O2 | Baile de sombras
«Siempre ha existido una delgada brecha entre la realidad y la magia, y Torre del Reloj con la ayuda de sus mejores magos y el apoyo de la Corona, se han encargado, durante siglos, de rebasar dichos límites, y hacer de Nueva Britannia, un mejor lugar.»
—The Heorte Chronicles.
Frente a su espejo, Audrey observaba cómo le quedaba un precioso pero viejo vestido dorado, hasta que en su reflejo, vio una alargada mano de uñas negras y afiladas tocando su hombro.
Se estremeció, y evitó con todas sus fuerzas voltearse.
—¿Piensas buscarlo, no? —Escuchó la tenebrosa voz masculina que ocasionalmente la perseguía entre sus sueños, y sin dudarlo, ella asintió.
—Es lo único que podría librarme de ti... —respondió, buscando en su joyero un collar para colocárselo—. Dime, ¿él también hizo un trato contigo, no es así? Vi en sus ojos la desesperación. ¿También yo me veo así? —decidió encarar al hombre de enormes alas negras.
—Eso no importa ahora. Al final, todos serán iguales y tú también —aseguró él, refiriéndose a los cuervos—. Te ves hermosa, por cierto. Pero ese no es tu color...
En cuanto su uña tocó la manga del vestido, este comenzó a teñirse de negro, y se cubrió de hermosas y oscuras plumas. Detrás de ella hizo aparecer un antifaz que combinaba a la perfección.
—Gracias... —murmuró Audrey, observándose de nuevo en el espejo—. ¿Esto también me lo cobrarás, no es así? —Se volteó, pero ya no había nadie.
Solo pequeñas plumas negras en el suelo.
***
Habían pasado tres días desde el suceso, y Evan no sabía nada del barón Aaron Holster, el mago del magistrado que había robado el corazón de Asterya.
Se sintió terriblemente estúpido por no preverlo. ¿Pero cómo podría? Fue el único que pareció interesarse en su proyecto con la brújula desde el principio, y por ello le guardaba aprecio. No obstante, parecía que todo había sido para quedarse con su descubrimiento. No obstante, no lo reclamaba para él. Sabía que era pertenencia de la reina Charlene.
Por suerte, no fue considerado cómplice, pero luego de haber jurado de manera persistente y casi patética que no sabía nada, era normal que tanto la reina como la detective Valentine pensasen que en definitiva, no había tenido nada que ver.
—Deja de angustiarte tanto —le pidió la reina, en tanto su mano acariciaba la suya.
Él elevó la comisura de sus labios lo suficiente como para que pareciese una sonrisa, y apartó su mano de ella con disimulo, rechazándola.
Charlene Pridewood era la primera en su nombre. Con diecinueve años de vida y apenas tres de ellos en el trono de Heorte, era soltera, y al menos, hasta ese instante, no daba la menor pista de buscar un esposo que quisiese compartir la corona con ella.
Pero Evan no quería ser esa persona.
Por dentro, algo le decía que se arrepentiría, pero no estaba tan seguro de ello. Prefería pensar que tenía otras prioridades.
Se levantó del sillón, y la reverenció.
—No tienes que irte —insistió Charlene—. Quédate al baile.
Él negó con la cabeza.
—Su Majestad, no pretendo cuestionarla, pero por mi parte, no puedo salir de fiesta cuando hay dos ladrones sueltos. Además, ¿qué celebraremos? ¿El descubrimiento de una caja vacía?
La muchacha bajó la cabeza. No mostró sentirse avergonzada, u ofendida, pero Evan se disculpó de todos modos.
—Mucha gente sabe del descubrimiento, estuvo incluso en los periódicos. No puedo darme el lujo de que sepan que los hemos perdido. Nadie tiene que saber que celebramos una caja vacía. La detective Valentine hace todo lo que puede buscando a Lester y Holster discretamente.
—¿Hay alguna manera en la que pueda ayudar?
La reina asintió, ondeando a la vez sus largas y rojizas pestañas.
—Quédate aquí. Habla con los invitados acerca de cómo lo encontraste. Sé el héroe que los periódicos dicen que eres.
«Héroe». Le gustó cómo le sonó esa palabra, aunque sabía que era una completa mentira, pero no estaba mal creérsela por un rato. Suspiró con pesadez, aceptándolo.
***
La noche cayó, y el palacio en medio de las nubes empezaba a llenarse de gente.
La pequeña fragata aérea arribó al aeropuerto del castillo Pridewood, y de ella salieron un hombre y una mujer. Él se veía seguro de sí mismo, como si estuviese escrito en las estrellas que aquella sería una gran noche. Ella lo sostenía de su brazo con calma y elegancia, aunque se veía tan preparada como él. Tanto, que incluso antes de bajar del barco, ya tenía su antifaz puesto.
—¿Tienes las invitaciones, no? —le dijo el hombre casi a su oído, sin perder la calma. No obstante, cada segundo era un paso más hacia el castillo y sus guardias.
—Estoy en ello —respondió la mujer, antes de soltar su brazo y adelantarse hasta que su mirada se cruzó con la de una de los invitados. Ondeó sus pestañas con lentitud, y luego fue directa como una flecha. Él ni siquiera se había enterado de lo que lo había golpeado.
—¡De veras lo siento! —exclamó la mujer, tratando de recuperar el equilibrio, y el invitado despertó.
—La culpa es mía —contestó al instante, sin siquiera pensarlo. Se acercó a ella y sostuvo su cuerpo para impedir se volviese a tropezar.
Una vez más sus miradas se cruzaron, y la mano de ella se acercó a su pecho, pidiéndole de manera educada que la soltase.
—No ha sido nada —sonrió ella, alejándose y volviendo hacia la fila de invitados.
Con un movimiento de su mano, le pidió a su acompañante que se le acercase, y en cuanto el guardia pidió la invitación, le extendió un dorado sobre.
En su mente se preguntó cómo, luego de lo que había sucedido hace un par de días, la reina podía seguir confiando en una guardia tan ineficaz.
Ambos pasaron sin ningún problema.
***
Evan había peinado su castaño pelo hacia atrás, aunque unos pequeños mechones se esforzaban en querer cubrir parte de su rostro. El traje negro le quedaba a la perfección, y se paseaba por el castillo con un bastón cuya empuñadura era de bronce; era todo un caballero.
La reina Charlene le había pedido que se mantuviese en el vestíbulo. Pronto la fiesta empezaría, y quería que él diese la bienvenida.
Llegó la hora y los relojes sonaron e hicieron eco por todo el castillo.
Los invitados se volvieron hacia el centro del vestíbulo, en tanto los sirvientes —también de vapor— servían copas de vino a todos los invitados.
—Damas y caballeros... —dijo Charlene—, claro es que todos conocemos quién fue una vez Asterya, y de cómo, con su caída, creó nuestra mágica Nueva Britannia. Aún en pedazos, su magia seguía en el ambiente, y esta se convirtió en vida. Es por eso que todos somos sus hijos.
»Hubo un pedazo de tierra que contenía más magia que los otros tres. Es nuestra bella Heorte, y de ella nacieron los más audaces e ingeniosos magos. Algunos de ellos juraron defender a la corona, y realizar investigaciones y descubrimientos en su nombre, y fue así como se creó la sociedad de Torre del Reloj.
»No nos han fallado —miró a Evan a su lado, dedicándole una dulce sonrisa—. Lo han dado todo, y no puedo estar más que agradecida. He aquí uno de sus magos más brillantes. Gracias a él, nuestra leyenda más grande ha dejado de serlo; es toda una realidad. Con ustedes, Evan Ashworth.
«Lo han dado todo», fue la frase que Evan no dejaba de repetir en su mente como si fuese una enorme mentira. No por su parte, pero si él en su juventud y terqueza siempre tuvo en claro que todo lo que hacían era para la reina —después de todo, ella los financiaba—, Aaron Holster había decidido traicionar dicha promesa.
—Evan... —Lo llamó la reina, un poco preocupada. Esperaba que no lo echase todo a perder.
—Lo siento —susurró, antes de recuperar la compostura—. Creo que nuestra reina lo ha dicho todo —fingió la risa, notando cómo a su vez, la mayoría de los invitados rieron también—. Desde que inicié mis estudios en Torre del Reloj, tuve un sueño al que no renuncié... aunque admito que muchos de mis compañeros se burlaron de él. Pero no me detuvo, y además, no estuve solo. El barón Aaron Holster fue mi maestro, mi mentor. Le expuse todas mis ideas, y fue mi apoyo. Incluso fue el padre que perdí cuando era un niño.
»En todo momento de mi investigación, incluso durante la excavación, dije que esto era por y para nuestra hermosa Reina, y así es. No obstante, espero que no se moleste si hago este brindis en nombre del barón Holster, que lastimosamente y por motivos personales, no ha podido acompañarnos hoy. Pero estoy seguro que en donde sea que esté, sabrá que esta noche es suya. Por él. —Levantó la copa y dio un pequeñísimo sorbo, acto que el resto de los invitados también imitaron.
—Muchísimas gracias —suspiró Charlene, antes de acercarse a depositar un fugaz beso en su mejilla.
—¿Podemos verlo? —dijo uno de los invitados, el cual Evan rápidamente trató de ubicar con la mirada, sin conseguirlo, y el resto pareció unírsele también a la idea.
En realidad, era lo único que esperaban con ansias aquella noche, antes que un baile o buen vino.
La reina volvió a sonreír, en tanto uno de sus sirvientes le llevaba una caja.
—Con ustedes, el corazón de nuestra guardiana. —Alzó con lentitud la tapa de la caja, inclinándola lo suficiente como para que todos los invitados vieran la extraña roca dorada, cuya luz era intermitente.
—¿No dijiste que...?
—Es falso —afirmó Audrey a su compañero—. Mira al mago, esconde sus manos en este momento.
Él obedeció, notando cómo parecía que lo que hacía brillar aquella roca, no era sino un truco del mago.
Charlene cerró la caja y volvió a dejarla en manos de su sirviente, que inmediatamente desapareció del vestíbulo.
—Bueno, que empiece el baile —anunció sonriente, y cortinas de terciopelo en la esquinas del vestíbulo se abrieron, mostrando en un segundo piso a más hombres de vapor empezando a tocar la música.
—¿Hay algo que estos hombres de vapor no puedan hacer? —inquirió Audrey, un poco desesperada. Tipos con máscaras de gas y sin ningún pensamiento le parecía que desentonaban por completo en una fiesta tan elegante, y que alguien tan refinada como Charlene Pridewood debía saberlo.
—¿Cuidar las pertenencias de su reina? —respondió con sorna su acompañante.
—Touché... —reconoció Audrey, alejándose y buscando con la mirada a alguien en específico—. Recuerda que te necesito medianamente sobrio esta noche —pidió, antes de tomar un poco de la falda de su vestido entre sus manos para poder apresurar el paso.
Y allí lo vio, conversando con quienes parecían también pertenecer a la élite de la Torre del Reloj, hundiéndose entre risas falsas y otras mentiras que salían de sus labios.
Era bastante apuesto, lo reconocía. Su rostro parecía que no quería abandonar del todo la juventud, y sus labios eran grandes y apenas un poco más rosados. Sus cejas eran gruesas y su mirada parecía seria y algo lóbrega.
Le parecía un muchacho más que nada, aunque debía tener su edad.
Dio un paso adelante, pero la reina fue más rápida que ella, e interrumpió la conversación, llevándose al chico, tomándolo de su brazo y apartándolo de la mirada de Audrey.
Ella pensó en la lista de cosas que creyó que algún día podría robar de la reina, y sin duda, un joven mago de Torre del Reloj no estaba entre ellas.
Quiso buscarlo, pero antes de solo pensarlo, el chico iba hacia ella, algo despistado, como si tener la atención de una monarca no fuese tan gran cosa a su parecer. Pasó a su lado, y sorprendida aún, Audrey logró reaccionar para colocar su mano sobre su pecho, deteniéndolo.
—Hola... —musitó, sintiéndose extrañamente estúpida. Como si todos los planes que tenía tan perfectamente trazados en su mente desapareciesen con solo tener a ese chico en frente suyo.
—¿Hola? —inquirió él, arqueando las cejas, extrañado. Queriendo apartarla para poder seguir su camino, pero Audrey volvió a detenerlo.
—¿Bailamos?
No sabía qué estaba haciendo, solo sabía que necesitaba a aquel chico, por arrogante que fuese, y por mucho que ella detestase a los magos. Lo necesitaba lo suficiente como para tragarse todo su orgullo, o lo que quedaba de él.
Él por su parte rio, rodando los ojos.
—¿No debería ser el caballero el que se lo proponga a la dama?
—Si me pusiera a esperar su invitación, terminaría en huesos dentro de este salón. —Sus cejas se alzaron y sus ojos azules se clavaron en los verdes del chico, con perspicacia.
Él volvió a reír, aunque según lo que Audrey pudo reconocer, era una risa auténtica. La primera en mucho tiempo que Evan había soltado, y él estaba tan agradecido con ello, que tomó la mano de la chica y la sacó de la multitud, tratando de buscar un espacio solo para ellos dos.
—He tenido una semana bastante pesada. Solo por eso, disculparé su atrevimiento y cumpliré su capricho —aclaró, colocando una mano sobre la cintura de la joven, a la vez que ella ponía una sobre el hombro del chico y empezaban a moverse.
—Es bastante amable —respondió ella, fascinada por la fragancia del mago.
—Solo por casualidad, ¿sabe bien cómo hacer esto?
Audrey no pudo evitar reír.
—Si lo que teme, es que le pise los pies, descuide. Está a salvo —respondió con seguridad.
—Me he pasado un poco con el vino. Suponiendo que mañana recuerde esta noche, también me gustaría recordar con quién tengo el gusto de bailar ahora.
—No creo que sea cuestión del vino, su memoria parece bastante frágil de por sí —respondió Audrey, antes de que Evan le diese una suave vuelta, notando como en el segundo piso, una preocupada Charlene los observaba, y lo disfrutó—. Nos vimos hace algunos días.
Aprovechó el volver a estar frente al mago, para mirarlo una vez más a los ojos, de una manera más pícara.
Y a pesar del antifaz, él lo supo, y teniendo Audrey su cuerpo entre sus manos, notó cómo este se tensaba. Ella era quien reía ahora.
—Llamaré a los guardias —susurró, aunque aún seguía bailando—. ¿Qué hace usted aquí? ¿Dónde está el barón Holster?
—¿Tendría que saber lo último?
—Ambos se fueron del palacio al mismo tiempo —aseguró él—. Necesito saber: ¿cómo fue que él, un noble, accedió a trabajar contigo?
—¿Ya empezamos a tutearnos? —rio Audrey—. No tengo idea de qué me estás hablando, trabajo sola. Y en ocasiones cobro algunos favores, pero te puedo asegurar que lo de hace un par de días no fue eso. No conozco en lo absoluto a tu mentor.
—Es lo que la detective Valentine ha dicho. Cree que te dejaste atrapar en Blackchapel solo para venir al castillo, distraer a todos y ayudar a Holster.
—¡No me dejé atrapar! —exclamó ella—. Solo tuve un mal día...
—Me parece que hoy no será tu día tampoco... —Evan buscó con la mirada algún guardia.
—¡Nada de eso! Tengo muchas cosas importantes que hacer, como para jugar a las atrapadas con esas cosas —increpó la muchacha, tratando de implorarle con la mirada que no llamase aún a nadie.
—¿Qué buscas ahora?
Audrey volvió a dar otra vuelta, y al regresar a los brazos de Evan, lo abrazó, y se acercó a su oído.
—A ti. Te necesito, Evan Ashworth.
El mago volvía a tensarse. La reina le había pedido que fuese un héroe, y él de pronto se sentía más cerca de ser todo lo contrario.
—Lo que necesitas, es darme una buena razón para no llamar a los guardias...
—¡Porque quiero ayudarte, maldita sea! —vociferó la ladrona, empezando a desesperarse—. Ustedes, los magos, son tan arrogantes...
—Así es —asintió el chico—, y por eso te preguntaré: ¿cómo piensas ayudarme, ladrona de Blackchapel?
Audrey sintió fuertes ganas de patearlo en la entrepierna, pero una vez más se armó de paciencia.
—Podemos buscar el corazón de la guardiana juntos...
—¿Y que luego te quedes también con él? No soy tan imbécil de caer en el mismo truco por segunda vez, mucho menos contigo...
—¡Solo necesito un deseo! —exclamó, mirándolo a los ojos y esperando a que comprobase que no mentía—. Solo uno, y es todo tuyo. O de la Reina, como sea...
—Puedo buscarlo solo. La detective Valentine también está haciendo lo suyo.
—¡Amelia no sabe nada! Además, esto no se trata de ti, o de mí. Ni siquiera de la Reina. Es mucho mayor, créeme que sí, y si no nos apresuramos...
Evan rodó los ojos, separándose un poco de Audrey, como si ya no soportase más tenerla cerca.
—¿Si no nos apresuramos qué?
Audrey en cambio insistió en volver a acercarse y continuar con el baile.
—¿Te has puesto a pensar que si Asterya existió... lo otro debería de existir también?
—¿«Lo otro»? —preguntó el chico—. ¿Te refieres a... Zanien?
La joven asintió, temerosa de que Evan pensase que era algo ridículo y la entregase a los guardias.
Pero aunque las ganas de hacerlo le sobraban, ambos seguían allí, bailando, de vez en cuando dando vueltas, y según Charlene observaba, sin intención alguna de tomar otras parejas en lo que restaba de la noche.
—Créeme, Evan, eres mi única esperanza. Lo supe desde el momento en que te vi —musitó la ladrona, recordando su visión—. Además, yo jamás dejaré de ser una fugitiva, pero tú vas a ser un héroe...
De nuevo esa palabra, y el muchacho empezaba a preocuparse del efecto que causaba en él. Parecía ser demasiado poderosa, lo suficiente como para obligarlo a trabajar con una ladrona.
Estaba a punto de responder su decisión, pero notó que los guardias buscaban a alguien entre la gente danzando, y escuchó la voz de un hombre que gritaba, asegurando que una mujer había robado su invitación.
—Joder... —masculló Audrey, volviéndose nuevamente al chico, esperando con ansias su respuesta.
—¿Qué tengo que hacer? —preguntó, y ella sonrió al instante, deseando abrazarlo.
—Venir conmigo.
Se acercó a la ventana, abriéndola y observando a una fragata voladora frente a ella.
—Espera, ¿¡qué!? —Quiso oponerse Evan—. Tú dijiste...
—Sí, pero antes de ser un héroe, tendrás que ser un fugitivo primero. ¡No todo es tan fácil! —Se subió a la ventana, observando a la nerviosa Charlene, que había dado la orden a sus guardias de atraparla—. ¡Solo salta, maldita sea! —Pidió, y el muchacho, inseguro, se subió a la ventana con ella.
Ambos saltaron, y un disparo sonó, pero Audrey había logrado aterrizar en la cubierta y no sentía dolor alguno. Gateó hasta el babor, y se encontró a un Evan que se aferraba con un brazo hacia una de las barandas, mientras el otro brazo le sangraba.
Audrey tiró con todas sus fuerzas, ayudándolo a subirse, hasta que el chico cayó sobre su cuerpo, ambos con la respiración y los latidos de su corazón agitados, deseando que la fragata se alejara lo más rápido posible del castillo Pridewood.
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