—Sonríe, sonríe— cantabas mientras perseguías mi débil anatomía crujiendo de miedo, miedo del de nuevo acabar en los gritos y vidrios rotos de todo lo qué me tirabas cómo aquellas palabras.

—Ámame, ámame— gritaba mientras lágrimas manchaban mis ya rojas mejillas, de tanta ira acumulada, de tantas lágrimas ya caídas.

—Morirás, morirás—decías mientras a cada paso te aproximabas a mi, y yo temblaba cómo quién en el invierno se quema, por la rabia de volver a ser el qué siempre me callaba de ti, por no querer empezar otra guerra.

Aún lloraba mostrando una sonrisa, te apenaba, lo sabía muy bien pero ya no importaba, si lo que yo sentía no era nada para ti, no tenia sentido preocuparme por ti, luego de que te gritase, veías el hueco que deje en tu pecho.

La sangre no fluía, porque eran golpes en palabras, cortes de insultos y deseaba huir,
estábamos a centímetros e igual estaba lejos.

Reía, con la paz de quién cae en la locura, porque luego de tantos gritos volviamos a llorar y perdonarnos otros celos, inseguridades, los dos.

—Mátame de amor— dije antes de caer inconsciente a causa del extremo dolor, en las sabanas de la cama llena de lagrimas y escozor.

—Morir sería tan fácil— replicaste y lo escuché, antes de abrazarme cómo quién posee el juguete nuevo entre la euforia de los instantes.

Pero yo ya no era un juguete nuevo, era la costumbre de la cara de lo que debias de mantener y no amor, ya no era amor.