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84. ¡Ella estaba sin sostén, y tú casi encuerado!

El maldito celular no ha parado de sonar en todo el trayecto, incluso el señor que venía conduciendo me preguntó si estaba bien.

     No estoy sola, hasta un extraño tiene más consideración humana conmigo, que Nick. Lo peor es que lo quiero, lo amo mucho y muy en el fondo sé que se arrepintió en el acto, por eso me ha estado llamando.

     En medio de todo el llanto guardado, me apresuro a apagar el celular. No quiero que siga con lo mismo, ni siquiera estoy segura del por qué me habla. Me acaba de decir todo lo que pensaba acerca de mí y yo básicamente termine con él.

     El taxi no me cobró tanto como la última vez; el abuelito amable vio mis ojos rojos y de seguro le dio pena por verme tan mal. Se portó muy bien, incluso me dijo que Dios me va a bendecir; con respecto a Dios, es mejor no meterlo, él no tiene la culpa de las decisiones que al final..., yo tome.

     Espero que no haya nadie en el departamento, no me apetece ver a Carolina o Sarah en este momento, así que mejor que nadie se meta en mi camino, porque la verdad..., tengo un aspecto que da miedo.

     Parece que mis súplicas no son oídas, porque al abrir..., me encuentro con una sorpresa desagradable: Raúl está sentando –reclinado– en el sofá café y Lucía está sobre de él.

–      ¡Oh por Dios! –exclamo por el estupor en la sala.

     Lucía tiene la espalda desnuda desde mi posición y Raúl está sólo con esos bóxers largos –que más bien parecen shorts–.

–      ¡Meli! –grita Raúl.

     Estoy más roja que un tomate, Raúl no tarda en unírseme, Lucía es la única que parece serena en todo el caos. La muy zorra ya debe estar acostumbrada; está mal llamarla así, pero eso es lo que es.

–      ¡¿Qué haces aquí?! ¡Creía que estarías fuera en todo el día!

     Se apresura a quitarse a Lucía de encima y a ponerse la ropa con los nervios a flor de piel. Mis cachetes alcanzan un color más escarlata cuando noto su erección. Lucía recoge su sostén rosa de encaje y se lo pone con toda la calma del mundo, sin miedo a que le vea los senos, mientras, yo sigo en mi asombro por encontrarlos a ambos en la sala.

     <<¿Qué Raúl nunca escuchó de las dichosas puertas cerradas?>>

     Yo siempre me apresuro a meter a Nick en la mía cuando estamos los dos solos, así podemos hacer todo el ruido del mundo, o al menos eso era antes de terminarlo.

–      ¡No deberías estar aquí!

–      Déjala, nene.

–      ¿<<Nene>>? –pregunto en voz alta. Ahora que lo pienso, es la primera palabra que digo desde mi sorpresa al entrar.

–      Así es, Raúl y yo somos novios –dice al acariciar su pelo corto.

–      Lucía, deja que platique con Meli a solas –le pide un poco más calmado.

–      Claro, te veo en la noche –le pica la punta de la nariz a modo juguetona y, a mí me dan arcadas, pero de rabia.

–      ¡No vas a ver a nadie en la noche! –le grito.

–      ¿Por qué me gritas?... ¿Qué tu novio no te hizo caso hoy?

     <<Maldita perra.>>

     Cómo se atreve a decir eso enfrente de Raúl, ella sabe perfectamente que no le he contado nada acerca de Nick; aunque, ya no viene al caso. Ellos se odian, aunque nunca he sabido el por qué en realidad.

–      ¿De qué novio habla? –pregunta Raúl.

–      De su novio... ¿No, Meli?

–      Ya no es mi novio –respondo.

–      En serio, entonces por qué viene para acá.

     <<¿Qué?>>

     Nick no viene para acá, y si fuera el caso... ¿Por qué lo sabría Lucía?

–      ¿De qué hablan ustedes dos? –el cuello de Raúl gira tantas veces, que me da miedo que reviente.

–      De nada, ya se termino.

–      No, no se ha acabado. No a menos que Gabriel reciba lo que quiera, al igual que Raúl.

     Tanto Raúl, como yo, ponemos la misma cara.

     Pongo una mueca de desagrado, cuando le da un beso largo con la boca abierta que revelan sus lenguas. No tiene pudor.

–      Te mando un mensaje –dice de lo más coqueta al salir del departamento.

     Le cierro la puerta en la cara tras despedirme con una sonrisa cínica y voy con Raúl.

–      ¡¿Qué carajos?!

–      No estábamos haciendo nada, sólo nos besábamos.

–      ¡Ella estaba sin sostén y tú casi encuerado!

–      ¡¿Por qué me gritas?! –me chilla.

–      ¡El que grita aquí eres tú! –le grito con más intensidad.

–      ¡¿Por qué estás enojada en primer lugar?!

     La verdad, no estoy muy segura, tengo el cabreo y el llanto atorado por culpa de Nick. Raúl es sólo una inocente víctima de mi ira, al igual que Lucía, porque a lo mejor aluciné y ella no me respondió con ese tono altanero y prejuicioso.

     Al final... decido gritarle lo único coherente:

–      ¡Porque tu madre, o tu madrastra pudieron ser las que entraron! ¡Ellas te dijeron específicamente que no salieras con Lucía! ¡Y aquí estás, con ella, cogiendo en el sofá en el que se sienta toda la familia!

     Su furia se disipa en cuanto termino de cantarle las cuarenta.

     Luego pasa a ponerme una cara presuntuosa que jamás le había visto esbozar.

–      ¿Estás celosa? –también le aparece una sonrisa ladina en los labios.

–      ¿Qué? –no sé que otra responder.

–      Admítelo Meli. ¿No te enfada que Lucía y yo estemos juntos? ¿Te molesta porque sigues siendo la chica virgen, mientras que Lucía es toda experiencias?

     <<Quiero... No, voy a golpearlo.>>

–      ¿Te molesta que una chica linda tome lo que tú quieres?

     No aguanto más.

     Me apresuro a ir con él y termino dandole un buen golpe de puño cerrado en su mejilla.

     Raúl se tambalea hasta llegar a sentarse en el sofá. Después de ponerse la mano sobre su cachete adolorido, me mira con sus cuatro ojos como platos, yo también estaría igual. Por poco le tumbo los lentes.

     No sé por qué mi enfado paso a tanto; como se atreve Raúl a insultarme y decirme esas cosas, esto sí que no se lo perdono.

     Me imagine golpeando a Nick, mientras Raúl recibía toda mi furia.

–      ¡¿Qué te pasa?! –me chilla al ponerse en pie.

–      ¡No voy a permitirte que me chilles! ¡Mucho menos que me insultes!

–      ¡No te estaba insultando!... ¡Estaba diciéndote lo obvio!

–      ¡¿Y qué es?! –pongo ambas manos en mis caderas a modo: no te metas conmigo.

–      ¡Que estás celosa porque tú sientes algo por mí!

     <<¿QUÉ?>>

–      ¡Es obvio!

–      Raúl... –ya no sé qué decirle.

–      Lucía es buena y la verdad es que hace bastante bien su tarea.

–      Raúl...

–      En verdad que tiene un cuerpo de revista.

–      Raúl...

–      No tiene tus curvas, ni tu pelo castaño rubio, pero en verdad que ella monta bastante bien.

–      ¡Raúl! –lo detengo.

–      ¡¿Qué?!

–      Raúl, yo no siento nada por ti. Te veo como a un hermano, y como a un compañero de clases, pero nada más.

–      ¿Qué? –está patidifuso–. ¿Por qué?

–      Porque me gustas como persona.

–      ¿Pero si te gusto?

–      Ese no es el punto –junto ambas manos para encontrar un equilibrio–, Raúl, yo no puedo corresponderte.

–      ¡¿Por qué?! –exclama impaciente.

–      Porque... –no quiero decirle que es por Nick–. Porque no eres precisamente tú, soy yo.

–      ¡No me vengas con eso! –no sé que decir. Cada cosa que digo parece enfadarlo aún más.

–      Raúl. –Me debato entre decirle o no a Raúl lo que tuve con Nick–. No puedo corresponderte.

–      ¿Hay alguien más?

     <<Sí.>>

–      No... –sin querer agrego–: Eso se acabo –cierro inmediatamente la boca. Veo el rostro enfurecido de Raúl, y mi subconsciente me recuerda la última vez que hizo cuando nos vió a mí y a Nick juntos.

–      ¿Quién es? ¿Quién fue? –me exige.

–      Nadie... ¿Por qué quieres saber quién fue? –pregunto. Debo mantener la boca cerrada.

–      Porque me doy una idea –replica con la vista puesta en mis ojos.

     ¿Raúl ya lo sabe?... No, estoy segura de que Raúl ya lo sabe. Estoy segura.

     La puerta del departamento es aporreada. Incluso a Raúl, le cambia la cara por tremendo estruendo.

–      ¡¿Qué demonios?! – exclamo a quien sea que esté detrás.

     Al momento de abrirla, me llevo una sorpresa. Nick está en el umbral de la puerta con una cara llena de terror y con el sudor en la frente. Sus ojos grises siguen estando del mismo color, como el primer día en que ambos intercambiamos miradas, en esa cafetería.

     De haber sabido que verlo, me iba a traer tantas consecuancias, mejor lo hubiera ignorado.

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