3 [En el medio]
No sé mucho de música, me gusta de todo, una ensalada, aunque al final escucho poco. Cuando dijo que cantaba pop rap o trap, o algo así, me di cuenta de cuánto me perdí del mundo y de todo lo que ha girado conmigo encima como si fuese un pasajero errático, ensimismado en su propia realidad.
No es que no haya vivido, solo que vi pasar ciertos momentos cual si fueran trenes que no me llevaban a donde yo deseaba ir. Me abracé a lo que me pareció más fácil: sentarme a estudiar, trabajar en vacaciones y de vez en cuando salir con algunos amigos y con Abel. Casi siempre con él.
Mis veinte se sintieron así. Una página suelta. Uno de esos párrafos largos de descripción que a veces me salto en los libros. Seguramente había información importante que debí retener pero acompañada de sucesos que no tuve ganas de presenciar.
Recuerdo momentos cortados: cuando los presenté a Sofía y Abel, ella trabajaba como enfermera en el mismo hospital en el que yo hacía mi residencia. Conversábamos mucho, le conté cosas que quizás no debí decir y la consideré mi amiga. Entonces no imaginaba el lugar que terminaría ocupando en la vida de la persona que amaba.
Si no era yo hubiese sido alguien más, si no era ella hubiese sido otra.
El click de la pava eléctrica avisa que el agua llegó al punto exacto. Me separo de mi teléfono que muestra el buscador desplegado en la aplicación de música, listo para que yo introduzca las palabras que no sé. Nico no me dijo cómo encontrarlo, cómo escuchar sus canciones. Y al final ni siquiera sé si tengo ganas de hacerlo.
Preparo el termo y el mate mientras pienso que solo me quedan 48 horas de guardia para mis dos semanas de vacaciones. Después de cinco años de una residencia infernal y una pandemia en el medio, por fin voy a dormir todo lo que quiera. Lo digo rápido aunque sé muy bien que a los tres días voy a extrañar el hospital, el ruido y la capacidad de engañar mis pensamientos entre pacientes. Porque ahí siempre hay algo que hacer cuando necesito distraerme.
Se me escapa un suspiro pero me consuelo pensando en que me voy a quedar en la cama un poco más, tirado con Tina al lado. Me acuerdo y la busco en el sillón, está acurrucada encima de un abrigo que seguramente es de Nico. Una ingrata, eso es, desde que él está en la casa se la pasa siguiéndolo, duerme con él, le llora a cada rato para que la acaricie y se queda esperándolo cuando sale. Ni una semana lleva aquí y ya lo quiere más que a mí, después de cuatro años manteniéndola.
Me cuesta darme cuenta de que pasaron ya cinco días porque en verdad Nico parece más una presencia intermitente. Todos los días ensaya por las mañanas, a la siesta entrena o corre y por las noches sale, a veces, hasta muy tarde. Si escuchara a mis malos pensamientos diría que le cuesta vivir conmigo pero entonces no sé por qué no se va. No es por plata, no creo que le falte, me parece que le va bien como cantante.
Hasta donde sé tiene programado cantar en un festival dentro de poco y en un par de días va a pasar una semana rodando su nuevo video musical en los cerros. Por supuesto no entiendo mucho de ese mundo y ni siquiera sé quién es él ahí, solo que ahora usa gorra y anteojos porque las hijas de una vecina lo reconocieron en el edificio.
Dejo la vianda en la mesada para guardarla en el bolso antes de salir. Me agacho a buscar en la heladera la botella de agua, la encuentro y cierro la puerta. Del otro lado la luz exigua de las lamparitas en la cocina ilumina a la presencia que minutos antes había estado bañándose.
Nico me mira fijo como si lo extraño en ese instante y lugar fuese yo y no él, que tiene puesto solo los pantalones.
—Pensé que ya te habías ido —dice pero no se mueve.
Se queda cerca, un poco mucho.
—Me estoy yendo —respondo y recién noto que además de medio desnudo está descalzo— ¿Sos boludo? —lo reto antes de que pueda decirme nada—, ¿te parece salir así de bañarte? ¿No te hace frío?
Tiene una toalla alrededor del cuello que absorbe las gotas que libera su pelo todavía mojado. Estoy a punto de retarlo todavía más, de preguntarle si acaso no sabe lo que es un secador de cabello pero me traiciona la mirada y sigo el recorrido del par de gotas que se escaparon de la toalla. Las veo incursionar por su clavícula y pasar de largo hasta su pecho. Me lo suponía ya pero ahora puedo comprobar que pasa mucho tiempo en el gimnasio.
Tiene más tatuajes de los que pensaba, en sus hombros redondeados, en el inicio de su tórax y por debajo de los pectorales. Justo ahí tiene tatuadas dos ramas con espinas y unas cuantas hojas marchitas que bajan por su abdomen y se unen a otras en una enredadera de tinta.
—Están ahí aunque no se vean—dice con una sonrisa casi imperceptible.
Se acerca porque lo miro confundido. Me lleva seguramente casi diez centímetros y eso que dentro de todo soy alto. Así me acorrala un poco contra la heladera y siento de nuevo la revolución que detesto y el calor en la cara imposible de remar. Una de sus manos agarra la mía y aunque tiro un poco para que me suelte, no lo hace.
—¿Qué hacés? —digo algo cortado—, andá a cambiarte o pone la estufa, te vas a enfriar así.
—Las cicatrices —aclara después y guía mis dedos hasta su pecho para dejarme rozar las espinas tatuadas y debajo de ellas el recuerdo de una sutura bien hecha—. Tuve una buena cirujana y casi no se notan pero ahí están ¿estabas viendo eso no?
La calidez de su piel no parece correcta. Pensé que sentiría el frío de su cuerpo y podría seguir reclamando que se vista, pero son mis dedos los que están en desventaja. Por un segundo me pregunto si al abrazarlo podré contagiarme de ese calor. Me suelto rápido y muevo la cabeza en un asentimiento mientras voy al otro lado de la cocina. No digo nada más porque siento que cualquier respuesta me compromete.
—¿Sos cirujano plástico o no? —pregunta mientras finjo que ordeno el bolso ya organizado.
—Sí, reparador —explico—, trabajo en el hospital de quemados.
—Un héroe —dice con una sonrisa que me parece honesta pero pienso que se está burlando así que niego y me concentro de nuevo en preparar mis cosas. Cuanto antes me vaya mejor.
—Solo hago mi trabajo.
Nico me genera unos nervios estúpidos, no lo puedo entender del todo, pero estoy casi seguro de que es por su parecido con Abel. Es la rareza de tenerlo ahí conmigo día a día. Verlo con familiaridad y no saber nunca lo que está pensando ni lo que va a decir porque no lo conozco para nada.
Su voz es lo que delata la diferencia. A veces me descoloca, siento que es un error que salga de sus labios porque después de todo me gusta más como suena así. Es un poco grave pero melódica, supongo que por su profesión. Me regala un escalofrío en el centro del pecho cada vez que habla sin que yo lo espere.
—Te queda bien el uniforme.
Y ahí está de nuevo ese escalofrío traidor. Me giro y lo miro sorprendido, está apoyado contra la mesada de la cocina con los brazos cruzados. Alguien podría sacarle una foto en ese instante y serviría perfectamente para portada de revistas, sin retoques, sin filtro alguno.
—¿Esto? —pregunto señalando el ambo verde petróleo que llevo puesto.
Él asiente y parece que va a decirme algo más pero mira a un costado y encuentra mi teléfono con la pantalla todavía encendida. Lo toma curioso y su cara se ilumina, una sonrisa le cambia la expresión.
—¿Me estabas buscando?
Apenas levanta la mirada, espera con la sonrisa intacta mi respuesta. Tengo el impulso de decirle que no, de tentar a esa superioridad con la que me mira, de cortarle ese gesto.
—Sí, pero no me dijiste cómo, pusé Nico y no me apareció nada —confieso porque al final me gusta más verlo sonreír. Es un contraste raro en su apariencia, entre sus tatuajes y la intensidad de sus ojos. Una luz contra la postura de chico malo.
—Uso otro nombre y te lo dije ya.
Mientras intento recapitular cada migaja de interacción que hemos tenido hasta ahora para encontrar la respuesta, él se acerca teléfono en mano hasta que de nuevo la distancia que nos separa es demasiado limitada para mí. Tiene que aprender sobre el espacio personal porque no puede seguir invadiendo así el mío como si fuera suyo.
—Si de verdad me lo dijiste no me acuerdo, perdoname.
Baja la cabeza y después, todavía sin mirarme, lanza un suspiro pesado. Teclea en mi teléfono y me muestra la pantalla cuando termina. Veo su foto, está de perfil y el pelo un poco largo le cubre los ojos.
—Te parecerá tonto, capaz, pero si mi hermano es Abel yo no podía ser otro que...
—Caín —completo leyendo lo que veo.
Abajo del nombre noto que el número de oyentes mensuales no es nada despreciable. Sin embargo lo que me llama la atención es el título de la primera canción en populares: "el", así sin tilde ni mayúsculas como si fuera el final de una palabra y no el inicio.
—¿Solo porque Abel se llama así elegiste el nombre de un personaje no especialmente agradable?
Intento agarrar mi teléfono pero él se lo queda y me mira serio como si estuviera a punto de confesar un crimen.
—No me gusta que me digan que me parezco a mi hermano —dice después de un rato en silencio y me aseguro de recordarlo para nunca decírselo—. Pero mi madre siempre me lo dice, ahora y mientras crecía, que soy igual. Sé que es imposible que nos comparen y que yo no salga perdiendo, porque no soy tan perfecto como él.
—Tu hermano no es perfecto eso te lo aseguro —digo pero Nico suelta un resoplido sarcástico.
—Aún así te enamoraste de él, con sus imperfecciones.
Es mi turno de bajar la mirada, me molesta que lo diga, que exponga esos sentimientos al aire. Quizás porque nunca lo he dicho en alto, a nadie y pensar que fue tan evidente como para que él lo notara más de diez años atrás me da una vergüenza inexplicable. Siento que mientras lo mantenga solo para mí es posible que se pierda en algún lugar de mi mente y así olvidar dónde lo dejé.
—Incluso en eso es mejor que yo —susurra tan bajito que creo que escuché mal.
—¿Qué querés decir con eso? —lo enfrento y lo miro directo aunque me cuesta porque sus ojos se vuelven oscuros llenos de una especie de furia lista para derramarse sobre mí.
—¿A vos qué te parece? —contesta pero antes de que pueda seguir mi teléfono suena con un chirrido molesto. Mira la pantalla, una sonrisa y un suspiro acompañan a su cabeza que se mueve en un vaivén enojado. Niega y agrega resoplando—. Siempre en el momento justo.
Cuando me deja el teléfono veo que la llamada se corta pero vuelve a sonar después de unos segundos. Supongo que tiene que ser importante para que llame dos veces así que contesto rápido y salgo al balcón. Intento olvidarme de lo que Nico dijo, me convenzo de que no estaba hablando en serio.
—Hola, Abel, ¿qué pasa?
R: Estoy feliz de anunciar que "Así se dice te quiero" calificó a la segunda ronda del Open Novella Contest. ✨
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