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2. ¿Su novia?

La amiga de mi tía lleva parloteando por una hora, sin parar. Mejor dicho: Carolina lleva conversando al aire por una hora entera, y sin intenciones de detenerse. Mi pobre tía apenas le puede seguir el ritmo. Habla muy deprisa. ¡Es una parlanchina a morir! Me sorprende que sus pulmones no colapsen.

Su hijo no es nada parlanchín, cosa que agradezco. Estoy acostumbrada al silencio, la soledad, y repentinos bajones de autoestima. Me pregunto si sentiré todas esas cosas de nuevo, pero con más fuerza, ahora que me encuentro lejos de mi mamá y casa. Espero que el obvio ruido en el departamento, no me permita pensar demasiado en ello.

Juego con mis rodillas, y admiro las luces de los edificios que aparecen en el camino. Sonrío sin querer, al ver la altura de las obras y las futuras construcciones en las calles. Sé que es absurdo que me emocione algo como esto, pero todo aquí es tan alto y nuevo para mis ojos, que no puedo evitar la fascinación en mi mirada.

—Herme, ¿qué piensas hacer después de graduarte? —me pregunta Carolina, sacándome de mi bello ensimismamiento. Ese maldito sobrenombre me está colmando la paciencia.

—Meli, por favor, llámeme Meli. —Tengo que morderme la lengua, para no soltar alguno que otro comentario por su falta de respeto—. Quisiera poner mi propia oficina como contadora pública, y en mis tiempos libres dedicarme a la escritura. Siempre me han fascinado las novelas rosas, así que me gustaría algún día escribir un libro... Todo apunta a que puedo conseguirlo. ¿Por qué no intentarlo?

—Herme, eso es muy interesante.

«Me ha ignorado.»

Bueno, no importa.

Admito que es más difícil de lo que parece; me refiero a la comunicación. Desde que tengo uso de razón, socializar siempre ha sido un problema para mí, me da pánico presentarme ante tanta gente o mirar a los ojos a alguien. Mis hermanos no eran así; no señor, ellos podían ir y venir a su antojo, y poner la habitación patas arriba si se les apetecía.

Ellos son... Bueno, eran geniales y extrovertidos. Yo soy más del tipo introvertido.

—Lo bueno es que vas a tener una carrera de la cual podrás vivir bien. Digo, eso de la escritura no sirve para nada.

«¿Cómo dices que dijiste?»

Alucino.

—Todos buscan fama de la manera más rápida, y sin ninguna estructura o disciplina básica para su futuro. Así que es bueno tener una carrera.

«Muérdete la lengua, Miel. Muérdete la lengua», me repito como loca mientras me clavo las uñas en las palmas de las manos.

Dejo correr los segundos... que se convierten en minutos, que... Carolina utiliza para seguir lanzándome indirectas sobre mis opiniones de los libros que más me gustan, y en donde me llama «Herme» un millón de veces, hasta conseguir que la bilis ascienda por mi garganta.

Andrea nos interrumpe:

—Bueno, todos le decimos Miel, desde siempre, cuando empezó a ir a la primaria. Si quieres, puedes llamarla así.

Mi tía parece amansar mi fiera interna, con la mención de mi apodo cariñoso «Miel». Qué gusto ya no tener que preocuparme por su apodo, pero eso no quita que Carolina olvide su discurso sobre: «Las mejores carreras universitarias». Detesto que consideren a la Literatura inservible. Jamás he entendido nada, que no sea Lengua y Literatura, o... a las Matemáticas; esa clase de mezcla sólo se consigue en un millón de años.

—Tu cabello es negro, ¿por qué te haces llamar Miel? —me preguntan a mi derecha, la persona que menos ha opinado en todo el viaje.

La voz de Raúl me saca de mis pensamientos. Despabilo e intento procesar mi respuesta, sin que suene tan rara, como en su momento lo fue la acción, que dio origen a mi apodo.

—Bueno, cuando era niña... derramé un bote de miel sobre mi cabeza, para evitar ir a la escuela a presentar un examen. Estuve como... un mes oliendo a miel de abejas.

—Eso sonó tan ridículo como esperé que fuera.

Dicho esto, regresó su atención al exterior de la ventanilla, y apoyó la espalda en el asiento del auto, dejando en claro el poco interés que demuestra hacia mi existencia, o, a las futuras conversaciones en el auto sobre mi infancia.

Ignoro la pequeña punzada de dolor que Raúl dejó en mi pecho, e intento concentrar mi vista en todas partes menos en él.

El ambiente en el auto se siente incómodo y pesado, y nadie dice nada relevante o que me incluya a mí en una conversación, así que me quedo callada el resto del camino, y con las manos descansando sobre el regazo.

Cuando pone los ojos en blanco, al escuchar las risas de su madre y Andrea, sé que nada bueno saldrá al intentar conocerlo.

🎧🧩🎤

El departamento de Carolina está impoluto. Tienen una televisión de cincuenta pulgadas pegada a la pared, una estantería llena de libros, una mesa de cristal en la sala de estar, una mesa de madera en el comedor, y algunas otras esparcidas en las esquinas que le dan un estilo sofisticado y femenino al lugar.

Tienen buen gusto.

Hay un recuadro familiar en una estantería: un hombre de canas destacadas con bigote negro. Me saluda amistoso desde la imagen. Sus ojos están llenos de vida, y las arrugas a los lados de sus ojos y sonrisa me susurran una historia. Ese debe ser el padre de Raúl. No me extraña que esté tan afligido, se nota que este hombre era la pura definición de vida. Lo puedo ver en sus ojos. También se nota que quería mucho a su esposa e hijo, y que probablemente no tuvo todo el tiempo del mundo como le hubiera gustado con ellos, pero estoy segura que siempre les demostró su cariño.

«Falleció... como Estela.»

—Bonita casa. —Su voz está en mi cabeza. Ella está a mi lado—. Ya veras lo felices que seremos aquí.

«¿Debería sentirme mal por escuchar a mi amiga muerta?» No, lo cierto es que llevo la mitad de mi vida viéndola, como una persona de carne y hueso, desde la secundaria. Nada me pone más feliz que escucharla hablar, o, verla caminar a mi lado. Además, la compañía es grata.

Me siento como Jude, uno de mis personajes favoritos, de uno de mis libros favoritos. Ella también ve fantasmas como yo. Estela vendría siendo como la abuela sabía y amigable de Jude. Excepto que mi amiga no me dejó biblia alguna, con secretos universales de vida, para poder recordarla como se merece.

—Tu debes ser Hermelinda. —La voz de una mujer me saca de mi ensimismamiento.

Es guapa, muy guapa. Tiene ojos café claros muy bonitos, y una sonrisa que la llena de seguridad al hablar. Su cabello es largo y oscuro, un poco más opaco que el mío. Tiene la cara definida como una gota de agua, y un lunar dentro de su ojo izquierdo que le da un toque adorable a su aspecto.

—Meli. Soy Meli —le respondo con cortesía.

—Mucho gusto —dice, y añade—: Soy Sarah.

—Sarah, que bonito nombre.

Sus dientes me intimidan; pero, afortunadamente, no tiene los clásicos colmillos que me aterran en una dentadura. Cuando era pequeña, creía en la existencia de los vampiros, y pensaba que estos podían identificarse a través de ese estereotipo. Claro, obvio ya no pienso eso. Bueno..., un poco.

—Meli, parece que ya conociste a mi novia —se presenta Carolina, al caminar hacia ella, y... plantarle tremendo beso de película en los labios.

Como si me hubieran aventado un balde de agua helada: reacciono.

«¿Qué?»

Trato de cambiar mi primera impresión, ¡pero a la de ya!, para evitar seguir poniendo cara de: «Óiganme, ¿el hada madrina no es una mujer, en la Cenicienta de Camila Cabello?»

¿Esta mujer es su novia? Ahora todo tiene sentido, por eso a Carolina se le ve tan feliz, o, por lo menos..., en calma y estabilidad. Ha encontrado un nuevo amor por el cual luchar. Le ha abierto su corazón al amor de Sarah. Por eso Raúl está tan enfadado, de seguro la noticia le cayó de golpe. A mí también me sacaría de onda, que mi mamá me saliera con la noticia, de que después de tantos años con un hombre, resulte que está saliendo con alguien, y que ese alguien, sea precisamente una chica.

Se ve incomodísimo mientras Carolina y Sarah se besan, a mí también se me encienden las mejillas ante el gesto tan confiado con el que se envuelven sus labios, y descubro a mi tía mirándome compresiva. ¿Qué? ¿Ella ya lo sabía? Bueno, tiene lógica. Después de todo, Carolina es su mejor amiga. A lo mejor, por eso puede mantener una actitud tan serena cuando las mira dándose de besos.

—Andrea me advirtió que eras preciosa —dice Sarah, al separarse de la boca de su novia—. Pero no me imaginé que fueras una hermosura.

—¿Ah? —digo, sin poder ocultar la sorpresa en mi voz.

—Bueno, es que eres preciosa... ¡Mírate!

—Ya te dije que era modesta, Sarah —interviene mi tía.

No soy modesta, pero tampoco soy una hermosura como de la que me acusan.

Además, ni siquiera me arreglo, o, hago un esfuerzo por peinarme enfrente de un espejo. Así no soy yo. Chicas como René necesitan de una hora para arreglarse antes de ir a la escuela. Si yo usaba maquillaje, era para evitar que mis compañeros vieran mis terribles golpes. Papá suele perder los estribos por poca cosa. Normalmente, era por si hacía algo que lo molestara. Mi madre trató de protegerme de la bestia andante que es mi padre; pero, a veces, sus esfuerzos no brindaban mucho éxito, porque era necesario ir de manga larga a la escuela, o maquillaje para cubrir moretones y caídas.

Me pregunto cómo estará mi madre. Espero que bien. Andrea me dijo que la amiga, con la que se está quedando es de confianza, y mi única esperanza es confiar en su palabra.

—Con permiso —se disculpa Raúl.

El pobre está más rojo que un tomate por tremenda escena presenciada.

—Descansa, cariño —le desea buenas noches su madre.

Sé que Carolina tiene todo el derecho de rehacer su vida como le plazca; sin embargo, debería hablar más a fondo con su hijo sobre sus sentimientos, se nota que el chico no la está pasando bien.

Eso es algo que tenemos en común: que ni él y yo la pasamos bien con la familia que nos tocó.

Estela tenía suerte. El padre de Raúl tenía suerte. Mi abu tenía suerte. Lo malo es que... todo el que tiene suerte termina muerto.

Así son las cosas.

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