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[#6] Nuestro paradero:

La cuidad de las linternas, Latrinariam.

Un golpe en el trasero me impactó, y al mirar hacia arriba Asking venía cayendo.

— Oh, no, no..–, tartamudee gateando por el suelo.

¡Zaas!, aterrizó haciendo un agujero en el piso de madera.

— Ay, ay, ay,– se queja.

— ¿En dónde estamos?,– preguntó poniéndose de pie al mismo tiempo que yo.

— No lo sé.

Mi cara tenía la sonrisa más grande del mundo estampada al ver cuántos faroles había en aquel lugar. Era alegre pero lúgubre al mismo tiempo. El ambiente estaba cargado de una energía mágica desconocida y además estábamos sobre una torre de madera oscura a unos 15 metros de la superficie. Si alguno de nosotros se caía ahí, moriría por el impacto en unos pocos segundos.

— Bien. ¿A dónde iremos?,– interrogó mi compañero–. Lo primero, lo primero: buscar comida, un refugio en dónde pasar la noche porque al parecer el cansancio de nuestra tierra y el hambre sigue siendo evidente en este mundo. Además, está ropa... es algo desagradable.

Lo mire con expresión neutra, en parte si era cierto lo de la tierra y si, se veía ridículo con ese tapado de princesa que solo le cubría la parte inferior.

Me eché a reír.

— ¿Qué es lo gracioso?.

—  Nada es que... ¡Puajajaja!,– no puedo terminar porque el aspecto de chico rudo que tenía antes de que llegaramos se esfumó.

Saqué mi espada y acaricié la empuñadura. Los símbolos seguían ahí, gracias a dios. Solo sabía el significado de uno, ¿Y lo otros que serán?. Miré a Asking, extrañamente no llevaba ninguna arma encima, tan solo un bolso y adentro el libro casuante del lío en la Tierra. Aún así tomamos la decisión de ponernos en marcha. Bajamos por unas escaleras de abedul toda la torre, y al llegar a tierra firme suspiramos de alivio.

— Aunque te rías, se nota mi figura atlética y mi fuerte por los deportes,– agregó.

Y tenía razón, ni yo tenía los músculos tan marcados, es decir, yo parecía un escuálido a su lado.Habían tiendas, toldos y almacenes por doquier. De especias, frutas y verduras, artesanías y hasta de piedras preciosas. Que sin duda ni con todos los órganos de tu cuerpo ibas a pagar una de ellas. Nos acercamos al puesto de embutidos tanteandonos los bolsillos.

— ¿Qué traes encima?,– le susurro a Asking.

— 10 querubines,– agregó.
Ajá... un "querubin" equivaldría a un dólar en la Tierra, así que tendríamos 393 pesos. Todo depende de que tan caro esté todo por aquí.

— Podríamos comprar algunas verduras e improvisar,– dije pensativo,—¿Qué dices pelirrojo?.

Si, mi compañero de aventura era pelirrojo, un pelirrojo hermoso de ojos claros. Chasqueó la lengua y respondió:
— No me interesa lo que compres, solo quiero algo para cubrirme o una armadura.

Asiento y después vamos por las calles de adoquín. Paramos en el puesto bastante normal de un señor barbudo.

— Y bien pequeños jóvenes. ¿Qué van a llevar?,– exclama con alegría.

Sonaba amigable. Nos enseñó las bayas que un día había comido allí y algunas calabazas de temporada.
Optamos por eso y unas cosas más. Gastamos 3 querubines, lo cual fue una sorpresa. La gente era alegre e "iluminada". Los niños usaban pantalones cortos ajados y las mujeres vestidos con volados descoloridos.
A cada paso te encontrabas un farol en las narices, o una linterna empotrada en el suelo, alguna antorcha o una lámpara de grandes dimensiones. En tus narices.

— Con esto haremos una sopa,– dije entusiasmado.

Asking asintió. Terminamos por comprar un arco y flecha, y unos pantalones sugeridos por él.
Debía mencionar que el pelirrojo gruñón tenía buen gusto.
Aunque tenía todavía el pecho al descubierto, por no mencionar que a algunas mujeres o chicas jóvenes dejaba sin habla. Mientras que yo era como su escolta, una chica tímida se le quedó viendo pero al pasar la mirada hacía mi frunció el ceño por alguna razón. Bien, quizás no le guste tanto. Nos quedaban 2 querubines en total e íbamos a ver si podíamos quedarnos en algún hostal. Para nuestra renovada suerte una señora bastante afable nos dijo algo de:

"Que niños tan bonitos y apuestos", y nos invitó a pasar con señas.
Allí estaba bastante cálido ya que afuera había caído la noche tan rápido. La señora cocinó una sopa, 100 veces mejor de la que tenía pensada.

— ¡Alimentense guerreros!, aquí en Latrinariam no hay prisa para nada,– sugirió amablemente.

Y desapareció por la cocina.
Aquel lugar era tranquilo y acogedor pero relativamente pequeño. Asking comió tres veces y yo me ofrecía a lavar mi parte. La amable señora sonrió al verme y dijo que podíamos usar el sillón, que era bastante grande. Estaba entretenida horneando una torta de calabaza y glaseado, así que no quise molestar. (Le dimos las calabazas para que la hiciera), como gratitud.

— Solo no te tires encima mío y no toques mientras duermas,– agregó mi compañero de dormitorio seriamente.

— Si, claro,– solté convencido de que no haría ninguna de las dos.

Bostece y acomodé los cojines en el sillón, me descalce y listo.

— Uff, dulces sueños,– suspiré cansado.

Asking se recostó a los pies y se durmió en menos de un segundo. 5 minutos después yo también caí pensando en cosas increíbles y peligrosas nos esperaba en algún rincón de esta tierra.

¡Segundo día en Latrinariam!

— ¡Despierten jovenzuelos, es hora de seguir con la aventura!,– exclamó la anciana con una taza de té.

Teníamos desayuno en la mesa al parecer. Mis entrañas rugían como la mujer del cielo. El libro estaba colgado en una silla de madera, no había que perderlo de vista para nada. Cuando me iba llevando un pedazo de torta de calabaza a la boca ví de soslayo un aura de luz que salía de aquellas páginas negras. Ooh. Solté el tenedor que repiqueteo en el plato y me acerqué a mirar.

— ¿Qué es lo que pasa?,– preguntó Asking,— De seguro puede ser que hayamos obtenido un logro o al menos eso espero.

— Esto no es un jodido juego de arcade,– le espeto.

Tenía una enorme bola de comida en la boca.

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