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93. No sonrías que me enamoro

Voy en el capítulo tres de Diablo Guardián. No voy a mirar los mensajes de nadie por el día de hoy. Amo a Nick, pero en este momento no quiero leer más. Escucho que la puerta del departamento es golpeada suavemente, debe ser Sarah, olvido sus llaves en él cuenco cerca de la puerta esta mañana. Espero a que Raúl le abra la puerta a su madre, pero el golpe insistente me obliga a pensar que él ya se ha ido.

Voy a su habitación antes de abrir. La cama desatendida y la ropa sucia por todos lados hacen comprobar mis sospechas. Cuando abro la puerta del departamento, me encuentro con esos ojos grises que jure odiar hasta el último de mis días.

Está perfecto –con ojeras– pero sigue siendo mío y yo sigo siendo suya al momento que pasamos a establecer contacto visual; quiero abrazarlo, quiero besarlo, quiero decirle que no me importa lo que haya hecho, pero eso no es lo correcto. Lo que hizo no estuvo bien.

No sé qué cara ponerle o cómo saludarlo, pero creo que debo empezar con un: <<Hola>> dado que no sé qué más hacer.

–      Hola.

–      Hola.

No puedo seguir manteniendo el contacto visual. Estoy en un silencio incómodo, nunca antes había deseado tanto romper el hielo con algo, lo que sea.

–      ¿Qué haces...?

–      Escucha –dice con una voz cargada de esperanza–. La primera vez que te vi..., pensé que serías una de esas chicas chillonas simples, por tu coleta de caballo y la manera en cómo me veías. Pero, cuando te miré a los ojos –se interrumpe, y de inmediato recuerdo la primera vez que nos vimos–, supe que había algo más que sólo puro capricho o una historia con la que cualquiera diría fácilmente: te conozco. Me hizo gracia el verte sonrojarte con verme a los ojos. Tú, mi chica hermosa y tímida que me recordó que en la vida se tienen segundas oportunidades, mucho a un personaje de ficción –ambos sabemos cual–. Me encantó que te encabronaras conmigo cuando te insinué que podrías estar loca. Me encantó que leyeras y observaras lo que nadie más podía en mí, inclusive me encantó que vieras la portada gastada y que sonrieras como si de la lotería se tratara. Cuando te veo a los ojos, cuando en verdad te veo, sé que expresas algo más que sólo las historias de amor que has leído. Expresas fuerza, dignidad, honestidad, amor, algo más que un simple apego hacia a mí. Me has atraído y me has seducido a una gran escala que jamás creí posible. Me has hecho tuyo con tu carácter fuerte, con tu sonrisa, con tu aroma, con tus ojos, con tus labios, con todo y ni siquiera tuviste que esforzarte –hace una pequeña pausa–. Te amo. Perdóname por no decirte nada referente a Valeria, referente a Raúl, me entró pánico, no quería perderte y no quería que me odiaras. No puedo estar sin ti y desde el primer día no pude sacarte de mi mente. Eres la mejor persona que he conocido y eres la única en mi vida que realmente me entiende y me quiere aun con todo y defectos. Amo todo eso, en serio que sí. Te amo. Te deseo con una fuerza que en mi vida pude haber imaginado. Quería hacerte mi amiga, porque no quería obsesionarme contigo, pero desde que dijiste: <<Es Oscar Wilde>>, no pude dejar de pensar en ti. Los retos y todo y las miradas y las sonrisas fueron cuanto más necesitaba de ti. El día que te vi con el pelo suelto, y el día que te vi con el pelo recogido... –recuerdo ese día–. Verte así, con esa cara angelical, no pude soportar más el echo de que Raúl viviera contigo y te viera día con día. Me enfadaba sin razón, porque me repetía a mí mismo que no quería nada contigo. <<No debes estar cerca de ella>>, me repetía constantemente; pero me encantaba, ¿sí? Porque me haces sentir especial, me haces sentir digno de amor y sereno en cualquier cosa.

No puedo creer que esté escuchando todo esto. La última vez que confesó algo así fue el día en que me vió con Juan Carlos. Me sorprende y me extraña no tener las lagrimas que me pensaba que tendría, pero también me sorprende mucho que ahora mismo le esté sonriendo a corazón abierto por las bonitas palabras que entran en mi sistema. Dios, lo amo tanto.

–      Cuando estaba contigo, cuando te escuchaba reír, cuando te escuché cantar por primera vez en la fiesta..., me enamoré tan rápido y tan locamente que pensaba que había algo malo en mí. No pude evitarlo más y aplaudí sin pensar, aun sabiendo que mi hermana se enojaría. –Era él. Nick aplaudió en la fiesta–. Desde entonces quería escucharte a todas horas. Jamás había cocinado nada en mi vida, pero cuando te vi comer tan dichosa aquella pasta, fue cuando supe que tendría que aprender y aprender rápido para complacerte.

Alucino, Nick se interesó por mí mucho antes darme mi primer beso.

–      Eres una princesa y mereces ser tratada como una.

Esa es mi cita favorita de No sonrías que me enamoro. Siempre juré, y lo recuerdo muy bien porque también lo escribí a modo de promesa en el libro: Si alguna vez me llego a encontrar a alguien así: con un hombre que me trate como a una princesa, entonces me quedo con él. Voy a ser feliz a su lado, yo lo sé.

–      Siento haberme portado como un imbécil muchas veces, Miel. Siento tanto que te hayas enterado así. Te amo mucho, amor. Te quiero.

–      Y yo sólo te amo –le respondo antes de darle un beso. ¿A esto se refieren cuando a uno lo callan con un beso?

Debí haberlo echado, o debí haberle dicho que no, pero me ha dicho justo lo que quería oír. No puedo estar sin él, así como tampoco él puede estar sin mí. No sé qué va a pasar, pero estoy segura de que todo estará bien. Nick y yo vamos a estar bien. Él es todo de mí y yo soy todo lo que quiere.

Cuando llegamos al cuarto, me apresuro a ponerle el seguro a la puerta.

...

Nick me rodea con sus enormes brazos mientras mi frente queda justo en su pecho; me he quedado dormida entre sus brazos y él me tiene sujetada para asegurarse de que no me mueva de su lado.

Estoy lánguida, ya no tanto como hace rato, pero sigo sintiéndome un poco débil. Levanto la cabeza lo justo para verle el rostro a mi chico, tiene las mejillas sonrosadas y la comisura de los labios mucho más remarcada que hace unos minutos. Ya extrañaba verlo dormir, es como una especie de recompensa. Después de pasar a besarnos y de pasar a besarme y a acariciar mi sexo, me dejo gimiendo y con ganas de más, pero nos quedamos dormidos una vez que pase a devolverle el favor. No me controlo y le beso el ángulo externo del labio.

No se mueve.

Me aventuro a besarle un instante el labio inferior.

Hace ese gesto hermoso que me gusta de él; se humedece los labios y separa un poco más la boca, lo que me da acceso para besarle el labio superior y el labio inferior a la vez.

Se revuelve, pero no se despierta.

–      Te extrañé –musito.

–      Te extrañé –me dice con los ojos cerrados.

Estaba despierto. Todo este tiempo estuvo despierto.

Abre los ojos de par en par y me regala una de sus sonrisas... Sí, también extrañaba eso.

–      Te amo –musita.

–      Te amo.

Coloco mi pierna alrededor de su cintura para sentirlo más cerca; pasa a besarme las mejillas y la frente. Me toca los senos y los aprieta con cuidado –sabe cómo me gusta– le veo las pupilas dilatadas y mis manos pasan sobre su espalda en un intento por sentir su corazón palpitando con fuerza sobre mi pecho. Se encima en mí y me mira con deseo. Espero no estar poniendo una cara de desesperación por sentir sus labios sobre mi cuerpo.

Nick no tarda nada en hacerme un chupetón –del tamaño del mundo– en mi cuello. Tampoco pierde el tiempo en subirme la blusa roja hasta que mi sostén queda expuesto. No me pide permiso para besarme las tetas y tampoco para pasar sus dedos calientes por encima de mi sostén hasta que mis pezones le responden. Estoy gimiendo y suplicando por más cuando saca mi seno y chupa el pezon con fuerza hasta dejarme marcas y rastros de saliva.

Me mira, no para de mirarme en todo el rato que pasa toqueteándome por encima de las copas de mis senos. Necesito sentirlo. Necesito su tacto. Necesito su aroma en mi piel y su lengua en mi espalda como suele hacer para dejarme a punto.

–      No te detengas – le suplico mientras busco el dobladillo de su sudadera.

Aterriza en el suelo, al igual que mi blusa. Le paso el dedo índice pos sus cicatrices y me acuerdo de la primera vez que me dejo verlas; ese día estaba muy excitada por el peligro de ser descubiertos, pero sus caricias pronto me distrajeron y fueron abriéndose paso a la pasión.

En cuanto se quita los pantalones, me doy cuenta de que no tengo condones. Los tire con las botas porque pensé que nunca lo iba a volver a hacer. Qué bruta, ¿no?

<<Maldición.>>

–      No tengo más –trato de decirle mientras me desabrocha los vaqueros.

–      No importa.

–      Pero...

–      Confía en mí.

Lo que menos quiero a los veinte, es quedar embarazada, pero no deseo que pare. Nick me dijo que confíe en él, así que voy a hacerlo. He leído que es posible no quedar embarazada por muchas formas, sólo espero que sea cariñoso.

No le pongo pero alguno, mientras me baja las calzones y me quita el sostén. Quiero quitarle el bóxer; se lo bajo queda echo una bola con el resto de nuestras prendas. Debería sentirme aterrada por hacerlo sin protección, pero no me siento mal. Lo siento en mi interior sin condón que me diga que estoy segura, pero aun con eso... no me siento asustada.

–      Uff...

Me escucho a mí misma gemir, Nick también suspira por sentirme sin ningún molesto látex que le impida sentirme por entero. Cuando se mueve, se siente diferente, algo un poco más... no sé, un poco extraño, pero en el buen sentido. Trago saliva en cuanto siento que sus manos suben y bajan por mis piernas hasta llegar levantarme los glúteos. Gimo con fuerza al sentir ese punto exacto que me toco la primera vez en la tina.

–      ¿Estás? ¿Estás... bien? –pregunta a trompicones.

Asiento efusivamente con la cabeza.

Esto está bien, está mejor que bien. No me siento mal o preocupada, pero no quiero tener un bebe con él... todavía, así que cuando lo siento palpitar en mi interior trato de apartarlo, uno de los dos debe detenerse.

Nick se da cuenta de lo que intento, pero él no me deja y se apresura a cambiar de ritmo. Gimoteo al sentir esa presión cada vez más y más fuerte entre mis piernas y él se apresura a besarme en los labios en un intento por callarme.

Funciona.

–      Tranquila, tranquila princesa –me susurra a trompicones, mientras nuestros ojos se conectan al llegar al clímax.

Me toma de las manos y entrelaza los dedos con los suyos, mientras mi cuerpo sube y baja, sube y baja. Nick entra y sale, entra y sale de mí a un ritmo exquisito y digno de admirar.

–      Te amo –susurra–. Por favor, nunca vayas a olvidarlo.

No aguanto más, dejo que un par de lágrimas rueden por mis mejillas.

–      Te amo –consigo responderle.

Cuando Nick cierra los ojos, sé que esta a punto de acabar; pero eso dejo de importarme desde hace tiempo. Por mí que se le pase, por mí que lo haga, por mí puede seguir conmigo hasta el último segundo; tener un bebe juntos no sería tan malo. Ni siquiera sé lo que pienso en todos estos minutos de placer.

No me abandonaría, eso lo sé bien, porque muy en el fondo sé que él también lo desea. Ese es un buen plan, ¿saben? Cuando termine la universidad, nos podríamos casar y tener hijos; nunca me obsesiono la idea del matrimonio, pero con Nick la idea me sobrepasa, puedo ver un futuro brillante, incluso puedo imaginarme a nuestros hijos corriendo y construyendo castillos de arena –tal como yo solía hacer–

–      No olvides lo mucho que te amo –dice al besarme el lóbulo de la oreja.

No puedo seguir con los ojos abiertos, en verdad que esto es de lo más placentero para mi cuerpo; pero debemos terminar, en serio debemos parar.

Me besa por última vez la boca y eso me dice que es el adiós; se apresura a sacarla, pero no sin antes darme varias embestidas. Siento su orgasmo tibio en mi abdomen sudado, pero eso no me da asco, es más, termina por rematarme.

Me ha gustado, ha sido perfecto, incluso mejor que todas las veces que hemos hecho el amor.

Sigue mirándome con las pupilas dilatadas y las mejillas sonrosadas. Me pregunto si yo tengo la misma expresión.

Conozco esa cara, quiere meterse a bañar conmigo, eso es lo que siempre hacemos cada vez que nos entregamos.

No quiero bañarme, pero tengo su semen en mi vientre y necesito quitármelo.

–      ¿Quieres...? –le pregunto sin querer usar la palabra.

–      Por favor –me suplica.

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