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92. Tú nunca fuiste mi amigo

Ya me siento mejor. Todavía sigo molesta, aunque ya no mucho cómo la primera vez en la que descubrí todo el pasado de Nick. Los fuertes brazos de mi padre me resultaron tan afectuosos y necesarios de lo que pude haber imaginado. No digo que vaya a vivir con él, después de todo, porque aún me falta tener una relación a fuerte lazos que me ayude a sacar todo ese odio. Ahora mismo sé que perdonarlo es mejor opción que nada; una vez leí que cuando se perdonaba a alguien por completo, dejaba de importarte el pasado, dejaban de importarte muchas cosas referente a sus errores. Creo que tengo mucho más parecido con él ahora, que en muchos años perdidos sin aprender nada suyo.

Parece que todo finalmente me esta resultando bien, sólo hay algo que me hace falta, y es que no puedo dejar de pensar en Nick. Al prender el celular, me aparecen cientos de mensajes de su parte.

Sólo leo el último mensaje que me llegó desde hace una hora:

Por favor princesa, háblame. Quiero platicar contigo. Te necesito. Necesito escucharte. Necesito saber que no hemos terminado. Necesito verte. Necesito estar cerca de ti.

Te amo. Te amo mucho. Eso nunca ha sido mentira.

Ya no sé qué hacer con respecto a él; por un lado quiero lanzarme a sus brazos y decirle que no me importa lo que ha hecho y con quien lo hizo. Sé que está mal que piense así, pero lo quiero e incluso amo todos sus defectos.

"La mejor manera de amar a alguien es amarlo como la persona es, con sus defectos.

Sé que Nick no quiso mentirme, al menos no con la intención de lastimarme y de herirme. Sé que tiene problemas y de que necesita resolverlos. Sé que mi exnovio no quiere ser cruel a propósito y de que no es malo.

Lo peor es que lo extraño, extraño todo, incluso nuestras peleas, pero ya no puedo seguir pensando en él, al menos no de esa forma. Mi papá tiene mucha razón, siempre veo todo de blanco y negro.

En mi cama pienso más la situación: Por un lado tenemos mi deseo de no ser como mi madre o como las mujeres con mala suerte en el amor de parte de mi familia; pero, ahora bien, creo que no es mala suerte en si, simplemente es destino, o mal juicio para elegir a un buen hombre.

Recuerdo que cuando era una niña, mi tía Andrea me decía que tendría mucha suerte en encontrar a un chico que por lo menos me soportara en las mañanas. Mi madre me decía que tendría la más mínima suerte si encontrara a alguien que por lo menos quisiera hijos; todas me hablaban de migajas, mientras yo tenía a un pan entero en mi cama todas las noches, días y tardes sin darme cuenta.

Así son las cosas... No podemos ver nada hasta que no lo tenemos enfrente. No podemos ser capaces de distinguir nuestros sentimientos hasta que estos nos buscan en base a nuestras memorías. No podemos hacer nada salvo pensar.

Me quedo dormida en el sofá, rezando en silencio para que una señal o un milagro, me ayuden a tomar una decisión con respecto a Nick.

Recuerdo la primera vez que pise el pavimento de la terminal. Jamás pensé que una oportunidad podría convertirse en una extraña, pero al igual bienvenida. Todo mi plan de cinco años se me vino abajo, nada salió como yo pensaba y eso –por extraño que parezca– no me molesta.

Recuerdo a Raúl: no tenía que ser tan cruel conmigo cuando me expuso los secretos y las verdades de Nicolás Bonnet, eso sí no lo perdono.

Estoy sola, una vez más, pero eso ya no me importa tanto, al menos ya no le doy la mera atención como antes de que todo iniciara.

Voy directo a mi cuarto y me doy una buena ducha calientita que me relaja los músculos del cuerpo, y ahí me mantengo, atiborrándome de recuerdos en los que me veo tan feliz y tan dichosa.

Odio a Nick. Lo odio. Lo odio. Lo detesto.

Detesto amarlo. Detesto pensar en él a todas horas. Detesto extrañar sus besos en mi cuerpo. Detesto que me haya mirado en esa cafetería y que me haya mostrado su perfecta sonrisa. Detesto haberle hablado desde un principio. Detesto haberme enamorado de él.

Lo odio mucho.

No hago mi ritual para salir del baño, ni siquiera me pongo la crema en el cuerpo; me coloco mis pantalones de mezclilla y una blusa roja de manga larga –que mas bien parece suéter– y así salgo: con el pelo mojado y empapándome la espalda, y los pies húmedos y propensos a fallarme en cuanto abro la puerta del baño.

Me quedo parada un buen rato observando la cama en la que pasé la mayor parte del tiempo por culpa de Nick. Me acuerdo de sus caricias y sus besos, y también de la primera vez de ambos.

La mía porque era virgen y la de él porque nunca antes lo había hecho con alguien que realmente lo quisiera. Se entregó a mí a cuerpo entero.

Ya no puedo más.

Qué tonta soy, lo quiero a él y sólo a él. Lo amo. Cómo me encantaría no sentirme tan mal por nuestra ruptura. No voy a seguir pensando en él.

....

Voy a la sala, antes de que empiece a chillar otra vez. Lo extraño a morir y no quiero que lo nuestro se acabe, en serio que no quiero. Al momento de salir, me encuentro con una sorpresa desagradable.

–      Hola, Herme. –Esa sonrisa antipática es espantosa.

–      Hola, Raúl.

Sueno seca, ojalá que haya captado la indirecta y me deje en paz. Por desgracia, sé que no es así.

–      Parece que la niña malcriada finalmente volvió de su patético estado.

Paso por su lado para tomar la mochila de la escuela. Necesito ponerme al día con la escuela.

–      ¿No me digas que fue porque ya volviste con Nick?

Lo ignoro.

–      ¡Te estoy hablando!

Sigo ignorándolo. Raúl no vale la pena. Debo seguir el ejemplo de mi padre. Debo aprender de todo lo que he hecho y de todo lo que he vivido. Tengo una misión y no pienso perder el tiempo con este tumor con patas; prometí nunca insultar y golpear a nadie, pero cumplir esa promesa con Raúl es difícil.

–      Nico debe cogerte muy bien... como para que vuelvas a sus brazos.

Pero con eso, finalmente pierdo los estribos.

En cuanto me doy la vuelta para verle el rostro, le atisbo un buen puñetazo en la nariz que me provoca un enrojecimiento inmediato en los nudillos. Sus lentes de maestro caen al suelo y se terminan por romper cuando rebotan y la lentilla cae en mil pedazos.

–      ¡¿Qué te pasa?! –me ruge.

Pero yo sólo consigo darle otro puñetazo en respuesta..., ese sí que lo deja en el suelo.

–      ¡Meli!

–      ¡Cállate! ¡Cállate el hocico!

Le chillo con todas mis fuerzas.

–      ¡Mira, maldito ignorante! ¡Regresé de mí <<patético estado>> porque así lo quiero yo! ¡Y si voy a volver con Nick ése sería asunto mío!

Mi voz se ha salido de mi cuerpo y una fuerza externa me hizo suya; me he salido de mi cuerpo y me ha poseído la furia, eso es lo que ha pasado. Quizás fue porque ya me tenía hasta la coronilla desde el primer segundo en que empezó a contarme sobre los secretos de Nicolás; pero ahora mismo no me importa, porque sólo quiero que se calle y que me deje en paz.

Al final me he convertido en una pequeña parte de mi padre, cosa que no me desagrada.

–      ¡A partir de hoy! ¡Te mantienes bien alejado de mi vista! ¡De Nick y de mí! –agrego–: ¡No voy a permitir que me insulte un chiquillo que se la pasa disimulando su odio hacia mí!

Odio la hipocresía. Muy en el fondo admiro a Daniela, porque al menos ella... sí expreso a puerta abierta y sin ningún temor que le caía mal.

–      ¿Me vas a echar? –pregunta irónico.

–      ¡No, estúpido infeliz! ¡Pero sólo compartiremos un departamento! ¡Oíste! ¡Sólo compartiremos un departamento!... ¡No quiero nada que ver contigo!

Veo la cara de terror que pone –el que pudo ser mi amigo– y entonces me doy cuenta de que es la misma que mi madre le ponía a mi padre cada vez que empezaban los gritos y las golpizas.

–      Pensé que éramos amigos...

Me rio ante su patético intento por conmoverme.

Todos en mi vida creen que me pueden ver la cara de pendeja.

–      No –me apresuro responder con rigidez–. No. No. No. No, tú no eres mi amigo, Raúl. Tú nunca fuiste mi amigo. Tú eres sólo un muchacho maltratado e ignorado por todos que quería manipularme. Tú y yo no somos nada. Tú y yo nunca seremos nada. Tú y yo jamás vamos a vernos de la misma forma.

–      Pero...

–      No. No. No. –No me creía capaz de replicar con tanta fuerza–. Jamás vamos a ser amigos... ¡Nunca! –grito.

Raúl se queda en el piso frío de la sala y yo me voy pisando con fuerza el suelo de madera del departamento. Es mejor para él, que se mantenga bien lejos de mi vista. Cierro con fuerza la puerta del departamento. Ya en mi cuarto, relajo los nervios, respiro profundamente al cerrar los ojos y dejo que la ira vaya en disminución. Tengo los nudillos de un color morado y rojo que no me tienen muriendo por el dolor como yo creía. La adrenalina puede más.

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