La Decisión más Difícil.
El señor Pannacotta tenía las manos entre-cruzadas y movía los dedos con velocidad, por días habían corrido rumores en el circo de que el maestro Akihiko había conseguido una entrada en Ciudad Metro, no eran raros los casos de personas que metían a cierta cantidad de individuos a la ciudad por los túneles ocultos, pero el pasaje era caro, eran pocos los que podían permitírselo, porque aparte de pagar el boleto debían ahorrar lo mínimo para sobrevivir los primeros días, se requerían años de ahorros para poder conseguirlo, y parecía que esa era toda la razón para que Akihiko tuviera un circo.
Pannacotta y los demás no recordaban su vida antes de Akihiko, quizás habían sido construidos en Ciudad Metro, o quizás cuando las dos aún eran una, la primera memoria que tenían era ser activados por su maestro para un tutorial de su nuevo oficio, de ahí todo había sido trabajo y trabajo, era muy rutinario, pero preferían eso a que tener que competir en los Robo-Juegos, todas las noches veían como los pobres desdichados eran arrojados al basurero tras ser destruidos en la arena, así que con todo y la tiranía de Akihiko, no era una vida tan mala, y hacer felices a las personas no tenía precio, era lo que más disfrutaban de su trabajo, ver las sonrisas de todo el mundo... los hacía sentir importantes, que los veían como iguales y no simples máquinas.
Pero esa vida parecía estar por desaparecer... si es que Akihiko en realidad se iba de la Superficie, lo mejor que podían esperar es que los vendieran a un nuevo maestro, para que al menos no acabaran en la basura, pero solo podían esperar, como ya había dicho antes, a Akihiko solo les importaban mientras pudieran darle dinero.
Pannacotta levantó la mirada y vio el nombre del maestro en la puerta de la oficina, se sentía nervioso, él era conocido por usar el látigo cuando se enojaba, lentamente llamó, no pasó mucho para que el humano le respondiera que entrara. Pannacotta se acomodó el moño y entró, sus peores temores se hicieron realidad al instante.
Akihiko estaba guardando sus cosas en dos grandes maletas, en el bolsillo de su saco sobresalía un boleto dorado.
—¿Si, qué quieres? —le preguntó sin verlo, estaba muy ocupado empacando.
—¿Va a salir, maestro? —preguntó nerviosamente.
—Oh sí, claro que saldré, me voy de este basurero para siempre.
Ahí estaba, su peor pesadilla hecha realidad, miles de ideas le atravesaron la cabeza:
«¿A dónde irían? ¿Qué planeaba hacer con ellos?... ¿los llevaría con él? ¿Los vendería?» Pero se dijo que debía calmarse, ordenar sus pensamientos y pensar bien que iba a decir, lo último que quería era recibir el látigo esa noche.
—Oh... ¿probará suerte en la Ciudad? Maestro.
—¡Oh sí, jamás volveré a este basurero! ¡Me voy, me voy!
Pannacotta se sobó la cabeza, era mejor que se lo preguntara de una vez.
—Muy bien señor, y... ¿sabe lo que hará con nosotros?
Akihiko se detuvo, lo miró como si no supiera de qué estaba hablando, lo que no lo tranquilizo para nada, quizás si recibiera el látigo después de todo, Pannacotta se preparó para lo peor, pero su amo solo soltó una gran carcajada, se llevó ambas manos al estómago y levantó la mirada; Pannacotta no sabía cómo sentirse con esa reacción.
—¿Qué que haré con ustedes? ¡Pues por supuesto que nada! ¡Ahora que tengo lo que quiero no los necesito más! —sacó el boleto y se lo restregó en la cara.
El robot solo pudo bajar la mirada, avergonzado e impotente.
—Vayan con Hamegg a buscar trabajo en los Robo-juegos, o vendan partes en el Mercado, los Recolectores de seguro les darán buen dinero, no lo sé y no me importa, mi futuro es brillante, no tengo tiempo para preocuparme por hojalata como ustedes.
Pannacotta no respondió nada, se sentía demasiado humillado como para decir algo más, o tan siquiera tratar de defenderse, tan solo esperaba el momento para salir de esa habitación, y comunicarle las terribles noticias a sus camaradas.
—Pero bueno, ¡¿estás sordo o qué?! ¡Te he dicho que te largues de mi oficina! ¡Solo porque me vaya hoy no quiere decir que no pueda usar una última vez el látigo contigo!
...
Esa noche los artistas se reunieron fuera de la carpa, habían pasado horas desde que Akihiko los había dejado, de seguro ya estaba rumbo a la ciudad. Pannacotta les había platicado como estaba su situación actual, y bajo mucho los ánimos, sus compañeros se echaron al piso y evitaron mirarlo a los ojos, eso lo agradecía, porque dudaba poder sostenerles la mirada, siempre lo habían visto como el padre de familia, el que debía protegerlos de los malos tratos de Akihiko... y ahora había fallado miserablemente.
Sin un humano que llevara las riendas del negocio, no habría forma en que pudieran sostenerse, daba igual no tener trabajo si al final los enviarían al horno.
—Quizás pueda competir en los Robo-Juegos —dijo Bonbon, levantándose de la caja en la que estaba sentado.
Rápidamente todos se levantaron y lo miraron como si estuviera loco.
—¡No digas eso! —Le reclamó Cupcake golpeándolo en el pecho, no es como que pudiera hacerle mucho daño—. ¡Sabes la clase de robots que hay en esa arena! ¡Ni con tu fuerza sobrevivirías!
Bonbon cerró el puño, sabía que tenía razón y eso lo frustraba.
—Quizás con mi aliento de fuego...
—Ni lo pienses, nadie entrará a esa matanza, es un evento grotesco —dijo en voz alta Pannacotta para terminar la discusión, quizás había fallado ese día, pero no permitiría que ese error se volviera a cometer, no iba a perder a nadie de su familia.
—¿Pero qué opción nos queda entonces? —Volvió a decir Bonbon—, si alguien descubre que ya no tenemos un amo humano nos separaran, nos venderán a diferentes compradores, o nos desmantelaran para vender nuestras partes.
A Pannacotta le hubiera gustado decirle que se ahorrara esos comentarios, o al menos que los guardara para su cabeza, ya que estaba consciente del peligro que ahora corrían, pero no por eso debía alarmar a todos, tenían que conservar la calma y pensar bien las cosas. Pero parecía que ya era muy tarde, todo el mundo se volvió a deprimir y se desplomaron sobre el suelo.
—Ya deberíamos dejar que nos hagan pedazos —se lamentó Cookie llevándose una mano al pecho y cerrando los ojos—, ya no veo porque seguir viviendo.
—Es una lástima, me gustaba entretener a los humanos, sobre todo a los niños —agregó Jellybean.
Marshmallow solo suspiró y recargó su cabeza en su hombro.
Estando de pie y viendo a todos sus camaradas rendirse, las últimas fuerzas de Pannacotta lo abandonaron y él también se tiró al suelo, quizás todos tenían razón, quizás ya era inútil intentarlo, después de todo, ¿qué humano contrataría a unos robots de un viejo circo? Era su final...
Por lo que pareció una eternidad los artistas se quedaron tendidos sobre el suelo, ya resignados con su nuevo destino como basura desechable, o al menos eso fue hasta que Cupcake se levantó de golpe, miró hacia ambos lados con velocidad y luego se fue corriendo hacia los montones de basura que cubrían toda la Superficie.
—Jellybean, ¿A dónde vas? —le preguntó Pannacotta mientras la veía alejarse.
—¡Escuché algo! ¡Es por aquí, vengan! —le respondió antes de perderse de vista.
Sus compañeros se pusieron de pie y se miraron entre todos, extrañados y confundidos, Jellybean no acostumbraba a actuar de manera tan impulsiva.
—Hay que seguirla, no podemos dejar que se lastime —anunció Pannacotta, los demás no dudaron ni un segundo en obedecerlo.
Se les venían tiempos difíciles, y lo mejor que podían hacer era estar juntos, no podían permitirse separarse, así que todos fueron en su búsqueda.
Mientras tanto Cupcake estaba hurgando entre la basura, había estado acostada en el suelo cuando escuchó algo, al principio creyó que quizás sus oídos la engañaban, pero tras concentrar su atención en ese ruido en específico, se dio cuenta que no era ninguna alucinación, sino un llanto, un lloriqueo que parecía ser humano, y de uno muy joven.
No sabía porque, pero al escuchar los lloriqueos sentía que debía encontrar al responsable, y cuidarlo, era raro, no estaba programada para cuidar, sino para entretener, pero al oírlo algo dentro de ella le decía que lo buscara.
«¿Esto es lo que los humanos llaman... preocuparse?» Pensó.
Mientras más avanzaba los lloriqueos se intensificaban, eso hizo que fuera más fácil identificarlos, tras pasar otras tres montañas de basura encontró la fuente de esos llantos; estaba en una pequeña cuna mecánica, era un bebé de quizás solo unos meses, pero ya tenía cabello, era pelirrojo y vestía un mameluco azul-claro, con un babero blanco con un dibujo de un reloj, junto a él había una botella vacía. El pequeño tenía los brazos estirados como si tratara de agarrar algo.
Sin saber muy bien cómo explicarlo, Cupcake sintió algo dentro de ella, sintió su pecho caliente, y también una gran tristeza por ese pequeño, antes de saber qué hacía y porque, tomó al bebé con ambas manos y lo sacó de la cuna, empezó a mecerlo suavemente y los lloriqueos del infante disminuyeron.
En eso llegaron el resto de sus compañeros.
—Cupcake, ¿se puede saber qué te pasa? —Le preguntó Pannacotta en cuanto llegó.
—Shhhh, lo van a despertar —respondió Cupcake dándose la vuelta, con el pequeño en sus brazos.
Sus compañeros se quedaron muy sorprendidos al verlo, Marshmallow fue la primera en acercarse, el bebé ya no lloraba tanto, y giró la cabeza, sorprendido cuando miró a Cupcake, la robot sonrió, se jaló su nariz y al salir las burbujas el bebé empezó a reír y a tratar de atraparlas todas.
—Es lindo —dijo con una sonrisa.
—¿Dónde lo encontraste? —preguntó Pannacotta.
Con su cabeza señaló la cuna en los escombros, nadie agregó nada más, si estaba en el basurero era porque nadie lo quería.
Cookie fue hasta la cuna y vio la mamila vacía, la recogió y la examinó.
—Este bebé ya no tiene alimento —dijo mostrando la botella.
Cupcake empezó a preocuparse, hasta ese momento no se había detenido a pensar en lo complicado que eran los humanos, necesitaba dormir, comer, y en el caso de ese pequeño, que los cambiarán, no había ser más desprotegido que un bebé humano.
«Pannacotta jamás lo permitirá» pensó, de por sí ya tenían suficientes problemas con ellos mismos, era imposible que también se hicieran cargo de un niño humano.
Lo más sensato es que lo dejaran en un orfanato, aunque también podían acusarlos de secuestro, y el castigo por ese delito era la ejecución, lo que mejor les convenía era... dejarlo solo en la basura para que muriera.
Miró preocupada a Pannacotta, tenía que discutir con él hasta que encontraran una solución que no involucrara dejarlo a su muerte.
Pero lo que vio en los ojos de su amigo fue... amor.
El robot se acercó y estiró un dedo, el pequeño miró divertido la extremidad robótica, la tomó con sus dos manos y la jaló de arriba abajo, Pannacotta se rió.
«No puedes hacer esto, tu situación no podría ser peor, y lo sabes, este niño lo único que hará es traer más problemas, para empezar está prohibido que los robots adopten humanos, y segundo, no podemos ni mantenernos nosotros, este niño no traerá más que problemas» una parte le decía, la lógica, pero había otra voz que le hablaba, una que hasta entonces no había escuchado antes.
«Cállate, este niño necesita ayuda, y no vamos a abandonarlo».
Miró en los alrededores para ver si había algo que pudiera ayudarlos, ese chico había aparecido de la nada, entonces quizás su salvación se manifestara de la misma forma, en eso se percató de un sombrero y una vieja capa que alguien había dejado ahí, las tomó y se las puso encima, quizás no le cubría tanto pero... era un inicio.
«Quizás funcione» pensó. «Con un poco más de trabajo, este podría ser el disfraz perfecto».
Se dio la vuelta para ver a sus compañeros, Bonbon había tomado al pequeño entre sus manos y lo estaba lanzando en el aire, el bebé se reía mientras que Cupcake lo miraba preocupada, cubriéndose la boca con ambas manos.
—¡Por favor, se gentil!
En eso Pannacotta se paró frente a sus compañeros, había agregado una bufanda que le cubría todo el rostro, sus amigos lo vieron y se sorprendieron un poco.
—Tengo una idea, no podemos actuar sin un maestro humano, pero por lo que sabemos, solo los que subieron a esa nave saben que Akihiko se ha ido.
Jellybean se rascó la cabeza.
—¿Qué estás diciendo?
—Voy a hacerme pasar por un humano, así podremos seguir trabajando.
Todos se quedaron en silencio, menos el bebé que seguía moviendo sus dedos y haciendo ruidos.
—Pero, eso es...
—Es nuestra mejor opción Cupcake, piénsalo, necesitamos dinero, y más ahora que tenemos a un nuevo miembro en la familia —señaló al bebé y este se rió.
La robot lo miró, y no pudo evitar estar de acuerdo, ese pequeño dependía de ellos, y no iban a decepcionarlo.
—Podría funcionar —dijo Bonbon—, es peligroso pero también pienso que es lo mejor, hay que intentarlo.
A él no le importaba correr riesgos, y menos si eso podía traerles una recompensa, Marshmallow levantó un pulgar y sonrió, Cookie tocó sus platillos en aprobación y Jellybean saltó dando una vuelta en el aire.
Cupcake sonrió y vio nuevamente el pequeño.
—Gracias, nos devolviste la esperanza.
El pequeño sonrió e intentó agarrarle la nariz, lo que provocó las risas de todos.
...
Ya había pasado una semana, nadie parecía darse cuenta del engaño, siete espectáculos sin problemas, aunque se extrañaba la presencia de Cupcake en el escenario, pero tenía que cuidar al infante.
Pese a todo el show iba bien, y todos estaban contentos, aunque aún se sentía un aura de incertidumbre, pero esa noche podían relajarse.
Pannacotta estaba calentando la leche del pequeño en una vieja estufa mientras Cupcake mecía al bebé dando vueltas alrededor del cuarto, Bonbon y Cookie trataban de encender el viejo proyector que Akihiko había dejado atrás.
—Oigan, tenemos que pensar en un nombre para él —dijo Cupcake—, no es justo que solo lo llamemos bebé.
—Estoy de acuerdo, todos necesitan un nombre —correspondió Cookie.
—Sí, pero debe ser algo importante, no uno cualquiera —dijo Bonbon antes de levantar su brazo y doblarlo.
Pannacotta sacó la botella y fue con Cupcake, mientras se preguntaba cuál sería un nombre adecuado para el pequeño, no sabía mucho de nombres humanos, pero como había dicho Bonbon, debía ser importante.
En eso el proyector se encendió, y el holograma de un hombre japonés apareció frente a ellos.
«Hoy se celebra el natalicio del científico Reno Rintaro, a quien se le considera el padre de la robótica moderna, ya que sus primeros prototipos fueron los que dieron lugar a los sofisticados y avanzados modelos que tenemos hoy en día» dijo la voz de la reportera.
«Reno... Reno» lo repasó Pannacotta en su cabeza, y de repente, lo tuvo.
—Reno —anunció a sus compañeros.
Todos sonrieron, se miraron entre sí y asintieron con la cabeza.
—¡Es perfecto!
—¡Es una señal de que algún día hará cosas importantes!
Cupcake se rió mientras tomaba la botella y lo alimentaba.
—Pero sí ya las ha hecho —dijo mientras le acomodaba su cabello pelirrojo, sus compañeros la miraron—, él nos salvó en nuestro momento de mayor desesperación.
Eso los puso a todos de buen humor, se dieron palmadas en la espalda y miraron al pequeño, pues era verdad, en su hora más obscura Reno había llegado como un regalo, un obsequio que les dio esperanza y fuerza, y por ello jamás lo abandonarían.
Nunca.
...
Cupcake se sentía nostálgica, o al menos eso creía, siempre se preguntaba si sus emociones eran reales, o simples simulaciones de lo que creía los humanos sentían, cualquiera que fuera el caso ella se sentía feliz de tenerlas, y es que se habían intensificado desde hace catorce años, el tiempo que llevaban con Reno en sus vidas.
Desde que él llegó todo había mejorado, no solo porque les dio fuerzas para salir adelante cuando todo parecía perdido, sino que tener a un pequeño dando vueltas por aquí y allá alegró el ambiente, la carpa se llenó de vida, donde antes había sido solo un lugar de trabajo, ahora se sentía como un hogar, con calidez y amor, además de que conforme Reno iba creciendo, empezó a mostrar interés por la robótica, estudiaba con los libros que encontraba en la basura, o que podía cambiar en los puestos ambulantes, también armando y desarmando piezas que encontraba en los escombros; sin duda sus limitaciones no eran un impedimento para él, y con el tiempo se fue haciendo muy bueno, al grado que construyó sus propias herramientas y podía repararlos, eso les ahorró muchas visitas al mecánico.
No cabían dudas del gran impacto que Reno tuvo en las vidas de todos.
Lamentablemente, Cupcake ya no sentía esa chispa, y eso no quería decir que ya no quisiere a Reno, por supuesto que no, ella jamás podría dejar de amarlo, es solo que... sentía que lo estaban limitando, Reno siempre se había mostrado renuente a la idea de abandonarlos, y mucho más cuando la ciudad regresó a la Superficie, parecía la oportunidad perfecta para que se hiciera camino en el Ministerio de Ciencias, pero no, el chico no quería abandonarlos.
Pese a todo, ellos respetaban sus deseos, era su vida al final de cuentas, o al menos eso pensaban hasta el incidente del día de hoy, habían estado muy cerca de la perdición, y todo por culpa del estafador de Hamegg, y si bien parecía que se habían salvado, no podían confiar en ese rufián, no sabían que trato había hecho con Astro, y aunque si confiaban en el robot, eran consicentes que Hamegg podría tener trucos muy sucios bajo las mangas.
Era mejor actuar con cuidado, y lo más importante, poner la seguridad de Reno ante todo.
Esa noche estaba esperando afuera de su habitación, llevaba una bandeja con dos panes de mantequilla con mermelada, y una taza de chocolate caliente, eso siempre calmaba al chico, llamó a la puerta con un toque.
—Adelante.
Cupcake sonrió y pasó, el cuarto de Reno era sencillo, su cama era un colchón que tenía pegado a la pared, en el muro de enfrente tenía un escritorio lleno de sus herramientas, lápices, y cuadernos donde anotaba sus invenciones, todo altamente ordenado y limpio, un hábito que él mismo se había obligado a seguir.
Era común que después de los shows Reno se pusiera a trabajar en sus inventos, pero ese día estaba con el cuerpo recargado sobre el escritorio, jugando con un lápiz, la viva imagen de un adolescente ocioso.
Cupcake dejó la bandeja sobre la mesa.
—¿Estás bien?
—Sí, es solo que... lo de hoy me dejó agotado —respondió incorporándose.
Cupcake sonrió, todos se sentían así para ser honestos, empujó ligeramente la bandeja.
—Lo supuse, por eso te preparé esto.
Reno sonrió y tomó un pan.
—Haces mal, no deberías consentirme —le dio una mordida al pan.
Cupcake se rió y se encogió de hombros.
—Un capricho de vez en cuando no le hace daño a nadie —y le revolvió el pelo juguetonamente.
Reno se quejó y apartó la mano mientras se reía.
Cupcake se rió también mientras su hijo terminaba el pan, luego tomó la taza, le sopló antes de darle un sorbo.
—Tú también te asustaste, ¿verdad? —le preguntó tras beber, Reno conocía a su mamá muy bien, esa atención tenía la intención de abrir una conversación.
—Demasiado, habíamos temido un día así desde... bueno, desde que te adoptamos.
—Lo bueno es que Astro estuvo aquí para salvarnos, en verdad es un héroe —Reno trató de sonar confiado, quería creer que su nuevo amigo había logrado solucionar todo, pero él también conocía la reputación de Hamegg, y una parte de él le decía que el estafador aún tenía una carta bajo la manga.
Pero en serio no quería pensar eso.
—Lo sé, estuvo cerca y pudimos librarla, pero...
Reno la miró preocupada.
Cupcake buscó las palabras adecuadas.
—Reno, ahora que estamos tan cerca de Ciudad Metro, quizás deberías considerar...
—Mamá, acabo de tener la misma conversación con papá, el circo es mi hogar, ustedes son mi familia —señaló la pared de enfrente.
La robot se fijó y notó que estaba llena con fotografías de ellos juntos; con toda la familia reunida alrededor de Reno bebé, el cumpleaños número cuatro del chico, en el que se comió el pastel de chocolate con sus manos, la vez que Marshmallow le enseñó a dar una marometa, ella maquillándolo antes de su primer show; buenas memorias.
No pudo evitar sentir un nudo en el estómago.
—Y ahora menos que nunca puedo irme, Hamegg podría volver en cualquier momento, debo protegerlos.
Reno la miraba con ojos preocupados, y una mirada suplicante, y ahí fue cuando Cupcake lo comprendió, Reno jamás los abandonaría, no podía ni hacerse a la idea de ello.
Si querían salvarlo, debían tomar medidas extremas.
—Muy bien, si es tu decisión la respetaré, todos lo haremos.
Reno suspiró aliviado, la miró con una mirada agradecida, y Cupcake sintió que algo dentro de ella se rompía, pero el chico no parecía notar sus mentiras, solo tomo otro de los panes y siguió comiéndoselo.
«Hagamos lo que hagamos, todo es por tu propio bien».
...
Al igual que hace catorce años, se habían reunido a las afueras de la carpa, esta vez no estaban echados ni desplomados, sino que sentados en círculo, tampoco se sentían desesperados ni destrozados, sino tristes, porque todos sabían de que iba ello, pero ninguno quería aceptar la realidad.
—¿Está dormido? —preguntó Pannacotta.
Cupcake asintió con la cabeza, después de la cena se había acostado.
Pannacotta cerró sus ojos y bajó la cabeza.
—Compañeros, después de... lo que ocurrió hoy, creo que La Superficie ya no es un lugar seguro para nosotros, ni para Reno.
Silencio, eso le preocupaba, esperaba al menos escuchar una queja de Bonbon, un deseo por discutir, oponerse, pero nadie opinaba, ni levantaban la cara.
—Astro nos juró su protección, pero tampoco podemos exponerlo al peligro, no sería justo para él.
Nuevamente silencio, a Pannacotta le preocupó la nula objeción que estaba recibiendo, eso significaba que todos estaban de acuerdo, así que podía ahorrarse los redondeos e ir al grano.
—Tenemos que irnos, pero no podemos arrastrar a Reno con nosotros, él podría tener un gran futuro, pero siempre que tenga que lidiar con nosotros jamás lo logrará, es momento de que nuestros caminos... se separen.
Seguían sin decir nada, pero en realidad, ¿Qué podrían decir? Ninguno quería abandonar al chico, pero tampoco querían que siguiera estancado con ellos, querían lo mejor para su vida, y que llegara muy lejos, pero para ello tenían que hacer un sacrificio. Todos se pusieron de pie, sin decir nada, pero Pannacotta supo el significado del gesto.
—Muy bien, este es el plan.
...
Nora era una robot asistente, un modelo más viejo que Orrin, pero había estado tantos años con el Dr. Elefun que él la consideraba parte de la familia, jamás podría deshacerse de ella. Su cuerpo era de forma cilíndrica, y de cabeza rectangular con dos ojos verdes, dos tubos a los costados, y una cúpula en la superficie de su cráneo, sus brazos eran delgados y podían estirarse a una distancia de hasta diez metros, su color era dorado claro.
Estaba preparándole una taza de té al doctor mientras él estaba en la mesa de la cocina, recordando el sensor que Reno había armado por su cuenta, estaba impresionado por lo mucho que el chico había logrado hacer con tan pocos recursos, solo podía imaginar lo que haría en el Ministerio... Pero después del pequeño espectáculo que se montó, y de que supuestamente era un robot, las posibilidades parecían muy escasas.
Nora terminó de preparar la bebida y se la acercó a la mesa.
—Aquí tiene doctor.
—Oh, muchas gracias Nora.
El doctor tomó un sorbo, pero su semblante preocupado no se fue, la robot notó la tensión y se preocupó un poco.
—¿Le pasa algo profesor?
—Oh no es nada Nora, solo estaba pensando en algo.
El timbre de la puerta sonó, Nora fue a abrir rápidamente mientras Elefun seguía pensando en el joven robot que tanto lo había impresionado.
«Si logramos que Astro fuera a la escuela, podríamos hacer lo mismo por Reno».
En eso apareció Nora acompañada del señor Pannacotta.
—Doctor, tiene visitas.
Elefun se puso de pie y le ofreció la mano.
—Señor Pannacotta, no esperaba verlo tan pronto.
—Lamento haber venido sin avisar Dr. Elefun, pero me temo que la situación por la que estoy pasando... es de vida o muerte.
El profesor intercambió miradas con Nora, quien parecía igual de preocupada y asustada.
—Por favor, permítame explicarme mejor.
—Por supuesto.
Ambos se sentaron a la mesa, Nora ofreció traerle una taza pero Pannacotta se negó.
—Muy bien señor, ¿Qué es lo que pasa?
Sin tardar más, Pannacotta se llevó una mano a la cara, se escuchó el click y tras salir el vapor, se quitó la máscara, revelando su rostro mecánico.
—Doctor Elefun, en nombre de todos los miembros del Circo de los Robots, necesitamos su ayuda.
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