19. Hoy amaneciste más penosa que de costumbre
La mañana del martes fue completamente normal. Con eso... me refiero a que Carolina me soltó uno que otro comentario hiriente sobre mi aspecto. Típico. Sarah fue prudente con sus palabras, Andrea se hizo de la vista gorda, y Raúl... sólo me evitó. Todo el tiempo. Durante el trayecto en el auto y el corto paseo a sus clases, mantuvo sus distancias.
«¿Qué le pasa hoy?»
O..., ¿será que sí cree que anduve de chismosa antenoche y anda de furis bundi? Bueno, realmente sí lo espié y quizás piense que invadí su privacidad, pero jamás lo admitiré delante de él, si me pregunta.
Me acompaña a mi primera clase como si estuviera obligado a cuidarme, no por amistad. Su silencio es crudo, y su compañía despegada. Está enfadado conmigo, de verdad.
Llegamos.
—Te veré luego —se despide de mí, frío e imparcial. Ni siquiera me mira. Ni siquiera puedo decirle adiós sin verme o sentirme patética.
Refunfuño y entro a mi primera clase. Me estoy convirtiendo en una quedada.
🎧🧩🎤
Fue la peor hora de mi vida, mi compañera —sentada a mi lado— se la pasó mirando con desdén mis botas durante toda la clase, y eso que no se burló abiertamente de la cinta adhesiva en mis suelas.
—¿Qué me ves? —le espeté, y ella apartó la mirada.
Giré los ojos y me concentré en mi clase.
Todos los niños de papi son iguales: ricos y engreídos.
¿A ella qué le importa mi manera de vestir?
Mi padre, una vez me dijo que... un buen zapato es aquel al que nunca se le despega la cinta que le pongas. Mi madre siempre se avergonzaba de él porque salía de casa con esas chanclas rosas de pata de gallo compuestas con cinta de aislar. Siempre le dijo que no es correcto ir a un restaurante enseñando los pies, y él —como siempre— la ignoraba. En ese tiempo aún no la golpeaba. O sea: no se le botaba la canica.
No he visto a Daniel. Quizás sólo estemos la primera hora del lunes y el medio día juntos, aun así, no sería tan grave no estar con él las últimas dos horas de mis siguientes clases. Es un buen tipo, pero no quiero atosigarlo. No me gusta cuando las personas se aburren de mí, y pasar con él la mayor parte de su tiempo provocaría eso.
Me rugen las tripas mientras camino, buscando qué hacer en mi tiempo libre entre clases. Tengo antojo de un chocolate caliente y varios churros. Voy a la cafetería de la universidad. En mi caminar un aroma extraño infesta el ambiente, algo raro está al asecho. Lo que provoca que mi cara se vuelva hacia atrás en un movimiento rápido e inseguro. Pero no hay nada. Da miedito. ¿Por qué este pasillo está desolado?
—¡Hola, Meli! —Mi cuello gira como si tuviera un resorte hacia el lugar en donde la voz me llama.
—Hola. —El chico alto y de pelo negro engominado tiene el suéter en perfecto estado, y los zapatos boleados. Nada que ver con Nick.
—No sé si me recuerdas, soy Gabriel. Nos conocimos en el puente —dice—. El domingo.
—Sí, sí te recuerdo —digo. «Aunque... conocer conocer nunca hicimos, mijo», agrego para mis adentros.
—¿Qué estudias? —me pregunta.
—Contaduría.
—Yo estoy en mi último año de Derecho.
¿«Derecho»? Raúl me dijo que estudia Contaduría como yo. ¿Me mintió? Quizás se confundió, a lo mejor equivocó las carreras de ambos hermanos.
—¿Estudias para ser abogado? —pregunto, continuando con mi interrogatorio.
—No, mi meta es ser Juez. No conformarme con ser abogado.
—Ah... Chido.
«Pretencioso.»
Retomo mi caminata hacia la cafetería y Gabriel me sigue. No le digo que se aleje como acostumbro hacer con los perros del mercado que huelen el chicharrón o la carne en mi bolsa, pero... así como hago con ellos, tampoco me preocupo por su manera de comportarse a mi lado mientras camino a mi destino. Aun así me mantengo alerta.
—¿Escribes? —me pregunta de un momento a otro, sacándome de balance. ¿Me pregunta si soy escritora, o, sólo me gusta lo básico de la escritura?
—Am... Un poco —admito—. Es como escribir en un diario durante una hora, algunas veces hasta tres. Son básicamente anécdotas —le explico.
—Impresionante —dice, sin nota de sarcasmo en su voz.
—¿A qué viene esa pregunta?
Gabriel sólo sonríe, fanfarrón y ensimismado en algún pensamiento que no puedo descifrar. No me responde salvo con una afirmación:
—A mi hermano le caes bien.
Mi expresión es curiosa.
—Me refiero a Daniel —se explica, sacándome de mis dudas—. Me contó de tus gustos literarios. Dijo que tienes una mente muy bonita y también unas botas rotas de cinta... —Detiene sus palabras, así como sus pasos, mientras añade—: No sabía de lo que hablaba hasta que las vi en persona —las señala.
—Ah, ¿por eso me hablaste? Es bueno saberlo —bromeo con él. No me molesta su mirada condescendiente o su prepotencia, tengo experiencia en tratar con tipos como él. Tampoco me molesta que su hermana entre en escena (sin ser invitada) y nos interrumpa.
—Gabriel, debemos irnos —le ordena tomándolo del brazo—. Recuerda que te comprometiste con Lucía a llevarla a sus clases de piano —me ignora—. Después iremos a su casa y estudiaremos ahí.
Su hermano pone los ojos en blanco.
—¿Tengo que hacerlo? Según recuerdo, ella tiene su propio auto —le contesta de mala gana.
—Ella quiere que vayas, ¿qué quieres que haga? —Gabriel resopla—. Por favor... —Daniela junta sus manos en una súplica. Su mirada se desvía hacia mí, y... su clásica cara de amargada y sonrisa falsa hacen acto de presencia cuando dice—: Hola, Mell. ¿Cómo te va?
¿«Mell»? ¿Ahora soy Mell?
—Hola, Daniela. —Intento sonreír, pero no soy tan falsamente natural como ella.
—Perdona, pero lo necesito. —Lo jalonea del brazo hasta que éste se mueve.
Gabriel se despide con un: «Adiós, Meli», y su hermana me ignora. No me agrada esa bruja. Me recuerda a mi padre, él también tiene fama de hacerme sentir mal por nada.
Retomo mi camino. Mientras muevo los pies, no puedo evitar preguntarme: «¿Por qué le caigo tan mal a Daniela?» A sus hermanos parezco agradarles. Bueno, eso pienso. Gabriel parece ser... ¿dulce? Igual a Daniel. Les agrado. Me debato entre contarle o no a Raúl sobre los hermanos de Nick, pero de inmediato me digo que sería una pésima idea darle más razones para enfadarse conmigo.
No debo tentar a la suerte. Mi intuición me dice que se le está agotando la paciencia.
🎧🧩🎤
Pido mi chocolate caliente y una docena de churros en miniatura. Hoy traje ¡Buenos días, princesa!, para acompañarme. Sumergida en el capítulo 15 ¿Alguien que me rescate?, advierto que la silla isométrica de la cafetería ha sido desplazada. En esta mesa caben hasta seis personas, lo más probable es que sea un compañero que también tenga hora libre. Mientras no intente platicar conmigo no tengo ningún problema. Lo que menos quiero es ponerme rojo borgoña con este extraño.
Me sobresalto al sentir la punta de su pie golpear el mío. A mi subconsciente le da una idea de quién puede ser, y ambos coincidimos en una sola persona. Es él. Sonrío antes de darme cuenta de lo que estoy haciendo, y levanto ligeramente la vista de mi libro para encontrarme a Nick en su clásica postura despreocupada, mirándome profundamente con esos ojazos grises que tiene. Está perfecto. Sigo enfadada con él, pero admito que lo echaba de menos. Tenerlo sentado frente a mí, como ese día en la biblioteca, me aporta un sentimiento de bienestar y beatitud.
Me mira. Intento devolver mis ojos al libro pero, me es imposible cuando tengo a la tentación en carne y hueso a una caricia de distancia. Me da un puntapíe debajo de la mesa, y mis instintos se activan. Bueno, la verdad es que ya me lo esperaba. Lo vuelve a hacer. Una y otra vez. Pero no cedo, no le devuelvo el golpe, no sigo su juego. No voy a recompensar su actitud de ayer olvidándome de todo, es justo lo que busca y no pienso hacerle caso... esta vez. Que me hable si tantas ganas tiene, yo no pienso hacer nada... hoy.
Al ver que sus esfuerzos por llamar mi atención son inutiles, Nick adopta (lo que yo creo) una nueva estrategia. Sin pedir permiso alguno: roba uno de mis churros, pero no sin antes remojarlo en ¡mi chocolate caliente!, y llevárselo a la boca.
—¡Nick! —exclamo. Él se limita a reír mientras termina de comer. Me lleva. Me tiene y retiene con la mirada; justo lo que él quería.
—¡Vaya!, ¡buongiorno principessa! —exclama sin rubor en las mejillas, y me roba otro churro mientras añade—: Ho sognato tutta la notte con te. Stavamo andando al cinema e tu indossavi quel vestito rosa che mi piace tanto. Penso solo a te principessa... penso sempre a te.
—¿Eh? —Los nervios se transforman en una risa bienintencionada cuando comprendo lo que ha hecho, ¡me acaba de recitar la musa del libro! Y en italiano—. ¡Qué chistoso!
—Hoy amaneciste más penosa que de costumbre —dice, mirándome a los ojos. Apoya su mentón en la palma de su mano y añade—: Desde aquí puedo apreciar los tomatitos en tus mejillas.
—¡Deja de decir eso! ¡Y deja de robarme mis churros! —lo regaño.
Nick se ríe ante mi demanda. Su colmillo vuelve a aparecer en la comisura de sus labios. La boba de mí se queda sin habla cuando lo mira... lo mira y lo mira, lamiendo y mordiendo su labio superior, tratando de controlar mis nervios e impulsos. Ay, no. Nick es guapo. ¿Y hasta ahorita me doy cuenta? Qué bruta eres, Meli. Es muy... muy, pero muy guapo. Pero también es muy muy, pero muy grosero.
—¿Estas enojada conmigo? —me pregunta al cabo de unos segundos.
—Sí. —No dudo en responder.
—¿Por qué?
«¿Y todavía lo pregunta el muy cínico?»
—Porque ayer te comportaste como un niño de diez años. —Sé que estoy siendo borde y maleducada, pero quiero dejarle en claro que no pienso consentir sus actos. Mi madre siempre consintió los de mi padre.
No me pone los ojos en blanco, pero sí presiento su molestia.
—No es mi culpa —se defiende. ¡Vaya excusa!, pensé que tendría una mejor. En medio de mi enfado, le proporciono información valiosa para mí, el título de uno de mis poemas favoritos.
—La culpa es de uno.
Me mira como si a mi alrededor hubiera escuchado un estallido de aplausos.
—Mario Benedetti.
«¡Ja!»
—Guau —finjo sorpresa. Pero, ¿por qué debería sorprenderme? Nick y yo parecemos disfrutar de los mismos poetas y tenemos gustos similares con sus poemas. Me extrañaría el día que se quedara callado y no supiera de lo que hablo. Oh, por Dios, ¿acabo de pensar en un futuro con Nick?
—Y no era cierto —dice en bajito, como si le apenara saber que lo he escuchado. Musita—: Lo que dije ayer... Bueno, yo no quería...
—¿Qué?
«¿Se está disculpando?»
—No era mi intención enloquecer por un tema que tienes con mi medio hermano... Lo siento.
—Está bien —digo, y le sonrío tímidamente.
—Tampoco quise decir eso sobre el patético de Rodrigo.
—Raúl.
—Da igual —me responde, indiferente.
—¿Por qué te refieres a tu hermano como «medio»?
Me mira como quien no entiende el texto que le ha puesto el maestro a leer. No puede analizarme.
—Creí que lo sabías. Compartimos el mismo padre, pero no la misma madre. Además, a él y al resto les molesta que me refiera a ellos como sólo «hermanos».
—Ah. —Qué raro que diga eso. Daniel si lo presenta como «mi hermano». Uno de los dos está... ¿mintiéndome? ¿Con qué objeto?
Lo miro. No lo conozco lo suficiente, pero a Daniel tampoco. No sé qué conclusión sacar de esto. Estoy consciente de que cada quien cuenta lo que le conviene, pero a Nick no le beneficiaría en nada mentirme, es más, incluso se lastima diciéndome eso. Y Daniel... Bueno, ¿por qué intentaría quedar como un santo enfrente de mí? No tiene sentido.
Nick vuelve a robarme otro churro bebé. Compruebo que sólo me quedan tres en el plato, mejor voy pidiendo otra ronda para llevar. Y eso hago. Y de paso otra taza de chocolate espumoso porque el muy ¡grosero!, se atrevió a robarme mi bebida calientita.
—Oye, pide la tuya.
—No tengo dinero. —Toma otro sorbo—. Además, sabe mejor así. Te invito la próxima vez.
—¿Crees que habrá una próxima vez? —lo reto, pero yo misma me engaño. Por supuesto que muero por volver a verlo, a jugar, a encontrarnos y corresponder este simpático dar y recibir por debajo de la mesa. No se ha ido y ya fantaseo con nuestro próximo encuentro.
—Lo descubriremos mañana. —Su lengua asoma la comisura de su boca, cerca de su colmillo, limpiando los rastros del chocolate que bebió. Me apresuro a secarme mis labios con una servilleta. Miedo me da que estire el brazo y limpie mi boca como haría todo un papacito. No obstante, también quiero volver a sentir sus largos y callosos dedos sobre mi piel, pero ni de chiste pienso decirlo en voz alta.
«Oh, oh...» Me está mirando otra vez. ¿Por qué...? Realmente debe pensar que soy extraña.
—Tú confianza es encantadora. —Utilizo el sarcasmo como método defensivo. No quiero volver a sonrojarme.
Me sonríe.
—Y tú eres adorable.
Saber que eso piensa de mí posee mis mofletes bronceados que, vuelven a convertirse en dos manzanitas de Adán rojas como la sangre.
Y me rio, ¿por qué no?
—Vas bien —le informo en un nervio.
Sus cejas se levantan.
—¿Apenas me dices que te estoy cortejando correctamente?
«¡Me muero! ¡Me muero! ¡Me muerooooooo!»
—No me presiones, aún no te he perdonado del todo, ladrón.
Saca su lengua a modo juguetón.
—Oye.
—¿Sí?
—¿Por qué no tienes acento americano?
—Tuve. Vivo en México desde los doce años. Ahora tengo veinticinco.
—Oh... —«Soy demasiado joven», añade la voz de mi subconsciente.
—¿Cuántos años tienes tú? —me pregunta, curioso.
—Mmm... Adivina.
Ni corto ni perezoso dice:
—Quince.
Me suelto una de esas carcajadas penosas y mal equilibradas.
—¿«Quince»? ¿En serio me calculas unos quince años?
—¿Entonces...? Dieciséis.
—No ma... —me rio—, no... Tengo diecinueve.
—Te ves más joven.
—Sí, siempre me lo han dicho.
Existían chicas de complexión atlética a mi edad, sexys, curvilíneas, atractivas, con el pelo ondulado e hidratado, recogido en una bonita coleta de caballo, o, súper largo de ensueño brilloso y suelto. Y también las niñas chaparras, menudas, morenitas y de ojos oscuros como yo, con las pestañas como camello y las narices chatas, cuya única gracia que tenemos es de contar con los muslos gordos y el trasero y las tetas de sesenta y setenta. Mi único atractivo son mis labios y el color de mi pelo. Todo lo demás en mí está mal.
—Pues yo pienso que luces preciosa.
Bueno, alguna gracia he de tener para que este gringo se haya fijado en mí.
🎧🧩🎤
No importa cuantas veces lea este libro, siempre me impactan las decisiones que los tortolitos toman para no dejar de quererse, sin importarles los actos egoístas que estos puedan ocasionar para un corazón roto. Me lleva... He de admitir que un libro que no tenga engaños, mentiras, misterios, una antagonista con intenciones ventajosas y las clásicas dudas de los personajes súper enamorados... No es digno de atraer a un lector.
El capítulo 20 me tiene enfrascada. Mi mente revive los momentos empalagosos entre Valeria y Raúl, el despertar sexual de ambos, y el cariño evolucionando poco a poco en pasión y respeto. ¡Ah!, y el hecho de que a Elísabet la pongan como a la tonta más grande de la humanidad, pensando que aún tiene una mínima posibilidad con Raúl. ¡Por Dios, la han humillado! Por miedo a decir las cosas se desató el infierno que sufren los personajes. Sé que debería apoyar la relación rosa y adolescente de los novios, pero... no puedo evitar sentirme mal por ella y por su enfermedad mental. Quizás porque su historia me recuerda a papá, y a mí.
Nunca lo he admitido en voz alta, siempre a escondidas en algún rincón de mi cabeza, pero a veces me da miedo tener la misma enfermedad que mi padre. Estoy consciente de que su sangre corre por mis venas, y tener algún aspecto de él es parte de la biología.
Pero... siempre —y desde que tengo memoria— he vivido con el temor de que algo más allá de mi control pueda habitar dentro de mí. Algo... que pueda maldecir a un pobre inocente por un descuido.
Me percato de los ojos coquetos de Nick, se la ha pasado mirándome la última media hora, pero sin decirme nada, como si sólo disfrutara de mi compañía silenciosa y las sonrisas rápidas que le ofrezco cuando levanto los ojos del libro. Creo que... tanto a él como a mí nos gusta la calma y confort que nos aporta un buen libro, los mutismos entre diálogos y los escenarios imaginarios a nuestra manera.
Y... sin buscar las palabras adecuadas para describir la sensación que recorre mi cuerpo... recuerdo la escena que me hizo amar Tiempos Violentos:
—¿No odias eso?
—¿Odiar qué?
—Los silencios incómodos ¿Por qué tenemos que hablar de idioteces para sentirnos cómodos?
—No sé. Es una buena pregunta.
—Así es como sabes que encontraste a alguien especial. Cuando te puedes callar un jodido minuto y estar cómodo en silencio.
—A nosotros nos falta para eso pero descuida, nos acabamos de conocer.
No lo había considerado, pero creo que me gusta su compañía, o... ¿así es como creo que se siente la compañía de otro ser humano? Yo jamás he comido con ningún otro hombre que no fuera mi padre, o con ninguna otra mujer que no fueran mi madre o mi tía. Así que no sé cómo se supone que se debe sentir, cuando se está en compañía de otros. Pero creo que me gusta.
Justo cuando quiero preguntarle por su día, la voz chillona y estridente de Lucía provoca que se me caiga el libro en el plato.
—¡Niki! —Está radiante con esa coleta de caballo sin volumen. Yo tengo más que ella, a veces me gustaría tener menos—. ¿Qué hacen? —nos pregunta, alternando su cabeza entre ambos.
—Nada, baladí.
Ante el elegante insulto de Nick, Lucía se ríe sin filtro y se sienta a su lado. Maldición.
—¿Qué hacen ustedes dos aquí, tortolitos?
—Nada que te importe. —La actitud de Nick me deja de piedra, y no porque me sorprenda su grosería, sino porque se está comportando como un asno con Lucía.
Ella se está portando muy amable y amistosa, indiferente ante la actitud de Nick, como si tuviera algún escudo contra el pesimismo repentino de Nick.
—Hola, Meli —me saluda.
—Hola.
—¿Has visto a Gabriel? —le pregunta a Nick.
—No —responde, frío e indiferente.
—¿Y tú, Meli? —me pregunta a mí.
Los hombros de Nick se ponen tensos.
—Am... Sí, creo que está con Daniela. De hecho, te estaban buscando —digo, con la esperanza de que se vaya.
Al parecer, provoco lo contrario.
—Ah, ¿y para qué? —Roba uno de mis churros bebés. ¿Es que todos consideran correcto tomar sin pedir permiso la comida de otros?
—Para llevarte a tus clases de... ¿piano? —le respondo, pero me sabe más a pregunta.
—¿«Piano»? —se sorprende y empieza a reír como una madre condescendiente con su hijo que no puede sumar 2+2—. No, no, yo no toco el piano. Tomo clases de violín, pero no de piano. Menos en martes.
—Ah. —Es obvio que Daniela me mintió, y lo peor es que su hermano le siguió la corriente a su locura celosa. ¿Por qué no me sorprende?
Paso mi amargura con un buen trago de chocolate. Mala idea.
—¡Lu! —La voz de Daniela estropea el sabor en mi boca.
—¡Dani! ¡Gaby! —Los saluda y hace señales con sus manos... como si los invitara a venir y a sentarse con nosotros.
Mi cuello gira cuando escucho los apodos de los mentirosos del año. De inmediato, la expresión malhumorada de Daniela regresa a la acción.
—¿Qué hacen, vagos? —nos pregunta Gabriel en broma. Pésimo gusto.
—Nada, ya nos íbamos. —Nick responde por los dos, pero me vale.
Si estuviéramos en otras circunstancias... probablemente no lo aprobaría. No obstante, la situación es pésada e incómoda, y es mejor irme ahora con él a estar a solas con los tres de sopetón... Bueno, con los cuatro, porque Daniel camina hacia nosotros como perro que busca a su amo; me imagino que es Daniela.
—Hola, chicos. —Su sonrisa por poco alivia la tensión del grupo—. ¿Qué hacen?
—Sólo pasando un rato agradable —responde Gabriel.
—¿Me puedo sentar? —me pregunta, directamente y educado.
—Claro —responde Daniela por mí, al mirarme fijamente. ¿Por qué me mira tanto? Su cara gira hacia su gemelo, y le dice—: Dani, ¿por qué no mejor te sientas al lado de Meli? Se ve que a ella le hace falta que la acompañe un hombre.
«Hija de la chingada.»
Como Daniel es un caballero, se queda justo en donde está, y le lanza una mirada de advertencia a su hermana. Reparo en los ojos asesinos de Nick, y compruebo que estos también están mirando a Daniela, Gabriel, Daniel y Lucía... de la misma manera que un perro en posición de pelea a su oponente. Ojalá que a Nick no se le haya olvidado la idea de irnos.
—Bueno... esto ha sido divertido, pero nosotros ya nos vamos —responde Nick, para mi respiro.
—¿Por qué? —le pregunta su hermana, cínica—. El lugar está divertido.
—Metete en tus asuntos —le espeta en un aguante de impulsos.
—Quieto Nick —lo regaña Gabriel, tratándolo como a su cachorro.
El cuello del rubio cambia de tonalidades, de blanco a rojo en un santiamén. Su mano sobre la mesa forma un puño que resalta la palidez de sus nudillos. Esto no va a acabar bien. Y... como si el destino me lo estuviera advirtiendo... Raúl entra por una de las dos puertas de cristal de la cafetería, con la mochila en la espalda, y el suéter planchado e impecable. Cómo no. Menudo espectáculo estaré dando yo con mis fachas estilo Amar te Duele.
—Yo me voy. —Anuncio a los invitados no deseados, con la esperanza de que Raúl no me vea con ellos, o... con Nick, o... ¿que Nick y él no se vean las caras? Esa es la mayor de mis preocupaciones.
Me apresuro a recoger mis cosas.
—¿Por qué te vas? —me pregunta la güera oxigenada, desinteresada.
En lugar de responderle como se merece, meto mi libro en la mochila y dejo los churros en la mesa. Ya me compraré otros.
—Adiós y gracias por la compañía —digo.
—Cuando quieras —responde Daniela—. Se ve que te hace falta más que una buena compañía. ¿O no? La verdad.
Esta vieja me lleva al límite.
—Quizás Daniel pueda traerte con nosotros otro día. Digo, para que no estés tan sola todo el tiempo. Todavía no tienes amigos, ¿verdad?
Decido contestarle con una sonrisa de boca cerrada. La mejor arma para desequilibrar a un amargado es una sonrisa.
—Uy, perdona, lo que pasa es que tengo mejores cosas que hacer con mi tiempo.
—Me imagino. —Vuelve a sonreírme cínicamente—. Pero deberías salir más... Así hasta te consigues novio. ¿Te gustan los hombres?
Claro, defenderse también es una necesidad. Me considero una buena y sensible persona, también cruel y despiadada cuando me lo propongo, y una maldita cuando me provocan.
Vuelvo a sonreír con la sangre istmeña fluyendo en mis venas.
—No, gracias. No me interesa buscar a un hombre. Pero qué amable eres al meterte en mis asuntos personales.
Tengo una reputación de donde vengo, y no lo digo sólo por estar en la boca de todos por la reputación de mi padre, sino porque en realidad... soy un pequeño diablo. Me transformo en el monstruo enrojecido y colérico de Jack Jack.
—Sí, mi hermana es experta en eso —suelta Daniel frente a todos. Echo la mochila a mi espalda en señal de retirada.
Daniela bufa en respuesta, ignorando a su gemelo.
—Ahora sé por qué Mell no tiene novio. No creo que tengas a nadie que soporte esa actitud, ¿verdad? —Me mira como si fuese un cachorrillo herido.
—¡Qué bueno! Ahora me voy, tengo muchísimas cosas más importantes que hacer hoy —digo, fría y entusiasta.
Nick frunce los labios en un intento de reprimir una risa. Gabriel mira a Lucía. Daniel mira su bebida. Daniela frunce el ceño ante mi comentario, conteniendo el impulso de ponerse a gritar en plena cafetería. ¡Ja! Gané esta ronda, sólo espero que no quiera llegar a la batalla. Yo siempre gano mis guerras, y la gente que me conoce sabe que no ando con indirectas, menos con cachetadas.
Mi padre siempre procuró entrenarme con lo justo, cuando me enfrentara a un enemigo. Jamás, en toda mi vida, he soltado un puñetazo. Pero estoy preparada para eso algún día. Créanme.
Raúl está sentado en una mesa exterior, muy concentrado en sus estudios. Ni siquiera me ve pasar. Es obvio que tampoco me vio cuando entró.
Abandono la cafetería con la frente en alto.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro