Una joven desconocida corría por las calles lluviosas; con su largo cabello negro recogido en una coleta ondeando al viento;

 algunos se la quedaban mirando sorprendidos, pero eso a ella no le importaba en absoluto; 

la muchacha solo tenía un pensamiento en la cabeza:

encontrarse con los azulados ojos de James y decirle sin temor todo lo que ella sentía, lo que ahora podía sentir por él, gracias a su cariño.

Las calles apenas estaban iluminadas; la mayoría de las farolas estaban estropeadas, solo la luna se alzaba sin miedo entre algunas nubes oscuras, brillaba tanto que cegaba, pero, eso a Addison la relajaba; se sentía cómoda pensando que la acompañaba, la guiaba, la animaba a hablar, a decir con decisión sus sentimientos, a mirarlo a los ojos con seguridad.

Por fin llegó a su destino; 

se notó de golpe con el corazón a cien;

 cogió aire varias veces antes de llamar a la puerta,

 por un instante temió romperla, 

y se riñó mentalmente por esa brusquedad.

Se apartó un poco y esperó,

 pero nada;

 llamó al timbre tres veces seguidas;

escuchó unos pasos de arriba,

sacó su carta del bolsillo de la chaqueta,

un poco arrugada,

para su pesar.

La puerta se abrió 

y...

 se encontró de sopetón con...

 la mirada clara y pura de su amado;

su cabello estaba despeinado,

parecía que lo había despertado;

sintió que sus mejillas enrojecían,

que vergüenza....

él bostezó antes de hablar:

-Addison-se veía sorprendido, pero gratamente aliviado; abrió más sus ojos, con la mirada fija en ella, la adolescente carraspeó; James siguió hablando-

-que sorpresa verte-dijo con una sonrisa-pareces más nerviosa que un pez fuera del agua-.

Aquella frase fue pronunciada con cariño.