14. Hay algo más ahí
Raúl está callado. Bueno, refunfuñando en silencio como un tractor de carga. Debe estar acordándose de todos los antepasados de Nick, ¡y de paso también de los míos! ¿Por qué no? Después de todo, no lo ayudé a completar su patética misión homicida.
No tiene sentido que eche humo hasta por las orejas, menos que esté enojado conmigo. Yo fui la voz de su conciencia, me debería estar agradecido por haber intervenido. Mostró más agradecimiento Nick, con una sola mirada, que Raúl cuando le hice ver sus equivocaciones.
¿Estoy enojada?, sí.
¿Con él?, también.
Pero... sobre todo... confundida.
No entiendo de dónde surge esa obsesión por hacerse la vida imposible entre ambos.
Hay algo más ahí. Pero no sé qué es.
Me mantengo callada, medio encorvada y, escondiendo los labios, mientras caminamos uno al lado del otro por el pasillo de su piso.
Aunque, en el fondo quiera preguntarle qué problema originó todos los que le procedieron, no me atrevo a abrir la boca. Al menos... no, para preguntarle por qué odia tanto a Nick, sino para cambiar de tema.
—El día no fue tan malo como lo imaginé —le confieso.
Mi voz relaja sus músculos tensos.
—¿Por qué lo dices?
—Porque... a pesar de todo pude conocer la universidad, y me pareció entretenido verte perder los estribos con un compañero al que le tienes manía —digo, con una nota de diversión en la voz.
—No le tengo manía, es al revés.
Me está mintiendo, soy una experta en eso. Mi padre me educó para identificar a un mentiroso. Por ejemplo, cuando él estaba seguro de algo, me miraba a los ojos; mentía, y se apresuraba a bajar la mirada. ¿Ven? Tengo un don para las mentiras, quizá deba llamarlo para darle las gracias por esa enseñanza. Aunque eso signifique darle el poder de encontrarme.
Saca el juego de llaves del bolsillo de su chaqueta.
—¿Estás seguro?
Me ignora.
Carolina nos recibe con una obvia sonrisa forzada, y un mandil decorado con girasoles.
—¿Cómo les fue? —nos pregunta, extrañamente animada.
—Bien —contesta Raúl, seco e imparcial.
—Fue muy divertido —respondo. Necesito que Raúl quite esa cara, y tal vez desviar la atención de su madre le ayude.
—Me da gusto. —Parece funcionar—. ¿Hicieron algo en particular que merezca tema de conversación?
O..., eso creí.
—No —contestamos los dos al unísono, rápido y muy sospechoso.
—¿No? —repite, dubitativa. Demonios—. ¿Qué les pasa?
—Nada, mamá. —La paciencia de Raúl está agotándose.
Y su actitud no ayuda a que Carolina confíe en su palabra.
—Raúl, ¿qué ocurre? ¿Te volviste a pelear? —le pregunta, ahora, preocupada y enojada.
«¿Ah?» ¿Volver a pelearse? ¿A qué se refiere? ¿Raúl tiene antecedentes? ¿Habrá llegado alguna vez a los golpes con Nick? Cuando me contó que entre él y Nick hubo un problema después de clase..., ¿se refirió a puñetazos y no a diálogos?
Lo miro ahora, expectante y, guardándome un millón de preguntas, que decido no ejecutar por el momento. Su madre no merece ver como lo arrinconan.
—No, mamá. No me volví a pelear —se apresura a responder—. Y no pasa nada. Sólo estamos cansados porque caminamos como tú buscando recuerditos en Correo Mayor.
«Guau, esa fue una mentira sacada de la manga.»
—Sí, fue un día errático —lo apoyo, no muy convencida de mentir por él.
A pesar de que quiero preguntarle a Raúl por qué se niega a contarle a su madre lo que pasó con Nick, me mantengo callada y limitante a decir sólo lo necesario. Es obvio que no quiere que su madre se entere de sus asuntos privados.
—Bien —dice, sin persistir en su interrogatorio.
—Creo que debería dormir un poco, por lo de mañana. Será mi primer día y no quiero estar desvelada.
—Buena idea, no querrás dormirte en clase como acostumbran los flojos que estudian en línea, ¿verdad?
—Descanse, señora.
No quiero acabar la noche con otro enfrentamiento, por eso le lanzo mi mejor sonrisa y voy a mi habitación, sólo para escuchar el último comentario de la noche:
—¿En dónde se metieron?, ¿en una cañería? ¡Huele a meados su cabello!
Acaba de agotar la paciencia de su hijo.
—¡Mamá!
Trago la bilis que sube por mi garganta, y me recuerdo que soy una huésped agradable, con metas y muy bien educada, que jamás le faltaría al respeto a nadie como ella. Si Carolina no cuenta con ninguna virtud, es su problema.
Cierro la puerta y, a través de ésta, escucho la discusión entre madre e hijo.
Raúl me defiende, y habla maravillas de mí. Dice que soy una chica dulce, que me cuesta trabajo socializar y, que soy justa cuando tengo que serlo. Me extraña la actitud defensiva de Raúl hacia mi persona, que lo haga con tanta naturalidad, como si llevara horas queriendo decirle a su madre que dejara de molestarme. Eso es dulce. Creo que... finalmente he encontrado a un amigo en este lugar.
🎧🧩🎤
Raúl es muy bueno mintiendo. Carolina está convencida con sus respuestas.
Me deshago de la ropa y la echo en el cesto de la ropa sucia. Saco mi uniforme colgado en la percha del armario, y lo coloco en el perchero de la puerta del baño. Me lavo la cara. Me visto con una camiseta vieja y holgada, y mi mente viaja hacia Nick. ¿Para qué la ropa holgada? Es delgado, alto, ¿por qué usará esas prendas tan holgadas? Sé que no me incumbe; pero, aun así, no puedo evitar preguntarme: ¿por qué?
Me observo en el espejo. Me veo chistosa, pero me gusta que la ropa me oculte el cuerpo al dormir. Mi vestimenta se reduce a usar overoles y blusas sin adornos. Tengo un par de zapatos nuevos, pero no planeo usarlos. Quiero llevar mis botas cafés de hombre. El reglamento dice que el uniforme es obligatorio, pero los zapatos son opcionales, así como cualquier accesorio que quieras ponerte. Mañana llevaré mis fieles botas.
Los gritos cesaron desde hace dos horas. Sarah y mi tía calmaron la situación. Andrea vino a desearme las buenas noches. Pronto se irá, lo que me entristece pero también me alegra. Si ella está en Salina Cruz podrá vigilar a mamá, y así ella no intentará buscar a padre dentro del psiquiátrico. Esos lugares no son para ella.
No puedo dormir, tengo la cabeza en el puente... y en Nick. Ahora sé que le gusta Blue Jeans. Su gusto por las frases de novelistas y poetas es algo que compartimos. En casa solía pasarme el día leyendo cientos de novelas, y al terminar ponía una opinión personal del libro. Me encanta subrayar las cosas que me gustan, y tiendo a fotografiarlas después. No se imaginan la cantidad de imágenes que tiene mi celular.
Miro fijamente un punto específico del techo, y sólo así consigo dormir.
🎧🧩🎤
Mi despertador sonó a las cinco de la mañana.
Me incorporo, medio somnolienta, encontrando completa oscuridad a donde sea que mire. Me dirijo al baño para cepillar mis dientes y darme una buena ducha. Me miro en el espejo mientras me desnudo. Me alegra que mis moretones hayan desaparecido por completo. Se siente extraño que no me duela la cara, pero ya me acostumbraré a las buenas mañanas en este lugar.
Enrollo la toalla alrededor de mi cuerpo mojado, desenredo mi encrespado pelo con el cepillo, y conecto la secadora. Una vez terminada la tarea de mi cabello, me repito al mirarme en el espejo:
—Todo saldrá perfecto. Todo saldrá perfecto.
Inhalo y exhalo mientras me pongo las botas, mis botas de la suerte. Abrocho mi falda. Abotono mi camisa y suéter, y subo mis calcetas tres centímetros por arriba de mis rodillas. Una rociada en mi cuello de mi fragancia aroma a flores, y me decido por un estilo de raya del medio en mi cabeza, que me queda como anillo al dedo.
Llaman a mi puerta mientras me aplico bálsamo en los labios sabor vainilla.
—¿Sí? —pregunto sin abrir la puerta.
—Soy Raúl. Sólo pregunto para saber si estás lista... Y que mi madre y Sarah han pasado el desayuno a la mesa.
—Salgo enseguida.
«¿Estará nervioso por lo de ayer?» Espero que no, aunque... no me extrañaría si intentara evitarme en la universidad.
«Pero si ayer te defendió...», me recuerda mi subconsciente. Aunque..., es muy probable que lo haya hecho sólo para fastidiar a su madre, fue bonito que dijera todas esas cosas lindas sobre mí.
Me reúno con ellos. Carolina tiene cara de estar conteniendo un aullido. Sarah bebe su té, y me mira en todo momento. Andrea degusta sus huevos con jamón en silencio; ella también me mira. Raúl igual. Todos tienen sus ojos puestos en mí. Aunque me gustaría saber por qué, no expongo mis nervios ante el público.
«¿Qué ocurre?»
Termino de desayunar y tomo mi mochila. También Raúl. Mi tía Andrea se ofrece a llevarnos a la universidad. No se lo niego, dado que se irá en pocos días.
Me monto en el auto y abrocho el cinturón. Suelto una leve exhalación contenida de nervios, y me froto las palmas sudorosas de las manos en mi falda. Ay, Dios. No puedo creer que vaya a empezar el escolarizado. ¿Cómo será? ¿Qué clase de maestros tendré? ¿Habré hecho bien en estudiar aquí? ¿Cómo serán mis nuevos compañeros?
—Meli, ¿quieres escuchar música en el camino? —me pregunta Raúl.
—No, gracias. Tú pon la tuya.
Me toma la palabra. Escucho su gusto por la banda Imagine Dragons. Hacen buena música, pero no es mi estilo. Después de oír a James Arthur, y a unos cuantos artistas que no había escuchado antes de esta mañana, decide que es suficiente.
Llegamos.
Diosssss...
«¿Nervios?»
Probablemente, estoy sonriendo como una maniaca.
Tan pronto como Andrea nos deja en el estacionamiento, Raúl y yo salimos disparados y ansiosos del vehículo.
—¡Buena suerte! —Nos desea mi tía.
—¡Adiós! —me despido de ella, y atravieso el lugar en donde nuevas aventuras me esperan.
«Oh, Jesús.»
Reviso mi horario con el ceño ligeramente fruncido. Esto es muy raro. Las letras y números están esparcidas sin orden en este pedazo de papel con mi fotografía en una esquina. ¿Por qué no encuentro nada coherente en esto?
—Las letras C y D, están en los edificios 3 y 4. Las letras A y B, en los edificios 1 y 2 —me explica Raúl, señalando la ficha y algunos edificios a mi vista.
Le agradezco con una sonrisa.
—Gracias.
—Tranquila, te acompaño a tu clase —dice, quitándome un peso de encima.
—Gracias, Raúl.
Me relajo. No me apetece perderme el primer día de clases. Necesito obtener ese título. No pueden haber distracciones en mi camino, no las permitiré.
Raúl luce asustado, nervioso y, un poco enojado, mientras andamos a mi primera clase.
—No veo a Nick —le suelto sin pensar.
—Probablemente está en el estacionamiento fumando —dice, prepotente y amargado.
Debería preocuparme más por el tono maleducado con el que me está hablando, pero... en lo único que puedo pensar es en Nick. Y en si fuma o no, como dice Raúl.
«¿Fuma?»
—¿Y tú? —le pregunto.
—¿Yo qué?
—¿Fumas? —Seguimos caminando.
—Más o menos, pero no digas nada. Mi mamá piensa que fumar te da cáncer.
—En la lengua, sí —digo, dándole la razón a su madre.
Me pone los ojos en blanco.
—¿Desde cuándo?
—Desde los dieciséis... ¿Y tú?
—No fumo. No bebo. No tomo alcohol a no ser que esté un adulto presente.
—Aburrida —canturrea, sonriente y burlón.
Nos reímos.
—¿Nick fuma? —No sé por qué me esmero en averiguar cada detalle de ese gringo.
Las facciones de Raúl endurecen cuando menciono a su enemigo.
—Fuma. Bebe. Se droga. Se revuelca. Sólo Dios sabe hasta qué punto.
—Ah...
Okey... Fumar, está bien. Pero... beber en exceso, drogarse y... ¿revolcarse? Eso sí me decepciona y pone la piel de gallina. No me gustó oír eso, en especial, la parte en donde me dio a entender claramente que Nick es un promiscuo.
Estoy de malhumor. Me acechan los celos, y no sé por qué.
—¿Estás bien?
—Sí.
—¿Segura? Te pusiste roja —comenta, mirándome de soslayo.
—Debe ser el frío —me excuso, patéticamente.
—Tal vez... —Me mira con recelo durante el resto del camino.
Cuando llegamos a la puerta, de mi primera clase, le pido:
—No te pelees con Nick, por favor... A pesar de que quieras pelearte con él, no lo hagas. ¿De acuerdo?
Vuelve a ponerme los ojos en blanco.
—No lo haré —acepta de mala gana—. Lo prometo.
Sonrío en respuesta.
—No debes estar cerca de alguien a quien no quieres en tu vida —le aconsejo.
Finge estar de acuerdo conmigo, y me guiña un ojo.
—Nos vemos en la tarde. Mis clases terminan dos horas después que las tuyas, así que no podré acompañarte camino a casa.
—No te preocupes, ya veré como irme.
—O... ¿Me esperas? —me sugiere, algo apenado.
—Puede ser. Estaré en la biblioteca.
—Excelente, te buscaré allí.
Me despido de Raúl, y entro a mi aula. No quiero perder los mejores lugares de la última fila. Me siento más cómoda así, en las sombras.
Los asientos de atrás están ocupados. Ay, no. Unos cuantos están disponibles, pero no me quiero sentar con un desconocido hablador el primer día; sería un sacrilegio. No soy muy conversadora, y temo hacer el ridículo el primer día, volviéndome un tomatito, por no saber qué decir o cómo comportarme frente a un extraño de este calibre.
«Sufro ansiedad social, por cierto.»
—¡Oye! —me saluda un rostro familiar en la última fila, pegado a la ventana—. Siéntate aquí.
Es Daniel.
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