no podía creer que fuera real.
—Tu tampoco.
—Ya te dije que mi padre me dio uno de pequeño.
Jungkook abrió los ojos en grande.
—¡Pero eso fue hace mucho tiempo! —se quejó con voz dulce.
Jimin rió con dulzura mientras lo miraba en desaprobación.
—Ya cómelo.
Esas palabras fueron como una señal para Jungkook quien no dejo que pasara ni un segundo cuando ya estaba abriendo el empaque tal cual niño emocionado con juguete nuevo. Lo olió embriagándose de ese olor tan exquisito del chocolate que tuvo un efecto inmediato en su boca. Y, sin apartar la mirada de Jimin, dio el primer mordisco. El sabor se adueñó de sus papilas gustativas, era tan...perfecto.
Y ahí, con el sabor del chocolate por primera vez esparcido en su boca y viendo el rostro sonriente de Jimin, se dio cuenta que si lo había probado antes. Tal vez era una comparación un tanto extraña pero, Jimin era chocolate por todos lados, sus labios, sus sonrisas, sus caricias. Lo era. Era ese dulzor que llenaba su vida.
—Y ¿Qué tal? —preguntó entusiasta.
Viendo aún el rostro de Jimin, respondió.
—Me encanta.
Como todo joven en una sociedad acabada por los lideres. Jimin tenia un sueño: quería ser periodista. A veces bromeaba con Jungkook diciendo que seria el mejor periodista de todo el país a lo que este le respondía que estaba equivocado, lo seria de todo el continente.
Se valía sonar, ¿No?
Solían jugar a que él era el periodista y Jungkook era el sexi camarógrafo. Todos esos juegos terminaban en una sola cosa, y si, es lo que están pensando: Sexo.
¡Dios!, el sexo era grandioso, tan...exitante y enloquecedor. Tenían mucho tiempo libre así que practicaban muchas posiciones y juegos de roles. Ya habían sido desde doctores hasta conductores de autobuses. Nunca se cansaban. Nunca tenían suficiente del otro.
Las tardes de risas y palabras dulces tampoco faltaban, se tenían tanto amor como para repartirlo al mundo entero y así acabar con las guerras y pleitos políticos.
Tan jóvenes y tan únicos.
A los 25 años, luego de cinco maravillosos años de relación. Jimin recibió una oportunidad que no podía dejar pasar, menos si la situación en la que se encontraban no mejoraba.
Y lo supo inmediatamente: Era tiempo de irse.
Un día no tan cualquiera, Jungkook lo esperaba a las afuera del restaurante en el que trabaja, el sueldo era igual o peor que el de la zapatería pero era lo que había. A lo lejos lo vio, su chico, su mundo. Lo alzó por los brazos besando su cuello en el proceso. Algunas personas se les quedaron viendo, personas que se molestaban del amor ajeno solo porque ellos estaban solos y vacíos.
Al bajarlo, Jungkook lo golpeó suavemente sin despegar la sonrisa de su rostro para luego besarlo con fuerza. Caminaron agarrados de la mano hasta el pequeño apartamento de una pieza que compartían. Hablaban de cómo habían sido su día, Jungkook le contó sobre el cliente que se quejó diciendo que el pan estaba salado. Ridiculeces.
Entraron al hogar entre sonrisas y felicidad.
Lo eran, eran felices a su manera.
Tuvo que haber sospechado en el primer momento que Jimin caminaba de un lugar a otro un tanto nervioso o cuando le dijo que tenia algo importante que hablar con él. De haberlo sabido hubiera salido de ahí, hubiera escapado del dolor que se avecinaba como una balancha de nieve que lo dejaría inconsciente.
Los días trascurrían con normalidad, o al meno eso era lo que querían creer. Jungkook estaba feliz por Jimin, feliz de que alguno de los dos iba a salir de ahí, pero el dolor era demasiado para dejarlo de un lado. Sabia que eso tarde o temprano sucedería, Jimin le había dicho hace un tiempo como una señora que conoció en el restaurante le había dicho que su rostro debería estar en las pantallas.
Y así seria, la misma señora supo de su sueño, de su historia y le ofreció una oportunidad en Seúl, el gran y bello Seúl, solo un loco diría que no. Y muy en el fondo, Jungkook deseaba que Jimin fuera un loco.
—Te amo, Jungkook. Jamas olvides eso.
Jungkook lo besó por última vez. Era un beso lleno de dolor y sufrimiento.
—Algunos dicen que la distancia fortalece el cariño —dijo con voz entrecortada —Será así para nosotros, no te preocupes. Te amo, mi ángel.
Fue como un parpadeo cuando se despedía de Jimin con besos y promesas al aire. Jimin le prometió que volvería por él y también que le mandaría dinero con su primera paga.
Y así lo hizo, un año después y todavia recibía una suma de dinero cada semana. No obstante, no era suficiente para llenar el vacío de su corazón, el vacío que solo Jimin podía llenar. Revivía el día de su despedida una y otra vez en su memoria, de la última vez que lo había visto en persona, ahora solo lo veía el la televisión que había en su nuevo trabajo. Más radiante que nunca.
Se rehusaba a la idea de que Jimin no volvería. Él lo había prometido, ¿No?. Él no lo abandonaría, no, su Jimin no haría eso. Las lágrimas eran un tatuaje en sus mejillas que se retocaba más y más cada noche. Lo extrañaba tanto que dolía como el infierno.
Las cosas eran más difíciles ahora que él no estaba a su lado para sacarles sonrisas y besos robados. Jimin no lo sabia pero se había llevado su felicidad con él. Lo seguía amando, sabia que nunca lo dejaría de amar.
Cuando se cumplió un año y medio desde su partida, Jungkook llegó a una conclusión: El amor de la juventud no duraba para siempre y él tenia que aceptarlo pero no podía.
Medio año más y preparaba sus maletas para dejar ese lugar para siempre. Con las generosas cantidades de dinero que aún recibía y los ahorros que tenia se iría de ese lugar que tantas desgracias le dio. Y tal vez era la esperanza que aún conservaba o se trataba de otra cosa, no lo sabia. No lo supo siquiera cuando estaba abordando el avión hacia Seúl, solo quería ir allá.
En lo más profundo de su corazón tenia esperanzas de encontrarlo y volver a estar juntos. Tal vez tomaría algún tiempo pero estaba dispuesto a esperar una eternidad para estar junto a él de nuevo. Su amor por Jimin aún estaba vivo tal como el primer día.
Unos meses más y por fin había logrado lo que quería . Jungkook también tenia sueños, un poco más simples que los de Jimin pero los tenia. Y por fin los había cumplido, ese día abriría las puertas de su cafetería, un lugar donde todas las personas podían ir y cada compra estaba destinada a aquellos que más lo necesitaban.
Las noticias del lugar llegaron rápido, todos hablando de la gran causa que allí había. Y por supuesto, como todo evento grandioso, necesitaba un reportaje y quien mejor que Park Jimin, el más famoso hasta ahora y el cual era conocido por sus comienzos difíciles.
Lo primero que sus ojos vieron al salir del auto fue la gran fachada que se presentaba ante él. Todo lleno de estrellas y planetas. Inspirador era la palabra que él utilizaría. Afinó el agarre de su bolso, donde mantenía la grabadora y el cuaderno de notas.
Sin más respiró profundo y entró, el lugar estaba repleto, no había ni una mesa desocupada. Y es que a decir verdad la temática era única, brillaba por si sola. Los vasos tenían estampados de galaxia y las mesas eran planetas. La persona detrás de eso tenia una gran mente.
Caminó hasta llegar a una habitación donde el dueño lo esperaba. Tocó una vez y al recibir una respuesta entró. No obstante, no se movió de su sitio cuando hizo contacto visual con la persona dentro.
—Jimin...
Esa voz, ¿Hace cuanto no lo escuchaba? Seguía igual de armoniosa.
—Jungkook..¿Tu..Tu eres el dueño de esto? —se quedó plantado en su lugar con la respiración entrecortada. Pensó que nunca lo volvería a ver.
El mencionado asintió sin poder creerlo, lo tenia delante de él después de tanto tiempo.
—Yo...—Jimin se pasó las manos por su rostro —No puedo creer que nos volvimos a encontrar. Ya eres todo un hombre —rió nervioso —Ya no eres mi pequeño Kookie.
Lo sigo siendo, quiso decir.
—Te vi en la televisión, muchas veces —se levantó —Supongo que te fue bien.
Jimin por fin movió sus pies y se acercó a él.
—Si, estoy agradecido con Gina por todo lo que me ha dado —sus manos sudaban —Yo...lo siento por no volver...—De verdad lo sentida, los primeros días fueron muy difíciles, lo extrañaba en demasía. Cada noche deseaba estar con él e imaginaba que nunca se había ido y seguían juntos.
—Está bien, supongo que la distancia es así —respondió como una sonrisa forzada. Quería lanzarse a sus brazos y decirle lo mucho que lo extrañó y que lo seguía amando.
Con una mirada dulce y una sonrisa sincera, Jimin habló.
—Míranos ahora —extendió los brazos —Pasamos por mucho y ahora cumpliste tu sueño y yo el mio.
Jungkook asintió.
—Debo agradecerte por ello, el dinero que me mandabas fue lo que me ayudó a crear todo esto —señaló el lugar.
Jimin movió la mano en un gesto despreocupado con esa sonrisa tan propia de él.
—Era lo menos que podía hacer por mi primer amor —dijo por lo bajo conectando miradas.
Jungkook dio dos pasos acercándose a él. Sin embargo, Jimin retrocedió uno. Esa acción fue como cuchillos para el corazón del menor. Jimin estaba marcando un limite entre ellos.
—Jungkook, yo...lo siento —lo miraba con pesar.
Jungkook bajó el rostro en una búsqueda de que sus lágrimas no salieran. Llenó de aire sus pulmones tomando fuerzas. De un momento a otro sintió unos brazos que lo rodeaban. Se sentía tan cálido como lo recordaba.
—Estarás bien, hemos estado todo este tiempo separados y mírate —sonrió orgulloso —Eres exactamente lo que imaginé.
Sorbió su nariz. Cuando Jimin se separó volvió a sentir ese vació del último adiós. Era desgarrador.
—¿Sabes? —empezó a hablar —Siempre esperé por ti, yo creí que...volverías —rompió en llanto.
De forma rápida, Jimin sacó un pañuelo y limpió sus lágrimas con cariño.
—Quise hacerlo pero me estaba yendo muy bien, no podía irme —miró el techo —Nunca te saque de mi cabeza, te mandaba la mitad del dinero que ganaba para que así estuvieras bien. Y veo que funcionó —sonrió grande —tus mejillas están llenas al fin.
Llevó sus manos ahí en un reflejo involuntario.
—Tal vez podríamos salir por un café —sugirió Jungkook limpiando la última lágrima que sus ojos derramaron.
Jimin no quería hacerlo, no quería ser el causante de la mirada triste de Jungkook, pero se tenia que negar.
—No puedo, lo siento.
—¿Estas saliendo con alguien? —se atrevió a preguntar en último recurso de calmar el dolor que su corazón estaba presentando.
El sonido de la risa de Jimin llegó a sus oídos como una dulce sinfonía. No había cambiado, tal vez su rostro estaba más masculino y sus brazos ejercitados, pero seguía siendo su Jimin, el chico por el cual lloraba todas las noches, al que extrañaba más que nada, al que seguía amando a pesar de la distancia. Era su chico.
—No, Kookie —sonrió sincero —Nunca me pude enamorar de otra persona, nadie era como tu —Lo tomó del rostro acariciando cada centímetro de piel que se cruzara por el camino, con añoranza y cariño. Besó sus mejillas en un toque dulce que hizo estragos en el interior de Jungkook —Es hora de irme —susurró.
Antes de que pudiera dar un paso más una mano en su brazo lo detuvo. No podia quedarse más tiempo ahí. Conocía a Jungkook, conocía su corazón y sabia que tenia la esperanza de volver con él y no podía corresponder a sus deseos.
—Espera, yo aún te...
—Shhh —calló con uno de sus dedos —Lo nuestro fue lo más hermoso que he tenido la dicha de vivir en carne propia —sus ojos brillaban —Pero, como dije, fue. Conoce el mundo, Jungkook, haz lo que siempre quisiste, pero sin mi —con la yema de sus dedos acarició los labios contrarios —Seguiré depositando dinero en tu cuenta, utilizado como gustes.
Y sin más caminó directo a la puerta.
—No entiendo....—detuvo su andar —¿Ya no me amas? —preguntó en un hilo de voz, las lágrimas a punto de desbordarse de sus preciosos ojos por culpa de aquel que fue y seguía siendo su todo —¿Es eso? —encarnó.
Sin voltear su cuerpo, respondió como despedida.
—No puedo corresponderte, en mi corazón hay un espacio exclusivo para ti, Jungkook. Pero ahora —hizo una pausa larga, pensando en lo que diría a continuación —somos solo personas desconocidas que se solían conocer.
Salió de allí lo mas rápido que sus piernas le permitieron. No quería tener que darle más explicaciones al que una vez fue el amor de su vida. Ya no sentía lo mismo que cuando era un chiquillo. La vida, por mucho que algunas personas deseasen, no era una película en la que luego de un tiempo te encuentras a un antiguo novio y como si nada vuelven a estar juntos para toda eternidad, no, esta era la realidad. Y él ya no sentía lo mismo.
Jungkook se quedó petrificado en su lugar con un sentimiento creciendo en su interior a punto de explotar.
Esa fue la última vez que vio a Park Jimin, su más grande y único amor.
En algún lugar no tan insignificante, donde los centros comerciales eran incontables y los ciudadanos tenían diversión día a día, un hombre de unos treinta y tantos años caminaba a paso acelerado por las calles, tenia media hora de retraso. Solo esperaba que los inversionistas todavía estuvieran ahí.
Estaba a solo dos calles, aceleró su paso sin importar si tenia un accidente y eso fue lo que ocasionó el fuerte golpe que sintió en todo su cuerpo. Cerró los ojos intentando controlar el dolor que por unos momentos lo dejo paralizado en su lugar. Acababa de descubrir que las cabinas telefonías eran hechas de un material muy resistente.
—Lo siento —escuchó una voz masculina que se hizo lejana.
Las caninas telefónicas no hablan, ¿Cierto?
Jungkook olvidó el accidente para seguir en su camino. No podía llegar más tarde que lo que iba.
(...)
—¿Por que tienes café por toda la camisa? —preguntó su asistente en tono de burla.
Ingresó a la oficina a buscar una de las camisas de repuesto que siempre guardaba.
—Tropecé con alguien en el camino, un joven despistado —dijo ocupado en su trabajo.
Una leve risa inundó el lugar.
—Yo creo que el despistado eres tú, Park Jimin.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro