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24. Estoy acostumbrado a que me traten como basura

No puedo abandonar la sonrisa de oreja a oreja que me ha sentado de maravilla por su causa. Nunca creí que podría tener calambres en la boca por hacer una tarea tan sencilla como sonreír.

Nos alejamos de ahí. De ellos; los familiares que no entienden la alegría de una charla casual entre dos amantes de la ficción; de los enloquecidos que entienden el valor de intercambiar frases memorables de diferentes autores y libros; de los personajes —a primera vista— opuestos por fuera, pero increíblemente iguales por dentro. Casi almas gemelas.

No puedo parar de sonreírle y mirarlo como Olivia hubiera hecho con Popeye en la vida real, porque así de enamorada se veía la larguirucha por el comedor de espinacas.

Llegamos a su automóvil rojo. Es accesible y bonito. No se parece al elegante gris de Gabriel, o a la camioneta bien padriuris de la familia Bonnet. El auto de Nick lo describe tal y como es: seguro y sencillo.

Me muero por estar con él. Que él me permita volver a entrar en su juego de intercambio de toques debajo de la mesa y divertirnos. Que él me explore y vuelva a hacer eso con mi pantorrilla que tanto calor me provocó en mi zona íntima. Que volvamos a ser los silenciosos amantes que sólo se observan y sonríen como unos novatos en el amor. Una parte de mí suprime esa posibilidad porque suena a locura, porque no lo conozco lo suficiente y no debería confiar en él; pero la otra parte de mí que desborda sensibilidad y se acerca a mis pies como las olas en calma de Salina Cruz, prevalece y se rehúsa a salir corriendo a su zona de confort porque sabe que no sería feliz aislada de los imprevistos de los hombres. O te odian, o te aman. O nos queremos, o nos vamos a querer. O decides tú, o decide la vida por ti.

Yo quiero esto. Quiero estar con Nick y subirme a su auto. Quiero que me lleve en su Toyota Prius y nos escapemos pisando con fuerza el acelerador, arrancar sin remordimientos, correr sin mirar atrás, escaparnos de todo lo que creemos correcto e inventar nuestro mundo libre de prejuicios o menosprecios por ser quienes somos.

Me monto en su auto y cierro la puerta. Él también. Ambos nos miramos en silencio y nos protegemos del exterior que amenaza nuestros encuentros inexorables. Mantenemos a salvo esos recuerdos que hemos creado y nos sonreímos suavemente.

Entonces... su mano se aventura delicadamente a mi rostro. Es valiente. Viaja hacia donde mis dos espesas cejas se juntan. La yema de su pulgar se desliza suavemente por mi entrecejo y yo cierro los ojos en respuesta, sintiendo esa emoción bailar en mis tripas, esa de la que tanto he leído en diferentes páginas de libros. Su pulgar acaricia el tabique de mi nariz, el punto en donde la forma de mis labios entreabiertos comienzan, y se desliza suavemente por estos hasta llegar a mi mentón. Acaricia en círculos mi hoyuelo y sus nudillos rozan mi mejilla rojiza como un tomate.

—Debemos irnos... —musito.

—No... ¿Por qué? ¿Tienes prisa?

—Si fuera por mí, me quedaría.

—Como deseo que Gabriel nos vea... Quiero que sepa que tú... Que sepa que estás conmigo.

—¿Estamos juntos?

—Claro. ¿Me estás diciendo que eras la única de los dos que no lo sabía? Miel, a mí me contaron que eras lista.

Me rio como una niña.

—¿Has investigado sobre mí?

—No es necesario. Te das a conocer solita.

—Cosas buenas, espero.

—¿Qué tiene de malo un poco de veneno en la sangre?

Le saco la lengua. Nick me sonríe y pone el auto en marcha.

—Pásame la dirección de tu departamento.

—Bien. Déjame entrar a Google Maps.

—Mejor díctame tu número de teléfono —me sugiere, pícaro.

—Claro —digo en un intento de ocultar mi sonrisa. Se lo dicto. Lo anota en su celular mientras conduce a velocidad de tortuga por las calles.

Él también me dice el suyo. Aunque no es necesario que lo tenga, ni de broma pienso borrarlo o desaprovechar esta oportunidad para conseguirlo. Marcar esos dígitos serán mi nuevo pasatiempo favorito.

🎧🧩🎤

Estoy nerviosa. Me sudan las manos y cosquillea el estómago como si tuviera antojo de chocolates. Mi corazón se altera, desesperado, como si estuviera de pie en la punta de un risco. Mi garganta está seca. Mis ojos lo buscan de soslayo. Aprieto mi mano derecha y memorizo la letra de All I Want esperando que eso me calme. Pero sólo consigue que mis latidos retumben en mi cuerpo.

No tengo idea de cómo comportarme cerca de él. Me alegra que estemos solos. Sonrío escondiendo los labios. Poso mis ojos en su perfil griego. Disfruto del contorno de su rostro, su mandíbula firme y ojos concentrados en la carretera. Me encantan sus manos, que sean tan atractivas y varoniles.

—Deja de mirarme, Miel —me regaña.

Me encojo de hombros, divertida.

—¿Puedo preguntarte algo?

—No demasiado personal —pone como condición.

—A tu padre no le gusta leer, ¿verdad? ¿Ni un poco? —me atrevo a preguntar.

—Sólo le importan los números. Yo soy el único que lee en esa casa.

—¿Cuál fue el primer libro que leíste?

Te daría el Sol de Jandy Nelson.

—Adoro ese libro —le confieso.

Lo veo sonreír por el rabillo del ojo; su expresión es adorable y poco adulta. Me gusta. Usualmente no me fijo en los detalles cuando estoy con una persona de alto riesgo para mi salud cardíaca. Pero con Nick, todos mis puntos más sensibles florecen. Soy un botoncito de rosa en Primavera.

—¿Qué canción te gusta más que la anterior? —me pregunta.

Su extraña, pero intrigante manera de comunicarse conmigo, me deja atónita. No es de este mundo.

All I Want de Kodaline. Me gusta mucho más que For someone de Flora Cash —le respondo con absoluta confianza, una que ni yo sabía que tenía.

—¿Qué te gusta más? ¿«Nuestro amor se hizo para las pantallas de cine»?, o, ¿«Podría morir como un hombre feliz, estoy seguro»?

—Me gusta el solo del violín en la canción. La melodía me encanta.

—A mí me gusta el cover de Ellie Goulding —responde; segundos después, se apena.

—Yo también —aclaro mi garganta—. Quiero decir... A mí también me gusta mucho ese cover. Tengo todas las versiones en mi celular. Claro que... Saturn de Sleeping at last, también me encanta.

—¿Porqué es más una melodía que una canción?

—Eso. Además, puedes escucharla una y otra vez y jamás te aburrirías de oírla.

—¿Dime por qué te gusta?

—No lo sé. Las cosas más importantes son siempre las más difíciles de contar.

—¿También te gusta Stephen?

—Sólo lo que escribió al principio de El Cuerpo. Por cierto, la leí escuchando Saturn.

—Esa canción es perfecta para escuchar de banda sonora con el libro adecuado.

—¡Oh por dios! ¡Creí que sólo era yo la que pensaba eso! —exclamo, asombrada.

Él ríe debido a mi entusiasmo; no es una risa simplona o malintencionada, sino una cargada de armonía, perfecta en todos los sentidos.

Mi celular vibra. Un mensaje. Es de Raúl.

«¡Raúl!»

Por poco me olvido de él. Leo su mensaje:

¿Un trabajo con Gabriel?

¿Lucía está ahí? ¡Ten cuidado!

«¿Pero qué le pasa...?»

¿Por qué me pregunta por Lucía? ¿Acaso la conoce? Y esa advertencia como por qué o para qué.

—¿Es Rafael?

—¿Ah?... ¿Hablas de Raúl?

—Sí.

Me molesta un poco que Nick siempre llame por otro nombre a mi amigo; pero... no negaré que a otra parte de mí, le hace gracia que lo haga.

—Sí. Es él.

—¿Le dijiste que estabas en casa de Gabriel?

—Sí.

—¿Y no te dijo nada?

—No... ¿Por qué? —le pregunto.

Aunque, lo que realmente quiero preguntar es: ¿Por qué dejaste de ir a la universidad? ¿Dónde estabas? ¿Cuál es tu problema con Raúl? ¿Por qué me ignoras y al mismo tiempo pasas tiempo conmigo? ¡Ah!, y lo más importante... ¿Conoces a una tal Valeria? Tu hermana dijo que es la novia de Raúl. O lo fue o algo por el estilo. Algo dentro de mí me dice que tienes mucho que ver.

—Por nada.

No quiero poner fin a nuestra conversación tan pronto; es un viaje de una hora, y no quiero estar en silencio con un millón de preguntas en la punta de la lengua.

Envalentonada, y al mismo tiempo asustada, formulo mi primera pregunta:

—¿Dónde has estado?

—¿De qué hablas?

—En casi toda la semana... ¿Dónde has estado?

—Por ahí. Tengo mejores cosas que hacer que estar sentado, esperando que los maestros me digan la tarea de la siguiente semana.

—Antes de ti, jamás escuché a alguien hablar así sobre la escuela.

No me responde.

—No hagas caso... Me refiero a lo que tu padre te dijo.

—¿Sobre qué?

—Sobre... la carrera que escogiste. Y sobre lo que piensas de todo lo demás. No hagas caso a nada.

—Estoy acostumbrado a que me traten como basura.

—Aun así..., no está bien que lo hagan, o que pienses que está bien.

—No me importa. Nunca me ha importado lo que digan de mí.

«Miente.»

—Eso que viste..., no es nada en comparación a lo que hace todo el tiempo cuando sólo estamos los dos solos.

—Mi papá también me dice cosas feas casi todo el tiempo. Es más, recuerdo que una vez...

—Miel —me detiene—. No quiero hablar de eso.

Le hago caso. No porque quiera, sino porque no quiero que se moleste, o, que nos peleemos —como ya es costumbre, cuando quiero averiguar más acerca de él—.

—Claro...

El resto del viaje transcurre en silencio. Cuento los minutos y observo los letreros que nos conducen al departamento.

Nos detenemos en un semáforo y pregunta:

—¿Por qué estabas en mi casa?

—¿Por qué no me saludaste cuando me encontraste en tu casa? —le pregunto, en lugar de responder.

—Porque me tomaste por sorpresa... Y... porque pensé que les dirías a mis padres que no he estado yendo a la universidad.

—Yo nunca diría nada que te perjudicara. —Es verdad.

—Sin embargo estás muy empedernida en saberlo todo, ¿no es así?

—Sí. —Tampoco le voy a mentir—. Me gustaría saberlo todo, incluso las partes más feas de tu vida.

En serio planeo descubrirlo todo. Sin embargo, algo de lo que he dicho parece haberlo enfadado.

—¿Por qué? No es asunto tuyo. No es tu problema. No es tu vida.

No voy a responder eso. Una parte de mí sabe que sólo busca provocarme; no pienso darle el gusto.

—Me lo vas a tomar a mal, ¿no es así?

—¿Por qué si sabes lo que hago y lo que quiero de ti, te molestas en seguir hablándome? —Se queda callado—. ¿Por qué me molestas entonces? ¿Por qué no me dejas en paz?

Ya tenía ganas de preguntarle eso. Admito que la respuesta me daba miedo; pero ya no, ahora sólo me causa intriga. Nick no es normal, eso me ha quedado claro. Él es quien me busca, me sonríe, me habla, me lanza uno que otro piropo cuando tiene la oportunidad, el que me obliga a sostenerle la mirada... Ha sido él toda la semana, el que ha consumido mis energías y tiempo. Y ahora..., ¿se ofrece a llevarme... después de que me tocara las piernas hace apenas una hora, cuando no me había visto desde hace días? No lo entiendo. No logro comprenderlo.

Y no me responde.

—¿Y ahora no me hablas?

—Eres muy metiche.

—¡¿Disculpa?!

—Te metes en donde no te llaman y vas adonde no te invitan.

—¡Vaya! ¡Por un momento pensé que lo bajo y ruin sólo lo tenían tus hermanos! ¡Pero es que tú también tienes bastante y hasta de sobra!

—No metas a mis hermanos en esto... Además, fuiste tú la que estuvo en mi casa con mi hermano. ¿Qué te dijo? ¿Qué hicieron? —exige saber. No sé si por celos o porque de plano es la persona más bruta y anormal del mundo que pide explicaciones en donde no las hay.

No voy a responder sus estúpidas preguntas. Sólo trabajamos, ni siquiera fuimos a su cuarto. ¿A él qué le importa lo que haga o deje de hacer? Nick y yo no somos nada. Me duele admitirlo, pero es verdad.

—Eres increíble —masculla, malhumorado.

¡Al diablo con él! Tomo mis cosas y me largo. Suerte para mí que el transito está parado; mala suerte para él, porque no puede dejar su auto. No viene detrás de mí. Tampoco es que me importe mucho que lo haga. ¡Qué estúpida soy!, pensando que tal vez, si me busca es por algo, si me toca es por algo, si me habla es porque al menos le agrado. De tonta vuelvo a caer en su enjambre.

No soy estúpida, ya sé muy bien que con Nick, una pierde el tiempo. Y el mío es demasiado valioso como para que él venga y piense en absorberlo.

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