7. Estos sentimientos la aniquilan 🏳️🌈 +18
🏳️🌈 SARAH 🏳️🌈
⚠️ Contenido para adulto ⚠️
A mis protagonistas les gusta el sexo duro (+18) Y la sumisión.
🏳️🌈 Escenas LGBT 🏳️🌈
🧡 VIVA EL AMOR 🧡
* Un especial contado a través de los ojos de Sarah.
Ahora sí: Capítulo 7 👇🏻
Mi padre era un sol, un buen hombre, alguien a quien amaba más que a nada en el mundo. Él era mi príncipe azul en nuestros cuentos fantásticos. Yo era su princesita, su bebé piolín... Así es como él me decía, cuando aún vivía.
Lucius Aguilar murió, y una parte de mí, también lo hizo. Adoraba a mi padre con locura; yo quería ser como él, hacer lo que él hacía, escribir cada palabra que él pronunciara. Lo imitaba en todo, absolutamente en todo. Vestía pantalones y botas, porque él lo hacía. Escupía y era una pequeña altanera, porque a papá le gustaba escupir en el patio trasero, y decir palabrotas. Mientras las niñas de vestidos rosas y amarillos, aprendían a decir: «Te quiero», «Por favor», o, «Cárgame, ¿sí?». Yo, en cambio, memoricé palabras cómo: «¡Ahora!», «¡No quiero esto!», «¡Mierda!», «¡Cabrón!», «¡Imbécil!», entre otras groserías... que aprendí de papá durante sus jugadas de domino con sus amigos.
No sé lo que papá hubiera opinado, acerca de mi decisión de salir del clóset. Pero algo en mi interior, me dice que le hubiese gustado conocer la causa de mis sonrisas repentinas, y corazón acelerado. Creo que no le hubiera importado si es hombre o mujer. A mamá no le gustó del todo la noticia, cuando se lo confesé; pero... con el tiempo, se acostumbró a verme como la mujer que yo era, en lugar de la mujer que ella creía que sería en la vida.
El que me haya pedido tiempo o espacio, para lograr entenderlo, no fue algo que me molestó o indignó. Tuve que tener en cuenta que ella fue educada de una forma... en la que las mujeres son amas de casa o fieles esposas. No fue criada en un mundo en donde las mujeres son doctoras o deciden no tener hijos. Así que, enseñarle que puedo ser alguien totalmente diferente a lo que ella tenía planeado... fue una tarea de doble riesgo, pero que finalmente conseguí.
Ahora puedo presentarle a cualquier mujer con la que salga, o, a las que considero seriamente como mis novias; y, aunque vea que aún le cuesta un poco de trabajo verme tomada de la mano de una mujer, o, recibiendo un beso de ésta, sé que no piensa que soy una abominación o una mujerzuela. Yo sé que ella me ama. Ojalá un día pueda verme besar a mi novia, sin poner muecas, o, hacer comentarios sobre mi relación de unión sin hijos y matrimonio.
A Carolina le molesta la actitud de mi madre hacia nuestra relación; pero ya me he acostumbrado tanto a su agresivo carácter, como a las respuestas de mi madre sobre la mentalidad impaciente de mi novia. En realidad, las disputas durante las cenas familiares se han hecho costumbre en nuestras vidas.
Después de todo, ¿qué es un poco de drama o furia en nuestro día, para satisfacer el próximo capítulo de nuestra vida? Las personas necesitan emociones negativas. La pasión viene del odio, y el odio te hace resistente al dolor. Como el amor, pero el amor es soso y repetitivo en novelas rosas. Por eso me gusta leer novelas oscuras y monstruosas; el amor en esos personajes nunca se acaba, jamás se hartan de ellos mismos o sus sentimientos. A veces, la felicidad y las pequeñas cosas te vuelven aburrido y monótono. Necesitas de un demonio en tu hombro derecho para cometer algunas locuras... Y yo encontré a la mía, a mi diablura sexi, agresiva y fogosa.
Mi Carolina.
Mi bonita y caprichosa novia. La que siempre cela cualquier movimiento que haga con otra compañera de trabajo. La que deja que le haga el amor de una manera... que nunca termina mi interés sobre su precioso cuerpo de madre soltera y viuda.
Me quedo de pie en el umbral de la puerta, cruzada de brazos, apoyando la espalda en el marco de madera, contemplando en silencio la belleza de sus anchas caderas, las estrías ocasionadas por el embarazo y los años que consumieron su piel hasta que yo llegué a su vida. Eso es lo que más amo de ella: que no teme exponerse, que demuestra siempre una seguridad auténtica cuando habla o camina. Tiene confianza.
Es real.
Amo cuando me hace mini espectáculos durante sus cambios de ropa; aún más, cuando ella piensa que no le estoy prestando atención.
Se quita el pantalón de vestir profesional de mujer, y las calcetas. Adoro verla quitarse la ropa, lo hace de una manera tan sexi que es surreal.
Está en ropa interior, en un bonito conjunto negro sencillo, sin relleno de algodón. Ella no lo necesita. Tiene tetas grandes y un gordito trasero que me encanta chupar y masajear.
Me estoy encendiendo, y eso que sólo le estoy viendo las nalgas cubiertas por la tela de su calzón.
No lo soporto más.
Atravieso el umbral, y cierro la puerta tras de mí con fuerza. La suficiente para que entienda que sólo ella puede ponerme en este estado dominante y efusivo, dentro de la habitación. Carolina suelta un leve grito de sorpresa, se da la vuelta, me mira y, se atreve cubrir sus preciosas tetas con sus manos.
—¿Qué haces? —me pregunta en un susurro inocente, que termina de excitarme.
Todo pasa demasiado rápido.
Avanzo hacia su silueta temerosa, en medio de nuestro cuarto, quitándome los tacones y el chaleco, caminando descalza por el suelo frío de madera hasta que mis dedos tocan la alfombra.
Amo la cara que pone cuando me ve desnudarme. Estoy en ropa interior frente a ella. Uso un conjunto de lencería, rosa chicle, que le permito admirar poco a poco, antes de guiar mis dedos a los corchetes del sostén y liberar mis senos. Ella me mira, con una pequeña sonrisa manifestada en los labios, y, dejando que el sonroso en sus mejillas acapare lentamente sus maduras expresiones. Eso es lo que más amo de Carol: su resistencia ante cualquier situación que se le presente. Bueno, eso y... que me deja cogerla a mi antojo.
Me quito el resto de la lencería. Estoy desnuda delante de mi novia.
—No te muevas —le pido y ordeno. Ella asiente, nerviosa. Amo su inexperiencia. Yo soy su primera chica, su primer beso de una mujer, y primera vez con alguien de su mismo sexo.
Prácticamente es virgen. Amo a las vírgenes: son sumisas.
—No seas muy brusca, por favor —me pide, pero yo no le contesto.
—Ay, amor —digo, juguetona, y la empujo. Cae de espaldas en el colchón, y su cuerpecito chaparro y curvilíneo rebota en un movimiento sensual—. Sabes que siempre lo soy.
Su respiración cambia; ella sabe lo que le espera. Tiene miedo. Amo el miedo, su miedo.
Le quito los calzones con apuro; levanta las caderas para ayudarme. Arquea la espalda, para ayudarme a quitarle el sostén. Sus pechos están expuestos para mi deleite. No pierdo el tiempo y meto en mi boca uno de sus senos. Ya habrá tiempo para admiraciones. Sus pezones, erectos, marrones, hinchados como prueba de que amamantó a un ser humano, son exquisitos. Su espalda se arquea en respuesta, gozando y excitándose con mis lengüetazos. El placer se apodera de su cuerpo, cuando mi otra mano se apodera de su otra teta. Hago círculos con mi lengua sobre su areola, jugueteando con su pezón, mordisqueándolo levemente, hasta que consigo lo que quiero de su linda boquita.
—¡Sarah! —grita, al llegar al orgasmo, y derretirse en el colchón, conmigo encima de ella. Es muy fácil complacerla, cada roce es un estímulo para su pausa de diez años sin sexo.
Suelta esos jadeos que tanto me gustan cuando su cuerpo se relaja y me deja besar y juguetear un poco más con sus tetas. Son grandes y jugosas; justo como me gustan. Carol continúa con los ojos cerrados, mientras le reparto besos por todo su pecho. No hay prisa. Sé cuánto le gusta ser mimada.
Le doy un corto beso en los labios, y musito en su oído con calma y dulzura:
—No te desmayes, ¿sí?
Busco mi juguete favorito en el cajón de mi mesita de noche para usar con ella.
Carol advierte mis movimientos, y abre los ojos como puede, dada la tortura que sufrió hace unos minutos. Intenta detenerme, cuando me ve ponerme el cinturón, pero yo no permito que su negación de cabeza y súplicas en los ojos me desvíen de mis planes.
—No... —Apenas si puede hablar—. Amor...
—Shh... Calla, cariño. Tú sabes que sólo así puedo venirme.
Suspira, resignándose y preparándose para lo que le espera. Sé cuanto odia que le meta esta verga falsa por la vagina. Pero es la única manera. Es todo lo que necesito para hacerla mía. Me pongo el cinturón y sujeto mi pene, sin apartar la mirada de su hermoso rostro, y darle un sincero repaso a su cuerpo capa por capa desde esta posición. Es perfecta. La humedad entre mis piernas incrementa. Mi clítoris exige sus dedos o su lengua.
Me pongo en posición. Carol no se mueve, cubre o me mira cuando encuentro lo que busco y me hundo en su interior. Ambas soltamos diferentes clases de sonidos. Yo: de placer. Ella: de dolor.
Es indescriptible explicar cómo me siento, el modo en cómo me complementa, y lo que nos une por estar comprometidas en esta posición. Suspiro, envuelta en el placer, mientras Carol se sujeta a mis hombros con pánico y pujes controlados. Me encanta. Me fascina estar dentro de ella. La adoro. Quiero estar lo más cerca posible de mi novia. Carolina es lo mejor que me ha pasado en la vida.
Aún no me he movido, y puedo sentir como eso la irrita e incómoda, en diferentes partes de su cuerpo. Ella sabe que esto está mal, porque eso es lo que quiere hacerle creer su refinada y educada cabezota. Pero su cuerpo me dice otra cosa; me ama, y quiere esto, desea con locura la satisfacción de sentirme entre sus piernas, llenándola de una forma que su ginecólogo desaprobaría.
—S-Sarah... —me pide en un gemido interrumpido por su propio resuello. Casi puedo imaginar lo apretada que está, lo que sus pliegues deben estar sintiendo por tener mi pene dentro de ella. La sola idea de sentirla alrededor de mi miembro, naturalmente, como debería ser para un hombre, me vuelve loca.
Un cosquilleo en mi palpitante centro, y un nudo en el vientre, me impulsan a moverme. Quiero llegar al orgasmo con ella, que sienta cómo me mojo, y a mi caliente entrada alcanzar el máximo de su dicha. Carol siempre consigue aliviar la tensión sexual entre nosotras.
Me muevo, primero en círculos, y después a un ritmo normal. Me apoyo en ambas manos a los costados de su cabeza, como si estuviera haciendo lagartijas, entrando y saliendo de ella repetidamente. Entro y salgo, entro y salgo, cada segundo más deprisa, lastimando sus bonitas caderas. A ella no parece molestarle. Sé que le gusta duro y rápido.
Carol jadea y suelta un montón de obscenidades que desea que le haga, y que yo estoy honrada de cumplir. Grita mi nombre, y yo acelero. No importa la mueca de dolor que pone en medio del placer, cuando ambas estamos a punto, y yo continúo reforzando este acto salvaje que nos une con cada empuje hacia su caliente entrada.
Sus manos se aferran a mis caderas. Sus ojos se mantiene cerrados. Su cabeza está echada hacia atrás y apoyada en la almohada. El nudo en mi vientre amenaza con estallar. Juego con una de sus tetas y pellizco su pezón sin cuidado de lastimarla.
—¡AHHH! —suelta un grito cargado de dolor y placer, y sus ojos me miran atentos en medio del acto. Amo la expresión que pone cuando le hago eso. Me excita.
La suelto, y ella deja caer la cabeza en la almohada, volviendo a cerrar sus preciosos ojos, y dejarme terminar con ella. Sus piernas están por completo abiertas, ni siquiera me abraza con ellas. Sus manos se aferran a las sábanas, y de su boquita escapan gemidos y jadeos mientras la beso y estrujo su cabello. Entro y salgo de ella. Adentro y fuera. Entro y salgo. Entro y salgo sin piedad.
—Amor... —jadea en medio de tanta embestida, pidiéndome un descanso, que yo no estoy dispuesta a aceptar.
—Eso es, cariño —la animo con voz cortada y alterada. Estoy cerca de alcanzar el clímax—. Sabes cómo me gusta... Sabes lo qué siento por ti... Sabes qué somos.
Carol ahoga un grito, encorva sus hombros y espalda, abrazándome con desespero, mientras muerde uno de mis hombros, cerca del orgasmo. El dolor me ayuda a terminar. Entierra las uñas en mi espalda y me rasguña con placer, llevándonos a ambas a la gloria.
—No me dejes... No me dejes —me pide en mi oído, mientras le doy las últimas embestidas de la noche—. Por favor... —dice, una vez más, y termino. La presión en mi vientre se libera.
Agotada, me derrito encima de ella, y la abrazo mientras ambas intentamos recuperarnos. Carol acaricia tiernamente mi pelo, jugando con las ondas naturales de éste, y, enroscando un mechón en su dedo índice para entretenerse. Yo beso con cuidado su magullado pezón, y ella, aligera la carga de mi culpa, cuando sus suspiros de alivio infestan mi corazón.
—No me lastimaste —asegura en un susurro.
—Gritaste —le recuerdo; siento su preciosa sonrisa en mi pelo.
—Sabía que eso te haría ir más rápido.
Sonrío contra su piel. Esta mujer me conoce demasiado bien. Es encantadora y sexi. Siempre me dan ganas cuando la tengo cerca.
Levanto la vista de su teta, y miro a mi novia. Tiene una sonrisa embalsamada decorando sus labios, y la mirada somnolienta y feliz de una mujer recién cogida. Realmente es preciosa.
Es hora de dormir.
Salgo de ella, y el vacío se apodera de su cuerpo. Odio tener que hacerle eso, pero sé que nunca se ha referido a que me quede dentro de ella, cuando ruega que no la deje.
—Déjatelo puesto —dice, cuando amago con quitarme el cinturón. Le hago caso. Tiene razón, podemos despertar excitadas.
Nos cubro a ambas con la sábana, y el edredón matrimonial. La atraigo hacia mí, y su cabeza se apoya en mi pecho desnudo. Adoro la sensación que corre por nuestros cuerpos cuando terminamos de hacer el amor. Me hace sentir más cerca de ella, de tocar su corazón, de sanar lo que hay dentro.
—¿La consideras bonita? —me pregunta en un murmullo inocente, que esconde sus celos por Meli.
No respondo.
—Sé que sí —musita contra mi piel.
La abrazo aún más fuerte, e intento hacer que se duerma, con tarareos ligeros de canciones de Pedro Infante (su cantante favorito).
Ella no hace caso.
—Si me entero de que ustedes dos... Si ella intenta acercarse a ti o a Raúl... Sabes lo que le haré, ¿cierto?
—Sí —respondo; pero sin sentir miedo de su amenaza.
—Te amo —dice, correspondiendo finalmente mi abrazo.
—Te amo —digo; y hablo en serio.
Amo a Carolina, a Raúl, y a nuestra familia. Pero..., tampoco puedo evitar éste nuevo cariño que surge, por esa inocente criatura de pelo corto y overoles. Meli es una niña muy especial. Y sé que eso es algo que jamás podré compartir con mi novia, por miedo a sus obsesión terapéutica por mí, por mi cuerpo, por nuestra intimidad.
Estos sentimientos la aniquilan. Yo la aniquilo. Tarde o temprano, una cosa vencerá a la otra y, no sé si la liberación sea algo que nos termine de unir o nos separe definitivamente.
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