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41. ¿Dije algo ayer?

<<¿Qué... hace... aquí?>>

–      ¿Qué demonios Raúl? –es lo primero que pregunto–. Pensé que estabas en el hospital.

–      Me dieron el alta.

–      ¿Qué haces aquí?

–      Aquí vivo.

–      Me refiero a mi habitación. ¿Qué haces aquí?

–      Sólo vine a charlar –me aclara.

–      No tengo nada de qué hablar. Estoy en toalla y quiero privacidad, ¿hace cuánto que entraste?

–      Hace veinte minutos.

     Es el tiempo que tardo en bañarme. Estaba escuchándome cantar entonces... También debió de oír mi estrepitosa risa sin motivo. Bueno, para él debió ser sin motivo.

–      Bueno –digo algo más calmada–. Voy a cambiarme, así que vete.

–      Meli, no estés enfadada conmigo. No era mi intención ponerme hasta la coronilla en esa fiesta.

–      ¿No pudiste decir que no? –inquiero.

–      Tú no conoces a Daniela. Ella es muy persuasiva.

     ¿Persuasiva? Me pregunto si esa misma persuasión ocupo con Alejandro y sus amigos.

–      En verdad perdón.

–      Vale, te perdono.

–      Eso es una mentira.

–      Raúl vete –le espeto–. Me quiero cambiar y tú me haces perder el tiempo.

     Se acerca a mí con ambos brazos cruzados sobre el pecho. Me encojo al tenerlo tan cerca. Con la noche anterior tuve suficiente como para que él venga y me saque el tema en plena mañana. No conozco a Raúl lo suficiente como para saber si en verdad es de fiar; sé que no me lastimaría, es mi amigo a fin de cuentas.

–      ¿Dije algo ayer?

–      ¿Eh?

–      Algo como... No lo sé. Cosas.

–      No. Bueno, balbuceabas, pero no dijiste nada en concreto. –Trato de callar la vocecita curiosa que me obliga a preguntar por <<ella.>>

     <<No me dejes por él.>> Fue lo que dijo en su momento yonqui.

     ¿Quién será él? ¿Quién es Valeria?

–      ¿No dije nada?

–      No.

–      ¿Segura?

–      Sí, ahora vete. Me quiero cambiar.

     Esos lentes lo hacen ver intimidante, ¿cómo es que no me di cuenta antes?

–      Entonces te espero afuera. Quiero hablar contigo.

     Cuando sale de mi habitación, me apresuro a ponerle seguro a la puerta. Al alejarme suelto un enorme suspiro de miedo que no sabía tener. Me dio terror que me fuera hacer algo, lo que suena a locura porque se ve que es súper agradable a la vista; pero aun así tengo que andarme con cuidado. Raúl es mayor que yo.

–      Nick también –dice Estela.

–      Sí, pero no sé qué es..., por qué con él tengo más confianza.

–      Porque lo quieres.

–      No lo quiero.

     Hoy trae unos shorts naranjas estilo Chihiro. Se ve tan linda. Yo tenía unos así de pijamas. ¿Quién sabe que pasó con ellos? Ah, sí... Mi padre me los tiro a la basura por estar demasiado cortos.

–      ¿Segura que no lo quieres? –pregunta a modo juguetón.

–      Me gusta.

–      ¿No es lo mismo que querer a alguien?

–      No.

     Me deshago de la toalla y me pongo mi blusa de tirantes color lila y unos calzones negros con encaje. Tengo de todo tipo de ropa interior; pero tengo que ocupar más encaje si es que lo mío con Nick va a seguir. No voy a llevar brasier porque llevo un suéter súper acolchonado color azul cielo. Me visto con un pantalón de mezclilla y me pongo las botas de cinta adhesiva.

     Estela se ha ido. Mejor así. No la quiero entreteniéndome. Siempre aparece cuando me siento mal.

     Me pregunto si Raúl sigue afuera. No quiero tener problemas con él y tampoco con su madre. Mejor hago las paces y no vuelvo a decir nada respecto a Nick o a su familia. Hablando de Nick, llegará dentro de poco, así que mejor dejo de angustiarme y empiezo a terminar de arreglarme. Me pongo mi brillo de vainilla en los labios y perfume de Ginebra en el cuello. Me encanta como huele. Decido dejar suelto mi pelo; pero por si acaso, me llevo mi liga morada en la muñeca izquierda.

     Me inspecciono en el espejo un par de veces, y al final me cambio el suéter azul, por uno rojo; la blusa lila por una color caqui, y los pantalones por unos Leggins. Me cambio más veces de las que cuento.

     Me decido por una blusa de tirantes color vino y unos pantalones de mezclilla oscuros. No traigo el brasier. Mi suéter holgado le combina al conjunto. Mi pelo sigue suelto y cambio la liga de mi muñeca por una roja.

     Al salir me encuentro con un aroma de salchichas y huevos en la cocina. Carolina trae puesto el mismo mandil de hace unos días, y Sarah está charlando en el sofá con Raúl. Me da gusto que ellas estén aquí, en cierto punto; en primera: así sabía que no estaba completamente sola con Raúl; en segunda: porque así sé que Raúl no podrá decirme a saber Dios que sobre lo qué pasó ayer en la fiesta; en tercera: tengo que salir e inventarme una excusa al mismo tiempo.

     Lo tengo.

–      Buenos días. –No voy a un tono tan alegre para que no sospechen.

–      Buen día –me saluda Sarah.

–      Buenos días –me responde Carolina.

–      Hola –se limita a decir Raúl.

Hasta ahora todo va bien.

–      ¿Vas a salir? –pregunta Carol.

–      Voy con mi grupo de estudio. Tengo examen el Lunes.

–      Bien.

–      Cuídate. 

–      ¿Así de arreglada? –pregunta Raúl. 

–      Lo que mi maleducado hijo trata de decir... –interfiere Sarah–: Es que luces hermosa.

     Raúl me mira de una manera extraña, y yo hago hasta lo imposible por mantener una actitud controlada.

–      ¿Qué grupo de estudio? –pregunta Carolina. Parece que ella y su hijo se han puesto de acuerdo en agobiarme.

–      Un grupo de la universidad. Son buenos en matemáticas, así que me ayudan de vez en cuando en la escuela.

     Me siento orgullosa de mantener la compostura en una situación tan estresante. Me resulta todo en un interrogatorio; pero creo que Carol se lo traga. Como Sarah es una mujer discreta, no tengo que convencerla de nada. Raúl me mira de manera intuitiva mientras paso por su lado.

–      Bueno –responde finalmente Carol–. Estudia duro.

–      Lo haré, gracias.

–      ¿Por qué no te llevo? 

Todos mis sentidos empiezan a fallar y por un minuto creo perder la compostura.

–      No, eso no es necesario –le aseguro.

–      ¿Por qué? –vuelve a preguntar.

–      Deja de interrogarla –me ayuda Sarah–, si dice que no es necesario, pues no es necesario.

Le agradezco mentalmente mientras recupero mis sentidos.

–      Será mejor que me vaya.

–      Nosotros estaremos fuera hasta las seis.

–      Probablemente llegue antes –digo.

–      Sí, pero estaremos aquí a las seis de la tarde.

–      Okey.

     Salgo por la puerta con mis llaves en mano. Sarah trato de ser discreta para decirme a qué hora me quiere exactamente. Me recuerdo a mí misma que tengo que agradecerle una vez que estemos a solas.

     Bajo las escaleras hasta llegar a la puerta del estacionamiento. En mi pequeño interrogatorio me llegaron dos mensajes:

Princesa, espero que ya casi estes.

Descuida, que primero vamos a desayunar juntos.

     Después me llega un mensaje nuevo:

Qué adorable estás con ese suéter.

     Busco con la mirada a Nick por el estacionamiento. Si me llegó este mensaje ahora, debe ser porque me está viendo, ¿No? Lo encuentro. Me saluda con dos vasos en las manos desde la puerta de su auto. Está radiante.

...

—Creo que tendría que decidirme por... El lonje moco.

Nick se ríe moderadamente para no herir mis sentimientos. Mis piernas reposan en su regazo; el sofá de su casa es tremendamente cómodo. No me había dado cuenta antes; por suerte los rastros de la fiesta estaban casi recogidos, así que no me preocupe mucho por ayudarle a recogerlo. Sus hermanos salieron, Nadia salió a hacer la compra, así que tenemos la casa para nosotros.

– ¿Qué? –le pregunto en broma. Debo admitir, que decir en voz alta a quién admiro más, es un poco chistoso.

– ¿Por qué? –pregunta todavía en risas.

– Porque es gracioso, listo, vive debajo de la ciudad y su mejor amiga es una gárgola –le contesto con mi entera confianza–. Ah, y no le tiene miedo a las ratas.

– ¿Te dan miedo las ratas? –me pregunta algo más serio.

– No es miedo en sí, es más como una fobia.

– Musofobia –me explica.

– Me da... –empiezo a decir; pero de la nada me agarran unos escalofríos, como ya suele ser costumbre–. Me da un no sé qué.

– ¿De dónde proviene?

– Cuando era niña le ayudaba a mi madre con los quehaceres de la casa. Siempre dejábamos el patio trasero al final y ese día se nos hizo de noche. Mi mamá me dijo que empezara por recoger las hojas que estaban esparcidas y, al final me encontré con algo desagradable...

– Una rata –termina por mí.

– El medio cuerpo de una rata.

– ¿Medio?

– Le faltaba la cabeza.

Me concentro en terminar el último sorbo de mi chocolate caliente. Nick se acordó de mi odio a la cafeína, así que me pidió chocolate para mí y café negro para él.

– ¿En dónde compraste éste chocolate? –pregunto con efusividad–. Está delicioso.

– Yo lo hice.

– ¿En serio?

– Miel, sé cocinar.

– Que bueno, porque yo ni se prender la estufa. –Me sonríe con todo y colmillo–. Además de que esto no me va a llenar hasta las doce.

– ¿Todavía tienes hambre?

– Un poco. –No estoy muy segura. Tengo un cosquilleo en el vientre que no ha parado desde que Nick está conmigo.

Me levanta las piernas y me las pone en el suelo. Nick se levanta y se estira la sudadera que trae puesta; otra vez me está mirando con esos ojos grises que tanto me gustan.

– ¿Qué quiere desayunar mi princesa?

– El clásico desayuno norteamericano –le respondo con la voz más inocente que soy capaz de adoptar.

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