9. El bastardo
Un Volkswagen (vocho), color naranja, es el auto de Raúl. Su madre se llevó la camioneta, y Sarah prefiere ir a su trabajo en Uber o utilizar el metro. Descubrí que Raúl trabaja en una carnicería los fines de semana, y, con el dinero que le dan, ayuda a pagar los gastos del departamento. El departamento no es barato, permítanme añadir.
Me da algo de pena vivir de a gratis con ellos. Tengo que conseguir un empleo como Raúl. Tal vez... pueda trabajar como bibliotecaria en mi nueva universidad.
En el transcurso me habla de temas universales. Me pregunta porqué escogí la Ciudad de México para rehacer mi vida, o, porqué prefiero a mi tía, en lugar de a mi madre. En esa tuve que mentir. Es más, tuve que mentir en todas y cada una de ellas. No conozco a Raúl del todo, y, una cosa que sé de las personas..., es que hay que andarse cuidado.
Mi padre dice que los muchachos buscan la debilidad de la mujer, para aprovecharse de ellas. Él hace lo mismo con mi madre, así que no voy a discutir ese consejo. Después de todo, no es tan mal padre, si de vez en cuando, me brinda una que otra advertencia para enfrentar al mundo.
Raúl se creyó todos mis engaños, por si les interesa saber.
—Hemos llegado, Meli.
El estacionamiento es amplio, y, lo suficientemente grande para un ejército. Incluso tienen varios lugares para discapacitados. Atisbo un elevador, cerca de un edificio rojo con una letra A. Me imagino que los demás tienen letras del abecedario con igual aspecto que éste. Es extraño, pero todo el lugar está impoluto. No hay hojas o rastros de pintura resquebrajada. Ni una caca de pájaro o paloma a la vista. Es escalofriante. Es como vivir en el vecindario de Them.
Tengo un mal presentimiento.
Raúl está emocionado de mostrarme el lugar, y yo, me encuentro un poco intimidada por los enormes edificios que están a mi vista. Investigué un poco, e, incluso vi las imágenes y el croquis del lugar; pero esto supera cualquier sistema escolarizado que conozco. Y no me refiero sólo al inmenso campus, también a las clases y profesores mexicanos egresados de universidades extranjeras, que imparten sus conocimientos aquí.
Aminora la velocidad, y nos estacionamos cerca de la entrada.
—Raúl, ¿qué haces?
—¿Hacer de qué?
Lo miro con una cara de: «¿Es en serio?» ¡Se ha puesto en el lugar de discapacitados! ¿Por qué? Yo estoy perfecta, Raúl está perfecto, ¿por qué razón se pone en el lugar de discapacitados? Sé que se encuentran cerca de la entrada, ¡pero no por eso debemos aprovecharnos!
—¿Me estás diciendo, que eres una de esas chicas, que tiene los valores muy bien arraigados?
Le dedico mi mejor cara al responder:
—No soy de ninguna fama, Raúl. Estoy objetando lo obvio: nos pueden poner una multa.
Se ríe por la nariz, mientras vuelve a poner el auto en marcha. Me gusta que me haya hecho caso. Ahora sí, estamos más lejos, pero en un lugar seguro para ambos. Fue cierto eso de la multa, no me quiero ni imaginar la cara de Carolina, si le decimos que nos han multado.
—Gracias... —respondo, burlona—. ¡Qué gentil eres!
—¿Vas a esperar a que te abra la puerta?
No respondo su ironía. Desabrocho mi cinturón de seguridad y salgo del auto. Raúl vuelve a reírse por la nariz, e imita mis movimientos. Ahora que Raúl y yo somos amigos, he descubierto que es un poco carismático, y sus chistes son algo divertidos. No me parece del tipo guapo, pero tampoco es feo. Es interesante.
Aspiro el aire fresco de este lugar. Estiro los brazos en un saludo al sol, y, al hacerlo, el corto overol de mezclilla sube dos centímetros, arriba de mis muslos. Veo mi imagen en el espejo retrovisor, y atisbo una nueva presencia en el estacionamiento. Un automóvil gris.
El sentimiento de afección de Raúl se desvanece, cuando su mirada conecta con el vehículo. Me extraña su cambio de humor, pero no digo nada. Raúl cierra la puerta del Volkswagen sin cuidado. Frunzo el ceño al darme cuenta de su aspecto: está nervioso, asustado, como si no tuviera el control de la situación. Aunque... me gustaría saber qué situación no puede controlar, me abstengo de soltar alguna pregunta.
Sigo su mirada, adonde apunta su visión, y... sólo veo a una familia en un auto. Entonces..., ¿qué le ocurre a Raúl?
—¿Qué pasa? —le pregunto, sin caer en los miedos de mi incertidumbre.
Escucho que la puerta del automóvil gris se cierra. Un hombre, una mujer, una chica de mi edad, y un chico que se parece bastante a ella, descienden del vehículo.
—¿Quiénes son? —insisto.
En lugar de responder: corre hacia mí, toma mi muñeca, y me conduce detrás del Volkswagen naranja, como si estuviera tratando de escondernos de... ¿ellos?
—¿Raúl? —lo llamo, pero no responde. Está patidifuso.
«¡Esperen!»
¿Por qué Raúl nos esconde de esa familia?
—Raúl, ¿quiénes son, y, por qué nos estamos escondiendo de ellos?
Me mira, y en sus ojos denoto no sólo temor, también aberración. Algo es seguro: detesta a esa familia.
—No nos estamos escondiendo —masculla en un rechinar de dientes.
—Entonces, ¿por qué tanto misterio? —pregunto con altanería.
—No hay misterio.
—¿Entonces? —vuelvo a insistir.
—Está bien —contesta con cansino, finalmente, harto de mi testarudez—. Te contaré... Son los Bonnet, la familia más prestigiosa que ha estudiado aquí. Son de la Élite. Conocen a todo el mundo. Algunos de sus parientes tienen conexión con el crimen organizado. Bueno..., eso es lo que algunos dicen. El señor Bonnet trabaja como Diseñador Industrial en una empresa de alto rango. Tiene un puesto en el consejo de esta universidad. Su esposa es la doctora Regina Marqués de la Cruz. Tiene una licenciatura en Derecho, y un doctorado en Ciencias Políticas. Además, también es la abogada particular del director.
«¡Vaya, son unos padres modelo!»
—Esos dos son sus hijos —los señala—. La rubia es Daniela, y el castaño es Daniel. Él inicia el primer semestre como tú, y la chica empieza su segundo año mañana.
—¿Son gemelos?
—Sí, pero ella tiene un coeficiente intelectual de ciento sesenta y cinco. Por eso está adelantada en esta universidad.
—Vaya... —«No me lo puedo creer», añado para mis adentros, mientras los escruto a ambos con la mirada—. ¿Sabes qué estudian?
—Escuché que el chico quiere estudiar Derecho, y su hermana estudia Economía, y sus otros hijos...
—Espera —lo interrumpo—. ¿Sus otros hijos?
Un Lamborghini Aventador rojo aparece, y se estaciona cerca del automóvil gris. ¿Y ahora qué...?
—Son ellos —dice Raúl; también se le ve un poco disgustado por su presencia.
—¿«Ellos»? —repito. No puedo evitarlo, ando muy metiche el día de hoy.
Antes de que Raúl pueda responder mi curioso interrogatorio, del lado del conductor desciende un muchacho de estatura alta; su pelo es castaño, como el de su hermano y la señora Regina; pero su porte es rudo e intimidante, como el de su padre.
—El conductor es Gabriel, y éste es el último año que cursará.
—¿Qué estudia?
—Es Contador, como tú.
La puerta del copiloto se abre. Veo una bota, después... una pierna larga y delgada cubierta por un pantalón negro ceñido a sus músculos. Mi corazón bombea y no se detiene. Mis ojos se impactan. Del Aventador Lamborghini desciende un chico alto y delgado, inclusive... un poco más que Gabriel o Daniel juntos. Viste unos jeans negros, y una sudadera espantosa del mismo color. Sus botas son mejores que las mías. Su pelo es largo, tiene que utilizar sus orejas para retener los mechones. Y su color es más vívido que el de Daniela, también da indicios de ser natural. Un color mantequilla sumamente atractivo. Su perfil es definido, varonil y rudo. Sus manos son grandes y fuertes; da la impresión de vencer a una bestia.
No me doy cuenta de lo que hago, hasta que caigo en la cuenta de lo que estoy haciendo. ¡Le estoy sonriendo involuntariamente a un extraño! Y..., ¡con los benditos latidos del corazón retumbando en mi pecho a mil!
Despabilo y aclaro la garganta.
—¿Y él? —carraspeo, tímida e intimidada. Por alguna razón, mi boca se ha quedado seca.
—El otro chico se llama Nicholas, y estudia Lengua y Literatura... Es el... Es el bastardo del señor Bonnet.
—¿«Bastardo»? —le pregunto, sorprendida.
—Alguien que nace fuera del matrimonio...
—Ya sé lo que significa —respondo con altanería—. Me sorprendí, eso es todo.
Mis ojos buscan y encuentran al chico de cabellos rubios. El chico que ahora tiene mi completo interés. El mismo muchacho que le sonríe a sus hermanos con ternura, y gusto de verlos a todos reunidos como familia.
«¿Bastardo?», me pregunto.
Veo su espalda, me parece un poco encogido e incómodo por estar cerca de su padre. La luz del sol golpea su pálida piel, y éste destello lo hace resplandecer por una centésima de segundo. Sé que suena a locura, o puede que se trate de alguna especie de locura temporal, pero les juro que su piel resplandece como la del puto vampiro Edward Cullen.
Hace calor. Mis mejillas se sonrojan con apuro. Debe ser el ahogo del mediodía. Me relamo los labios, pero estos se encuentran húmedos, y, la comisura de mi boca tiene un poco de baba.
«Pero..., ¿qué me pasa?»
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