8 [Términos y condiciones]
No me banco la permanencia del orden casual que tiene la habitación, las mantas deliberadamente arrugadas, la gran cama no tan prolija. La informalidad de revista living, de las que mi madre admiraba antes de volver a la realidad de nuestra casa suspirando.
Es una amenaza velada, como un escenario bien diseñado para instigar una respuesta específica. Calma y relajación, dos conceptos completamente ajenos a mi humor en éste momento.
Quiero desorden.
El real, el que está vivo. El que tiene detalles de sus habitantes como pinceladas en un cuadro.
Necesito que el ambiente se sincronice con mi caos. Con todas las preguntas, las ganas de gritar y la complicada marea que me arrastra desde el enojo al miedo. Porque ahora mismo parecemos dos piezas mal recortadas en un collage. Desencajados en un papel que no nos pertenece.
Y tengo que respirar, lo sé, todas las veces que sean necesarias. Lo suficiente como para saber si es furia lo que me pesa o si es algo que no entiendo. Ahora tengo ganas de gritar, pero nunca me gustaron los gritos, me llevan a un lugar que me repele. Por eso quizá nunca me enojo realmente o no lo muestro del todo.
"Aguantás demasiado" me llega la voz de mi mejor amiga, casi como un consejo así que empiezo a pensar en no aguantar tanto. En mostrar una parte de lo que me está molestando pero entonces escucho otra voz, más potente, injuriante, un reto para cortar un capricho "Cuando te enojas das miedo, porque nunca pasa, y no me gusta cuando pasa". Me sacudo como para sacarme de encima el recuerdo de esa pelea con Abel, tan del pasado que no vale la pena recrear.
Me doy vuelta todavía sin saber cómo reaccionar. Si tenía una mínima intención de desatar algo de la mezcla de emociones que tengo adentro se pierde en cuanto me choco con la imagen de un Nico torturado, en el final de la cama con una mano enterrada en su cabello liso y la otra en puño sobre su rodilla. No me puede mirar o no quiere pero lo agradezco, ver sus hombros caídos es suficiente para amedrentar mi enojo.
—Hablá —le pido y me mira confundido—. Hablá vos porque si empiezo yo, no sé si te voy a dejar decir algo y realmente necesito que me expliques.
Recién veo que su boca se abre un poco y noto su labio inferior rojo porque se lo estuvo mordiendo. Su mirada se levanta y me quedo en el brillo de sus ojos delatando lágrimas secuestradas y en ese límite siento la necesidad insoportable de protegerlo de mi propio enojo. De terminar la discusión antes de que empiece, de decirle que no importa, pero importa lo suficiente como para no dejar que mis preguntas se caigan antes de levantarse.
—¿Por qué me usaste? ¿Por qué yo? De todos los nombres que podías usar porqué tuvo que ser el mío.
Me arrodillo en la alfombra, junto a la cama y lo veo retroceder un poco, sus ojos ahora clavados en mi cara. No me muevo más. Estamos cerca pero no tanto, como si una barrera invisible nos diera un espacio de neutralidad. Detrás cada uno existe, en dudas, en miedo.
Envuelta en su dedo pulgar tiene una serpiente de plata en forma de anillo y me la imagino entre mechones rubios. Sus largos dedos apretando una mejilla sonrojada entre suspiros y sus labios rojos pero ésta vez por el labial de ella que se traspasa a los suyos. Un calor cubierto de picazón insoportable me trepa por el cuello y toso para liberarme de la incomodidad de mi propio delirio mientras cruzo los brazos como para darme algo de estabilidad.
—Yo te vi esa noche, con esa chica, bastante cariñosos—agrego un poco más bajo—. Eso no me lo podés negar.
—Yo también te vi esa noche.
En el segundo en que me contesta lo veo enderezarse como si reviviera y tiene en la voz una insinuación tan segura que pienso que el que está en falta soy yo. Por un momento somos dos infieles acusando al otro. Me rio sin ganas, bajito pero aún así él se da cuenta.
—Dale, vos me viste y yo te vi —digo y trato de mantenerme calmado—. Ahora contesta lo que te pregunté. Porque si vos hiciste todo ésto para generarle celos a esa chica yo...
—No me interesa —dice y creo que voy a explotar pero rápido se explica—...la chica, no me interesa ni ahora ni entonces. Me dijo que al otro día volvía a Buenos Aires y me pidió que salgamos un rato. Estaba aburrido y le dije que sí.
Baja los hombros derrotado, agacha su cabeza también y cada mechón de su pelo lo acompaña en un solo movimiento con tanta naturalidad que me empuja a querer tocar la suavidad que los hace parecer terciopelo. Tiene que ser una especie de instinto lo que me lleva a estirar mi brazo. Un despropósito las ganas que tengo de acariciar su cabeza y declarar la paz antes de que empiece la pelea.
—No tendría que haber aceptado —confiesa y levanta la cabeza antes de que pueda alcanzarlo y cometer un error. Mi brazo vuelve a mi costado sin que él se de cuenta—. No tendría que haberla besado.
—Nico...
—Mucho menos sabiendo cómo me estaba sintiendo. No tendría que haberla acompañado de vuelta a su hotel...
—Nico, basta. No necesito que me digas por qué la besaste, ni lo que pasó después —interrumpo cortante, desesperado por interrumpir su relato —. Apenas nos conocemos, no me debés explicaciones de tu vida privada. Yo solo quiero que me digas por qué mentiste, y sobre todo por qué me involucraste a mí.
Asiente mientras se mueve en un vaivén lento, si tengo que adivinar por la forma en que su pecho sube y baja puedo decir que está incómodo. Suspira fuerte, me deja de mirar y en cambio su vista da un recorrido por la habitación y se clava en el ventanal a un costado de la cama. Quizás está buscando fuerzas para enfrentarme con la verdad o con una mentira bien ejecutada, no sé, no lo conozco lo suficiente como para juzgar.
—Me insistió mucho para que subiera a su habitación con ella, incluso después de que le dije que no y necesitaba una excusa fácil.
—¿Y lo más fácil era inventarte un novio?
—No, no inventé nada, se me escapó tu nombre y ella sacó sus propias conclusiones.
Deja de mirar el ventanal y vuelve a mis ojos, tan directo que tengo que esforzarme en seguir parado y no dar un par de pasos atrás como al parecer mi cuerpo quiere hacer por instinto. Me planto pero no soy capaz de acreditarme la fuerza de voluntad por hacerlo.
—¿Justo mi nombre tuvo que ser?
—Sí, porque estaba pensando en vos.
—¿Pensabas en mí justo en ese momento? —pregunto con media carcajada en un resoplo ahogado.
—Toda la noche.
La risa se me corta como el aire que pierdo de pronto, toso bajito para recuperarme mientras lo miro más atento. Busco la señal de que está jodiendo y no encuentro nada más que sus cejas fruncidas. ¿Qué puede haber de interesante en el breve momento en que nos vimos como para que me haya pensado después?
—Supongo que fue una sorpresa verme después de tantos años —. concluyo y me quedo esperando a que acepte mi afirmación pero no lo hace se queda solo mirándome.
—La sorpresa fue verte con ese tipo.
No me acuerdo, vuelvo a esa noche y no me acuerdo haber visto a Nico antes, solo cuando estuve en la terraza. La cita la tengo poco presente pero sé que comenzó mal cuando el pelotudo apenas verme llegar me plantó un beso sin que yo lo esperara o lo quisiera. Sin justificación alguna siento vergüenza de que me haya visto entonces.
—¿Era tu novio?
—Eso no importa. Nos estamos yendo de tema.
—Por eso estás enojado, porque era tu novio.
—No, tuve una cita terrible y si tengo suerte nunca más voy a volver a ver a ese tipo—aclaro con un tono más alto del que me gustaría usar, entonces camino al centro de la habitación para sentarme en el sofá apurado por calmarme—. Estoy enojado porque me involucraste en una mentira en la que no tengo ganas de participar. Me estás poniendo en una posición que no quiero vivir.
—Ya sé y me disculpo, no tendría que...
—Pensá en lo que podés hacer. —Suspiro cansado ya de la discusión que parece enredarse cada vez más—. Hablá con ella explicále lo que pasó, confesá que hubo un malentendido.
—No puedo.
—¿No podés? —. Empujado por su negativa me levanto rápido y antes de darme cuenta estoy de nuevo a centímetros de él. Sus rodillas se abren en respuesta como si quisiera dejarme lugar para que me ubique entre ellas pero no me muevo. Siento demasiado a flor de piel el temblor de mi voz cuando vuelvo a hablar—¿Qué querés de mí?
—Solo es una semana.
Quiero reírme de la ridiculez que me pide, tendría que hacerlo, reírme y después salir de la habitación sin mirarlo. Él levanta la cabeza justo en ese momento dispuesto a mantener el contacto directo sin el más mínimo de vergüenza por su pedido ilusorio. Y me pierdo ahí en lo que encuentro tratando de evitar sus ojos.
Es tan alto que solo así, con él sentado y yo de pie, puedo ver como su cabello se divide en su frente y me muestra la cicatriz sobre su párpado izquierdo. Casi no se nota pero su origen todavía me llena de bronca. Odio profundamente que después de tantos años siga allí donde nunca debió aparecer porque yo tendría que haberlo evitado mejor.
Niego, una semana es una eternidad bajo una mentira como esa. Me alejo, tengo que hacerlo porque el instinto protector que siempre me despertó me está nublando la racionalidad. Ceder a sus ojos suplicantes es tan fácil como peligroso.
—No, no, no. Hablá con ella—lo veo negar contundente y en lugar de enfadarme quiero entenderlo— ¿Por qué no?
—No quiero tener que explicarle por qué le mentí.
—¿Por qué tendrías que explicar nada? De por sí fue su culpa un poco, ella tendría que haber aceptado tu negativa desde un principio.
—A veces siento que tengo que dar explicaciones, tengo que poner una excusa de lo contrario...pueden saberlo, adivinar aunque no quiera que sea así. Siento que si no soy convincente la más mínima duda me va a delatar. Muy pocos de los que trabajan conmigo lo saben y tengo planeado que eso cambie pero por ahora no quiero tener que salir del closet con toda persona con la que me cruzo.
—Te entiendo —acepto y trato de buscar en mis recuerdos todos los momentos en los que me vi obligado a aclarar mi propia sexualidad incluso cuando no quería hacerlo. Es inútil, nuestras experiencias son incomparables—. No tendría que ser así. ¿De verdad nadie sabe?
—Solo mis agentes, quiero que lo sepa quien yo quiera que lo sepa y cuando yo quiera que lo sepa. No soporto que sea como un requerimiento en cada una de las interacciones sociales que tengo, incluso en las que me importan una mierda.
—Tenés razón y te pido disculpas si te hice hablar de algo que no querías—digo y me separo de él, esperando que quizás el moverme me lleve a pensar mejor—. Solo quería entenderte Nico, aunque no esté de acuerdo con tu mentira entiendo porqué lo hiciste.
Por un momento quiero que me diga algo, aunque sea para mandarme a la mierda después de haberlo presionado tanto para hablar, cualquier cosa a cambio del silencio pesado en el que caemos. Nervioso pero no del todo arrepentido de haber comenzado la discusión camino hasta el costado de la cama y busco el bolso que traje. Lo levanto del suelo pero antes de poder acomodarlo para sacar mis cosas la mano de Nico me detiene apretando encima de la mía sobre la correa de cuero. Cuando lo miro confundido me doy cuenta de que sus ojos están dirigidos a la puerta.
—Desayunamos y después te llevo de vuelta a la capital.
—¿Qué?
—No quiero que mientas ni que la pases mal —sigue sin mirarme y solo se limita a forzar un poco su agarre para llevarse el bolso—, lo voy a poner en el auto.
—Puedo volver solo, en colectivo.
—No te voy a dejar ir solo —lo dice con tanta seguridad que casi parece un juramento—. Sabiendo cómo te sentís viajando largas distancias ¿de verdad pensás que me voy a quedar tranquilo aquí? Yo te traje, yo te llevo.
Debería ser común quizás, sentir el calor propio de sentirse cuidado. A mí me agarra desprevenido. Suelto la correa y su mano me gana el bolso, lo veo irse, su brazo estirado en dirección a la puerta a punto de abrirla.
—No quiero volver.
Por unos segundos me quedo mirando su espalda, solo sé que me escuchó porque se paraliza en el lugar y no trata de irse. Si es que me entendió o no es otro tema. Cuando vuelve lo hace mirándome con los ojos entrecerrados el gesto palpable en confusión y el borde de sus labios adelantándose a la conclusión que su cabeza todavía no terminó de formular.
—Solo son unos días, cualquier pregunta que me hagan las vas a responder vos, yo no voy a inventar una historia por los dos.
Su sonrisa vence al final y aunque es apenas una mueca le suaviza el rostro de una forma que no había visto hasta ahora. Una especie de alivio que lo ilumina. Recupero mi bolso de su mano cuando veo que sigue sin moverse y lo apoyo en el banco al final de la cama para abrirlo.
—Hay una sola cama así que vos dormís en el sillón.
—¿Por qué?
—Porque sos más joven.
—¿Algún otro requisito?
—Sí...
—¿Y?
Siento de pronto su voz demasiado cerca, me vuelvo un poco y veo que está casi pegado a mi espalda su cara inclinada sobre mi hombro, mirándome curioso. No quiero verlo, así que sigo con mi tarea tratando de ignorar el calor que siento desprenderse desde su cuerpo.
—No me beses, no importa que pase. Que piensen que somos una pareja reservada, lo que sea. Tenés prohibido besarme.
—¿Incluso si me lo pedís?
—Eso no va a pasar —aseguro con la carcajada más espontánea que me surge.
—¿Y si pasa?
—Nico...
—Solo quiero saber los términos del contrato.
—No lo digas así que parece que me estás contratando como si fuera...no sé...
—Bueno, del acuerdo —corrige apurado.
Entonces me vuelvo e inevitablemente mi vista cae en sus labios, voluminosos de un rojo natural, estirados en una semi sonrisa casi tentadora. Me rescato rápido y lo miro a los ojos directo, un tormentoso marrón oscuro tanto que parece negro. Por un instante siento que me promete el final mismo de cada uno de mis días. Resoplo y contesto con una seguridad inconmovible. No tengo ninguna duda, su escenario es tan hipotético como imposible.
—No te lo voy a pedir, pero si pasa, tampoco podés besarme.
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