15. Creí que los inteligentes eran los más relajados
«¿Daniel?»
Raúl me dijo que estudia Derecho, no Contaduría. ¿Hmm...? Debió haberse confundido. O..., ¿Raúl me mintió? No, no lo creo. ¿Qué conseguiría con engañarme?
—¡Hola! —Me saluda con una sonrisa amistosa.
¡Vaya sorpresa para un primer día! Mis pies se mueven en automático hacia el asiento vacío que está junto a él.
—Hola —correspondo su sonrisa con otra mientras me siento.
—Ayer no hubo tiempo de presentaciones.
—Ah, cierto. Soy Hermelinda, pero todos me dicen Meli.
—Qué bonito nombre —miente.
—Gracias, ¿y tú eres? —le pregunto, a pesar de que ya lo sé.
—Daniel Bonnet —se presenta—. Estudio Contaduría porque es una carrera bien pagada.
—Vaya...
No entiendo por qué me dijo todo eso.
—Pues..., a mí me gustan las matemáticas.
—Qué curioso, a mí también.
Por la puerta del salón, entra un maestro agraciado. Su apariencia es aseada y digna; creo que es un buen tipo. Aunque..., tiene toda la cara de un británico si alguien me lo pregunta.
—Muy bien, soy su profesor especializado en la rama de Artes y Humanidades, Santos Montenegro. —Su voz es imperiosa y atenta—. Créanme que va a ser el año más difícil de su vida. Ustedes, literalmente, van a rogar que los saque de mi clase. Casi nadie pasa la asignatura conmigo y... nadie... sale de ésta con menos de ocho en mis exámenes sorpresa. —Hace una pausa para mirar a sus alumnos—. Si quieren retirarse ahora, no se preocupen. No serían los primeros en abandonar este curso propedéutico el primer día.
Me dio algo de miedo su actitud y manera de hablar; pero no lo suficiente como para mover un músculo fuera del aula. Digamos que los malos tratos de mi padre, y los errores de mamá, me han transformado en una máquina indestructible de sentimientos bajo control.
Miro a mi alrededor, y nadie se levanta.
—¿Nadie? —nos pregunta—. ¿Seguros? —insiste. ¿Querrá que alguien se levante para tener la razón?—. De acuerdo, entonces... no tendrán ningún inconveniente en que les haga unas cuantas preguntas.
Ante la autoridad del maestro, un chico muy nervioso y sudado se levanta y escapa.
—Bueno —dice—. Allá va uno de varios que se irán conforme se den cuenta de que ninguno es lo suficientemente bueno para estudiar en esta universidad.
—Profesor. —La mano de un compañero se eleva de entre los treinta alumnos—. Usted es egresado de Artes y Humanidades. ¿No es así?
—Correcto.
—Entonces... ¿Por qué Contaduría? —le pregunta, encogiéndose de hombros, curioso.
—Porque me gustan las matemáticas. Mi carrera en un principio fue Letras Hispánicas, como mi padre y su padre antes que él. Uno fue un gran escritor, y el otro es un excelente editor. Pensaron que yo también sería uno, y por un tiempo todos creyeron que sí. Pero no, me encantan los números. Cambié Letras por Contaduría en mi segundo semestre, me hice cargo de algunos pendientes en mi lista, y henos aquí —nos explica—. Muchos de ustedes pueden o no estar equivocados con la carrera que eligieron hoy pero, pocos tendrán el valor de dedicarse a hacer lo que realmente les gusta. No miren sólo el lado económico de su situación. Nah, el dinero no lo es todo. No le tomen demasiada importancia.
—¿Y si... el dinero no lo es todo, qué es más importante? —le pregunta al maestro.
—Bueno..., personalmente... considero que el perdón, y el amor, son las armas más importantes que cualquier otra cosa u opción que puedan ofrecernos. —Hace una pausa y reflexiona después—: Dinero, sustancias ilícitas, mujeres... Todo eso va y viene, siempre está al alcance de nuestra mano. Pero... encontrar a alguien que se enamore de nuestros defectos, más que de nuestras virtudes... Eso no pasa todos los días, y no ocurre en cualquier vida que deseemos vivir. ¿Es cuestión de tiempo?, ¿suerte?, ¿dedicación? ¿Quién sabe? A veces te encuentras en el momento incorrecto, con la persona adecuada para soportarte, o, para que tú la soportes.
Algunas chicas de la clase suspiran, y apoyan sus mentones en las palmas de sus manos (casi discretas), como tórtolas cariñosas.
—Maestro, ¿usted considera que el momento no tiene que ser perfecto? —le pregunta otro estudiante.
—Dios mío, no. Imagínense lo aburridas y monótonas que se volverían nuestras vidas, si creyéramos que una cita a ciegas o una por Facebook, es el principio de una gran historia de amor.
—Pero... no todas las citas o parejas tienen que ser malas si las conoces utilizando ese medio —comenta una chica de mechas rosas.
—Claro que no. Y tampoco digo que todos deberían seguir mi ejemplo.
—Entonces..., ¿por qué nos está diciendo todo esto? —dice otro alumno.
—Porque... la vida es una campa de Gauss, hijo. Siempre vamos con la meta de llegar a la cima... Pero, cuando ya estamos y hemos alcanzado ese pedazo cercano al cielo, no tenemos idea de qué hacer para preservarlo, o, qué otro camino seguir si ese deja de gustarnos. ¿De qué sirve usar nuestro potencial, si aún con todos nuestros lujos y bien pagados sueldos, terminamos enfermos, locos, en quiebra o muertos? Supongo que se trata de disfrutar nuestros días hasta que la última campanada suene para pedirnos un descanso. Por eso... opino que lo mejor es no hacer planes. Sólo hagan cosas, hagan lo que les gusta o satisfaga el momento que sientan necesitado de atención hacia uno mismo. No sean como sus padres quieren que sean. Aférrense a sus sueños. Deben ser originales. La verdadera mediocridad es aparentar una imagen que se ha encargado de borrar tu verdadera esencia. O..., ¿ustedes qué opinan? —nos pregunta—. ¿"Se requiere de coraje para crecer y llegar a ser uno mismo"?
«Oh... mi... Dios.»
—¿Saben quién lo escribió? —le pregunta a la clase.
Debo levantar la mano. No me gusta la sensación miedosa incrustada en mi pecho, pero debo enfrentarla. Quiero hacerlo. Por algo elegí el escolarizado, quiero superar mi ansiedad social.
—E. E. Cummings —respondo, levantando la mano.
Todos me miran. Ay, Dios. ¡Mis mejillas arden!
—¿Cuál es su nombre? —Me señala.
«Ay, Dios.»
Me trago los nervios y digo:
—Meli.
—Apellidos.
—Herrera Hernández.
—¿Señorita H, le gusta leer?
Me relamo los labios.
—Me encanta —le confieso, a él y a toda la clase.
—¿Qué le encanta con exactitud?
A mi izquierda, Daniel me mira con atención.
—Ah..., casi todo: Jandy Nelson, Blue Jeans, Xavier Velasco, Jane Austen, Carlos Cuauhtémoc Sánchez.
—Ya veo, así que sus gustos varían. Pero no escuché entre esos a Dickens, Shakespeare o a Tolstói.
Vuelvo a relamer mis labios.
—Ah..., no. Intenté leer sus obras, pero me aburrieron las primeras veinte páginas.
—¿No se arrepiente de abandonarlos? ¿De quedarse con la duda? ¿De no tener una mayor oportunidad en su lenguaje? ¿De no extasiarse con el conocimiento de esos grandes artistas?
Me abruman sus preguntas. Parece que se ha olvidado del resto del alumnado porque sólo tiene ojos y oídos para mí. Lo que me preocupa. No me gusta que la gente me mire, convierte mis mejillas en dos focos de luz roja.
Hago lo que sé hacer mejor: recitar. Eso callará su insistencia en mi persona.
—"Casi siempre lo mejor de la vida consiste en no hacer nada en absoluto, en pasar el tiempo reflexionando".
Con Charles Bukowski (¡Boom!), lo tengo contra la espada y la pared. Es el puto amo de las palabras y lo digo en el buen sentido, o, ¿en el peor de los sentidos? Él es el único que puede comprenderme en mis momentos más oscuros. Los muertos me entienden mejor que los vivos. Quizás porque... siempre tuve un pie en la tumba durante la mayor parte de mi niñez.
—Ya entiendo —dice, reflexivo.
«¿Lo entendió?». No lo creo, la mayoría no me entiende. No saben a lo qué me refiero cuando abro la boca. Aun así, no discuto.
Se dirige a la clase:
—Ahora, déjenme decirles que las grandes donaciones que sus padres, o, familiares hacen cada mes o años a esta universidad, no los salvará de ser expulsados, o, vetados de esta clase. No me interesan los apellidos, ni las familias. Me importa su rendimiento en mi clase, y su avance en comunicación.
Cuando llegó la hora de retirarse, el maestro nos informó que mañana nos reuniremos en la sala de cómputo. Me cuelgo la mochila en la espalda y salgo del salón. A medio camino, me doy cuenta de que Daniel me sigue el paso.
—Hola, Meli... ¿Hacía dónde vas? —me pregunta, alcanzándome.
—Hola... Probablemente al comedor, o, a la biblioteca.
—Ah.
Me pregunto si tendremos las mismas clases, o, ¿será que su horario es distinto al mío? ¿Estará en su hora libre? Porque no se me ocurre otra explicación para que me siga.
—Quería decirte que fue increíble el modo en que te expresaste sin miedo ante la clase —me alaga.
—¿Ay, en serio? —me sonrojo.
—Sí.
—Aunque... —Su sonrisa cambia por una curiosa—. Normalmente ese es un suicidio el primer día de clases. Pero no importa, estuviste increíble.
—Gracias. —Mis ánimos se esfuman cuando escucho esa palabra: suicidio.
Cambiamos de tema.
—¿Qué clase tienes después?
—Tengo hora libre.
—Lástima, yo tengo dos horas de TIC.
—Ash... —protesto, aunque por dentro esté contenta de quedarme sola con mis pensamientos y libros.
—Si quieres... puedo apartarte un lugar en Cálculo. Creo que también tenemos la última clase juntos.
—Genial —digo.
—¿Te espero a las doce en el aula A-3?
—Muy bien.
Me despido de él, y me alejo. Sonará tonto, pero creo que me sigue con la mirada hasta verme desaparecer entre el resto de los de primer ingreso. Busco la biblioteca en el croquis de mi universidad, y emprendo el viaje.
🎧🧩🎤
Me registro con la credencial de estudiante. Me permiten entrar con todo y mochila al lugar. La biblioteca es enorme, con unos pisos de madera increíbles, y una bonita vista hacia el estacionamiento. Tienen una colección impresionante de libros, y muy bien asignada. Me siento como Bella, en la Bella y la Bestia. Es mejor que la biblioteca pública de mi hogar.
No hay demasiada gente. Las computadoras parecen estables, pero no me fio del internet; nunca me ha gustado. Hay una mesa libre en el centro: es de madera reciclada, con seis sillas plegables. Corro con cuidado una de estas, para no hacer tanto ruido, y tomo asiento. Dejo mi mochila encima de la mesa.
Le doy una mirada rápida al lugar, y me encuentro con una sorpresa. En una mesa de vidrio circular, y bonitas sillas afelpadas, se encuentran Gabriel, Daniela y, otra chica... que nunca antes he visto cerca de ellos. Es agraciada, delgada y pelinegra. Gabriel está a su lado. Daniela está realmente concentrada en sus libros de texto que, ni siquiera nota mi presencia. Pero su hermano, sí. Gabriel levanta la vista de su libro y, me saluda (coqueto), moviendo los dedos de la mano. Correspondo su sonrisa torcida por segundos mientras le devuelvo el saludo; sin embargo, yo sólo le muestro la palma de la mano en señal de amistad. Eso lo hace sonreír aún más. Daniela se percata de hacia dónde va dirigida la atención de Gabriel y, cuando ella me mira, hace un mohín de asco. Lo que provoca que se le agriete el rostro (literal). El excesivo maquillaje se le ve horrible. La chica morena me saluda, aniñada. «¿Quién será?» ¿Otra hermana?, ¿una amiga? Como sea, no es de mi incumbencia. Parece la novia de Gabriel por cómo tiembla cuando lo mira sin que él se dé cuenta. Además, se ven bien juntos. Sí, creo que es su novia.
Devuelvo mi atención a mi libro pero, de vez en cuando, también miro a la familia Bonnet. Gabriel y la chica están en lo suyo. Daniela toma ligeros descansos al anotar en su libreta rosa, los resultados de sus gráficas. Se le ve concentrada. Creí que los inteligentes eran los más relajados, no los más hastiados.
Yo estudiaría como ellos, pero no tengo nada el primer día. Soy la única cuyo libro es divertido. Te Daría el Sol, de Jandy Nelson me ayudará con la soledad.
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