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13. Pescó a una fisgona

No tengo idea de adónde ir, pero no me detengo a pensarlo. Lo que sea con tal de salir de los vapores tóxicos de esa cafetería, y de la atmósfera negra de Raúl. No me apetecía seguir escuchando su habladuría de pestes sobre Nick. Ni idea de que me pasa con él; pero, por alguna razón, mi mente no soporta la idea de que alguien hable mal de él.

El ruido de los autos me pone nerviosa. De donde vengo, no solemos tener contaminación acústica. La inevitable añoranza de mi hogar me toma desprevenida. Extraño el hormigueo en mi piel al vivo sol, las poderosas olas del mar, las playas, la calma y estabilidad al caminar, la suave brisa refrescante, las personas, los frescos mariscos de diversos restaurantes al aire libre justo frente a sus playas, y los chapuzones desde acantilados.

Si querer, recuerdo a mi padre. Él solía ir en bicicleta a la tienda e incluso contaba con una cesta en la parte delantera, para depositar sus compras. Mamá dijo que, cuando eran jóvenes, una vez pedaleó con ella sentada como pasajera en su cesta, en esa misma bicicleta, hasta llegar a la Casa de la Cultura en Tehuantepec. Fue la mejor época de su vida. Era de lo único que hablaba, cuando me llevaba a la escuela. Era lo que la hacía sonreír con vanidad ante las otras madres.

Ese recuerdo hizo que su amor propio se apagara. Cada paliza que recibió de mi padre, también influyó. Primero: un manotazo a sus manos. Después: un espinazo a sus pantorrillas. Una tarde, la golpeó tan fuerte, que sus piernas colapsaron en el suelo de su recámara, y no despertó hasta que transcurrieron cuatro angustiantes horas, inconsciente. Yo estuve a su lado en todo momento.

No me desagrada recordar, me hace fuerte y ventajosa ante los demás. Pero eso no quita que desgaste mis energías, y acabe con mi espíritu rememorar los detalles que me enseñaron a la mala que el amor... no existe. Y si existiera, se vería como una mujer agonizando por su vida en el suelo. Mi tía siempre bromea, diciéndome que: «Lo que no te mata, te hace más fuerte.» Como esa canción que le gusta escuchar, cuando necesita ánimos: What Doesn't Kill You (Stronger). Sólo que, a ella, le gusta la versión de Glee. Nunca le he preguntado porqué; pero... creo que, una vez dijo que, era la forma más rápida de conocer una canción vieja y nueva de a gratis.

«Alto.
»¿En qué iba...?
»Ya se me fue la idea.»

Me abro paso entre la gente hasta encontrar el inicio de un tramo de escaleras, que conforman el resto de un puente. Guau, qué alto. Subo sus escalones sin pensarlo demasiado. La cuesta se me dificulta, y más con este ambiente helado en mi contra, que me congela la nariz. Y eso que ya son la dos de la tarde. Visualizo el final del camino, pero sólo me deprime. ¿Más escaleras? Quiero conocer la Ciudad, no hacer ejercicio.

«Uf. Tengo que descansar.»

Mis ojos inspeccionan mi campo de visión, y se sorprenden al encontrar un enorme armatoste de metal con grafiti en su pintura púrpura. ¿Eso es lo que hay al otro lado de este puente? ¿Una parada de autobús? ¿Uno de estos me llevará al departamento? Bueno, si me pierdo le puedo preguntar a alguien qué camino tomar. Fácil.

Vivir en la Ciudad de México me empieza a gustar, adquiero más responsabilidades.

En la cima, me percato de los autos que vuelan con la luz verde, y a algunos chicos de preparatoria, correr en grupos apresurados, al atravesar las calles transitadas. Veo las carteleras de películas en los edificios, y las casas confiadas en las montañas.

Me gusta la vista. Me gusta observar. No me preocupa perderme. Esa es una de las muchas cosas que me gustan de mí: mi curiosidad.

«Eso es lo único que mi padre no pudo quitarme.»

Una ráfaga de viento golpea mi cara y levanta mi de por sí encrespado pelo. Mis mechas color miel me estorban los ojos y las pongo detrás de mis orejas. El movimiento me recuerda al irónico de Nick, y a esa tarde mágica a mis cinco años, antes de que las cosas empezaran a ponerse feas en casa.

—¿Recuerdas cuando escuchaste las olas del mar por primera vez?

Su voz es un susurro suave y alentador. Como si no sintiera dolor.

—Sí. Lo recuerdo.

—La noche y los zancudos nos tomaron desprevenidas, y nos picotearon las piernas. ¿Te acuerdas?

—Sí.

—Qué tiempos..., ¿no? Cuando todo era tan sencillo, y cuando yo seguía por ahí contigo. ¿Te acuerdas?

—Sigues conmigo, Estela... Jamás te dejaré ir.

Estela era... Es la única persona que me habla sin ton ni son, como si nada. Me conoce a la perfección, es a la única que le "permito" hablarme como si fuera mi hermana. Porque eso es lo que es: mi hermana. Siempre fue más que una buena amiga. Formó parte de mí.

Sé que está muerta, pero no puedo evitar querer verla. Suena enfermizo pensar así, pero imaginar que está conmigo me hace sentir a salvo. No puedo obligarme a no llamarla cuando lo requiero. Sigo siendo la misma chica que habla sola y frunce los labios para que nadie la escuche. Yo era de esas que aprovechaban cada oportunidad para fantasear y perderme lejos de la realidad.

Personalmente no me gusta mi vida.

—¿Por qué no volteas y saludas a nuestro nuevo amigo?

—¿Qué?

Antes de que me responda, o, que le pregunte por qué, una nauseabunda nube tóxica invade mis fosas nasales, provocándome arcadas. Es aroma de cigarrillo. Me da asco el tabaco. Me repudia ver que alguien siquiera lo inhale.

«Puaj.»

La curiosidad abunda, cuando quiero saber quién es el desafortunado con el vicio. Me volteo y mis ojos capturan no sólo el misterio de no encontrar ningún cigarrillo en mi investigación, sino también el de despertar otro mucho más interesante por descubrir. Pues ahí mismo, sentado, con un libro en manos, encuentro a un rubio de pelo largo echado hacia atrás.

«¡Alto!»

¿Ese libro no es...? Parece ser una copia gastada de Blue Jeans: ¡Buenos días princesa!

Guau. No me lo puedo creer. Ese libro, para mí, compite en segundo lugar con La Chica Invisible. Ambos están en mi lista de favoritos, y los dos son del mismo autor. Y, aunque él no lo sepa, Nick está leyendo el principio de mi saga favorita de Blue Jeans. ¡Jesús! Estoy en contra de los estereotipos, pero... no creí que a un hombre le gustara leer sobre novelas rosas. Sin embargo aquí está él, absorto en la lectura, viviendo en las palabras de los personajes.

No parece notar mi presencia y quiero que siga siendo así. Lo observo con cautela mientras mis ojos lo espían. Me gusta el modo en cómo sus expresiones cambian al pasar las páginas. Como si estuviera recordando mientras lee. Como si estuviera reviviendo sus memorias antes de conocer el final. Me encanta la manera en como sus manos tocan el libro: con cuidado y calma; pero, también... con pasión y ansias, como si intentara comerse el final. Estoy fascinada con su ceño fruncido, mientras sus labios repiten los diálogos de los personajes.

Raro, porque yo también hago lo mismo.

La portada está agrietada, las hojas poseen tonos amarillos, y el olor que emana es hipnótico. En mi vida he olido algo más cautivador.

Pero..., ¿de dónde provino el olor a tabaco?

No me di cuenta de lo centrada y embobada que me encontraba con el misterio que envuelve a Nicholas Bonnet hasta que... sus ojazos grises aniquilan mis observadoras pupilas en un duelo repentino de miradas.

«Me lleva...»

Sigue mirándome.

«Me lleva...»

¡Qué vergüenza!

Pescó a una fisgona.

—¿Se te ofrece algo? —espeta, casi molesto.

Su voz es grave y amargada. Todavía está berrinchudo por lo que ocurrió con sus hermanos en la cafetería. Y lo sé, porque yo también tengo la bilis atorada en la garganta, por las cosas que no le dije a Raúl, cuando empezó a hablar mal de él.

Aunque... por muy loco y contraproducente que se escuche, puede que Raúl tuviera algo de razón. Nick me está colmando la paciencia y eso que no ha dicho casi nada. Es la manera en cómo habla, lo que me molesta.

—¡¿Hola?! —exclama con la paciencia en un hilo—. ¡¿Se te ofrece algo?!

—¡Oye, no tienes por qué gritar, niño vago! ¡Te oigo perfectamente bien! —le respondo el grito utilizando otro.

No sé por qué. Es como si mi mente me ordenara reaccionar de ese modo. En cualquier caso, mi contestación lo deja con la boca entreabierta y en blanco. Medio patidifuso. No le queda de otra que ser pacífico.

Justo lo que quería.

—Entonces, ¿no se te ofrece nada?

Su sonrisa reprimida es atractiva.

—No, no se me ofrece nada. Sólo disfruto de la vista.

Nick me mira, frunciendo el ceño, de seguro preguntándose: «¿Qué demonios estará viendo esta niñita rara?» Siempre causo ese efecto en las personas. ¡Lo que no!, es que después se echen a reír como posesos. Él es el primero que reacciona de ese modo..., ¡y creo que será mi único! Su risa es profunda, carismática, llena de vida, como si los mismísimos ángeles la hubieran hecho para que yo la oyera.

—¿Eres monomaníaca? —me pregunta, juguetón.

—¿Disculpa? —respondo, indignada.

—¿Te gusta la contaminación, rarita? Aquí no hay nada que admirar.

—¿Serás puerco? —espeto, herida y confundida, por sus palabras—. Sólo estaba divagando. Además, si veo algo que me gusta me detengo a apreciarlo. Y ese sería sólo mi asunto, ¿no te parece?

—Totalmente —me contesta, sin una pizca de molestia o rencor. Está divirtiéndose como un niño en una feria.

«¿Quién se cree este entumido?»

Podrá tener toda la cara de ángel, pero de santo no tiene nada.

—Odio la contaminación, y me gusta divagar. ¿Algún problema con eso? Soporto más el mundo cuando traslado mis fantasías a la realidad —le explico, extrañamente, un poco más relajada.

—No es bueno si te toman por un esquizofrénico —discrepa, levantándose de su sombra en el suelo.

Aprecio las arrugas de su ropa.

—Es una buena forma de perder el tiempo —contraataco, amigable.

Me encuentro de mejor humor que hace una hora. ¿Por qué? Debe ser él.

—Es letal cuando tienes la cabeza hecha un lio —me responde, acercándose a un lado de mí, tranquilamente.

Lo observo. Juega con su libro, pasándolo de una mano a la otra, como si se debatiera internamente en seguir hablándome. No me intimida su presencia. Es más, incluso creo que podemos llegar a ser buenos amigos, o, establecer alguna especie de compañerismo.

Me mira a los ojos. Sigo sin creer que existan tonalidades como esas para un ser humano en su iris. Grises y eléctricos, con un lunar cerca del mentón. Atisbo unos cuantos en su cuello, pero no puedo contarlos porque sus ojos me atrapan, me retienen y siguen complaciéndome. Se peina con los dedos su pelo color mantequilla, de una manera que me resulta atractiva.

Es guapo.

Me llama la atención.

—¿Te gusto yo, o, te gustan mis ojos?

—Tus ojos, amigo. No te creas tan especial —bromeo.

—Ah... ¿Por eso no dejabas mirarme?

—Tú eras el que no dejaba de mirarme.

—Bueno, en mi defensa, es la primera vez que veo a una chica tan guapa como tú en mi campo de visión.

—¿Te parezco guapa?

—¿Estás ciega? Debes estar cansada de que todos estén mirándote todo el tiempo.

Me doy... Me doy... Morí.

¡Estoy rojísima!

—¿Cómo quieres que te llame? —me pregunta.

Me deja un poco desorientada al principio; pero, por suerte, me recupero en segundos.

—Miel... Me gusta que me llamen Miel.

No recibo ninguna una mueca desagradable o desconcertante de su parte cuando escucha mi apodo. Es más, me regala una bonita sonrisa, una de esas que escasean en un hombre, en una persona... ¡En un todo en la vida! Estoy a gusto. Y él también luce a gusto a mi lado. Y... quiero que siga así.

—Yo soy Nick... No Nicholas o Nico. Sólo Nick.

—Para mí eres Nick. —Le sonrío. ¿Por qué le estoy sonriendo?

—Aún no has contestado a mi pregunta... ¿Eres monomaníaca?

«¡¿De nuevo?!»

Él es el monomaníaco, no yo. ¿Tiene una fascinación por la mente humana o algo así? ¿Está haciendo una tesis sobre el comportamiento humano? ¿Por qué me estará preguntando eso? ¿Por qué me importa en primer lugar?

Como me considero una persona amable, me limito a respirar pacientemente ante su pregunta de mucha libertad, y... como busco dejarlo atónito, decido recitar:

—"Me gusta enfocar lo que la gente cree anormal, lo que esconde, lo que piensa que son defectos".

Sus ojos se regocijan al escuchar la belleza de las sílabas. Aprecio la vida expresada en sus ojos grises. Veo algo más que enfado o disgusto en ellos. No ocasiono ninguna reacción negativa de su parte, sólo fascinación.

Reacciona por fin, limitándose a decir:

—Guadalupe Nettel.

Respondo, algo sorprendida:

—Exacto.

No puedo creerlo, este chico sabe sobre ella. Creía que era la única a la que le gustaba el comportamiento extraño. Tal vez... a él también le gusta, por eso me pregunta esas cosas... Por eso se comporta así.

—Oye... —Mis ojos se abren con sorpresa, y la persona que menos esperé ver en mi campo de visión, aparece ante mí—. ¿Raúl?

Viene directo hacia nosotros como un toro, echando humo como una locomotora y, pisando con rudeza el suelo del puente, levantando todo a su paso. Le ensarta una mirada asesina a Nick que acuchilla hasta mis entrañas. Y eso que ni siquiera soy yo la del problema.

La mirada de Nick, cuando nota la mano de Raúl en mi cintura, a modo posesivo, me hiela la sangre. No me muevo, y no sé por qué. Si creía que Raúl era idiota e impulsivo, Nick demuestra que puede ser mucho más.

—¡Marcelo, ¿cuánto tiempo?! —se mofa de él, sin miedo o escalofríos que expresar en su cuerpo—. ¿Apenas unos tres años?

—Apenas unos veinte minutos, y tú sabes mi nombre, hijo de puta.

¿Qué demonios...? Creí que a Raúl, todo lo que tenía que ver con Nick, le caía en broma o mal; pero... lo que percibo en sus ojos... es odio puro y real, asco y desprecio. Me resulta tan familiar... Es una sensación que corroe mi piel. Es la misma cara que mi padre pone cuando me mira. Y eso me supera emocionalmente...

Me desato de su agarre a mi cintura como si quemara.

Evito mi futuro ataque de ansiedad, concentrándome en la sonrisa ladina de Nick. ¿Por qué me mira así? ¿Por qué me sonríe?

A Nick le brillan los ojos y finge sorpresa.

—¡Raúl, es verdad! —Se encoge de hombros y hace una mueca, nada arrepentida a modo de disculpa, cuando dice—: Lo siento. ¿Cómo está tu madre? Hace tiempo que no la veo con el director.

—¡Hijo de puta! —brama.

Actúa demasiado rápido como para poder detenerlo...

Raúl se abalanza sobre Nick, agarrando el cuello de su sudadera con tanta fuerza... que me da miedo que rompa su ropa. Tan pronto como veo su empuje con Nick en su poder a la orilla, corro hacia Raúl sin pensarlo demasiado y, me engancho a su brazo, tirando de él en dirección contraria hacia su destino a como dé lugar, pero... no contaba con su resistencia y obstinación. Mi esfuerzo es nulo. No me escucha cuando le grito que lo deje en paz, ¡todo apunta a que lo quiere lanzar del puente! Y Nick, ni siquiera expresa terror.

—¡¿Raúl?! ¡¿Qué haces!? —No me escucha.

Raúl está perdido en su ira. Mientras que Nick... se mantiene tranquilo.

¡¿Soy la única que tiene los nervios fríos y la garganta irritada?!

—¡Raúl! —No me escucha.

«Lo va a tirar. Lo va a tirar.»

Intento jalar de sus brazos con todas mis fuerzas, pero mis brazos inútiles no son tan fuertes. Raúl es una bestia, una que jamás pensé que cometería un homicidio.

O... eso creí yo.

Un ángel de la guarda aparece ante nosotros como último recurso, dispuesto a ayudarme.

—¡¿Qué carajos pasa aquí?! ¡Suéltalo inmediatamente! —exige su hermano Gabriel, imponente ante sus malévolos planes.

—¡Lo suelto si se disculpa! —Negocia con él, gritando.

—Nick, ¿qué fue lo que hiciste? —le pregunta en una orden a su hermano.

En medio del ajetreo, Daniel me mira por un instante al percatarse de mi presencia.

—Nada. Raúl sólo enloqueció.

—¡Nick! —chilla en un reproche, Daniela.

La voz de ésta sólo lo alienta a querer completar su plan. Tiro con rudeza de su brazo, gritando su nombre. Raúl me ignora. Vuelvo a intentarlo, pero nada. Lo va a tirar. Sí, lo va a lanzar. Pienso lo peor hasta que...

—¡Raúl! —Me sorprende la eficacia de mi voz—. ¡Suéltalo! ¡¿Qué planeas hacer?! ¡¿Matarlo?! ¡No seas idiota!

Todos, incluido Raúl, me miran asombrados. Ahora sí me he metido en una bronca, una muy grande y seria; en primera: en una conversación a gritos; en segunda: por una pelea que ya venía creciendo a saber Dios por qué motivos. Me parece que me han salido alas, por el modo en cómo me miran Nick, Gabriel, Raúl, e, incluso Daniel. Su hermana es la única que mantiene un mohín desagradable en los labios, cuando sus ojos y los míos se encuentran.

Raúl me mira con recelo, después a Nick con la misma expresión, y... también con algo de... ¿envidia?, ¿cizaña? Qué raro.

Al final, y para sorpresa de todos los presentes, retrocede de la orilla, con él aún tomándolo del cuello, decidiendo soltarlo y apartarse de Nick como si estuviera bajo mi control.

¡Y creo así es!

—Ahora, vámonos de aquí.

—Bien —rechina sus dientes al mirar a Nick.

—Nosotros también nos vamos —dice Gabriel—. Ahora —dicta.

Daniel toma la mochila de Nick, pero éste al verlo con su propiedad, se le arrebata. El libro de Blue Jeans sigue en sus manos. Daniela es la única que me repasa de arriba abajo con la misma mueca de amargada. Así es como me mira Carolina.

No entiendo qué le pasa, ni me conoce.

Los gemelos se retiran. Gabriel igual. Nick también, pero no sin antes lanzarme una mirada agradecida, tímida, sútil a sus sentimientos, y... algo más que no logro descifrar.

Nick demora en ir detrás de sus hermanos, pero lo hace. Los cuatro desaparecen de nuestro campo de visión, cuando continúan avanzando hasta llegar y bajar las escaleras del otro lado de este puente.

Me hubiese gustado espiarlos y ver el nombre de su destino en el microbús, pero... la aversión en la voz de Raúl, vuelve a infestar el ambiente.

—Lo odio. No lo soporto... Si no hubiera sido por su hermano te juro...

—¡Basta! —aúllo—. ¿Qué pensabas hacer? Un poco más y casi lo tiras del puente. Contéstame una cosa: ¿por qué quieres provocar una pelea con alguien, a quien claramente no le importas?

—Yo... Tú no lo entiendes. Créeme que si supieras la mitad de las cosas que ha hecho, te pondrías de mi lado. Además, ¿a ti qué te importa? —espeta en mi cara.

Tiene razón, no debería meterme en un asunto que no es mío. Sin embargo, me preocupan las consecuencias que sus actos puedan ocasionar.

No me acobardo y me planto con igual enfrentamiento en su cara.

—Me importa porque yo no conozco de nada a esa familia, y si te metes en una bronca con ellos vendrán a meterse con la tuya. ¿No te das cuenta?

Mis palabras son claras y cargadas de verdad. Raúl no sabe que sus actos tienen consecuencias, y... Nick tampoco sabe que los suyos provocan repercusiones. ¡Bien, creo que es hora de establecer paz entre estos dos! No pueden seguir así.

Raúl amaga con hablar, pero lo piensa dos veces antes de empezar a gritar otra vez.

—Maldita sea —blasfema y baja por las escaleras.

Resoplo ante su berrinche, y lo sigo. Tengo que bajar de dos en dos para no perder su ritmo.

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