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10. Es guapo

Después de haber recorrido los pasillos y salones de la universidad, Raúl me llevó a una cafetería cercana del lugar, y me invitó el almuerzo.

Él está feliz de la vida degustando su emparedado de jamón y queso, mientras, yo lleno mi boca de siete churros, y dos tazas de un sabroso chocolate espumoso. Adoro el chocolate caliente y los churros. Es el elixir que todos necesitamos para alegrar nuestras mañanas. Algunos creen que es el café en grano recién hecho, pero para mí es el chocolate abuelita, y el pan de concha.

—¿Vas a clase con alguno de ellos? —le pregunto, al remojar mi octavo churro, en mi segunda taza caliente de chocolate.

—Con Nicholas.

—Ah —digo.

Parece que el pequeño vistazo a la familia Bonnet, me bastó para despertar mi curiosidad. O..., por lo menos, para canalizar mi amanecido interés, en el rubio cuyo nombre, es Nicholas Bonnet.

Pero no debo dejar que él lo note.

—No sabía que estudiaras Literatura —comento, desinteresada.

—Me gusta leer —dice—. Además, por lo que me has dejado ver de ti, tú también disfrutas del placer de la lectura.

—¿«Leer»? —lo medito—. Sí, así es. Me encanta.

—A mí también, y mucho —dice, mirándome directamente a los ojos—. Me gusta: El arte de la guerra de Sun Tzu. Rebelión en la granja de George Orwell. Historia de dos ciudades de Charles Dickens... Y algunas obras de Shakespeare, y también Voltaire.

—Ah, a mí me gusta leer otras cosas —me rio.

—¿No los has leído?

—Lo he intentado... Un par de veces. Pero..., la manera en cómo me lo cuentan, me aburre, y, me desespera que no me gusten las cosas desde el inicio. Tengo esos libros en un buró de mi casa, pero nunca los terminé de leer.

—¿Te aburrieron? —No da crédito a lo que escucha.

—Un poco; sin embargo, no considero que esos libros sean malos, o, la lectura en sí sea aburrida. Tampoco que los autores ocupen un lenguaje tedioso.

—Entonces..., ¿por qué no te gustaron?

—Porque no es mi estilo.

Sus cejas se levantan, sorprendidas. Sin lugar a dudas, cada palabra mía lo deja en segundo plano.

—¿No te gusta aprender de los grandes artistas, pero sí de chamacas en calentura? —me pregunta; no sé si en broma o mesurado, pero no me gusta el lenguaje que ha empleado, al referirse a mis escritoras favoritas.

Lo apunto con la mitad de mi churro, en broma, a modo acusador.

—¿Porqué infravaloras a los jóvenes escritores del siglo XXI?

Es obvio que no se la esperaba. Menos el entonado poder de mis palabras.

Lo siento, pero odio que critiquen a mis autoras de 25 años.

Levanta las manos en señal de rendición.

—No estoy infravalorado nada —contesta—. Sólo creo que uno no puede ir por la vida publicando cuanta tontería se le cruce por la cabeza, y pensar que de inmediato eso lo convierte en escritor. No todo es un exitazo, y creer que lo tuyo podría ser la próxima venta de Best-seller es..., bueno, penoso.

—Yo opino que es de valientes —discrepo con él—. Cuando alguien tiene el valor de probar suerte, y decidir que ese será su camino, es un acto de voluntad extraordinario que no conoce límites. Y..., cuando no conoces los límites de tus metas, tienes poder. Necesitas de un riesgo más o menos certero para saber de que estás hecho. Además, todos cometemos errores. Podemos cambiar de opinión las veces que queramos, no somos de piedra. Eso nos hace humanos.

—¿Cuántas veces te has equivocado? Ah, no, perdón, ¿cuántas veces has cambiado de opinión? —bromea conmigo, causándome un disgusto.

Eso me sube dos rayitas el enfado.

—Dejaré pasar este insulto porque apenas nos estamos conociendo —digo, y él, cambia su gesto malhechor—. La próxima vez no seré tan considerada contigo —le devuelvo la broma.

Raúl se ríe, pero la alegría no inunda sus ojos. Se nota que mi comentario le ha molestado. Más bien, todo lo que le he dicho le ha molestado.

—Simplemente no te gusta lo anticuado, ¿verdad? —me pregunta, llegando a una conclusión.

—Así es —asiento.

A mí me gusta la ficción y el amor en un libro. Mi mamá trató de que leyera El príncipe, de Nicolás Maquiavelo, en diversas ocasiones, pero las primeras diez páginas me aburrieron. Entonces me releí Te daría el Sol, de Jandy Nelson en una noche.

—Eres la segunda persona que conozco, que lee lo que le viene en gana cuando quiera.

"El paraíso", pienso.

—¿«La segunda»? —Me gustaría saber quién es la primera. Lo siento, no puedo evitar mi curiosidad.

—El primero es Nick... Nicholas.

—¿Ah sí?

—El bastardo rubio siempre reta al maestro y, nunca hace los ensayos de los libros que tenemos que leer. Es un sujeto soberbio, se cree mejor que los demás; además, habla en clase las veces que se le antoja.

Se me hace gracioso ver a Raúl enojado, al menos, en este aspecto de compañero.

—Así que... ¿Nico no te cae bien?

—Nick, no Nico —me corrige—. El muy engreído prefiere que le digan Nick. Su lugar de origen es Estados Unidos.

—Vaya. —No puedo decir nada más. Literalmente, no puedo pronunciar palabra por el churro en mi boca.

—Ajá, en clase tuvimos un pequeño debate acerca de Freud, y el muy imbécil se atrevió a cuestionar sus libros y sus estudios. ¡Incluso dijo que fue un maleducado!

—¡En serio! —exclamo, asombrada. No estoy enojada, porque yo también concuerdo, pero no puedo evitar mi sobresalto.

—En serio —repite—. De hecho, tuvimos un problema en esa clase, porque las cosas se pusieron intensas al final. Me dijo que... si quería ser psicólogo, que me fuera a estudiar a otro lado.

—Guau —digo por lo bajo; por dentro estoy muerta de la impresión.

—Entiendo que esté molesto por ser el hijo ilegítimo de una familia adinerada. —Hace una peueña pausa, y me mira—. Además, lo que pasó hace dos años...

Frunzo el ceño en señal de confusión.

—¿Qué pasó hace dos años?

Raúl se debate entre hablar o quedarse callado, al final, me comparte la información que necesito de Nick.

O..., al menos eso pensé.

El mismo chico del que hemos estado hablando, que viste holgado y de negro, que atraviesa la puerta de la cafetería, haciendo sonar la campana, se pasea por el lugar, despreocupado y sereno, con sus hermanos y hermana, hasta encontrar una butaca vacía y pegada a la ventana.

Raúl se ha puesto pálido. Tira de sus dedos con miedo. Un tic nervioso, creo. ¿Por qué a mi amigo se le dificulta tanto mantener la compostura, cuando ve a la familia Bonnet? Me dijo que ha tenido problemas con uno de sus hijos, pero... dudo que haya pasado a mayores su debate... ¿Cierto?

—¿Les tienes miedo? —le pregunto, lo más discreta que puedo.

Los hermanos ocupan asientos..., casi a una fila de nosotros. A mi vista tengo el perfil del cuerpo de Nick, y, las piernas largas y blancas de Daniela. Dios, está como una calavera.

Mi amigo se recompone, y finge serenidad. Es un pésimo actor, por cierto.

—¿Qué?... ¡No! —niega, y miente.

Se le ve ofendido, no era esa mi intención.

—Lo siento, sólo era una pregunta.

—¡Pues ya no las hagas!

Sus órdenes me avergüenzan, por segundos. Quisiera devolverle el grito, pero no creo que lleguemos a nada si nos ponemos a discutir en plena cafetería.

Espero que él, no haya oído su reproche. No quisiera tener problemas con ese sujeto, cuando no lo conozco de nada.

🎧🧩🎤

Discreta, levanto la vista de mi taza, para asegurarme de lo que hacen: los gemelos tienen una malteada de cada sabor enfrente de ellos; la de ella es de fresa; la de él es de chocolate. Gabriel parece concentrado en su hamburguesa con papas a la francesa. Y Nick mantiene la vista en el servilletero de metal. Su dedo índice y el de en medio juegan a dar pasitos en el servilletero, que tiene enfrente de sus ojos. Nick está ensimismado en sus pensamientos, como si estuviera recordando algo... de hace muchos años, o, aburriéndose, porque nadie en la mesa parece prestarle mucha atención.

Lo observo a detalle.

Su perfil es lindo. Me gusta su mentón apoyado en su brazo, con la mesa de madera que sirve como reflejo para su cara. Sus piernas, largas y estiradas, inspiran mucha confianza. Sus cejas pobladas son bonitas, y resplandecen con la luz del sol. No me había dado cuenta antes, pero es guapo.

No puedo evitar sonreír como una tonta, por ver cómo se rasca la punta de su nariz, con el dorso de su mano. Yo también hago eso, algunas veces, cuando estornudo. Mientras yo me veo como una réplica exacta de la influencia, él, en cambio, luce adorable.

Ah... ¿Qué me pasa hoy? ¿Por qué estoy tan interesada y centrada en ese completo extraño, que..., por razones desconocidas, no puedo dejar de ver?

La chica del coeficiente, Daniela, le roba un poco de batido a la malteada de su hermano, y, entre risas y a gustos comentarios, puedo asegurar que se llevan muy bien. Parece que la familia no se desintegra por un error del pasado, como muchos suponen, pero sí al ocultar secretos.

¿Qué hubiera pasado si mi mamá hubiese dejado a mi padre, cuando aún podía? ¿Habría nacido? ¿Mi mamá sería feliz? ¿Mi padre sería feliz? ¿Y sí...? Y si mi papá nunca me hubiera golpeado, ¿estaría sentada en esta cafetería, a punto de estudiar en una de las mejores universidades pagadas de México? Creo que nunca lo sabré con exactitud. Lo único que sé, es que me gusta estar aquí sentada con mi amigo, compartiendo una taza de rico chocolate de agua (porque yo odio el café), y no acostada en mi cama, releyendo sin cesar mis libros favoritos, esperando que pasara algo.

—Meli... ¡Meeeeellllliiiii...! —Aterrizo de golpe. Mis pensamientos se fueron de mi cabeza al concentrarme en el chico rubio y en mi padre. Debo dejar de pensar en mi padre.

—Perdóname, Raúl. A veces tiendo a soñar despierta.

—Estuve hablando por cinco minutos, no creí que fuera tan aburrido.

¿Lo dirá en serio? Dudo que se me haya ido la cabeza tanto tiempo; pero... siempre ha sido así, cuando leo... me pierdo en los personajes, y al terminar, siempre me sorprende la hora. Una vez, me tomó toda la noche terminar de leer La chica invisible, de Blue Jeans. Ni me percaté de la hora. También cuando estudio; según yo, me siento a las doce de la mañana, y me levantó para tomar un descanso, a las siete de la noche.

¿Ven?, mi subconsciente aplica la frase: «El tiempo es relativo.»

—Meli, quería saber si..., ¿te gustaría que quedáramos para estudiar?... Claro, una vez que inicies necesitarás ayuda, ¿no crees?

—Claro. Bueno, nuestras carreras nada tienen que ver, pero sí.

Me regala una de sus adorables sonrisas. En un hombre, siempre me ha gustado que las sonrisas sean agradecidas y amables. Me gusta que Raúl sonría tanto, no parece hacerlo con frecuencia. Bueno, yo tampoco lo haría si mi padre hubiera muerto. Bueno, a lo mejor yo sí me hubiera puesto feliz con la muerte del mío; pero, ellos debieron ser muy unidos.

—Deberíamos reunirnos en una hora libre, y concordar que nos den acceso a la biblioteca.

—Ajá —balbuceo.

—Siendo francos, me gusta cuando permiten el acceso público... —Habla de un par de cosas más, pero no le presto demasiada atención. Llega a un punto, en el que se levanta, y dice—: Tengo que ir al baño, quédate aquí.

—¿A dónde más quieres que vaya? —ironizo.

Raúl se va, dejándome sola. En su espera, me dedico a escuchar la alta conversación, que mantienen los hermanos Bonnet.

(No soy chismosa, eh, sólo es pura curiosidad.)

Mis ojos me traicionan, cuando vuelven a posarse en el chico rubio. Y, me traiciono a mí misma, al ver con más detenimiento su rostro. Es perfecto.

Raúl no ha vuelto del baño. Para cerciorarme, giro la cabeza, y me doy cuenta de que la puerta continúa cerrada. Nada nuevo en el campo de batalla.

Nick tiene los ojos cerrados, y el rostro apoyado contra sus brazos —que se le ven enormes y holgados con esa sudadera—. No puedo evitar fijarme en sus largas pestañas, o, en su boca. Realmente es hermoso, como un sol o una bocanada de aire fresco.

Como si mi mente se lo estuviera ordenando... abre los ojos.

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