34. Valeria..., no te vayas
Carolina vuelve a llamarme cuando intento regresarle llamada.
—¡Hermelinda! —chilla en mi oído y destroza mi tímpano—. ¡¿En dónde están?! ¡¿Por qué no me contestas?! ¡¿En dónde está mi hijo?!
Carolina me maldice; segundos después se detiene, y escucho que gimotea con alguien por recuperar el celular, mientras la voz dulce y antirencorosa de Sarah llega a mis oídos.
—Meli, soy Sarah. Carolina ya no te seguirá gritando —me asegura, seria; es obvio que a ella también le molesta la actitud que Carol tiene hacia mí.
—Sarah... —musito su nombre en un respiro aliviado.
—Tranquila, cariño. Ya pasó. Vamos en camino. Respira.
—Apresúrate.
Me alegra saber que, una de las dos, sepa mantener la cabeza fría en una situación como ésta. Bien dicen que el corazón responde al opuesto del tuyo, y definitivamente, Carolina y Sarah son sal y dulce en postres, jamás conocí a dos mujeres con las personalidades más contradictorias y dispuestas a seguir juntas. Me recuerdan a esa estatua del beso eterno que vi una vez en una imagen de un libro de Arte que encontré de pura chiripa en la biblioteca pública de mi municipio.
Se corta la llamada, cuando quiero preguntarle a cuanto están de llegar aquí.
—Genial —maldigo para mis adentros.
Raúl gimotea palabras sin sentido, se mueve y busca con los brazos extendidos a... Bueno, ¡Dios sabrá qué!
—¿Raúl? —Miedo me da que no se despierte nunca—. Raúl, soy Meli. Todo va a estar bien. Te juro que todo va a estar bien.
Me acerco a su cama y, sólo porque no sé qué otra cosa hacer por él, le hago piojito con el mimo que desearía un verdadero novio en su cuero cabelludo.
«Guau, soy buena en esto».
—Vale... Valeria —gimotea.
En segundos analizo y reconozco el nombre que abandona sus labios. Valeria, ¿otra vez? ¿Raúl la conoce? ¿Por qué la conoce?
¿Qué fue lo que dijo Daniela?
«No hay problema, eh. Quizá así logre olvidar a Valeria».
Y lo que dijo Lucía...
«No, no, y no. Ese nombre no se menciona en esta casa, y tampoco el de Valeria Flores».
Todos hablan a su estilo de ella, pero aun así, noto que todos a mi alrededor palidecen e intentan dejar en el olvido su nombre, omitir detalles que podrían decirme más de esa chica y revelar el misterio que ella misma se ha creado. Es un tema delicado de tratar, de eso no me cabe duda, pero sigo sin entender por qué ese nombre, «Valeria Flores», está prohibido mencionar en esta casa.
—Valeria..., no te vayas. Te extraño —confiesa con ambos ojos cerrados—. No te vayas... No me dejes por él —gimotea antes de volver a caer inconsciente.
«¿Qué? ¿A qué se refiere con él? ¿Quién es él?».
—Otra vez tú —dice una voz masculina a mis espaldas.
Giro sobre mis talones, y veo al extraño visitante que acaba de entrar en la habitación.
—¿Tú? —digo sin poder creerlo, inspeccionando de arriba abajo al tipo, y, comprobando con mis ojos que es uno de los imbéciles que me estuvo molestando hace una hora.
—Oye —sube ambas manos en señal de rendición; con la golpiza que le dio Nick le basta—, no sabíamos que tenías novio. Mis amigos no son esa clase de chicos, ¿ajá? Sólo te queríamos molestar un rato, pero en realidad no queríamos hacerte nada, ¿ajá?
El color de su camiseta combina con el de su corte militar: rosa. Trae puestos unos lentes locos de fiesta, pantalones cortos y amarillos, y tenis blancos. Frunzo el ceño, al reparar en los detalles de los que no me preocupé en observar, cuando estuvo a centímetros de mí hace una hora. No se ve atemorizante como sus amigos, debe ser su apariencia bizarra y poco usual. Además..., su manera de expresarse es como la de uno de mis personajes favoritos: Violetta, la de Diablo Guardián. Por los «¿Ajá?» en su habla.
—Sólo busco un baño —prosigue, aún con las manos arriba.
—Es esa puerta —la señalo.
—Gracias.
El chorro de su pipí que se escucha detrás de la puerta, me resulta mega incómodo. Amortiguo el bochorno, sacándole plática en donde no hay necesidad de decir nada, pero como soy así de torpe y curiosa, comento sin parar.
—Creí que tú y tus amigos se habían ido.
—¿Ah?, sí. Pero recibimos un mensaje de una amiga, por eso regresamos a ver el final de la película.
Escucho el agua del escusado irse.
—¿Te gustan las románticas? —pregunto.
Se ríe y me responde que no. La llave del grifo se abre; me imagino que está lavándose las manos. Bueno, por lo menos, higiénico sí es.
—Uno hace lo que sea necesario para caerle bien a la gente, ¿ajá? —dice.
¡Ja! ¡Qué bonito! O sea: la gente es idiota cuando quiere popularidad. ¿Es esa una especie de disculpa? Si es así, la acepto. No soy rencorosa.
—Entonces... —pienso antes de formular mi pregunta—: ¿Tú le quieres caer bien a Alejandro?
Demora en responder. Sale del baño, secándose las manos, y con una respuesta para mí.
—Más o menos —me sonríe. Bueno, un intento de sonrisa que no llega a sus ojos—. ¿Quién es el volado?
—¿Ah? —Ambos miramos a mi amigo, y yo aclaro su curiosidad—. Raúl —respondo.
—¿Y tu novio? —pregunta, refiriéndose a Nick.
—A) Él no es mi novio, y B) No es de tu incumbencia.
—Lo siento —dice, y se quita los lentes. Sus ojos son verdes, bonitos y brillantes. ¡Y tiene pecas!
Pero no me dejo impresionar, y conservo mi frialdad.
—¿Por lo de ahora, o, por lo que planeabas hacerme?
—Ya te dije que sólo queríamos molestarte, no planeábamos hacer nada como lo que tú piensas.
Me cruzo de brazos, entre creer o no en su supuesta sinceridad, no termino de entenderme ni yo. No merece la pena discutir con él, ahora tengo asuntos más importantes que atender que pelearme con este chico de pelo rosa.
—Debería darte gusto saber que casi me dejan la nariz rota.
—Un poco.
—A Marcos le fue peor, tiene un corte muy feo en su ceja —se ríe al recordar algo—. La cara que Ulises puso cuando lo insultaste por su baja estatura no tuvo precio —vuelve a reírse, pero con más ganas.
Su risa es contagiosa.
—Sí, bueno... —No puedo terminar la frase.
Admito que, recordarlo es gracioso, incluso un poco divertido, si dejamos de lado el susto que me llevé por culpa de sus amigos.
—¿Cuál es tu nombre? —le pregunto.
—Skillet.
—Tu nombre de nacimiento, por favor.
—Juan Carlos, alías Skillet.
—El nombre Skillet es por la banda, ¿verdad?
—Ajá. Es el mejor grupo del mundo.
—No te creo.
—¿Nunca los has escuchado?
—No —admito con sinceridad.
La canción «Monster» de la banda que tanto le gusta a Juan Carlos, está retumbando y haciendo añicos mi cabeza. La canción es buena, un poco intensa, pero buena. Pero prefiero a mis artistas pasivos y melodiosos, que a los rockeros o tatuados con guitarras.
—Eso fue genial —digo, cuando acaba la canción.
—No te burles de mis gustos —dice en broma.
—No me burlo. Fue genial, realmente.
Medio me cree.
—¿A ti qué clase de música te gusta?
Sonrío como una boba cuando pienso y digo en voz alta con orgullo:
—Kodaline, Flora Cash y Sleeping At Last.
—Cursi.
—¿Ah, sí? —lo reto en broma—. Pues ese peinado que tienes me da la impresión equivocada de cursilería, amigo mío —intento despeinarlo, pero es imposible con el poco pelo que tiene.
Su risa me gusta. No tiene el colmillo fiero de Nick, o sus ojos grises impactantes que me dejan con la baba colgando del mentón, pero tampoco puedo ser una grosera y pasarme todo el tiempo comparándolo con el rubio que me robó mi primer beso..., entre otras cosas, no sería correcto. Además, no creo que Juan Carlos gane ningún round imaginario, por mucho esfuerzo que esté haciendo en compensar lo que casi ocurre con sus tarados amigos.
—¿Qué hace una chica como tú... en una fiesta como ésta?
—Mi amigo se embriago y yo vine en su rescate.
—¿No es tu novio?
—No, yo no tengo novio.
Yo nunca he tenido novio, esa es la verdad. Hace poco acabo de dar mi primer y último beso. Hace poco acabo de dejar que un chico rubio y maleducado me toque por primera y última vez.
—Qué pecado.
Sonrío débilmente al escucharlo. A su manera, me acaba de soltar un halago bien bonito.
—Mejor cuéntame, ¿por qué tienes el pelo pintado de rosa?
—Mi hermana es estilista, y le gusta practicar conmigo.
—¿Cuántos años tiene?
—Veinte.
—¿Trabaja y estudia?
—No, la universidad no es para ella. Mis padres pegaron el grito en el cielo, pero al final apoyaron su decisión.
—¿Vas a la misma universidad que todos nosotros?
—No. La universidad tampoco es para mí. Intenté ir, casi terminé mi primera semana, pero no quise seguir.
—¿Por qué?
—No lo entenderías.
—Trata. No me burlaré de ti. —Sin importar cuáles sean sus razones, jamás me reiría de él.
Agacha la cabeza y estruja sus dedos. Se nota que le cuesta trabajo platicar y confiar sus secretos, aunque sea a una chica que tal vez no vuelva a ver.
—Yo... escribo. Antes de saber que me habían aceptado en la universidad, comencé a escribir y, juro que sin pensar en fama, una idea que nunca paró de taladrarme la cabeza hasta que le di forma con palabras en un pedazo de papel que después se convirtió en una hoja, y dos y tres y cuatro y cinco.
—Ajá —asiento, verdaderamente interesada en saber más sobre su vida.
—El primer día de universidad, seguí escribiendo, pero entonces me dejaron tareas que no pude negar, y ya no pude continuar con las ideas que tenía en mente, y... cuando traté de ponerlas en orden, no pasó nada. La idea que tenía se había esfumado. El segundo día también me pasó lo mismo, y el tercero y el cuarto fue el mismo resultado. Un día llegué a casa, llorando igual que un bebé, por no poder escribir nada en casi toda la semana. —Hace una pausa, como si estuviera recordando ese momento de decisión—. Fue allí en donde... lo supe.
—¿Lo supiste?
—Cuando me quedé viendo mis cuadernos, mis tareas y útiles escolares, fue en donde me di cuenta de que tenía que elegir. Estaba perdiendo mi espíritu. No hacer lo que me apasiona, fingir ser alguien que no soy, me... me estaba destrozando.
—¿Y?
—Obvio: elegí lo que me apasiona.
«Elegí lo que me apasiona», sus palabras hacen eco en mi corazón.
—¿Qué estudias? —me pregunta.
—Contabilidad.
—¿Te apasiona?
—Sí. —Eso creo.
La tos áspera de Raúl nos interrumpe. Escupe una mezcla viscosa de saliva y flema, y mis ojos se llenan de lágrimas. El asco quiere apoderarse de mí, pero me trago mis náuseas.
—¿Qué quieres hacer con él? —me pregunta Juan Carlos, refiriéndose a Raúl.
Mentalmente le agradezco a mi nuevo amigo por haberme distraído del teatro que dejó Raúl sobre la alfombra.
—Sus madres van a llegar dentro de unos minutos.
Debería tratar de levantarlo, a lo mejor ahora sí se despierta. Raúl es demasiado pesado como para que yo lo cargue; o lo tiro al suelo, o él me aplasta en el intento.
—¿Te ayudo a llevarlo afuera? —ofrece su ayuda.
—Bueno... —Estoy a nada de rechazar su oferta, pero, ¿por qué debería? Él podrá con el peso de mi amigo—. Gracias.
Lo echa sobre su hombro, sin mostrar ningún tipo de esfuerzo en sus facciones, y ambos nos dirigimos a la puerta. Lo barro con los ojos mientras pienso que es un presumido en toda su salsa. Me mira con una ceja encarnada, como si estuviera diciéndome «Soy más fuerte que tú», y yo no puedo evitar reírme de nuestra complicidad telepática. Es el chico más cool de esta fiesta.
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