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O4 | Deseos y deudas

«La tierra se muere.

Numerosos cultivos de toda Nueva Britannia han comenzado a secarse. Su Majestad, Charlene Pridewood está al tanto, pero hasta ahora, no se ha encontrado una solución, o tan siquiera, el origen de este suceso.»

—The Heorte Chronicles.

Audrey no recordó haberse levantado, pero estaba de pie en una casa que sabía que no era la de Evan. Por instinto, observó el suelo, hallando varias plumas de cuervo en él.

Levantó la mirada hacia la sala, en la que encontró un hombre de espaldas. Parecía que delante de él había algo más.

De él se desprendieron dos enormes alas negras, que soltaron varias plumas también.

Audrey dio un paso atrás, esperando a que no hubiese advertido en su presencia para escapar, pero ya era tarde.

Él se volteó, y la joven notó en sus ojos solo furia y fuego.

Detrás de él, en una silla, parecía haber un hombre, pero no podía estar tan segura. Se veía totalmente carbonizado. Ella tragó saliva, y volvió a mirar al oscuro ángel. Temía como nunca en su vida lo había hecho.

Excepto, claro, esa ocasión...

Él dio un paso adelante, a la vez que la ladrona retrocedió los suyos, hasta tropezar con una pared. Sus labios temblaban. Toda ella temblaba. Sus ojos también la traicionaron, provocando que le saltasen pequeñas lágrimas de angustia. Él extendió su brazo, que a partir de su antebrazo, solo era negro, como el carbón, y sus venas avanzaban hasta sus codos, transformándose en chispas. La tomó del cuello con ira, y Audrey sintió cómo su garganta se quemaba, a la vez que perdía todo su oxígeno.

Intentó pedirle que la soltara, pero de sus labios no salía ningún sonido, y pensó que lo último que vería serían sus rojizos ojos, y al hombre calcinado.

Que te quede esto de lección, querida Audrey: no hay forma de que escapes de mí. —Escuchó gruñir al ángel, antes de que la tirase al suelo de un solo golpe—. Tu tiempo se acaba...

Luego, sintió que era sacudida con brusquedad, pero su mente se negaba a devolverla al mundo real.

—¡Audrey! —Evan exclamó, intentando despertarla.

Había escuchado en su habitación gritos y llantos. Parecía que la ladrona solo estaba siendo víctima de una pesadilla.

Audrey abrió los ojos, sintiendo su corazón acelerado, y con ganas de romper a llorar.

Su tiempo se acababa.

—¡Evan! —exclamó ahogadamente, como si aún se sintiese estrangulada. Se llevó la mano a su cuello que aún ardía.

—¿Estás bien? —preguntó el chico, muy preocupado. Audrey solo pudo asentir—. Bien, tenemos mucho que hacer hoy...

—Claro...

—¡Oh! —Evan detuvo Audrey antes de que se levantara—, aquí tienes algo de ropa. Perteneció a mi madre, y tiene aún algo de polvo, pero estoy seguro...

—Gracias —sonrió la chica. Fue una sonrisa tan cálida, que el mago no evitó ruborizarse.

—Te dejo para que te vistas.

Él se fue, cerrando la puerta, y Audrey contempló el vestido violeta, algo pasado de moda, pero sin duda, precioso. A su lado, tenía un ridículo que le combinaba a la perfección.

Unos minutos después, se reunió con el mago en el comedor, donde Sebastian había servido unos sándwiches y té con leche.

—Entonces —dijo Audrey luego de terminar su sándwich y probar su té—, ¿cómo funciona esa brújula?

Evan se apresuró a tomar el objeto, pero luego de unos minutos, pareció no encontrarle pies ni cabeza.

—¿Sucede algo?

—No... —murmuró el mago—. Es solo que...

—Es solo que...

—Es posible que luego del día del robo, me hubiese quedado en el pub hasta tarde, tomase un poco más de brandy de lo normal, y al llegar, lanzase esto contra la pared desajustándole un par de cosas...

—¿Es posible? —repitió la chica, sin saber si reír o llorar. Evan asintió—. ¿Tiene arreglo?

—Claro, el problema es que mis herramientas están en la sede...

Audrey cerró los ojos, esperándose dicha respuesta, y trató de calmarse. Como deseaba decirle al mago que era su vida la que dependía de él en esos momentos, y que no tenía tiempo para los errores.

De pronto, se sintió iluminada.

—Olvida la sede, conozco a alguien. —Se levantó de inmediato de la mesa, limpiándose los labios con una servilleta de tela.

—¿Es otro delincuente?

—¡No! —vociferó la chica, un poco ofendida—. Tú trabajas conmigo ahora... y no eres un delincuente.

Evan alzó las cejas, incrédulo.

—Hazme caso. Incluso, es posible que te agrade... si no tienes problemas con los pelos.

—¿Pelos?

***

Dentro de la estación de ferrocarriles, Evan contempló lo extrañamente bien que le quedaba la ropa de su madre a Audrey. Le daba un aspecto distinto, y también ayudaba el hecho de que la chica se moviese con cierta gracia, como si el vestido hubiese sido suyo desde siempre.

Tuvo varias dudas, pero pensó en lo inapropiado que sería encontrar sus respuestas. Sin embargo, él y Audrey eran compañeros de trabajo. Creía que podían preguntarse lo que sea.

Al hallar sus puestos, Audrey quiso volver a ocupar la ventana, y el mago no se lo negó.

Se fijó en la forma en la que ella observaba el paisaje, con un sentimiento de libertad que él de verdad deseaba comprender.

El viaje sería lo bastante largo como para saber lo que quería.

—Audrey...

—¿Qué sucede? —Ella se volteó, notando su semblante de duda.

Él no tenía idea de cómo empezar.

—Sabes leer —afirmó con seriedad—. Incluso sabes bailar. Ni siquiera te mueves como lo harían...

—¿Como lo harían quiénes? ¿La gente de mi calaña?

Evan pudo notar que ella se había molestado.

—No me malentiendas, es solo que... ¿eres realmente de Blackchapel? ¿Toda tu vida estuviste allí?

—Soy realmente de Blackchapel —sonrió la chica con malicia—. Sus oscuros callejones, sus olores putrefactos, su frío y su humedad me acogieron. Y lo acepté. Y sobreviví. ¿No hay acaso mayor prueba de que South End es mi hogar?

—Audrey... —suspiró el chico, un poco impaciente—. Está bien, no tienes por qué decírmelo. Pero estoy seguro de que sería algo interesante de oír.

—¿Porque la Reina lo dijo? —rio la ladrona—. Habría sido algo gracioso... para todo aquel que no hubiese estado allí, claramente, y de hecho lo fue. Casi ni importó, de hecho, apenas salió en el Chronicles...

Su mirada se mantenía fija en el paisaje, y luego se volvió a Evan.

—El gran incendio de hace diez años —suspiró—, en el Centro. Todo por culpa del descuido de un panadero...

—¿No eres aristócrata, entonces? —Evan pareció confundido, y Audrey volvió a reír, como si se sintiese halagada.

Acomodada, lo que sea que eso signifique —masculló, sacudiendo su mano—. Teníamos una fábrica en el Centro, y nos iba muy bien. Esperábamos poder abrir más negocios en Beorn, si era posible.

—Y el incendio...

La chica asintió y volvió a suspirar.

—¿No estabas allí?

—Estaba allí, con toda mi familia —afirmó la joven—. Pero aún no sé lo que pasó. No hay un solo día en el que no me lo pregunte, ni trate de recordar qué sucedió en realidad. A veces creo que fue porque lo deseé demasiado, pero estoy segura de que mi madre y mis hermanos habían deseado con la misma intensidad que yo el poder salir de allí.

Evan no pareció comprender a lo que se refería.

—No vayas a reírte, por favor. En el baile me creíste —suplicó la rubia—. Yo recuerdo haber visto una pluma blanca, como la de un cisne. Estaba ahogándome, era probable que estuviera alucinando, pero la vi, lo juro. Y recordé lo que mamá me había contado una noche: Asterya tenía dos bellas alas, como las de un cisne, y sus plumas se transformaban en deseos fugaces. Y, ¡demonios!, creí en eso. De verdad lo creí, pero tenía solo once años...

—¿Era en verdad una pluma de Asterya? —inquirió el mago, un tanto incrédulo, pero bastante intrigado por la historia de Audrey.

—Ya no era de Asterya... —respondió ella—. Recuerda que él había tomado una de sus alas...

—¿Zanien?

La chica asintió.

—No sabía lo que hacía, y creo que aun si hubiera... Solo quería salvarme.

—Entonces...

—Entonces pacté con él sin saberlo —afirmó la ladrona—. Cuando muera, mi alma le pertenecerá. Es obvio que no puede pedir deseos con el ala que tiene, por eso las comercia con la gente como yo. Y todos caemos. Y al final, somos suyos...

—¿Por eso quieres el corazón de la guardiana?

Mordiéndose el labio inferior, ella volvió a asentir, y esta vez Evan fue quien suspiró.

—De acuerdo, y entonces... ¿qué más sucedió?

—¿De verdad estás creyendo todo lo que estoy diciendo? —inquirió Audrey con una triste sonrisa.

—Hasta ahora, no veo por qué no hacerlo...

Ella se encogió de hombros, y sus manos fueron, tímidas, hasta las del chico. Él las sintió heladas.

—Bueno, ya no tenía a mis padres, y a nadie le importó el incendio. Ni al Rey, ni al resto de nobles, mucho menos a ustedes, los magos —masculló con un poco de rencor en su voz—. Y fui llevada al South End, al orfanato. Allí conocí a Amelia, ¡es decir!, la detective Valentine.

—¿Espera, qué? —Se separó el chico, sintiendo que eso era aún más increíble que el haber pactado con un ser que solo existía en los cuentos de niños—. ¿La detective? ¿No es de Beorn? ¡Su acento!

—Aprende rápido —Audrey se encogió de hombros, sin darle demasiada importancia—. Y desde pequeña, siempre fue una rata acusadora... —farfulló con rabia, como si de verdad estuviese reviviendo su infancia al lado de la futura detective—. Yo también tuve que aprender rápido, o me matarían...

Era invierno en aquella época, lo recordaba bien. También recordaba un enorme muro, que era todo lo que se interponía en su libertad. Y recordó a un hombre tan enorme como ebrio, con un palo de madera que tenía casi el porte de ella cuando era una niña. A su lado, una señora delgada y vieja, y detrás de ella, otra niña, de cabellos cortos y oscuros, señalándola con el dedo.

Parecía que Amelia Valentine había nacido con el firme propósito de atrapar siempre a Audrey con las manos en la masa, y asegurarse de que le diesen su escarmiento.

—No guardo rencores —mintió ella. El dolor de los golpes cuando la castigaban, era algo que aún recordaba—. Gracias a Amelia, podría decirse que soy quien soy ahora. Todo fue un proceso lleno de intentos, fracasos y castigos, hasta que lo logré. Me hubiera gustado ver cuando esa familia rica de Beorn la adoptó y se la llevó lejos de Heorte.

—¿Pudiste escapar? —preguntó Evan. Parecía muy atento a la historia.

Audrey asintió con emoción, como si se tratase de su primer gran logro.

—Luego... —volvió a suspirar, como si recién entrase a la parte más recóndita y turbia de su pasado—. Luego, estuvo un hombre, se llamaba Hanify, eso es imposible de olvidar —murmuró, como si se tratase de algo muy gracioso—. Él me alimentó y me dejó quedarme en su casa toda la noche. Fue bastante lindo, y de verdad creí que todo empezaría a mejorar...

Vio a Evan tensarse, como si se estuviese preparando para algo muy malo, y en cierto modo, eso le divirtió. Pensó que así, podría dedicarse a contar historias de horror. Y la suya, había sido un horror, sin lugar a dudas.

—No me tocó, si eso crees —se apresuró a decir—. Él no...

—Demonios, suéltalo ya —maldijo el chico, odiando tanto suspenso. Veía a Audrey, y si no supiese quién era en verdad, solo notaba a una chica encantadora que no parecía merecerse ni la mitad de las cosas que le habían pasado.

—De acuerdo, él tenía problemas económicos. Trato de no culparlo, lo digo en serio. A la mañana siguiente, él me llevó a Blackchapel, y estaba un poco asustada. Luego, entramos a la casa de Madame Bouville...

—Mierda. —Dejó escapar el chico, notablemente estresado. Deseaba asesinar a todo aquel que le hubiese puesto un dedo encima a Audrey.

—Cinco neolibras —continuó ella—. Eso fue todo lo que costé —hizo una mueca entre ofendida y divertida por las reacciones de Evan. Le parecía tierno de su parte que se preocupara tanto.

—Dime que huiste rápido de allí, por favor...

Con pena, ella tuvo que negar.

—Fue más difícil, casi nunca estaba... despierta.

—¿Madame Bouville te drogó?

La muchacha se encogió de hombros.

—Madame Bouville dijo que el opio me haría olvidar el dolor... y yo realmente sentía mucho dolor...

No se había dado cuenta, pero aun cuando trataba de contar su historia como si fuese algo gracioso, aun cuando no quería culpar a las personas que la habían llevado hasta dicho camino, aun cuando aseguraba que todo eso estaba tan hundido como olvidado, una pequeña lágrima rodó por su mejilla.

—No sé cómo lo conseguí, pero créeme que jamás volví a permitir que me tocaran de esa forma. Que me hicieran... todo lo que me habían hecho en esa casa. Y solo me quedó robar. Y bueno, aquí estamos...

—Audrey...

Ella mordió su labio al sentirse tan expuesta ante la mirada del mago. Y odiaba ser objeto de lástima, pero de alguna manera, se sentía más tranquila, como si estuviese satisfecha de que alguien más supiese todo lo que había pasado.

Él la abrazó, y al instante, lo sintió besar con dulzura su cabello. No estaba segura, pero sintió un pequeño hormigueo en sus mejillas, que pensó que podía ser rubor.

Permanecieron así durante todo el viaje, hasta llegar a su parada, en el Centro de la ciudad, donde, luego de tantos años, se habían recuperado del incendio.

Audrey bajó las escaleras a toda prisa, y Evan lo comprendió. Entendía su necesidad de poder salvarse, aunque no tenía seguro qué podría hacer ella después, y recordó que en el baile ella le había dicho que siempre sería una fugitiva.

Recorrieron un callejón de aspecto comerciante. Las casas no eran demasiado grandes y en todas había letreros.

—¿Segura que aquí encontraremos las herramientas? —indagó Evan con curiosidad.

—Encontraremos a alguien que nos ahorre todo el trabajo —aseguró Audrey—. Es todo un genio. Y debe estar... —Se interrumpió con un fuerte estornudo, que fue seguido por dos más. Miró la casa frente a la que estaban, y el letrero aseguraba que se trataba de un taller—. Ya hemos llegado...

Evan se extrañó por los repetidos estornudos de su compañera, y se apresuró tocando la puerta, que fue abierta al instante. Efectivamente el lugar era un taller, uno bastante desordenado. Se volteó sorprendido al escuchar algo caer sobre una pila de libros, y descubrió que se trataba de un enorme gato de espeso pelaje negro, con anteojos y vestido por retazos de cuero entre los cuales guardaba algunas herramientas.

—Buenos días —escuchó ronronear al animal, que volteó la mirada hacia la chica—. ¡Audrey, qué sorpresa!

—¡Leonardo! —exclamó la chica con una fingida alegría, antes de estornudar un par de veces más.

—¿Qué vienes a pedirme ahora? Pasó mucho desde la última vez. —El gato trepó una mesa enfrente de Audrey para quedar a su altura y pasar su esponjosa cola en su cara.

—No sé si te diste cuenta: ¡soy alérgica a tu presencia! —chilló Audrey, volviendo a estornudar y toser, sintiendo varios pelos del felino dentro de su garganta. Le tiró su ridículo a la mesa—. Espero que puedas ayudarnos. Evan te dirá qué hacer.

El gato recogió del ridículo la brújula, y luego se volvió hacia el chico.

—¿Eres de Torre del Reloj, eh, muchacho? No está nada mal, tienes un gran talento para la tecnomancia...

—Gracias... —Evan se sonrojó ante el halago, y vio a Audrey reírse y volver a estornudar—. ¿Usted también es un mago?

—Es un enorme gato que habla, ¿y le preguntas si tiene magia? —terció Audrey con ironía.

Leonardo miró ceñudo —tan ceñudo como podría estar un gato— a la ladrona, y volvió hacia el mago.

—Solo serán un par de ajustes, no demoraré más de dos minutos —aseguró, antes de ponerse a trabajar.

Audrey buscó el sillón más desocupado y cercano para dejarse caer sobre él, esperando a que el gato terminase con su trabajo. Podía sentir la mirada de Evan sobre ella, y eso empezaba a desesperarla.

—¿Qué? —inquirió, casi desesperada.

—¿Acaso no puedo mirarte? —Trató de defenderse el chico con una sonrisa sesgada, justo como las de Audrey.

—Asterya nos asista... —suspiró la chica—. Qué raro que eres, empiezo a entender por qué no has desanudado un corsé en tu vida.

El mago rodó los ojos y decidió no volver a mirarla hasta que Leonardo volviese a aparecer.

Pero llevaba grabada en la memoria la imagen de la chica. Su mirada inocente y a la vez, astuta, sus ondas doradas rodeando su rostro, y sus pequeños labios rosados, sonriéndole de manera maliciosa casi siempre. Se sentía tan expuesto ante esa sonrisa, como si ella conociese todos sus secretos, y él ni siquiera guardaba demasiados. Le aturdía, y a la vez, le emocionaba. Y le hacía desear que tardaran demasiado en encontrar el corazón de la guardiana, porque sabía que al final, ambos tomarían caminos muy distintos.

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