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51. Estamos expuestos

–      Hola –respondo una vez que apago el cel. Ni de broma dejo cabos sueltos.

–      ¿Qué haces aquí?

–      Aquí estudio.

–      Me refiero <<aquí>> en especifico.

     Se sienta a mi lado; hay más de una mesa libre pero él decide sentarse junto a mí. Mi subconsciente me recuerda sobre la charla que Nick me dió acerca de los sentimientos de Daniel. Amablemente también me recuerda sobre la charla pendiente que tengo con él; pero si el gorila de Raúl no hubiera empezado una pelea, ahora mismo todo estaría hablado.

–      El maestro no vendrá, ¿recuerdas?

–      Oh, sí. –Qué tonta soy, pude haber llegado dos horas después. Pude haber almorzado con Nick.

–      ... ¿Te gustaría venir a tomar un café con nosotros?

–      ¿Nosotros?

     De un momento a otro me acuerdo de su cobardía. Ayer me demostró que puede ser todo un cagueta a la hora de defender a quien se lo merece.

–      Sí. Gabriel y Lucía vendrán con nosotros. Daniela está con su grupo de estudio así que ella no aparecerá por allí.

–      No gracias.

     Concentro mi atención en Xavier Velasco Luna llena en las rocas.

–      ¿Estás enojada o algo así?

–      Por el momento: sí.

–      ¿Por qué?

–      Porque ayer te acobardaste y preferiste respaldar las mentiras de tu hermana antes que defender a tu medio hermano. Sin mencionar a Lucía y a Gabriel, y tú los llamas y dices: <<por aquí chicos.>> cuando antes me habías dicho que sólo íbamos a ser los dos.

     Pensar en Lucía hace que la bilis se me suba por la garganta; sé que no significó nada para Nick, aunque: ¿Y si significo para ella?

     No debo pensar en ello, Nick me dijo que no me preocupara y eso mismo voy hacer. Confío en Nick; una vez mi mamá dijo que nunca debería confiar en un hombre, pero él es diferente. ¿Cierto?

–      Tu no lo conoces como nosotros.

–      Puede que no, pero ahora sé con quien contar cuando de la verdad se trata.

–      Mi hermana puede ser muy...

–      ¿Persuasiva? Sí, ya me lo dijo Raúl.

–      Todo es culpa de Raúl.

–      Vaya, es lo más inteligente que has dicho en estos cinco minutos.

–      ¿Sabías que va hacer su servicio en la biblioteca?

–      No.

–      Te recomiendo que te alejes de Gabriel, Daniela y Lucía. Están como los tres chiflados por dar contigo.

–      Los tres chiflados, era un grupo de comedia. No hagas caso al nombre si no sabes el contenido. Ellos no son graciosos.

     Envalentonada, me levanto con todo y libro en manos. Daniel está orate si piensa que apelar a mi lado bueno lo va dejar fuera de mi ruleta rusa.  

     Iría a la biblioteca, pero el mismo Daniel me dijo que Raúl está allí; ahora mismo no quiero estar con nadie. Bueno, no quiero estar con nadie que no sea Nick, para qué voy a mentir.

     Estoy un poco arrepentida por el modo en que le hable a Daniel. Me hubiera gustado decirle mis razones; pero lo último que quiero es decirle a Daniel que me enteré de sus gritos por toda la fiesta acerca de sus sentimientos hacia mí, eso lo pondría peor de lo que ya está por mi culpa. Tampoco quiero decirle nada con respecto a su hermana. Luego está Gabriel y Lucía; personalmente ya me he metido bastante con todos sus hermanos y conocidos, así que mejor no sigo por la cuerda floja.

     Unos cuantos chicos y chicas me reconocen por el espectáculo del Sábado. Me hablan y dicen que tengo una voz muy bonita para cantar y un estilo muy particular para no ser de aquí. Ignoro los comentarios a mis botas y a mí overol rojo y me concentro en lo positivo. Una de ellas me regala una tarjeta del cabaret de su madre, dice que si algún día se me apetece podría irme a cantar. Le doy las gracias por la oferta y ella se apresura a abrazarme y a darme las gracias por el nombre de la canción.

     Cuando finalmente se va, guardo la tarjeta en mi mochila, no con la intención de usarla ni tampoco de ir, pero no pierdo nada con tenerla conmigo.

     Voy por el corredor a sentarme en el comedor; no tengo hambre, pero no sé de otro lugar a donde ir a perder mi tiempo. En el camino, recuerdo que Daniel me llamo: <<devorador de libros>>, sólo porque le confesé mis gustos. Nick no dijo nada cuando le dije lo que me gustaba, sólo se limitó a escucharme y a hablar en el momento justo cuando terminara. Debatimos sobre lo mejor y lo peor de nuestros autores y me platicó sobre su opinión de las historias que más me gustaban.

     Esa es una de las cosas que me gustan de Nick, siempre me hace sentir bien con mis propios pensamientos. Nadie me había hecho sentir única en mi propio cuerpo.

     Me llega un mensaje:

Qué preciosa se ve usted con esas botas puestas.

     Me detengo en el césped al leer el mensaje. Es Nick, por supuesto, pero en donde está escondido para hacerme cierto cumplido. Antes de poder decir o hacer algo, mi brazo es jalado hacia a una puerta abierta. Es un cobertizo.

     En la oscuridad me sientan en un archivero de metal; lo sé porque hace un sonido hueco cuando me colocan sobre él. No me da tiempo de articular palabra porque de inmediato se apresuran a besarme. Cierro los ojos por acto reflejo, mientras continua estampándome la boca de besos. Es extraño sentir la respiración agitada de alguien tan desesperado por mi boca y todavía más cuando yo también la tengo. Mis manos van a su pelo y aseguran tenerlo largo. Reconozco el sabor, así como también tengo en claro de quién se trata.

     Mis piernas abiertas tocan su entrepierna. Nick me busca debajo del suéter y yo hago lo mismo; por primera vez me deja tocarlo a mi antojo. Mis manos van por debajo de su camisa blanca y noto que su abdomen es plano. Quiero ir más arriba... o abajo, pero tampoco quiero que se sienta incómodo con mi tacto.

     Lo abrazo con las piernas, mientras sus manos llegan a mi pecho, noto que su entrepierna se le pone dura al sentir las copas de mi sostén.

–      Pensaba que no te ponías... –dice con la respiración entrecortada.

–      Aquella vez no pensé que fueras a ir tan lejos –contraataco con la misma agitación.

–      Mentirosa –me susurra en mi oído.

     Me rio un poco. Quito las manos de su abdomen y las paso a rodear su espalda, pero me entran nervios cuando se aparta. No sé qué cara tiene por la oscuridad; pero tampoco quiero saber, me siento con miedo por alguna razón.

–      ¿Por qué las apartas? –pregunta.

–      ¿Qué?

     Creo que se refiere a las manos. <<¡Alto!>> ¿Me está dando permiso para que lo toque? La idea me excita.

     Antes de que pueda moverlas de nuevo, Nick las toma y las pone debajo de su camisa. No hago nada, porque parece que él quiere hacerlo. Se deshace del nudo de su corbata, pero sin quitársela. Se abre la camisa, de abajo hacia arriba para que pueda ascender a mi antojo.

     Noto que el cuerpo le tiembla; para Nick no debe ser fácil darme acceso. Me pregunto si en realidad dejo que alguien lo hiciera, él me dijo que nunca había dejado que nadie lo tocara, así que no creo. Una parte de mí se alegra de que Lucía tampoco tuviera acceso.

     Mis manos atisban varias cicatrices distribuidas por todo su abdomen, algunas hasta de diez centímetros y otras de sólo tres. Su pecho sube y baja, mientras las poso en sus costillas. Quiero darle besos por todas sus heridas y hacer lo que sea para aliviar su dolor; en serio que lo voy a hacer olvidar su pasado.

     La vida para él no ha sido nada fácil. Cuando lo conocí pensé que era uno de esos chicos que tenían la vida resuelta; pero sus ojos siempre me dijeron lo contrario.

     Nick no me quita los ojos de encima mientras le paso los dedos por la espalda; detecto cuatro o más mientras las dibujo con la yema de mi dedo índice. Dejo que mi cabeza caiga en el hueco de su cuello, le doy un beso rápido y otro más cerca de su barbilla. Nick me desabrocha la hebilla del sostén por debajo de mi camisa y mi suéter. Mi respiración vuelve a ponerse anormal tras sentir que sus manos me masajean los senos a modo de vértigo; mis oídos retumban junto con los latidos de mi corazón. Me besa varias veces en el cuello mientras, continua pellizcando mis pezones, y yo sólo puedo gemir y cubrirme la boca con la palma de la mano para que mis gritos no se escuchen por todo el pasillo; la forma en la que me embiste me da una idea de lo que va a hacer una vez que lo deje penetrarme. Si no fuera tan miedosa, dejaría que me lo hiciera aquí y ahora.

     Sus manos se detienen cuando siento esa explosión en el vientre por enésima vez desde que lo conozco; tengo un sudor en mi cuello que me hace recordar el calor de mi ciudad. Me quita el suéter de tres botones, me abre la camisa y se deshace del sostén, lo justo, para que mis pechos queden expuestos.

     <<Oh... mi... Dios.>>

     La corriente de aire que entra por la puerta, me pone la piel de gallina. Nick me mira con ambas pupilas dilatas y con la boca húmeda y rosada; quiero cubrirme, aunque me encanta el modo en cómo se agarra su labio inferior al verme.      

     No sé lo que planea hacerme, pero está es la primera vez que le muestro las tetas; es más, está es la primera vez que alguien me mira los pechos. Mi respiración pasa al reposo por tremenda acción de su parte; no aguanta más, me besa una vez en los labios, en el mentón, el cuello, hasta llegar a la clavícula; baja la cabeza hasta un seno y me besa sin ningún pudor hasta dejarme marcas.

     Mis manos tiran de su pelo, mientras, mi cabeza trata de no recordarme que estamos en un espacio público y encima en el lugar en donde ambos estudiamos. En qué problema me puedo meter si algún día se enteran.

     Cierro los ojos con fuerza cuando Nick toma mi pezon entre sus dientes y tira de él con cuidado hasta que me tiene gimiendo a su antojo; estoy sudando y arqueando la espalda por colosal sensación. Me paso la lengua por los labios para humedecerlos, porque de la nada, se han quedado secos; mis piernas siguen abrazándolo hasta que no queda nada de espacio entre nosotros. Le doy un pequeño beso en el pelo sólo porque no sé que otra cosa más hacer por él; me ha dejado sin ideas en un minuto, por enésima vez desde que lo conozco.

     Me planteo a querer tocarlo por debajo del pantalón, pero la idea de quitar las manos de su cabello, me da un poco de miedo. Me pasa la almohadilla del pulgar por el otro pezón para que éste no se quede sin placer; la sensación que me provoca, me deja mordiéndome los labios para asegurarme de no gritar. Me aferro a sus bíceps, pero sólo consigo que gruña y me muerda con más intensidad.

     Me arde la espalda cuando mi grito resuena en las cuatro paredes. Me cubro con el dorso de la mano hasta que me duele por mi causa. Siento una presión en mi vientre por tantos movimientos hacia mi cuerpo; esas embestidas me ayudaron a producir un doble orgasmo.

     Cuando finalmente termina, me siento cansada y exaltada, feliz y viva, nunca creí que algo tan simple me resultara tan placentero. Mi cabeza reposa en la pared cuando me pasa la lengua por el resto de la clavícula y me deposita un sólo beso en el cuello y en la mejilla; sigo abrazándolo mientras mi respiración vuelve a la normalidad. Me doy cuenta de que nuestros pechos se tocan sin ninguna tela y eso me pone más feliz de lo que debería.

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